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Posverdad



Posverdad[2]​ o mentira emotiva es un neologismo[3]​ que describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.[4][5]

En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual)[2]​ a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas ―los hechos― son ignoradas. La posverdad difiere de la tradicional disputa y falsificación de la verdad, dándole una importancia «secundaria». Se resume como la idea según la cual «el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad».[6]

Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de «posverdad», expresión que ocultaría la tradicional propaganda política[7][8][9]​ o el uso de las relaciones públicas como instrumento de manipulación.[10]

Aunque la idea tras el concepto no es algo nuevo según algunos autores,[11]​ el origen contemporáneo del término se atribuye al bloguero David Roberts quien usó el concepto en 2010.[12][13][14]​ David Roberts acuñó el término «política de la posverdad» en un blog para la revista electrónica Grist el 1 de abril de 2010, donde la definió como «una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política pública (la sustancia de lo que se legisla)».[12][13]​ Algunos comentaristas políticos han identificado la política posverdad como ascendente en la política de algunos países, así como en otras áreas de debate, impulsadas por una combinación del ciclo de noticias de veinticuatro horas, de un falso equilibrio mediático, y la creciente ubicuidad de los medios sociales.[14][15][16][17][18]

De acuerdo con el diccionario Oxford, el término «posverdad» fue usado por primera vez en un ensayo de 1992 por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich en The Nation (de Nueva York). Tesich, escribiendo sobre el escándalo Watergate, el escándalo Irán–Contra y la Guerra del Golfo, expresó: «Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad».[19][20]

En 2004, Ralph Keyes usó el concepto «era de la posverdad» en su libro The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life.[21]​ El mismo año, el periodista estadounidense Eric Alterman habló de un «ambiente político de la posverdad» y acuñó el término «presidencia de la posverdad» en su análisis de las declaraciones engañosas o erróneas de la Presidencia de George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.[22]

En su libro de 2004 Post-democracy, Colin Crouch utilizó el concepto «posdemocracia» para dar cuenta de un modelo de política donde «las elecciones ciertamente existen y pueden cambiar los gobiernos» pero «el debate electoral público es un espectáculo estrechamente controlado, gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión, y considerando una pequeña gama de temas seleccionados por esos equipos.» Crouch atribuye directamente al «modelo de industria publicitaria» de la comunicación política la crisis de confianza y las acusaciones de deshonestidad que se asocian con la política posverdad.[23]

El término se extendió fuertemente durante las campañas para la elección presidencial de 2016 en los Estados Unidos y el referéndum de 2016 sobre la permanencia en la Unión Europea en el Reino Unido.[24][25]​ El diccionario inglés Oxford declaró post-truth (posverdad) como la palabra internacional del año 2016, citando un aumento de 2 000 % en su uso en comparación con 2015.[3][26]

Martín Caparrós considera el término un mero sinónimo del viejo uso de la propaganda, las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y control social. Considera a Edward Bernays uno de los teóricos de la propaganda ―tanto política como comercial― que creó el término relaciones públicas para sustituir las connotaciones negativas del concepto de propaganda.[10]

Un rasgo definitorio de la política de la posverdad es que los activistas continúan repitiendo sus puntos de discusión, incluso si los medios de comunicación o los expertos independientes demostraran que estos puntos fueran falsos.[28][29]​ En un modo más extremo, la política de la posverdad puede hacer uso del conspiracionismo.[30][31]

Las críticas basadas en los hechos de una campaña se atribuyen a un poderoso enemigo ―como el establishment, el Nuevo Orden Mundial, los sionistas o los medios de comunicación dominantes― que supuestamente tratan de desacreditarlo, lo que a su vez aleja a los votantes de estas fuentes de información.[32]​ En esta forma de política posverdad, los rumores falsos (como las teorías de conspiración sobre el certificado de nacimiento o la supuesta religión musulmana del presidente estadounidense Barack Obama) se convierten en temas de noticias importantes.[33]

La política de la posverdad se ha aplicado como una palabra de moda en una amplia gama de culturas políticas: un artículo en The Economist identificó la existencia de política de la posverdad en Austria, Alemania, Corea del Norte, Polonia, Rusia, Turquía, Reino Unido y Estados Unidos.[14]

En 2016, la etiqueta «posverdad» fue especialmente usada para describir la campaña presidencial de Donald Trump, tanto por periodistas y columnistas[24][25][31][34][35][36]​ como por académicos de la ciencia política y la historia de Harvard.[37]​ La explicación de la posverdad también fue utilizada para describir la campaña a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea en el referéndum de 2016.[1][17][24][25][38]

Varias tendencias en el ámbito de los medios de comunicación han sido culpadas por el aumento de la percepción de la posverdad con la falta de rigor y sensibilidad[39]​. La confianza en las principales instituciones, incluidas las estructuras gubernamentales y de los principales medios de comunicación, ha alcanzado mínimos históricos en países de todo el mundo.[25]​ Se ha sugerido que bajo estas condiciones los medios de noticias luchan para ganar tracción ante un público más amplio,[25][40]​ y, entonces, los políticos recurren a mensajes cada vez más drásticos.[15]

Los medios sociales añaden una dimensión adicional, ya que las redes que los usuarios crean pueden convertirse en cámaras de eco (posiblemente acentuadas por la burbuja de filtro) donde domina un único punto de vista político y el escrutinio de las reivindicaciones falla,[16][18][41]​ permitiendo la existencia de un ecosistema mediático paralelo de sitios web, editoriales y canales informativos que terminan repitiendo afirmaciones posfácticas sin refutación.[30]​ En este entorno, las campañas negativas basadas en técnicas de posverdad pueden ignorar los controles de veracidad de los hechos o desestimarlos como motivados por prejuicios.[31]

Muchos medios de noticias están obligados por las normas para garantizar imparcialidad. En algunos casos, esto conduce a un balance falso donde los puntos de vista de las minorías reciben un énfasis indebido y las exageraciones o mentiras contadas durante las campañas políticas no son adecuadamente cuestionadas.[28][42]​ Los ciclos de noticias de veinticuatro horas, que requieren informes y análisis constantes, también contribuyen a que los canales informativos recurran repetidamente a las mismas figuras públicas, lo que beneficia a los políticos más conocedores de las relaciones públicas, y conllevaría a que la presentación y la personalidad del entrevistado tenga un impacto mayor en la audiencia que los mismos hechos en análisis,[21]​ mientras que el proceso de reclamación, derecho a réplica y reconvención puede proporcionar material para varios días de cobertura de noticias a expensas de un análisis más profundo del caso.[16]

En el año 2015, el académico de medios y política Jayson Harsin acuñó el término «régimen de posverdad». Afirma que un conjunto convergente de desarrollos ha creado las condiciones de la sociedad de la posverdad: el desarrollo de la comunicación política profesional informada por la ciencia cognitiva, que tiene como objetivo manejar la percepción y la creencia de las poblaciones segmentadas a través de técnicas como el «microtargeting» (microcentralización de receptores de determinados mensajes, incluyendo el uso estratégico de rumores y calumnias); la fragmentación de los modernos y más centralizados medios de comunicación masivos que en gran medida repetían las exclusivas del otro y sus informes, la feroz economía de la atención marcada por la sobrecarga y aceleración de la información, el prolífico contenido generado por usuarios y algunas personas consideradas como voces autorizadas o expertas para distinguir entre lo que es verdad, mentira, preciso o inexacto; algoritmos que determinan lo que aparece en las redes sociales, los rankings de los motores de búsqueda, a veces basados en lo que el algoritmo piensa que los usuarios quieren y no en lo que es necesariamente factual; y los medios de comunicación que se han visto empañados por escándalos de plagio, bulos, propaganda y cambios valóricos de las noticias, todo lo cual algunos estudiosos dicen que emanan de crisis económicas que dan lugar a reducciones y favorecen el tender hacia historias y estilos de reportaje más tradicionales, conocidos como «tabloidización» e «infoentretenimiento». El efecto de estas convergencias crea un fenómeno sociopolítico que supera el mero retorno a las primeras formas de periodismo: no es que la verdad y los hechos hayan desaparecido, sino que son objeto de deliberada distorsión y confrontación. Puesto que la condición es manipulada competitivamente por la comunicación política profesional, Harsin lo llama un «régimen de posverdad» en vez de meramente política de la posverdad.[43]

El surgimiento de la política de la posverdad coincide con las creencias políticas polarizadas. Un estudio en adultos estadounidenses de 2016 descubrió que aquellos con las ideas ideológicas más consistentes en la izquierda y en la derecha tienen flujos de información muy distintos los unos de los otros, y también distintos de los de aquellos individuos con puntos de vista políticos más mixtos.[44]

Para el sociólogo Félix Ortega la manipulación de la información hace que el público no pueda conocer qué es verdad y qué falsedad. Esto se debería a la transformación de la comunicación política en propaganda, la pérdida de principios éticos por el periodismo actual y su sometimiento a intereses totalmente particulares así como la puesta en escena de los políticos hacia el espectáculo, la manipulación y la fragmentación de la ciudadanía.[7]




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