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Árpád



Árpád, llamado el Conquistador (¿840? - 907) fue Gran Príncipe (Nagyfejedelem) de los magiares (895 - 907). Hijo del príncipe Álmos de Hungría.[1][2]​ El título de "Príncipe" en este caso es una convención europea para describir a un cacique o líder tribal de origen asiático. Condujo a la nación húngara desde Asia hasta Europa donde se hallaba la tierra de sus "ancestros" los hunos, para reclamarla como descendiente del rey Atila (si bien probablemente no existió vínculo sanguíneo entre Árpád y Atila, para la época en la que los húngaros ocuparon la cuenca panónica ellos mismos y todas las naciones así lo creían, concepción que se mantuvo después por más de medio milenio).

Llegó con su pueblo, los magiares (de la familia lingüística ugro-finesa), quienes venían desde las estepas del norte del mar Negro, a Panonia, región en las llanuras adyacentes a los ríos Danubio y Tisza. Su padre el Príncipe Álmos, jefe de la tribu húngara de Megyer, había sido elegido como el comandante supremo de las siete tribus húngaras durante la ceremonia conocida como el Pacto de Sangre.

Álmos condujo a los húngaros encabezando a los otros líderes: Huba, Tas, Töhötöm, Előd, Kond y Ond. Luego de comandar varias campañas militares exitosas y de llevar a los húngaros desde la región de Etelköz (territorio que Constantino Porphyrogenito (Constantino VII) llama Etelküzü o Etel y Küzü, el territorio se localiza alrededor de los ríos Dniéper, Bug meridional, Dniéster, Prut y Siret. hacia las laderas exteriores de la cuenca de los Cárpatos, este murió sacrificado en un rito pagano para asegurar así el éxito de su hijo y su nación. Tras la muerte de Álmos, Árpád llevará a los húngaros a través del Paso Verecke en los Cárpatos en 895 y reemplazará a su padre como Gran Príncipe húngaro, Señor de los siete líderes.

En el 893 las siete tribus húngaras se aproximaron a Europa y pronto entraron en tierras bajo influencia bizantina. La nación seminómada, de cerca de 300 000 personas que mantenía un estilo de vida guerrero y muy ligado a la cultura del caballo, ya bajo el mando firme de Árpád continuó su camino buscando su "herencia", las tierras de su ancestro el rey Atila (si bien probablemente Árpád no era descendiente del rey de los hunos, tanto él como los demás monarcas europeos sí estaban convencidos de ello, puesto que los húngaros eran una subtribu de la gente del "Azote de Dios", y de que Atila era un ancestro directo del Príncipe húngaro).

El emperador bizantino León VI el Sabio envió pronto a Niketas Skleros, uno de sus embajadores, a negociar con los húngaros de Árpád en la región meridional del Danubio una posible alianza contra el Imperio búlgaro.[3]​ Tardó largo tiempo en llegarse a un acuerdo, y mientras tanto los húngaros comenzaron a hacer incursiones exploratorias cada vez más frecuentes en las regiones de la Europa Oriental.

Estas incursiones fueron organizadas en muchas ocasiones o por el propio Árpád, o por el otro príncipe húngaro, Kuruszan, arribando a regiones occidentales que ya estaban fuera del dominio bizantino. En 894 Árpád firmó un tratado con Svatopluk I, el Príncipe de la Gran Moravia, para expulsar de la cuenca de los Cárpatos a las fuerzas francas. Esta alianza quedó preservada también con la leyenda del caballo blanco, en la cual los húngaros le envían un caballo blanco al Príncipe moravio como ofrenda, pagándole sin saber este todos los territorios que estaban en el sur de su Estado (la actual Hungría). Tras la muerte de Svatopluk I, los húngaros ocuparon los territorios moravios y los anexionaron a los suyos propios.

En 894 se concluyó la alianza entre el Imperio bizantino y el Principado de Hungría, y las fuerzas de Árpád atacaron al zar Simeón I de Bulgaria. El ejército húngaro estaba al mando de Kurszán, el cogobernante del Principado, y tras varios enfrentamientos, las fuerzas búlgaras sufrieron una terrible derrota ante los húngaros y renunciaron a los territorios al sur del Danubio.

Sin embargo, durante las siguientes batallas los búlgaros en crisis hicieron una alianza con los pechenegos y atacaron a los húngaros que se habían asentado en las regiones al norte en el Etelköz. Sin poder defenderse, los húngaros se vieron forzados pronto a huir hacia el oeste, a los territorios en el sur del Principado de la Gran Moravia. Atravesaron el paso Verecke en las montañas al este de Transilvania, donde se asentaron, y pronto se extendieron por toda la cuenca panónica, donde estaban protegidos de los pechenegos y los búlgaros.

Después de asentarse en la cuenca, el imperio de Árpád se solidificó prontamente tras vencer a líderes menores locales, apoderándose de los restos de la Gran Moravia. Luego de esto, los húngaros continuaron efectuando incursiones contra el reino de Francia Oriental (que posteriormente será el Sacro Imperio Romano Germánico), pasando a ser la nueva amenaza bárbara en Europa, quemando aldeas y tomando fortalezas. Tanto en combate en campo abierto, como en incursiones relámpagos, los húngaros parecían ser imparables. Esta situación pareció agravarse cuando los húngaros conducidos por Árpád salieron victoriosos en la batalla de Bratislava en 907. Árpád falleció en 907; se desconoce si murió en esa misma batalla o meses después.

Un descendiente de Árpád, su bisnieto el Gran Príncipe Géza, estrechó relaciones con los cristianos occidentales y comenzó el proceso de sedentarización de los húngaros. También convirtió el linaje de Árpád en hereditario. De esta forma, surgió la dinastía de la Casa de Árpád, que gobernó Hungría hasta 1301.

Entre sus hijos se hallaban:




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