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Wallace Stevens



Wallace Stevens (Reading (Pensilvania), 2 de octubre de 1879Hartford (Connecticut), 2 de agosto de 1955) fue un poeta estadounidense, adscrito, como T. S. Eliot, a la corriente vanguardista (modernism: modernismo anglosajón, que no debe confundirse con el modernismo hispánico, anterior cronológicamente y con un programa estético diverso) en lengua inglesa.

Trabajó toda su vida como abogado de compañías de seguros. En 1955 obtuvo el Premio Pulitzer de Literatura.

En 1922, escribió al director de una revista:

Stevens estudió en Harvard y Nueva York, y trabajó brevemente como periodista. Obtuvo el título de abogado en la New York Law School, en 1903. Tras un largo noviazgo, contrajo matrimonio con Elsie Viola Rachel, en 1909. Tuvieron una hija, Dolly Stevens, en 1924. El matrimonio acabó distanciándose, pero nunca se divorció. La hija posteriormente publicaría las cartas de su padre y una colección de poemas.[1]

En 1908 fue contratado por la American Bonding Company.[2]​ En 1914 era vicepresidente de la Equitable Surety Company, de San Luis, Misuri.[3]​ Posteriormente, fue contratado por la Hartford Accident and Indemnity Company,[4]​ dejando New York City para vivir en Hartford, Connecticut, donde se asentaría definitivamente. En 1934, fue nombrado vicepresidente de la compañía.[5]​ Tras obtener el Premio Pulitzer en 1955, se le propuso aceptara un puesto en Harvard, pero el poeta declinó la oferta.

Stevens fue bautizado como católico en 1955, mientras agonizaba de un cáncer incurable.[6]​ Esta conversión sería sin embargo desmentida por su hija.[7]​ Tras abandonar el hospital por un corto periodo, fue reingresado, falleciendo el 2 de agosto de 1955, a la edad de 75 años.

Stevens es un ejemplo de poeta tardío, pues la parte más importante de su obra apareció después de haber cumplido los 50 años, hecho destacado como casi único por el crítico Harold Bloom.

Stevens es un poeta de ideas, las cuales buceaban en las interrelaciones imaginación-realidad, así como conciencia-mundo. Para Stevens, "imaginación" no es equivalente a conciencia, como tampoco "realidad" se identifica con el mundo existente más allá de nuestra mente. La realidad es producto de la imaginación, la cual conforma el mundo. Así, la realidad es una actividad, no un concepto estático. Para dar sentido al mundo es preciso elaborar un punto de vista a través de un ejercicio de la imaginación. Pero no se trata de un estéril esfuerzo filosófico, sino del apasionado compromiso de otorgar a las cosas un orden y un significado.

Stevens sugiere que vivimos inmersos en una suerte de tensión entre las formas, a través de las cuales establecemos el mundo y las ideas ordenadas que nuestra imaginación propone. El mundo nos influye en toda esfera de actividad: «El vestido de una mujer de Lasa / en su lugar, / es elemento invisible de ese lugar / ya hecho visible.»[8]

En su ensayo El valor de la imaginación ("Imagination as Value"), afirma: «la verdad parece ser aquello que vivimos en conceptos de imaginación antes de que la razón los haya fijado».[9]​ La imaginación es el mecanismo a través del cual inconscientemente conceptuamos las estructuras vitales, mientras que la razón es la forma en que elaboramos conscientemente dichos esquemas.

Este proceso de correspondencias o abstracción lírica («Yo tenía tres mentes, / como un árbol / en que hubiera tres mirlos.») es explicado por su traductor al español, Andrés Sánchez Robayna: «De la herencia romántica y simbolista toma Stevens gran parte de sus motivos e imágenes para llevarlos a una zona de abstracción y de teoría que ha venido considerándose (extrañamente) como la parte más enigmática y compleja de su obra.»[10]

Desde que se dio a conocer, críticos y poetas han reconocido el inmenso talento de Stevens. Hart Crane escribió a un amigo en 1919, tras leer algunos de los poemas de Harmonium: «Hay un hombre cuyo trabajo hace que todos los demás nos sintamos muy poca cosa».[11]​ En los años 30, el crítico Yvor Winters censuró a Stevens por hedonista decadente, pero reconociendo el gran valor poético de su obra. Al principio de los años 40, el crítico Randall Jarrell afirmó que Stevens era uno de los mayores poetas estadounidenses vivos.

La obra de Stevens recibió más atención después de su muerte. Harold Bloom, Helen Vendler y Frank Kermode están entre los que más la han valorado. Muchos poetas –James Merrill y Donald Justice, en concreto– han reconocido su influencia, visible también en otros como John Ashbery, Mark Strand, A. F. Moritz, John Hollander, etc.

De sus Adagia (aforismos sobre poesía):

En inglés



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