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Peste cipriana



La peste cipriana o de Cipriano es el nombre que se da a una pandemia que afligió al Imperio romano desde alrededor del año 249 hasta el 269.[1][2]​ Se cree que la epidemia causó escasez de mano de obra para la producción de comida y también en el ejército romano, debilitando gravemente al imperio durante la crisis del siglo III.[3][4][2]​ Su nombre moderno conmemora a san Cipriano, obispo de Cartago, un antiguo escritor cristiano que fue testigo y describió la plaga.[2]​ Se especula sobre cuál sería el concreto agente de la plaga, debido a lo escaso de las fuentes, pero entre los sospechosos se encuentran la viruela, la gripe y la fiebre hemorrágica viral (filovirus), como el virus del Ébola.[1][2]

De 250 a 269, en el momento álgido del brote, se decía que morían en Roma cinco mil personas al día. El biógrafo de Cipriano, Poncio de Cartago, habló de la plaga en Cartago:

En Cartago la «persecución de Decio», desplegada al comienzo de la plaga, quizá inadvertidamente llevó a la criminalización del rechazo de los cristianos a prestar juramento. Cincuenta años después, el norteafricano converso al Cristianismo Arnobio defendió su nueva religión de las acusaciones paganas:

Cipriano sacó analogías moralizantes en sus sermones a la comunidad cristiana y una imagen en palabras de los síntomas de la plaga en su escrito De mortalitate («Sobre la peste»):

Los relatos de la plaga datan de alrededor de 249 a 269.[2]​ Hubo un incidente posterior en 270 que implicó la muerte de Claudio II Gótico, aunque se desconoce si esta fue la misma plaga o un brote diferente.[2]​ La Historia Augusta dice que «en el consulado de Antioquiano y Orfito[8]​ el favor del cielo logró el éxito de Claudio. Para una gran multitud, los supervivientes de las tribus bárbaras, quienes se habían reunido en Haemimontum[9]​ estaban tan afectados por el hambre y la pestilencia que Claudio ahora desdeñó seguir conquistándolos... durante esta misma época los escitas intentaron saquear Creta y Chipre también, pero por todos lados los ejércitos estaban de la misma forma golpeados por la pestilencia, de manera que también fueron derrotados».

La severa devastación de la población europea por las dos pestes puede indicar que la gente no había estado expuesta con anterioridad o se había inmunizado a la causa de la plaga. El historiador William Hardy McNeill afirma que tanto la precedente peste antonina (166–180) como la de Cipriano (251–270) fueron las primeras transferencias desde reservorios animales a la humanidad de dos enfermedades diferentes, una de viruela y una de sarampión aunque no necesariamente en ese orden. D. Ch. Stathakopoulos afirma que ambos brotes fueron de viruela.[10]

De acuerdo con el historiador Kyle Harper, los síntomas atribuidos por las fuentes antiguas a la peste cipriana encajan más con una enfermedad viral que causa una fiebre hemorrágica, como el Ébola, más que la viruela. A la inversa, Harper cree que la plaga antonina fue causada por la viruela.[11][1][2]

Según el historiador Kyle Harper, el período de la peste casi vio el fin del imperio romano. Afirma que entre el año 248 y 268, «... la historia de Roma es un confuso lío de violentos fracasos. La integridad estructural de la máquina imperial se disgregó. El sistema de fronteras se hundió. La caída de la legitimidad invitó al trono a un usurpador tras otro. El imperio se fragmentó y sólo el éxito dramático de emperadores posteriores volviendo a juntar las piezas evitó que este momento fuera el acto final de la historia imperial romana».[2]

La amenaza de muerte inminente por la peste y la firme convicción de los clérigos cristianos ante ella ganó más conversos para esta fe.[12]



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