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Taza



Una taza (del árabe «tassah», y este del persa «tast»[1]​) es un recipiente con una sola asa, usado básicamente para tomar líquidos, por lo general calientes. En algunos países de Latinoamérica se denomina jarro o pocillo. Puede tener diversas formas, colores y tamaños, presentarse decorada o serigrafiada. Quizá la característica común a todas ellas sea el asa que facilita su manejo. Las de menor tamaño se denominan taza de café, taza de té o con el diminutivo tacita. Las de gran tamaño pueden recibir el título inapropiado de tazón.[2]

Para uso doméstico se fabrican en diversos materiales: cerámica, cristal, vidrio borosilicatado, plástico, y en menor medida en metales como el aluminio o el acero.

Como vajilla habitual en las reuniones sociales, la taza ha alcanzado un curioso simbolismo de objeto representativo del bienestar e incluso el lujo.[3]​ La fusión de elementos culturales británicos y asiáticos, por emplear un ejemplo entre muchos, se ha reflejado desde el siglo XVIII en el uso y abuso de la taza como icono social. Y así, el té del mandarín chino entroncaba con la costumbre inglesa del té de las cinco, refinamiento social que a lo largo de los últimos siglos se ha representado en diversas expresiones de las bellas artes (cuadros, esculturas, poemas, etc).

Rainer Maria Rilke, uno de los grandes poetas en lengua alemana, uniéndose a la atracción que a finales del siglo XIX y principios del XX se sentía por Oriente, describe una tacita de porcelana china en estos versos, publicados el año 1907 y editados en español en 1991:[4]

Entre 1919 y 1927, Marcel Proust escribió sus memorias literarias en los siete tomos de En busca del tiempo perdido, una de las obras de culto de la intelectualidad occidental del siglo XX.[5]​ Resulta significativo que uno de los pasajes más 'populares' y acaso el más conocido de los miles de páginas del conjunto de la obra, sea aquel en el que el escritor, protagonista de su "novela río", tiene un intenso déjà vu mojando una magdalena en su taza de té.[6]​ También es significativo que dicho pasaje esté al comienzo del primero de los siete volúmenes mencionados.

Cerrando el primer capítulo de dicho libro (Por el camino de Swann), y como desenlace al episodio de la magdalena, puede leerse esta larga frase: "Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té".[7]

La superstición popular ha invadido el ritual de la taza de café con todo un juego de premoniciones: si al echarle el azúcar se forma en la superficie una corona de espuma que se inclina hacia el consumidor, es señal de que recibirá dinero; sin embargo, si la corona se queda en el centro, será indicio de buen tiempo. La cafedomancia, o arte de interpretar el futuro a partir de la marca que deja en la taza el café, asegura que si al añadirle un poco de agua se forma un óvalo será señal de buena suerte; un trazo grande o pequeñas líneas: vejez feliz; una hache (H) será aviso de envenenamiento; un rectángulo, bronca familiar; una cruz, anuncio de una buena muerte; entre un largo y supersticioso etc.[8]

Ivana Kobilca: El cafelito (La bebedora de café) (1888).

Auguste Renoir: La taza de chololate (Gabrielle Renard, en 1912). Fundación Barnes.

Mary Cassatt: La taza de té. Lidia Cassatt, la hermana de la pintora, en 1879.

Constantin Hansen: Retrato de Elisa Købke con una taza (1850). Galería Nacional de Dinamarca.



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