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Violencia filio-parental



La violencia filio-parental (VFP) o violencia de los hijos a los padres es el conjunto de conductas reiteradas de agresiones físicas (golpes, empujones, arrojar objetos), verbales (insultos repetidos, amenazas) o no verbales (gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a los padres o a los adultos que ocupan su lugar.[1]

Se incluyen, entonces, las amenazas y los insultos, ya sean realizados a través de gestos o verbalizaciones, las agresiones físicas de cualquier tipo, o la ruptura consciente de objetos apreciados por el agredido. Además, la violencia debe ir dirigida contra los padres o aquellas figuras parentales que les sustituyan: tutores, educadores, etc.

No se incluiría, por tanto, en esta definición la violencia ocasional sin antecedentes y que no se repite. Esto excluye, de manera casi generalizada, el parricidio, que presenta características particulares que lo distinguen y que, a menudo, constituye un episodio único, sin que se registren antecedentes. Se excluyen, también, la agresión sexual a los padres y los asaltos premeditados con armas letales por considerarse de un perfil diferente, así como la violencia que aparece en un estado de disminución importante de la consciencia (autismo o retraso mental grave) y que no se repite cuando este estado remite: violencia en el curso de intoxicaciones, de trastornos mentales orgánicos, de trastornos del curso o contenido del pensamiento, etc.

En 2017, la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental (SEVIFIP) hace una propuesta de definición de violencia filioparental consensuada:

"[2]

La NVFP comparte con el resto de los modelos de violencia intrafamiliar la búsqueda del control y del poder en la familia, aunque se diferencie de éstas en la “consecución” de objetivos. El nuevo perfil se refiere a las agresiones ejercidas por niños, adolescentes y jóvenes aparentemente normalizados[3]​ que proceden de cualquier estrato social, con conductas violentas más o menos extendidas, que incluyen siempre el ámbito familiar y, con mucha frecuencia, se reducen a este contexto.El espectro de edades de los agresores es amplio, aunque es más frecuente en la adolescencia y no es extraño que se trate de chicos y chicas que no sólo no son agresivos fuera de casa, sino que, incluso, en otros contextos presentan conductas sobre-adaptadas. Es habitual el consumo de tóxicos, pero no en mayor medida que la población de su edad.[4]
La VFP se produce, generalmente, en escalada: comienza habitualmente con descalificaciones e insultos que derivan en amenazas – incluyendo la ruptura de objetos – y finaliza con agresiones físicas de índole cada vez más grave.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, en los países occidentales,[5]​ se ha pasado de un sistema claramente autoritario a otro pretendidamente “democrático”, en el que se correlaciona democracia con ausencia de autoridad o igualdad a la hora de tomar las decisiones. El modelo jerárquico familiar y social se pone en cuestión, pero solo de manera formal, ya que la responsabilidad educativa sigue atribuyéndose, legalmente y socialmente, a los padres y educadores, a quienes no se les despoja de la responsabilidad, pero, a menudo, sí de la autoridad, así como de algunos de los medios utilizados habitualmente para mantenerla. Otros cambios sociales, que se producen en paralelo, aumentan la dificultad de progenitores y educadores para mantener su autoridad:

Diversos autores (Peek et al, 1985; Gallagher,2004) han tratado de correlacionar los estilos educativos con la VFP; Pereira, R & Bertino, L. (2010) suman a esta clara correlación, las diferencias que habría entre el nuevo perfil y el tradicional:

Las variables individuales asociadas con los agresores en la VFP son: baja autoestima, egocentrismo, impulsividad y ausencia o disminución de la capacidad empática. La baja autoestima y el egocentrismo son 2 de las características que se perciben con más frecuencia, aunque no de un modo exclusivo. La autoestima está más vinculada a la percepción de ser capaz de enfrentarse a obstáculos y superarlos por sí mismo que con la connotación positiva de los logros. Asimismo, el consumo de tóxicos, si bien no conforma una variable central, favorece la aparición de conductas violentas a cualquier edad y cualquier contexto. Las 2 últimas variables (impulsividad, y ausencia o disminución de la capacidad empática), frecuentes aunque no siempre presentes, suelen asociarse con psicopatología diversa:

Según Euskarri, Centro de Intervención de VFP, desde un abordaje sistémico, el nuevo perfil de VFP que presentan las familias se organiza sobre la base de dinámicas relacionales caracterizadas por la siguiente serie de factores:

Fundamentalmente, se advierten 3 áreas disfuncionales en el funcionamiento familiar.



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