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Planeta océano



Un planeta océano (también denominado mundo acuático) es un tipo hipotético de planeta cuya superficie estaría completamente cubierta por un océano de agua u otros líquidos, sin islas ni continentes o tierras emergidas.

Los objetos planetarios que se forman en la parte externa del sistema solar comienzan como una mezcla en forma de cometa de alrededor de 50 % de agua y 50 % de roca por masa. Diversas simulaciones de la formación del sistema solar han demostrado que los planetas probablemente emigren hacia el interior o el exterior a medida que se van formando, existiendo por tanto la posibilidad de que los planetas helados se trasladasen a órbitas donde su hielo se derrite a su forma líquida, convirtiéndolos en planetas océano. Esta posibilidad fue discutida por primera vez en la literatura astronómica profesional por Marc Kuchner[1]​ y Alain Léger[2]​ en 2003. Tales planetas podrían por lo tanto en teoría soportar vida.

En esos planetas, los océanos serían de cientos de kilómetros de profundidad, mucho más profundos que los de la Tierra. Las inmensas presiones en las regiones más bajas de esos océanos podrían dar lugar a la formación de un manto de formas exóticas de hielo. Este hielo no necesariamente sería tan frío como el hielo convencional. Si el planeta se encontrase lo suficientemente cerca de su sol para que la temperatura del agua llegara al punto de ebullición, el agua se volvería supercrítica, careciendo entonces de una superficie bien definida.[2]​ Incluso en planetas fríos dominados por el agua, la atmósfera puede ser mucho más gruesa que la de la Tierra, compuesta principalmente por vapor de agua, produciéndose un efecto invernadero muy fuerte.

Fuera del sistema solar, Kepler-11,[3]GJ 1214 b,[4][5]Kepler-22b, Kepler-62f, Kepler-62e[6][7]​ y los planetas de TRAPPIST-1[8][9]​ son algunos de los candidatos más conocidos para un planeta oceánico extrasolar.

Los océanos, mares y lagos, pueden estar compuestos de líquidos distintos del agua: por ejemplo, los lagos de hidrocarbono en Titán. La posibilidad de la existencia de mares de nitrógeno en Tritón también fue en su momento considerada, para finalmente descartarse.[10]​ Por debajo de la espesa atmósfera de Urano y Neptuno se especula con que estos planetas estén compuestos de océanos que mezclen fluidos calientes de alta densidad del agua, amoníaco y otras sustancias volátiles.[11]​ Las capas gaseosas exteriores de Júpiter y Saturno transicionan sin problemas en océanos de hidrógeno líquido.[12][13]

Asimismo, hay evidencias de que las superficies heladas de las lunas Europa, Ganímedes, Calisto, Titán y Encélado funcionan como "cáscaras" que flotan en océanos muy densos de agua líquida o de agua-amoníaco.[14][15][16][17][18]​ La atmósfera de Venus se compone en un 96.5 % de dióxido de carbono, y en la superficie la presión hace del CO2 un líquido supercrítico.

Los planetas telúricos extrasolares que estén extremadamente cerca de su estrella estarán anclados por marea a esta, así que un hemisferio del planeta podría consistir en un océano de magma.[19]​Es también posible que los planetas telúricos tuvieran océanos de magma en algún momento de su formación como resultado de impactos gigantes.[20]​ Cuando las temperaturas y las presiones fuesen adecuados, podrían existir multitud de productos químicos volátiles en forma líquida en cantidad abundante: ácido sulfúrico, agua, amoníaco, argón, cianuro de hidrógeno, etano, fosfina, hidracina, hidrógeno, metano, neón, nitrógeno, óxido nítrico, silano, sulfuro de carbono o sulfuro de hidrógeno.[21]​ Los planetas denominados "neptunos calientes", cerca de su estrellas, podrían perder sus atmósferas a través del escape hidrodinámico, dejando únicamente sus núcleos con diferentes líquidos sobre la superficie.[22]

Nuestro propio planeta es denominado en ocasiones como el planeta océano, puesto que está cubierto por un 70 % de agua.[23][24]

En la ficción los planetas océano se han utilizado como motivos argumentales, por lo general descritos con temperaturas benignas en la superficie y no demasiada profundidad, a diferencia de los océanos muy profundos esperables en realidad.



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