La sublevación de la Escuadra de Chile fue un motín y movilización gremial protagonizada por el conjunto de la marinería de la Armada de Chile entre el 31 de agosto y el 7 de septiembre de 1931. El movimiento nació como protesta frente a una fuerte rebaja de salarios, que había sido decretada por el gobierno del vicepresidente Manuel Trucco, en medio de la crisis económica y política que atravesaba Chile a raíz de la Gran Depresión. La sublevación pasó por varias fases durante la semana que duró. Tras apoderarse de los buques y bases, la marinería presentó a las autoridades un petitorio, que el gobierno tramitó y negoció durante algunos días.
En el transcurso de las negociaciones, los sublevados engrosaron su petitorio con demandas cada vez más generales, y relacionadas con la crisis del país. Ya el día 4 de septiembre, tras el ultimátum del gobierno y en la víspera de ser atacados, los sublevados manifestaron abiertamente su deseo de que el movimiento adquiriera características de revolución social.
A partir del 5 de septiembre, los marinos comenzaron a ser atacados por fuerzas adeptas al gobierno, por lo que intentaron una breve resistencia militar. Luego de sostener combates en Coquimbo y Talcahuano, las tripulaciones capitularon.
En agosto de 1931, los marineros de la Armada de Chile fueron informados de una rebaja salarial del 30 %, que el ministro de Hacienda, Pedro Blanquier, había aplicado a todos los funcionarios públicos, incluyendo a los de las fuerzas armadas. Esta merma se sumaba a otra vigente desde el año anterior, que había reducido los sueldos de la Armada en un 10 %, y a la pérdida definitiva de las bonificaciones adeudadas por concepto de períodos de instrucción en el extranjero.
La rebaja de sueldos estaba agravada por la pérdida del poder adquisitivo real, producto de la inflación, y por el desquiciamiento general de la economía chilena a raíz de la Gran Depresión.
La caída de las exportaciones, el derrumbe de los precios de los productos chilenos, la falta de liquidez y la alta deuda externa completaban el grave panorama. La situación económica era tan preocupante que un informe de la Sociedad de Naciones concluyó que Chile era el país más golpeado a nivel mundial por la coyuntura económica.
En tanto, se producía la migración masiva de los obreros de las oficinas salitreras nortinas, que abandonaban la pampa, debido al hambre y la falta de trabajo, dirigiéndose en su mayoría a la Zona Central del país.
La situación ya había provocado la caída de la dictadura del general Carlos Ibáñez un mes antes, el 26 de julio de 1931.
Algunos contemporáneos y autores posteriores consideraron que la Sublevación era fruto de la agitación e infiltración de elementos externos a la Armada. Esta tesis ofrecía varios posibles responsables. Pero la acusación más persistente y difundida es la que sindica al Partido Comunista de Chile como promotor en las sombras de todo el movimiento. Sin embargo, no fue el único sector político al que se responsabilizó de detonar la sublevación. La tesis que implicaba a los comunistas es solo una entre varias hipótesis lanzadas por las autoridades de la época. De manera que, en ocasiones, incluso una sola fuente oficial sindicó a grupos políticos de distinto signo, desde comunistas hasta nacionalistas ibañistas. Cada una de las tesis que explican el episodio como una manipulación también presentan algún nivel de debilidad lógica y probatoria, como se explicita a continuación.
Ricardo Donoso y el entonces encargado de las negociaciones con los rebeldes por parte del gobierno, el contraalmirante Edgardo von Schroeders, secundado por el capitán de navío Luis Muñoz Artigas, consideraron decisiva la agitación a que habrían sido sometidos los marineros que fueron enviados a Davenport. Dicho destacamento había viajado al Reino Unido a hacerse cargo del acorazado Almirante Latorre, que estaba siendo modernizado. Según esta versión, políticos exiliados por el presidente Carlos Ibáñez, reunidos en el llamado Comité Revolucionario de París, habrían iniciado una campaña de propaganda entre la marinería. Entre los exiliados se encontraba, de hecho, el propio expresidente Arturo Alessandri, eterno rival de Ibáñez. Alessandri fue personalmente responsabilizado por Ventura Maturana, el jefe de la cuestionada policía política organizada por Ibáñez.
Apuntando a otro de los miembros del grupo de París, el general de ejército Tobías Barros Ortiz acusaba como instigador a Marmaduke Grove, oficial socialista de la aviación que protagonarizaría un golpe de estado en junio de 1932. Pero esta acusación presenta una dificultad. El día que caía Ibáñez, 26 de julio de 1931, Grove llegaba a París después de vivir una larga odisea y escapar en una goleta tahitiana desde la isla de Pascua. Allí había permanecido confinado tras el llamado incidente del "Avión Rojo" de septiembre de 1930. Es decir que entre esa fecha y julio de 1931 Grove estuvo fuera de circulación.
Los oficiales navales de la época, como el ya citado Von Schroeders, responsabilizaban a un par de aspirantes a condestables que habían sido contratados en el mundo civil para llenar los cupos necesarios en el Almirante Latorre, tras el regreso del acorazado a Chile. Eran los cabos despenseros Manuel Astica y Augusto Zagal. Se les acusaba de ser agitadores profesionales del comunismo y de ser los instigadores del motín. Ambos se habían embarcado en Coquimbo, en mayo de 1931, tres o cuatro meses antes de que se iniciara la sublevación. Astica había pertenecido a la Unión de Centros Juveniles Católicos, donde conoció a líder sindical Clotario Blest, y había realizado alguna labor política y periodística en las oficinas salitreras del cantón Antofagasta.
Por otro lado, existen ciertas posibles contradicciones en las versiones conspirativas. El mismo contraalmirante Von Schroeders deslizaba sospechas acerca de la supuesta acción intrigante de un exministro del recién derrocado gobierno nacionalista de Ibáñez: el almirante retirado Carlos Froedden, extitular de Interior, Guerra y Marina. Von Schroeders aseguraba que aquel oficial habría visitado localidades cercanas a Coquimbo antes y durante la Sublevación. El delegado del gobierno acompañaba sus acusaciones con comentarios antisemitas acerca del mal concepto que le merecía el carácter de los judíos, como el ex almirante Froedden.
Así, Von Schroeders, simultáneamente, acusaba a los exiliados anti ibañistas —socialistas y alessandristas—, a un ministro ibañista y a los despenseros cercanos al comunismo. En la versión del almirante la sublevación aparece siempre como una contaminación exógena a la Armada, procedente de todo tipo de fuentes disímiles, que se habrían combinado en un mismo hecho.
Estas tres versiones; la del Almirante Latorre infiltrado en Davenport, la de los dos cabos comunistas del Almirante Latorre y la de Froedden merodeando en Coquimbo; no explican el casi instantáneo apoyo que la Sublevación concitó en el resto de los buques, en diversos puertos y rutas, y en bases lejanas entre sí. Pues el motín no se concentró solo en el Latorre, sino que se extendió por Talcahuano, Valparaíso, Quintero y el resto de la escuadra estacionada en Coquimbo.
La teoría de la infiltración en Davenport por los exiliados anti-ibañistas no parece considerar que para agosto de 1931 Ibáñez ya había caído. No obstante, existen rumores de que Alessandri había apoyado subrepticiamente la sublevación como una forma de intentar derrocar a Montero antes que asumiera, aun cuando había sido derrotado en las elecciones de ese año.
La teoría de las intrigas del almirante retirado Froedden se basa en rumores de su mera presencia en la provincia de Coquimbo, prejuicios raciales y argumentación ad hominem. Por otro lado, entre las primeras demandas de los marineros estaba exigir la extradición de todos los sospechosos de desfalcar las finanzas públicas. Éste era un reclamo común de la opinión pública y los petitorios sindicales en agosto de 1931, y se refería sobre todo a Ibáñez y al propio Froedden. A este último, de hecho, muchos lo creían fugado fuera del país.
No es consistente con la teoría de la infiltración comunista el hecho de que el marinero que en su momento fue identificado por la prensa como el verdadero líder de la sublevación, el técnico en telecomunicaciones Guillermo Steembecker, nunca fue relacionado con actividades políticas de izquierda. De hecho años antes, el llamado "comodoro de los insurrectos", había tenido ocasión de ser secretario en Talcahuano de una asociación nacionalista de extrema derecha, la Liga Patriótica Militar de dicho puerto, hermana de otras ligas patrióticas. En la década de 1920 estas agrupaciones habían estado empeñadas en actividades de hostigamiento xenófobo en las provincias de Tacna, Arica, y Tarapacá. Además las ligas asaltaban, como pandillas de choque, sedes sindicales y estudiantiles. Steembecker gozaba, por otra parte, de un largo historial en la Armada. Había sido enviado a una capacitación especial en Alemania y alcanzado el puesto de jefe de la Radioestación Naval de Antofagasta.
Se debe acotar que Steembecker, pese a ser el proclamado líder de la Sublevación en Coquimbo y a diferencia de lo ocurrido con otros cabecillas, no estuvo entre los condenados por el posterior consejo de guerra en San Felipe.
Las acusaciones de Von Schroeders contra del exalmirante Carlos Froedden también eran extensivas al gobernador marítimo de Coquimbo, el capitán de corbeta Guillermo Valenzuela. Según esta versión, Valenzuela retrasó por lo menos en 9 horas (17:00) el envío de su aviso dando cuenta de los hechos a La Moneda. Incluso lo remitió después de que los marineros rebelados enviaron su propio radiograma. El comisionado del gobierno acotaba en sus informes que no se debía olvidar que Froedden, siendo ministro de Ibáñez, había nombrado a Valenzuela alcalde de Coquimbo.
Este tipo de asociaciones establecerían, según lo que dedujo el gobierno, la posibilidad de que un sector de la oficialidad, por lo menos los ibañistas retirados, manipulaba a los marineros.
La versión posterior de uno de los principales cabecillas de la sublevación, Manuel Astica, involucraba más bien a la oficialidad activa. Pero no hacía referencia al ibañismo de los oficiales, sino que a la molestia inicial de estos por el mismo problema que aquejaba a marinos y suboficiales: la rebaja de remuneraciones del 30 %, que también los afectaba. Manuel Astica afirmaba que:
Pero por otro lado, es casi indudable que las relaciones entre jefes y subordinados se rompieron en algún punto. El anuncio de la rebaja de sueldos fue hecho a la tripulación por el propio comodoro Alberto Hozven, quien se negó a cursar cualquier queja o petitorio por considerar que no cabía ese tipo de actitudes "antipatrióticas".
Aun así los sublevados declararon en su primer radiograma que no tenían intención de rebelarse a sus oficiales y la disciplina. En este sentido, se debe acotar que mientras duró la Sublevación muchos de los buques fueron comandados por sus suboficiales con mayor antigüedad, por lo que de alguna manera se respetó la lógica jerárquica. Por otra parte, muchos oficiales cautivos declararon después que fueron tratados de manera considerada.
El descontento cundía en los buques de la flota de guerra que se encontraba en Coquimbo. En ese puerto, debido a sus buenas condiciones meteorológicas, se cumplía cada año un período de entrenamiento de varios meses. La escuadra estaba dividida en una escuadrilla activa y otra de instrucción o reserva. El conjunto se constituían de 14 buques y unos 2750 tripulantes. Los buques sumaban 53 005 toneladas:
El motín estalló en la noche del 31 de agosto al 1 de septiembre. Los oficiales que se encontraban a bordo fueron encerrados en sus camarotes. Muchos otros estaban alojados en tierra, por lo que se enteraron del suceso a la mañana siguiente. Horas después se inició la comunicación entre amotinados y el gobierno central por medio un primer radiograma al ministro de Marina. El mensaje estaba firmado por el "Estado Mayor de las Tripulaciones".
La escuadra tomada asumió entonces medidas de vigilancia y racionamiento, preparándose para las futuras eventualidades del conflicto. Temían concretamente que la flotilla de submarinos fondeada en Talcahuano fuera usada por el gobierno en contra de los buques sublevados.
La situación inmediata en tierra fue descrita por el dirigente universitario católico Bernardo Leighton, enviado al lugar de los hechos por el ministro del Interior Marcial Mora a fin de intentar disuadir a la población de que apoyara la rebelión:
El radiograma del 1 de septiembre constaba de tres considerandos, que se pueden resumir como sigue:
Y por consiguiente se comunicaban al ministro de Marina los siguientes siete acuerdos:
Dos días después la sublevación se extendió a la base naval de Talcahuano. Allí se unió el personal del apostadero naval, las escuelas politécnicas navales, la artillería costera, la radioestación naval, la Escuela de Grumetes de la Isla Quiriquina y los obreros de los astilleros fiscales. El posterior consejo de guerra de San Felipe identificó al sargento señalero Orlando Robles como líder local de la rebelión.
En Talcahuano, además de sublevarse las bases de tierra, se amotinaron los buques fondeados en dicho puerto; la denominada "Escuadra del Sur", compuesta por 15 buques activos y 3 en mantenimiento, que sumaban 36 040 toneladas. Esta Escuadra, integrada sobre todo por navíos anticuados y submarinos, era operada por unos 1700 marineros embarcados.
Los sublevados de la Escuadra del Sur desembarcaron a los oficiales y zarparon hacia el norte con rumbo a la caleta de Dichato. Allí alistaron los buques para emprender la travesía hacia el puerto de Coquimbo. Dejaron atrás al destructor Riveros, que sufría desperfectos en su maquinaria, como apoyo a la sublevación en Talcahuano. El Micalvi fue despachado a recoger mineros del carbón a Lota. El Blanco Encalada viajó hacia el norte retrasado respecto del resto de la Escuadra debido a que apenas desarrollaba una velocidad de 5 nudos.
Otras unidades dispersas se unieron poco a poco a la sublevación. Es el caso del petrolero Maipo, que se encontraba navegando rumbo a California y que giró de regreso a Chile con la intención de reunirse al resto de la escuadra.
En tierra ocurrió otro tanto en diversas unidades que también se plegaron al movimiento. Fueron tomadas por suboficiales y tropa: la Escuela de Comunicaciones de Valparaíso, la radioestación naval de Playa Ancha, el cuartel Silva Palma y el regimiento de infantería Maipo (Valparaíso), del Ejército de Chile.
En la naciente, por esa época, Fuerza Aérea de Chile también hubo unidades que se unieron al movimiento, como lo fue el Grupo de Aviación número 2 asentado en la base aérea Quintero, en donde la tropa y suboficialidad, siguiendo el mismo modus operandi de sus camaradas navales, apresaron a sus oficiales para así controlar la unidad aérea.
En total 30 buques activos estaban ya en manos de los sublevados.
A estas alturas el petitorio de la marinería incluía ya más demandas relacionadas con la crisis económica general del país:
En el gobierno el presidente Juan Esteban Montero había levantado su candidatura para las próximas elecciones y era reemplazado temporalmente por el vicepresidente Manuel Trucco. Este último, alarmado, aceptó negociar con los marinos, al tiempo que prepararaba un ataque con unidades de la Fuerza Aérea de Chile y el Ejército de Chile. Entretanto se entablaban comunicaciones confidenciales con las autoridades de Estados Unidos, a fin de solicitar la presencia de una fuerza naval considerable que sometiera a la Escuadra en caso de fallar las operaciones previstas por el gobierno.
Trucco envió al contraalmirante Edgardo von Schroeders a parlamentar a Coquimbo, con la instrucción de que las negociaciones se realizaran en tierra. Los rebeldes no cedieron en este punto, por lo que Von Schroeders debió subir al Almirante Latorre, donde afirma que fue tratado con respeto y consideración. Por otra parte, y como una motivación para que la marinería sublevada depusiera su gesto, se nombró como ministro de hacienda a Arturo Prat Carvajal, hijo del héroe de la Guerra del Pacífico.
Von Schroeders reserva largos pasajes de sus memorias acerca de las negociaciones a describir despectivamente al despensero Manuel Astica, con quien ocasionalmente se trabó en discusiones teóricas sobre la política económica del gobierno. El oficial califica al aspirante a condestable como «peligroso espécimen», «funesto», «instruido para su clase social» y «comunista con odios». Agrega, refiriéndose a los sucesos posteriores a la Sublevación:
Por otra parte, el contralmirante creyó observar algunos sutiles síntomas de división entre los sublevados, que comunicó esperanzado al gobierno.
Previamente al comienzo de las conversaciones, de acuerdo a la edición de esos días de la revista Sucesos, incluso se habría producido una discusión al interior de la tripulación del Almirante Latorre. En ella se había impuesto la idea de mantener el movimiento en un carácter de resistencia pasiva. Incluso tras este diálogo un grupo de marineros comunistas habría decidido abandonar voluntariamente el acorazado.
Pero, pese a todo, la negociación parecía ir bien encaminada. Incluso se consensuó la redacción de un acta de acuerdo que, aunque llena de giros retóricos que relativizaban las afirmaciones, comprometía al gobierno a aceptar todas las peticiones gremiales de los tripulantes y a estudiar la mejor forma de aplicar el conjunto de las reformas sociales solicitadas.
Solo faltaba firmar.
Hay dos versiones de lo que sucedió entonces:
Como fuere, las negociaciones se rompieron el 4 de septiembre. El gobierno remitió un ultimátum de rendición incondicional, que fue contestado por los rebeldes anunciando que la sublevación pasaba a partir de ese momento a ser una "revolución social", y que prontamente se embarcarían en la escuadra delegados del pueblo, de la Federación Obrera de Chile (FOCH), y del Partido Comunista de Chile.
El mismo día 4 se iniciaba en Santiago una huelga general, convocada por el presidente de la FOCH, Elías Lafferte. El Batallón de Ferrocarrileros del Ejército fue despachado a cumplir su misión habitual; suplir a los trabajadores ferroviarios en paro. La medida buscaba evitar inconvenientes en el transporte e impedir que se entorpecieran los movimientos militares que se avecinaban,
El ministro de Guerra, general Carlos Vergara Montero, había aprovechado de alistar concentraciones de tropas en las cercanías de los puntos controlados por los alzados. Movió a la Escuela de Infantería de San Bernardo a Valparaíso. Otras unidades rodearon la base Quintero. Se sumaron grandes fuerzas en Concepción, listas para atacar Talcahuano bajo el mando del general Guillermo Novoa.
Por otro lado el ministro de Guerra fue convencido por su hermano, el comandante de Fuerza Aérea Ramón Vergara Montero, de la factibilidad bombardear la Escuadra con aeroplanos.
En tanto, la Escuadra del Sur llegaba a Coquimbo. Un caso singular y posiblemente único: una flotilla de guerra completa había sido conducida solo por sus marineros a través del océano.
La primera acción armada del gobierno fue un ataque en contra de las instalaciones del Regimiento Maipo. Esta unidad militar, la principal fuerza del ejército acantonada en Vaparaíso, se había sublevado en apoyo a las tripulaciones. Se trataba de un regimiento importante y tradicional, heredero de un batallón organizado en 1811. El general Ibáñez había declarado en 1929 su intención de convertirlo en el más moderno del país. Por lo mismo su apoyo a la Sublevación era una fuerte fractura en el ejército, la principal fuerza terrestre de la administración Trucco. Tras algún intercambio de fuego el Maipo se rindió.
El sábado 5 de septiembre, se inició un cruento asalto militar de las fuerzas gubernamentales del Ejército a Talcahuano, con la intención de rendir a la marinería, apoyada por los obreros de los astilleros. Este enfrentamiento es reseñado a veces como Combate de La puerta de los leones, principal ingreso a la base naval, aunque la lucha parece haberse concentrado en el sector del arsenal.
El ataque comenzó a la 15:30 horas, cuando la artillería del ejército abrió fuego sobre el solitario destructor Riveros, que protegía las instalaciones navales amotinadas. El destructor fue duramente castigado durante el intercambio de cañonazos, por lo que se retiró a la Isla Quiriquina, donde desembarcó muertos y heridos.
Los sublevados de Talcahuano fueron completamente derrotados después de dos días de combates contra 4 regimientos (Guías, Chacabuco, O'Higgins y Húsares) y un grupo de artillería (Silva Renard). Los fuertes de El Morro, Punta de Parra y Borgoño fueron los últimos en ser rendidos, el día 6 de septiembre. El número de bajas de estos enfrentamientos no es conocido, pero se estima que fue una cifra no despreciable.
El desarrollo del ataque fue seguido en tiempo real por las tripulaciones de la Escuadra en Coquimbo, que recibieron impotentes las transmisiones de Talcahuano hasta poco antes de la caída de la base.
El gobierno desde días antes venía concentrado casi todos los aviones de la Fuerza Aérea Nacional (FAN) en el Aeródromo Tuquí de la ciudad de Ovalle, vecina al fondeadero de la escuadra en Coquimbo. Allí se reunieron: 2 bombarderos pesados Junkers R-42, 14 bombarderos livianos Curtiss Falcon y Vickers Type 116 Vixen, 2 aviones de ataque Vickers-Wibault Type 121 y 2 transportes Ford 5-AT-C, estos últimos alistados como improvisados bombarderos. Anteriormente el gobierno había encargado a la FAN impedir la reunión de la flotilla denominada Escuadra del Sur, desprovista de artillería antiaérea, con el grueso de la Escuadra. La FAN, no ubicó a sus blancos en el mar y todos los buques lograron concentrarse, por lo que se puso en duda la efectividad de la aviación.
Aun así, a la FAN se le ordenó atacar a la escuadra en su fondeadero, lo que realizó el 6 de septiembre a las 17:00 horas. La instrucción era concentrar las bombas sobre el acorazado Almirante Latorre. Esta acción ha sido denominada combate aeronaval de Coquimbo. El resultado material del bombardeo fue únicamente un impacto cercano al submarino Quidora, que dejó un muerto y un herido entre su tripulación. Cinco aviones fueron alcanzados por fuegos de la escuadra, pero pudieron volver a su base, mientras que un Curtiss Falcon fue seriamente ametrallado, capotando en La Serena. Sus dos tripulantes salvaron con vida.
Con todo, el ataque aéreo y el combate de Talcahuano aparentemente lograron desmoralizar a un sector de los marineros. Durante la noche siguiente al ataque de la FAN, dos destructores, el Hyatt y el Riquelme, abandonaron furtivamente la bahía de Coquimbo con rumbo a Valparaíso, donde se entregaron a las autoridades. La pérdida de la unidad fue la estocada final para la movilización. A partir del 7 de septiembre los sublevados hicieron entrega de la Escuadra al gobierno.
Posteriormente los marineros fueron sometidos a un consejo de guerra, realizado en la ciudad de San Felipe. En esa instancia los líderes de la marinería fueron condenados a diferentes penas, incluyendo la muerte. Entre los sublevados de Coquimbo las principales condenas se repartieron como sigue:
a) Pena de muerte:
b) Presidio perpetuo:
A los prisioneros de Talcahuano y otras bases se les aplicaron sanciones similares. En total se formalizaron 6 condenas a muerte, 120 de cárcel y fueron expulsadas más de 800 personas entre marinos y obreros de los astilleros.
Mientras se realizaba el consejo de guerra, y como última réplica del clima revolucionario, la noche del 24 de diciembre de 1931 un grupo de 30 civiles, aparentes miembros de la FOCH y el Partido Comunista, intentaron apoderarse del Regimiento Esmeralda de Copiapó. Durante la balacera murieron siete atacantes, un sargento, dos soldados y dos mujeres que iban pasando. El grupo de asalto se retiró con las primeras luces del alba. Durante el día de Navidad las autoridades ordenaron allanamientos y diligencias que les permitieron apresar a diecisiete personas identificadas como comunistas. Los detenidos fueron fusilados sin mayor trámite en un potrero próximo al aeródromo local. De acuerdo con la investigación posterior, se intentó hacer desaparecer los cuerpos de los fusilados, que en primera instancia fueron enterrados sin identificar y ni dar aviso a sus familiares.
Así se cerraba el año marcado por la caída de Ibáñez y la Sublevación, presagiando las numerosas convulsiones que traería 1932.
El contralmirante Edgardo von Schroeders fue ascendido a comandante en jefe de la Armada de Chile en los primeros meses de 1932.
El gobierno de Juan Esteban Montero, asumido en marzo del mismo año, decidió conmutar las duras condenas del consejo de guerra de San Felipe por penas de relegación. De acuerdo al historiador William Sater, esta resolución se habría debido a que se sospechó seriamente cierto grado de colusión entre la marinería y la oficialidad.
En medio de esta situación Von Schroeder fue discretamente reemplazado por el contralmirante Carlos Jouanne de la Motte du Portail. Y este oficial a su vez fue destituido poco después, sumándose a un largo desfile de comandantes en jefes. En total, durante 1932 se sucedieron seis almirantes en dicho puesto. En resumen, la mayor parte del almirantazgo de la Armada cayó en desgracia durante aquel período.
En junio, después de tres meses de gobierno y de haber designado dos comandantes de la Armada, Juan Esteban Montero fue derrocado por un golpe de estado comandado por el oficial de la fuerza aérea Marmaduke Grove. Dicho movimiento instauró la llamada República Socialista de Chile. El 14 de septiembre de 1932 aquella breve administración tomó una de sus últimas medidas: decretar una amnistía general para todos los marineros relegados.
Los principales oficiales involucrados en la represión del movimiento, como los generales Carlos Vergara Montero, Guillermo Novoa, el comandante de la aviación Ramón Vergara Montero y el contralmirante Edgardo von Schroeders, en los años siguientes terminaron siendo miembros de diversas organizaciones de fachada del capítulo chileno del partido nazi, o NSDAP (AO) Landesgruppe Chile. Entre estas instituciones satélites se encontraba la Deutscher Militär Verein y la "Asociación de Amigos de Alemania", o AAA. Muchos integraron, además, el Frente Nacional Chileno, que a principio de la década de 1940 luchaba por la disolución de las instituciones democráticas y la represión de los comunistas.
Para la Armada de Chile la Sublevación se transformó en un tema olvidable. No aparece consignada en las reseñas históricas que publica acerca de la institución y sus buques. Los oficiales internamente se comenzaron a referir a ella en forma indirecta, bajo el eufemismo «sucesos de 1931». Salvo por las primeras investigaciones y aclaraciones de 1932, recién a fines de la década de 1990 comenzaron a pubicarse en revistas especializadas y en libros de edición independiente algunos relatos de oficiales relacionados con la Sublevación.
Para el Ejército fue una revancha de la derrota sufrida ante la Armada en la Guerra Civil de 1891.
El libro La revolución de la Escuadra (1972), del autor Patricio Manns, fue editado con un gran tiraje durante el gobierno de Salvador Allende. El autor, quien en la década de 1980 militó en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, se lamentaba del fracaso de la Sublevación, que desde su punto de vista pudo haberse convertido en una revolución generalizada:
Al respecto otro autor de esta tendencia acota:
La Sublevación de la Escuadra de Chile se produjo en forma casi simultánea con el Motín naval de Invergordon, en el Reino Unido. Los marineros británicos iniciaron su acción por motivos idénticos a los de sus colegas chilenos: una rebaja de sueldos producto de la Gran Depresión. A diferencia de lo ocurrido en Chile, el oficial responsable de la marinería amotinada, el contraalmirante Wilfrid Tomkinson, logró evitar el uso de la fuerza y justificó la indisciplina de sus marineros, argumentando que se trataba de una queja bien fundada. Incluso parte de la rebaja salarial fue revertida.
Documental retrato sobre don Manuel Astica Fuentes, periodista que entró a la Armada como cabo despensero y participó de la sublevación de la Armada del año 1931, sindicado como el cabecilla de este hecho de la historia de Chile que ha querido ser borrado de las páginas de la historia.
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