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Vanidad



La vanidad se define como la creencia excesiva en las habilidades propias o la atracción causada hacia los demás. Es un tipo de arrogancia, engreimiento, una expresión exagerada de la soberbia. De acuerdo a la teología cristiana clásica, la vanidad consiste en depositar la confianza en forma excluyente en las cosas mundanas, lo que hace que el hombre no necesite de Dios. Es considerado muy a menudo como el «vicio maestro».

En algunas enseñanzas religiosas se la considera como una forma de idolatría, en que la persona en función de sus deseos y actos mundanos rechaza a Dios en su vida cotidiana. Las historias de Lucifer y Narciso (de donde se ha sacado el término "narcisismo") son ejemplos demostrativos de lo que puede llegar a ser un completo vanidoso. Es considerado uno de los siete pecados capitales.

Friedrich Nietzsche escribió lo siguiente al respecto: "La vanidad es el temor de parecer original; denota por lo tanto una falta de orgullo, pero no necesariamente una falta de originalidad " :Aurora , Aforismo 365 (" Die Eitelkeit ist die Furcht, original zu erscheinen, also ein Mangel an Stolz, aber nicht notwendig ein Mangel an Originalität" ) asimismo, Mason Cooley dijo "la vanidad bien alimentada es benévola, una vanidad hambrienta es déspota".

El Diccionario de la lengua española incluye tres acepciones más a la anterior:[1]

Alrededor de 375, Evagrio Póntico se unió a un monasterio fuera de Constantinopla y allí clasificó «los ocho pecados que, según él, atraían al hombre al infierno». Evagrio creía que había ocho «tentaciones terribles para el alma», y la vanidad era una de las más letales. Evagrio advirtió que la vanidad «corrompía todo lo que tocaba y la denominó un tumor del alma lleno de pus que al alcanzar la madurez se descompone en un desagradable desastre». En 590, el papa Gregorio Magno reexaminó la lista y redujo los pecados a siete. Anteriormente, Evagrio las había denominado «tentaciones», pero el papa cambió el nombre por el de «pecados» y proclamó que eran mortales. Para el papa Gregorio, la vanidad era el peor de los siete pecados capitales, el que contiene la semilla de todo el mal. Él escribió:



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