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Tangalonco



Trangolonco (Tanjalongo o Tangalonco o Tangolongo) (circa 1500-?) fue un toqui picunche originario del valle de Aconcagua,​ que opuso una tenaz resistencia a la conquista de sus territorios por los españoles. Trangolonco era hermano de Michimalonko,[2]​ con dominios en el Valle del Aconcagua.

En los tiempos de la llegada de los españoles, entre los ríos La Ligua y Maipo convivían incas y picunches. Estos últimos estaban sometidos a los Incas. Pero su aparente apaciguamiento no era tal y mantenían una fuerza militar capaz de actuar.

Los picunches eran dirigidos por Trangolonco, Atepudo, Naglonco, Painelonco y Michimalonko, y se subordinaban a Quilicanta, el príncipe inca de esas tierras, con residencia en Quillota, cerca de las explotaciones de oro de Marga-Marga.

En la Crónica de Vivar, Trangolonco se cita un total de 11 veces y esta es la principal fuente de lo que se sabe de él.

En el CAPÍTULO XXVI (que trata del valle de Combarbalá hasta el de Aconcagua y de los indios y cosas que hay en él), Vivar señala:

Vivar indica que Valdivia castigó a Trangolonco cortándole los pies:

En la Crónica de Mariño de Lobera, en el Capítulo XIV (de la prisión de siete caciques) se indica:

Con infatigable tenacidad, Tangalonco visitó a todos sus aliados en los valles de Aconcagua y Maipo, logrando reunir un total de 10 000 guerreros. Luego se dirigió a los promaucaes de Cachapoal y los informó sobre los acontecimientos, pronunciándoles vibrantes discursos, por medio de los cuales los exhortaba a continuar la obra de liberación iniciada con la expulsión de las tropas incas del país. Encontró un amplio eco. En ese valle se organizó otro ejército, que llegó a contar 16 000 guerreros. Se convino cercar Santiago y tomar la ciudad por asalto en la primavera venidera, asociándose a Michimalonco y otros curacas.

Valdivia, iracundo por la noticia de la rebelión, comete el error de apresar y maltratar a todos los caciques e incas que pudo, para luego mantenerlos recluidos en calidad de rehenes en su casa de Santiago (donde está situado el Correo Central). Descollaba entre ellos el príncipe Quilicanta.[5]

El resultado fue que estos caciques, que habían sostenido una prolongada guerra con Michimalonco, se reconciliaron con él y le ofrecieron su cooperación. De este modo, los españoles quedaron completamente aislados, y solo pudieron contar con la ayuda de los indios de Limache (del mapudungun "Lli machi" :Peñón del Brujo), que habían traído del Perú. El odio de los promaucaes se dirigió, en primer término, en contra de estos, que no podían dejarse ver en ninguna parte, pues eran agredidos y ultimados de inmediato. De este modo se privó a los españoles de sus fuerzas de trabajo, o al menos, ellas solo podían operar cuando estaban debidamente protegidas.

Sabedor que miles o quizás decenas de miles de promaucaes se aprestaban a atacar apenas se iniciara la primavera chilena, decide atacar a Michimalonco en su valle, por lo cual se dirigió a Aconcagua, llevando consigo a treinta jinetes, treinta arcabuceros y tropas auxiliares. Al pasar frente a Colina observaron dos espías sobre una loma.

Antes del alba del 11 de septiembre de 1541, jinetes españoles salieron de la ciudad para enfrentarse a los indígenas, cuyo número en un principio se estimaba en 8000 hombres y, posteriormente, en 20 000. A pesar de contar los españoles con caballería y mejores armas, los indígenas eran una fuerza superior, y al anochecer lograron que el ejército rival se batiese en retirada cruzando el río hacia el este, refugiándose de nuevo en la plaza. Entre tanto, otros indígenas, lanzando flechas incendiarias, lograron prender fuego a buena parte de la ciudad, dando muerte a cuatro españoles y a varios animales. Tan desesperada parecía la situación que el sacerdote local, Rodrigo González Marmolejo, afirmó que la batalla era como el Día del Juicio Final y que tan solo un milagro podía salvarlos.

Junto al negro Juan Valiente, fueron los únicos que lograron escapar, a caballo, del ataque dirigido por los curacas aliados a Michimalonco, Tangolongo y Chigaimango, quienes arrasaron con la guarnición. Pedro de Valdivia al informarse de la conspiración de Pedro Sánchez de la Hoz, se encontraba fuera de Santiago y los indígenas habían aprovechado para atacar. Inés Suárez decapitó a todos los curacas tomados como rehenes, y que retenía en su casa, por su propia mano, arrojando luego sus cabezas entre los atacantes. Estos, viendo el salvajismo de la española, abandonaron la contienda. Gerónimo de Bibar fue testigo de dicho salvajismo.[6]



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