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Populismo latinoamericano



Populismo latinoamericano es una expresión polisémica que utilizan algunos especialistas, periodistas y políticos para calificar a movimientos o expresiones políticas de América Latina como «populistas». En muchos casos la expresión es utilizada con un sentido peyorativo por grupos opositores en el marco de la competencia política.

A lo largo del siglo XX el término «populismo», de origen ruso, ha sido utilizado frecuentemente en algunos discursos políticos en Occidente. En América Latina, quienes primero lo utilizaron, lo hicieron para caracterizar a ciertos Gobiernos elegidos democráticamente o movimientos de tipo popular o socialista, con el fin de atribuirle características negativas.

Según José Pablo Feinman, el término «populismo» fue promovido junto al término «demagogia», para justificar los golpes de Estado y la políticas neoliberales en América Latina.[1]​ Con ese enfoque, algunos investigadores han sostenido que quienes utilizan esta expresión, le atribuyen un sesgo derogatorio relacionado con la obtención de «clientela electoral», con los movimientos sociales, y hasta se ha dicho que es un modelo de Estado.

Esto demuestra una de sus más problemáticas características: la polisemia, lo cual permite una misma palabra sea utilizada para decir cosas diferentes. En algunas ocasiones se utiliza el término «populista» como sinónimo de partidario del poder del «pueblo», cercana a «demócrata», mientras que en otros casos se utiliza como una estrategia política malversada por los partidos políticos, o simplemente como un sustantivo sinónimo de los movimientos sociales latinoamericanos; esta situación hace que su definición y utilización redunden en el anacronismo y reduccionismo político e historiográfico.

El concepto de populismo ha sido abordado principalmente desde el campo disciplinario de las Ciencias Sociales. Algunos sociólogos y politólogos han analizado un sinnúmero de casos de los países que en América Latina transitaron por sistemas de Gobierno que calificaron de populistas, pertenecientes a las más diversas corrientes políticas.

Algunos de los países estudiados son los siguientes: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Venezuela.[2]​ La delimitación temporal contempla los años que va de las primeras décadas del siglo XX a la década de los 20 hasta los 50, y de los 70 para llegar a la primera década del siglo XXI.

Una primera línea interpretativa es la que retomó el enfoque sociológico de la estructura-acción. Destacaron las referencias de los teóricos sociales como Max Weber y Emile Durkheim. El sociólogo argentino Gino Germani fue el principal representante de esta corriente, ya que elaboró un complejo modelo analítico que incorporó la teoría de la dependencia y la teoría de la transición democrática. En esa perspectiva, la modernidad es entendida como proceso de industrialización y «participación extensa» que fomenta la aparición de las clases medias, las clases populares y prevalece un sistema de alianzas en el espectro político.[3]

Asimismo, sostiene Germani, la élite política permite la participación de los sectores populares, para después incorporarlos como base de apoyo a la estructura estatal «nacional-popular».[4]​ La originalidad de este sistema, comparado con los regímenes totalitarios o fascistas radicó en el grado de libertad que le es concedida a los ciudadanos para que puedan expresarse públicamente. Sin embargo, el populismo en este enfoque estructuralista se comprendió como parte de una estrategia de «manipulación» por parte de los líderes[cita requerida].[5]

En los años noventa, diversos científicos sociales emprendieron una revisión del término «populismo». Carlos de la Torre, profesor en la Universidad de Kentucky en Estados Unidos, detectó que el concepto «populismo» no solo era amplio sino además ambiguo.[6]​ Para algunos estudiosos recopilados en el libro El populismo en España y América, los abordajes de esta categoría establecidos hasta entonces eran estáticos, lineales, desarrollistas e incluso maniqueos.[7]​ En ese mismo libro los artículos cuestionan el uso de la expresión «populismo» que hicieron Gino Germani, Torcuato di Tella y Octavio Ianni, sosteniendo se limitaban a reflexionar la verticalidad de la relación entre los líderes carismáticos y las «masas» en términos de dominación, modernización, dependencia y desarrollo.[8]​ Según el mismo libro, los textos de aquellos especialistas estaban siempre plagados de términos económicos: exportaciones e importaciones, migración campo-ciudad, trabajadores, oligarquías, sectores, estructura socioeconómica, lo que para ellos hace evidente que se había producido un modelo para explicar macroestructuralmente la existencia del populismo.[9]​ Los autores que participan del citado libro ponderaron entonces la participación de aquellos actores que desde sus consideraciones originaban el fenómeno del populismo y pensaron a los individuos involucrados en términos de sujetos dotados de múltiples aspiraciones y capacidades reflexivas frente al determinismo socioeconómico.

Paulatinamente, el incremento de los estudios culturales empezó a tener presencia en el ambiente académico de las Ciencias Sociales en general y en el tema del populismo en particular. Conceptos procedentes de la antropología como visión del mundo, creencias, de la psicología como ethos, de la lingüística como discurso, y de la sociología como acciones, aparecieron en la reflexión del tema. Con ese bagaje se privilegiaba la personalidad de los actores explicada por ellos mismos, es decir, de qué manera se concebían a sí mismos.[10]

De tal manera que también cambiaron el tipo de fuentes a explorar, pues se privilegiaron los discursos, memorias de políticos y de la base popular, propaganda, oratoria, estatutos internos de las organizaciones sociales. Se buscaba así comprender las percepciones que se formaban los sujetos. Los procesos y condiciones económicas no se dejaban de lado, pero se matizaban de acuerdo con las circunstancias del país observado. No obstante, los estudios revisionistas seguían reflexionando el populismo a partir de los líderes. Se privilegiaba la racionalidad partidista de los individuos.

La siguiente explicación teórico-metodológica del fenómeno populista se concentró en estudiar la conformación social y mental de la «base popular» que era el principal sostén de los regímenes en el poder. Se buscaba dar respuesta a las interrogantes acerca de las motivaciones de los sectores populares

La situación explicativa del populismo se complejizaba a medida que se revisaban, cuestionaban o se combinaban corrientes interpretativas para entender la realidad.

La perspectiva cultural de las subjetividades siguió siendo fundamental para comprender la complejidad mental de la organización popular, también llamada «subalterna». Ernesto Laclau y Emilio de Ipola activaron el acercamiento al lenguaje para entender la efectividad estratégica empleada entre gobernantes y gobernados.[11]​ El análisis del discurso como fuente de explicación acaparó mayor atención para construir objetos de estudio e interpretaciones del fenómeno. A través de los discursos se detectó que la personalidad del líder estaba asociada con elementos culturales del pueblo. Estos últimos se hacían evidentes en la retórica política.[cita requerida]

Además de ceder poder a los líderes, la base social los obligaba a que conformaran una personalidad que reflejara características propias de la identidad popular. Bajo esta corriente interpretativa se comprendía que la presencia física de los representantes, sus promesas, actitudes en público, símbolos, contenían narrativas y formas de comportamiento de los representados. En los discursos políticos se analizaban las expectativas del público y se enfatizaba que sus acciones «son tan importantes como la oratoria, gestos y rituales del orador».[12]

En la retórica se identificaba el grado de emocionalidad que el discurso político contenía para tener efectividad en el público. El contexto de producción, circulación y recepción discursiva evidenciaba el tipo de actitudes, inquietudes e interrelaciones culturales, sociales y económicas de la gente común. Todos estos elementos, a la luz de estas perspectivas mostraban la generación de vínculos sentimentales de pertenencia, identificación colectiva e individual. También impactaron en los estudiosos de la cultura política que atendían los lazos dicotómicos patrón-cliente.

Otra línea de estudios es la que ve en los niveles micro las diversidades personales de esa «base popular» en relación con su contexto vivencial. Allí la gente que le concede poder a los líderes no necesariamente porta un homogéneo sistema de intereses. Todo lo contrario, en su singularidad, sus personalidades evidencian comportamientos diversos, ambiguos, oportunistas, cínicos, autoritarios, inofensivos, ofensivos, siniestros, excluyentes, es decir la amplitud de la conducta en la vida cotidiana.[13]​ Una línea diferente de investigación evalúa los resultados prácticos del fenómeno del populismo. Sobresalen estudios llamados «pesimistas» como los de Guillermo Zermeño en donde se cuestiona la perdurabilidad de las identidades generadas por el populismo.[14]

Allí los individuos se ven fragmentados por las carencias materiales cediendo importancia a las instituciones estatales.[cita requerida] Los enfoques surgidos en los albores del siglo XXI también estudian las estrategias informales de hacer política, las cuales surgen de las crisis sistémicas y de la decadencia de los partidos políticos como intermediarios representativos de la sociedad. Destacan los «nuevos liderazgos» o «neopopulismos», que cuentan con el apoyo de los sectores más pobres. El margen de acción de estos grupos rebaza los canales institucionales, ya que no encuentran en ellos representación y legitimidad.[15]​ Por lo tanto resulta más probable que se conformen nuevas movilizaciones provistas de líderes que recuperan las demandas de la también nueva base social. En la primera década del siglo XXI, los estudios del populismo continúan con la polémica conceptual.[16]

Algunos teóricos posmarxistas introducen en la discusión la idea que el populismo no es patrimonio exclusivo de los pueblos latinoamericanos, sino que existen formas de populismo en América del Norte y Europa. Formas de populismo se pueden observar en la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos.[cita requerida]

“populismo” surgió también como término político en los Estados Unidos luego de 1891, para referir al efímero People’s Party (Partido del Pueblo) que surgió entonces, apoyado principalmente por los granjeros pobres, de ideas progresistas y antielitistas.

Se denomina[¿quién?] «populismo clásico latinoamericano» a la serie de movimientos y partidos políticos de corte populista que sin necesidad de llegar al poder, aparecieron en la escena política latinoamericana entre 1910 y 1951.[cita requerida] A este tipo de populismo se le denomina clásico para diferenciarlo del segundo fenómeno populista presente en la historia de América Latina definido como neopopulismo,[¿quién?] el cual se presenta en el continente desde principios del siglo XX. Torcuato Di Tella dice que el populismo es un término aplicable «sobre todo en América Latina» a «movimientos políticos con fuerte apoyo popular, pero que no buscan realizar transformaciones muy profundas del orden de dominación existente»[17]​ y que no están estrechamente relacionados con reivindicaciones de la izquierda histórica latinoamericana.

A principios del siglo XX, los cambios políticos al interior de las repúblicas latinoamericanas demostraban cómo iba avanzando la democracia y se iban consolidando los modelos de Estado en el continente.[cita requerida] De estos factores, el relacionado con el avance y expansión de los grupos obreros se asume como la raíz del populismo latinoamericano;[cita requerida] Según John Green estos podían ser atraídos y canalizados o por el movimiento político sindical «como una forma de dominación popular y de oposición a las relaciones de poder existentes»[18]​ o por un líder carismático, lo que demuestra que era «una forma de dominación social ejercida por la elite a través de una movilización controlada»[18]​ a las reclamaciones de las masas obreras; así es como ―sostiene Ian Roxborough― conformados los partidos populistas con un amplio caudal electoral sindical y obrero se empieza desde el discurso a exigir el ejercicio pleno de la ciudadanía para todos los actores sociales, lo cual llevaba «a la aceptación de las clases sociales bajas como actores legítimos en el cuerpo político»,[19]​la extensión y garantía de ejercicio de todas las plenas libertades consagrada por los sistemas democráticos en las constituciones.

El populismo en sí no tiene una base organizativa característica pues puede manifestarse en cualquier grupo social o ámbito político y cultural, y no necesariamente se relaciona con un líder carismático movilizador de masas y caudales electorales.[cita requerida] No contiene una doctrina unificadora,[cita requerida] pero si una relación directa con la masa a partir de la utilización de diversos mecanismos de comunicación directa.[cita requerida] Esta aclaración se presenta porque en el caso latinoamericano el fenómeno populista tiene diversas variantes ligadas a los mecanismos y formas adoptadas por los grupos políticos de cada Estado que deseaban el poder;[cita requerida] por ejemplo:

Ya en términos históricos, el primer partido de corte populista fundado en el continente fue el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), como una iniciativa del intelectual y político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre.[cita requerida] Este partido, de corte socialdemócrata, no logró en un principio ser un partido mayoritario en el Perú. Se comprometió políticamente ―por lo menos en la primera mitad del siglo XX― con la creación de frentes de acción contra el imperialismo, la nacionalización de tierras e industrias, la unidad política latinoamericana, la solidaridad con todos los pueblos oprimidos y la internacionalización del canal de Panamá. En Argentina y Brasil, la creación de un partido populista en cambio estaría ligada a dos líderes en el poder: Juan Domingo Perón y Getulio Vargas quienes con una carrera política consolidada decidieron dar forma a nuevos movimientos políticos que les permitieran una movilización efectiva de masas y de caudal político.[cita requerida] No obstante, los movimientos populistas que se presentaron en el continente entre 1910 y 1954, fueron volteados por golpes de Estado. Según Hartlyn y Valenzuela:

Según Hartlyn y Valenzuela, las principales características del populismo clásico latinoamericano son:

Con la palabra «neopopulismos» algunos autores, periodistas y políticos han englobado una cantidad de nuevos regímenes que buscan ser diferenciados del clásico populismo latinoamericano y de las visiones estructuralistas que lo comprendían como un mecanismo discursivo y un tipo de régimen que le permitía a las masas el ascenso y la movilidad política dentro de las instituciones del Estado tal y como se presentó en el continente entre 1910 y 1954. Como mecanismo de acción política, el neopopulismo puede estar alineado en regímenes tanto de derecha ―Álvaro Uribe Vélez (en Colombia) y Mauricio Macri[25]​― como de izquierda ―Hugo Chávez (en Venezuela), Cristina Fernández de Kirchner (en Argentina), Andrés Manuel Lopez Obrador (en México) y Evo Morales (en Bolivia)―, por lo cual se hace necesario particularizar en los contextos regionales para así evitar las generalizaciones con respecto a la definición del populismo latinoamericano. Según Aboy Carles, el neopopulismo es “más populista que el populismo clásico”,[26]​ en la medida en que “la lucha es en contra de la clase política, no se crean partidos y se moviliza a los electores a base de redes que se activan en cada elección”.[27]​ María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone dicen que en el fondo en este neopopulismo cambian las formas en la que los líderes políticos que siguen siendo de tendencia mesiánica, se relacionan con las masas, ejerciendo el poder en países que poseen “Gobiernos autoritarios e instituciones, social y políticamente fragmentadas a la deriva, sin capacidad de representarse políticamente”.[28]

La calificación de «populista» también se ha utilizado extensamente por algunos especialistas y políticos para referirse a ciertas corrientes de la teología latinoamericana como la Teología de la liberación,[29]​ y la Teología del pueblo.[30]​ Por esta razón el Papa Francisco es frecuentemente calificado como «populista».[31][32]

Enrique Dussel clasifica al populismo latinoamericano en dos momentos del siglo XX, en el que se presentó una simbiosis entre el Estado, una ideología y un movimiento que apelando al nacionalismo, la reivindicación del pueblo y la negación del imperialismo fungió como agente integrador de masas y como respuesta a la crisis de los partidos políticos tradicionales.

Según la periodización propuesta por Enrique Dussel,[33]​ los dos tipos de fenómenos populistas presentes en América Latina fueron:

1) los populismos clásicos latinoamericanos gestados entre 1910 y 1954, y

2) los neopopulismos desarrollados desde 1999 en varias repúblicas latinoamericanas.



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