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San Isidoro de Sevilla



Isidoro de Sevilla (en latín: Isidorus Hispalensis; nacido probablemente en Cartagena, c. 556-Sevilla, 4 de abril de 636) fue un eclesiástico católico erudito polímata hispano de la época visigoda. Fue arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas (599-636). Es venerado como santo por la Iglesia católica y contado entre los Padres de la Iglesia. También es uno de los Cuatro Santos de Cartagena.

Se desconoce el lugar real de nacimiento de Isidoro, aunque su familia era originaria de Cartagena. Era hijo de Severiano o Severino, quien pertenecía a una familia hispanorromana de elevado rango social[5]​ y al cual se le adjudica el título de dux, si bien su hermano Leandro menciona que era simplemente un ciudadano; su madre Teodora o Túrtura, en cambio, de acuerdo con algunos, era de origen visigodo y, según parece[cita requerida], estaba lejanamente emparentada con la realeza, pero todavía los matrimonios mixtos estaban prohibidos.[cita requerida] Su familia era originaria de Cartagena y se distinguió por su contribución a la conversión de los reyes visigodos (arrianos) al catolicismo.

Antonio Hernández Parrales, archivero-bibliotecario del arzobispado de Sevilla afirma que en el “año de 554, Severiano y su mujer, cuyo nombre se ignora, abandonan Cartagena, que había pasado al poder bizantino, y en un exilio forzoso o voluntario, vienen a establecerse en Sevilla acompañados de sus tres hijos, Leandro, Fulgencio y Florentina. Así nos lo cuenta el mismo San Leandro, al asegurar que la familia de Severiano y Turtur tiene que iniciar su exilio en el año 554 con sus tres hijos, con lo que nos viene a indicar que San Isidoro, el cuarto y menor de los hijos, no había nacido todavía”. Y escribe a continuación: “En Sevilla se señala hasta el sitio de la casa de su nacimiento, que es el lugar donde se levanta la parroquia de San Isidoro. Así lo hizo constar el padre Antonio de Quintana Dueñas, en su libro 'Santos de la ciudad de Sevilla y su Arzobispado', al decir: «Su insigne Parroquial, erigida en el sitio que presumen fue del Palacio de sus padres y de su nacimiento, es fundación del Santo Rey Don Fernando». Y el erudito Nicolás Antonio, en su ‘Biblioteca hispana vetus', dejó consignado que había nacido en Sevilla, porque generalmente se cree que todavía no había nacido Isidoro, cuando su padre Severiano vino exilado a esta ciudad: «Hispali natus vulgo creditur. In eam enim Urbem fama est exulen venisse, nondum eo nato, Severianum». Con lo que queda claro que, a pesar de los constantes e históricos intentos de negar la procedencia hispalense de San Isidoro, el filósofo fue sevillano.”[6]

Al parecer, la familia de Isidoro huyó a Sevilla tras la conquista bizantina al ser estos defensores del rey Agila I frente a Atanagildo, aliado de los bizantinos.

Miembros de esta familia son su hermano Leandro, su inmediato predecesor en el arzobispado de Sevilla y oponente del rey Leovigildo, y llegó al arzobispado al inicio del reinado del nuevo rey, el ya católico Recaredo; su hermano Fulgencio, que llegó a ser obispo de Cartagena y de Astigi (hoy Écija), y también su hermana Florentina, de la que la tradición dice que fue abadesa a cargo de cuarenta conventos. Los cuatro fueron canonizados y se les conoce colectivamente como los Cuatro Santos de Cartagena, siendo los patrones de la diócesis cartagenera. Isidoro también es mencionado como hermano de Teodora o Teodosia, reina de la Hispania visigoda por su matrimonio con el rey Leovigildo. Isidoro y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina serían tíos maternos, por tanto, de los hijos de Leovigildo y Teodora: Hermenegildo (posteriormente también canonizado) y Recaredo, el rey visigodo que se convirtió al catolicismo. Todavía, la primera mujer de Leovigildo fue ciertamente una visigoda, de nombre desconocido, puesto que, al tiempo, los matrimonios mixtos eran prohibidos.[cita requerida]

La maestría de San Isidoro en griego y hebreo le dio reputación de ser un estudiante capaz y entusiasta. Su propio latín estaba afectado por las tradiciones locales visigodas y contiene cientos de palabras identificables como localismos hispanos y el editor de su obra en el siglo XVII encontró 1640 de tales localismos, reconocibles en el español de la época.

En una época de desintegración de la cultura clásica, de violencia e ignorancia entre las clases dominantes, Isidoro impulsó la asimilación de los visigodos, que ya llevaban dos siglos en Hispania, a fin de conseguir un mayor bienestar, tanto político como espiritual, del reino. Para ello, ayudó a su hermano en la conversión de la casa real visigoda (arrianos) al catolicismo e impulsó el proceso de conversión de los visigodos tras la muerte de su hermano (599). Presidió el segundo sínodo provincial de la Bética en Sevilla (noviembre de 618 o 619, durante el reinado de Sisebuto), al que asistieron no solo prelados peninsulares sino también de la Narbonense, que formaba parte del reino visigodo de Toledo, y Galia.

En las actas del concilio se establece totalmente la naturaleza de Cristo, de acuerdo con los concilios ecuménicos de Nicea del año 325 y de Constantinopla del año 381 y posteriores, rebatiendo las concepciones arrianas.

A edad avanzada, también presidió el IV Concilio de Toledo (633), que requirió que todos los obispos estableciesen seminarios y escuelas catedralicias. Siguiendo las directrices establecidas por Isidoro en Sevilla fue prescrito el estudio del griego y el hebreo, y se alentó el interés por el estudio del Derecho y la Medicina.

También marcó la unificación litúrgica de la España visigoda, el rito hispano, mozárabe o isidoriano, utilizado en toda la España cristiana hasta la progresiva imposición del rito romano en el siglo XI, e impulsó la formación cultural del clero. El concilio fue probablemente un reflejo de las ideas de Isidoro. Pero el concilio no solo produjo conclusiones de carácter religioso o eclesiástico, sino también político. El lugar ocupado por el rey y la deferencia a él debida en el concilio es también destacable: la Iglesia es libre e independiente, pero ligada mediante una solemne lealtad al rey. Para muchos autores fue uno de los primeros pensadores en formular la teoría del origen divino del poder regio: «Dios concedió la preeminencia a los príncipes para el gobierno de los pueblos». [7]

Fue el primero de los grandes compiladores medievales. Su cuerpo fue sepultado, según la tradición, en una ermita a las afueras de Sevilla, cuyo uso perduró incluso después del traslado de los restos a León, y sobre la cual se fundó en el siglo XIV el monasterio de San Isidoro del Campo.

Desde dicha ciudad, sus restos fueron, en 1063, trasladados a la basílica de San Isidoro de León, donde permanecen desde entonces; ese año el monarca leonés Fernando I comisionó a los obispos Alvito de León y Ordoño de Astorga para obtener las reliquias del rey de la taifa de Sevilla, Al-Mutadid, tributario suyo. Existen también algunas reliquias suyas en la catedral de Murcia.

En el altar mayor de la parroquia de la Anunciación de Abla (Almería) también se encuentra una reliquia de San Isidoro, donada por la Curia Romana en el mes de diciembre de 2008 con motivo de la consagración de dicho altar.

Fue canonizado en 1598, y en 1722 el papa Inocencio XIII lo declaró doctor de la Iglesia.

Fue un escritor prolífico y un infatigable compilador y recopilador. Compuso numerosos trabajos históricos y litúrgicos, tratados de astronomía y geografía, diálogos, enciclopedias, biografías de personas ilustres, textos teológicos y eclesiásticos, ensayos valorativos sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, y un diccionario de sinónimos, así como Laus Spaniae (Alabanza de España).

Su obra más conocida son las Etimologías (hacia 634), monumental enciclopedia que refleja la evolución del conocimiento desde la antigüedad pagana y cristiana hasta el siglo VII. Este texto, también llamado Orígenes y dividido en veinte libros, con 448 capítulos, constituye una enorme obra enciclopédica en la que se recogen y sistematizan todos los ámbitos del saber de la época (teología, historia, literatura, arte, derecho, gramática, cosmología, ciencias naturales...). Isidoro tenía acceso a las importantísimas obras eruditas, hoy perdidas, del romano Marco Terencio Varrón, la principal de su fuentes, por lo cual salvó de la destrucción una parte sustancial de la obra enciclopédica de aquel y gracias a su esfuerzo se hizo posible la perduración de la cultura clásica grecolatina y su transmisión no solo a la España visigoda, sino al resto de Europa durante los siglos siguientes.

Asimismo cabe destacar su Hispana, una colección de cánones conciliares y epístolas episcopales. Los cánones recogidos corresponden a concilios griegos, africanos, galicanos y españoles, mientras las epístolas episcopales, más de un centenar, quedan agrupadas por orden cronológico. La riqueza de contenido y universalidad de sus planteamientos confieren a la Hispana un papel de capital importancia, sin parangón posible con cualquier otra colección canónica de la misma época, perdurando su influencia durante siglos y llegándose a traducir al árabe. La Hispana fue precedida desde mediados del siglo VI por un índice formado por el extracto de los cánones, y constó de tres recensiones: la Isidoriana, correspondiente a la redacción primitiva, la Juliana (de la época de San Julián de Toledo) y la Vulgata, o edición más difundida y utilizada, que habría de ser bien conocida en las Galias y que influyó además en otras colecciones canónicas posteriores.

Casi diez siglos después de su muerte fue declarado Doctor de la Iglesia por el papa Inocencio XIII.

Isidoro de Sevilla escribió diversas obras históricas, siendo la más importante Etimologías, una extensa compilación en la que almacena, sistematiza y condensa todo el conocimiento de la época. Otra obra, pero de menor importancia es su Historia de los godos, vándalos y suevos.

Una de las cuestiones que se abordan en este libro es definir el concepto de Historia y diferenciar los tipos de historia que pueda haber. Isidoro de Sevilla coloca a la historia dentro del género de la Gramática, ya que, al igual que en la Antigüedad, la trata como un género literario. Dice que la Historia es la narración de hechos acontecidos y que etimológicamente significa 'ver' o 'conocer'. Esto difiere de la concepción que tenía Heródoto, para el que significaba 'investigar'.

Para Isidoro, los escritores antiguos sólo escribían de lo que habían visto. Él hace una genealogía de la Historia y cita como primer historiador a Moisés, que es el que hace la historia sobre el principio del mundo. Entre los griegos, el primer historiador sería Dares Frigio, que realmente fue un personaje de la Ilíada, un sacerdote de Troya. Isidoro lo considera así porque en el siglo VI aparece una historia apócrifa de la Guerra de Troya, aparentemente escrita por este hombre, y será la fuente más valorada sobre este hecho durante la Edad Media (incluso más que Homero). El siguiente historiador griego en importancia considera que fue Heródoto.

En las Etimologías, Isidoro de Sevilla explica que los antiguos dividieron la Filosofía en tres partes, que según el formato de la tabla de tríadas se puede presentar así: Física, Lógica y Ética. Cada una de ellas se puede subdividir a su vez:

Luego, Isidoro de Sevilla habla de la utilidad de la Historia, que es para la enseñanza del momento presente. Este autor y esta obra serán muy influyentes durante toda la Edad Media.

Es la historia de los pueblos que se asientan en la Península durante el siglo V d. C. Ahora se da un paralelismo con lo ocurrido con Eusebio de Cesarea, porque escribe desde el lado de los visigodos, que son los pueblos que se enfrentan a los romanos. Su tarea debe ser que no se muestre a los visigodos como los malos y a los romanos como los buenos. Por eso dice que durante la conquista, todos los romanos que estuviesen en un lugar sagrado, como dentro de una iglesia, o que simplemente gritasen el nombre de Cristo, no fueron muertos ni hechos cautivos. Ésta Historia de los godos, vándalos y suevos incluye una preciosa alabanza de España Laus Spaniae.

En medio de un proceso de luchas internas y de reformulaciones ideológicas, la comunidad judía hispana del los siglos VI y VII fue objeto expiatorio de un deseo de consolidación de la monarquía alrededor del catolicismo.[8]​ En su obra De fide catholica contra Iudaeos amplía las ideas de San Agustín sobre la presencia judía en la sociedad cristiana. Se trata de un opúsculo escrito contra el judaísmo, aunque Isidoro estaba en contra del rey Sisebuto en su idea de que era necesario promover la conversión al cristianismo por la fuerza. Isidoro prefirió convencer a obligar, pero tampoco fue enérgico en rechazar la violencia que sobre los judíos se ejercía en este periodo.[9]​ Como Agustín, acepta la necesidad de no eliminar la población judía por su papel supuesto en la venida segunda de Jesús.

Isidoro de Sevilla recogió la más relevante tradición polémica antigua, convirtiendo su texto en uno de los más relevantes en materia apologética antijudía hasta bien entrada la Edad Media. La influencia del postulado del pensador hispalense fue esencial en el armazón ideológico que rodeó la reactivación del antijudaísmo europeo desde finales del siglo XI al siglo XIII.[10]

A lo largo de sus escritos encontramos una serie de menciones a diversas cuestiones musicales que resultan trascendentales para conocer tanto el pensamiento como las prácticas musicales de aquella época. En las Etimologías, la música se aborda en el libro III, dentro del Quadrivium, junto con las matemáticas, geometría y astronomía. Allí Isidoro de Sevilla habla sobre el valor de la memoria en música ante la falta de notación musical, al no poderse escribir los sonidos. En esta misma obra encontramos algunas afirmaciones sobre la música como: «Sin la música, ninguna disciplina puede ser perfecta, puesto que nada existe sin ella» (libro III. C. 15), que nos da una idea del valor que se confería a la música entonces. Junto con las Instituciones de Casiodoro constituyen una fuente de información esencial sobre las siete artes liberales, entre las que se incluye la música. Asimismo, Isidoro hace referencias excepcionales sobre el repertorio litúrgico hispano, más acordes con una visión práctica de la música. Esta perspectiva supone un primer paso hacia una nueva concepción de una teoría de la música más ligada a la realidad que a la especulación.

Al igual que otros teóricos como Boecio, San Agustín o Casiodoro, Isidoro recoge en sus escritos términos como sinfonía o diafonía, que podrían identificarse como el sonar de varias voces, pero siempre son casos muy oscuros. Parece que este tipo de denominaciones podría hacer alusión a la aparición de dos sonidos sucesivos, en vez de simultáneos. El minucioso estudio de estas fuentes es fundamental para determinar con exactitud el origen de la polifonía en la música clásica occidental.

Las Sentencias de San Isidoro es posiblemente su trabajo más leído durante la Edad Media ya que se hicieron numerosas copias antes de la invención de la imprenta. Consta de un sumario de fe (libro I) y de moral (libro II). La publicación parece creada en un primer momento para la formación del clero. Fue elaborada entre los años 612 y 615 en apogeo de su capacidad intelectual y pastoral.[11]

Sobre el ejercicio del poder de los príncipes:

El poder temporal, sujeto a sus propias leyes y al poder espiritual:

Estos son algunos otros de sus trabajos, todos escritos en latín:

Según cuenta la leyenda, en 1063 Fernando I guerreó por tierras de Badajoz y Sevilla, e hizo tributario suyo al rey taifa de Sevilla. De él consiguió la entrega de las reliquias de Santa Justa, pero cuando su embajada llegó a Sevilla a recogerlas, no las encontró. Sin embargo, una vez en Sevilla, el obispo de León, miembro de la embajada, tuvo una visión mientras dormía, gracias a lo cual encontraron milagrosamente las reliquias de San Isidoro. El retorno se hizo por la Vía de la Plata. Cerca ya de León, la embajada se internó en tierras pantanosas, sin que los caballos pudieran avanzar. Al taparles los ojos a los caballos, estos salieron adelante, dirigiéndose hacia la recién construida iglesia de los Santos Juan y Pelayo, que desde entonces se llamará de San Isidoro.[15]

Isidoro fue muy leído durante la Edad Media y el Renacimiento (al menos diez ediciones fueron impresas entre 1470 y 1530). Su influencia fue enorme entre sus contemporáneos. Braulio, obispo de Zaragoza, discípulo y amigo de Isidoro, le describió como el hombre elegido por Dios para salvar a los hispanos de la marea de barbarie que amenazaba con inundar la civilización clásica en Hispania.[cita requerida] El VIII Concilio de Toledo (653) manifestó su admiración por la figura de Isidoro con las siguientes palabras elogiosas:

Este tributo fue ratificado por el XV Concilio de Toledo, celebrado en 688, al utilizar también el calificativo de doctor egregius para referirse a él.[18]​ Entre sus discípulos se encuentran el ya mencionado Braulio de Zaragoza e Ildefonso de Toledo.

Todos los escritos históricos medievales de España estuvieron basados en las obras de Isidoro. Hasta el siglo XII, fue transmitido mediante traducciones de fuentes árabes, siendo una de las fuentes principales para la penetración en Europa de los trabajos de Aristóteles y otros griegos.




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