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Optimismo



El optimismo, al igual que la esperanza, es la doctrina y la disposición de espíritu que aguarda lo mejor y lo más positivo de todo en psicología, ética y filosofía. Se considera en estos ámbitos como corriente opuesta al pesimismo.

El optimismo es una postura psicológica y filosófica que también tiene reflejo artístico. En forma moderada, la medicina ha demostrado que es buena para preservar la salud física y psicológica y la vida del individuo.

La palabra optimismo[1]​ proviene del latín "optimum": "lo mejor". El término fue usado por primera vez para referirse a la doctrina sostenida por el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz en su obra Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal (Ámsterdam, 1710), según la cual el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles. Una postura parecida es sostenida con distintos matices por los filósofos William Godwin, Ralph Waldo Emerson y Friedrich Nietzsche. Por otra parte, el espíritu de algunos movimientos espirituales, como el Renacimiento y la Ilustración, fue identificado como optimista y lleno de fe en el hombre y sus posibilidades, frente a épocas opuestas y pesimistas como la Edad Media y el Barroco.

Comúnmente se cree que Voltaire fue el primero en usar la palabra en 1759, como subtítulo a su cuento filosófico Cándido (en el que se burla en casi cada página de la idea de Leibniz). Ciertamente Voltaire fue el primer personaje famoso que usó aquella palabra en el siglo XVIII y quizá también el que la popularizó; no fue, sin embargo, su inventor. El término "optimismo" aparece por primera vez, en francés (“optimisme”), en una reseña de la Teodicea publicada en el magazín de los jesuitas franceses Journal de Trévoux (no. 37), en 1737. En ese mismo año, el filósofo y matemático suizo Jean-Pierre de Crousaz repitió la palabra en un examen crítico del Ensayo sobre el hombre de Alexander Pope. Aquellos primeros usos, como el posterior de Voltaire, fueron burlones. En 1752, el Dictionnaire universel de Trévoux aprueba el término; diez años después, la Academia francesa lo incluye por primera vez en su Dictionnaire. El término es usado por primera vez en inglés ("optimismo") en 1743 por el británico William Warburton, en una respuesta al examen de Crousaz arriba mencionado. Por su parte, los primeros en usar el término en alemán ("Optimismus") fueron Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn, en su escrito Pope: ¡un metafísico! de 1755.

La expectativa psicológica formula que los asuntos humanos irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones, que suelen ser salvadas por procedimientos como el humor y la resiliencia. Como valor ético, es la idea que tiene el ser humano de siempre alcanzar lo mejor y conseguirlo de igual manera, a pesar de la dificultad que para ello presentan algunas situaciones o encontrar el lado bueno y lograr los mejores resultados. Asimismo, es bastante difícil obtener una definición universal de la idea de bien, concepto por lo general asociado a la felicidad o a la satisfacción de todas las necesidades materiales y espirituales, que el epicureísmo identifica con el placer físico, emocional e intelectual.

Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión frente a las adversidades. La noción de optimismo se opone al concepto filosófico de pesimismo. Por lo general, lo corriente es que las personas no se decanten única y exclusivamente por optimismo o pesimismo, sino que ambas pueden encontrarse alternativamente en un único individuo o aplicadas a distintos ámbitos, ya que la identificación con una u otra de ellas de forma excluyente raya en la patología o la enfermedad psiquiátrica. Igualmente si se pasa de un optimismo exagerado (hipertimia y euforia) a un pesimismo asimismo extremo (hipomanía, tristeza) sin pasar por un largo estado intermedio, esto indica trastorno bipolar o algún tipo de ciclotimia.

Según el psiquiatra Luis Rojas Marcos,[2]​ los venenos del optimismo son la indefensión crónica y el pesimismo maligno. Contra ellos se levantan además algunos filósofos. Blas Pascal, creador del cálculo de probabilidades, señaló que apostar por la esperanza da posibilidades de encontrar lo que se busca, pero no lo contrario, ya que en ese caso se pierde de todas formas (la llamada apuesta de Pascal):

Así que no elegir es ya una elección, y es una elección negativa. Miguel de Unamuno, un depresivo,[4]​ propone los remedios del coraje y de la esperanza. Bertrand Russell, en La conquista de la felicidad (1930), propuso el entusiasmo, el humor, el rechazo del negativismo y la apertura a los demás. Señaló además que los optimistas poseen una mayor capacidad de adaptación y supervivencia (y el caso es que vivió hasta los 98 años). Helen Keller, ciega, sorda y muda, escribió que:

Desde el punto de vista de la filosofía, el optimismo es la doctrina que expresa que vivimos en el mejor de los mundos posibles, algo por lo común identificado con varias filosofías:

Una postura parecida sería la del agatismo, doctrina que defiende que todas las cosas tienden al bien y que este se impondrá al final, aunque algunas cosas puedan darse mal en el proceso. La agatología, por el contrario, es la disciplina que, dentro de la ética, estudia el bien o el valor que identifica a las cosas buenas.

En la pintura y la literatura la oposición entre optimismo y pesimismo se expresa en el tópico de Heráclito y Demócrito, filósofos que representan al pesimismo y al optimismo llorando y riendo respectivamente. Al respecto, W. H. Auden escribió que la vida es resiliente y se impone siempre a cualquier intento de desesperación o, como reza el adagio clásico, primum vivere, deinde philosophari:



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