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Éxodo rural



El éxodo rural o éxodo campesino se refiere a la emigración, generalmente de gente joven (adolescentes y adultos jóvenes) del campo a la ciudad. Este proceso es muy antiguo y se aceleró con la Revolución Industrial y, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Se suele considerar como un tipo especial de migración porque en ella, no solo se cambia de lugar de residencia, sino también de profesión, por motivos más que evidentes, dadas las diferencias geográficas tan grandes que existen entre las oportunidades, número y características de los diferentes tipos de empleo que existen en el campo, con relación a la ciudad, además de los cambios en los aspectos sociales, culturales y medioambientales de la vida urbana.

Se llama éxodo rural, a veces, éxodo campesino, a la emigración, muchas veces masiva y continuada, del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Un blog sobre vocabulario geográfico nos da una sencilla definición de éxodo rural: El éxodo rural es la emigración, generalmente de gente joven (adolescentes y adultos jóvenes) del campo a la ciudad ([1]​).

Y Pierre George, en su Diccionario de Geografía señala que:

Sin embargo, con respecto a esta última definición hay que aclarar que en los planes migratorios de muchos países, especialmente, latinoamericanos, se fomentó la inmigración europea para que vinieran a dichos países a trabajar en el sector agrícola, como es el caso de Argentina, Brasil, México, Venezuela y Uruguay, entre otros, lo que rompería el carácter de esta definición. No hay que olvidar que en los emigrantes del medio rural y los distintos países de emigración, las situaciones y expectativas podían ser mucho más diversas y variadas de lo que aquí se puede señalar.

La historia cultural de las migraciones nos muestra grandes épocas caracterizadas por etapas de expansión de grandes poblaciones separadas por períodos de inflexión en la que, por diversos motivos, disminuyen sustancialmente esas migraciones en número y en variedad de destinos. A grandes rasgos, los motivos de la expansión o disminución de las migraciones serían:

Los seres humanos, lo mismo que sucede con la mayoría de las especies animales, se desplazan en la superficie terrestre, en unos movimientos (individuales o colectivos) llamados migraciones. La principal diferencia entre los seres humanos y las especies animales es que, en este caso, los motivos de las migraciones son instintivos (el instinto de conservación o supervivencia de la especie, el instinto de reproducción, la adaptación al medio, etc.) mientras que las migraciones en los seres humanos obedecen a una decisión razonada más o menos libre (o más o menos forzada), en la que el instinto, aunque también tiene su importancia, ocupa un lugar muy secundario. Esta idea puede dar pie a una subdivisión de las migraciones en dos tipos: espontáneas y forzadas. Lo que sucede es que no hay, por lo general, una clara delimitación entre ambas. Pero en el caso del éxodo rural es bastante sencillo de analizar. La bibliografía anglosajona de las ciencias sociales ha acuñado un término: "The push-pull theory" o "Teoría de la atracción - repulsión" que sirve para explicar, al menos de una manera sencilla, la génesis del éxodo campesino hacia los centros urbanos, como desplazamientos motivados por factores de rechazo en el medio rural y, como contrapartida, de atracción en el urbano. En los países subdesarrollados existe una amplia documentación en torno al tema del éxodo rural y del proceso creciente de crecimiento de las mayores ciudades. Puede citarse como ejemplo, la obra de Breese[3]​ que, aunque hace referencia a una época ya pasada, puede dar una sencilla idea de todos los mecanismos que generan dicho proceso.

Las ciudades ejercen un atractivo muy poderoso sobre la población rural. Muy a menudo, los campesinos de todo el mundo, quedan "deslumbrados" por la vida urbana, la cual se manifiesta en la oferta de todos aquellos elementos que suelen ser más difíciles de lograr en el campo.

Y esta idea se extiende, aún hoy, a situaciones similares en todo el mundo. Sólo que con la mayor facilidad de los medios de transporte y la disminución de la población rural a unos niveles muy exiguos, los puestos de trabajo de menores exigencias tienden a ser ocupados por inmigrantes, a veces ilegales y procedentes de países cada vez más alejados.

Fue E. G. Ravenstein el que primero habló de las "leyes" de las migraciones al analizar desde el punto de vista estadístico, los lugares de residencia de la población inglesa de dos censos consecutivos, a finales del siglo XIX. Desde luego, hablar de leyes en un análisis demográfico parece ser algo demasiado tajante, y por eso se indica entrecomillado el término. Esas leyes serían pues, una especie de estructuras o patrones, es decir, rasgos o características que pueden observarse mediante la comparación de los datos demográficos en los que se reflejan los cambios espaciales de la población. Sus conclusiones, que se aplican en su mayor parte al éxodo rural, fueron, en aquella ocasión,[5][6]​ las siguientes:

Positivas:

Negativas:

Las diferencias entre el medio rural y el urbano en una fecha relativamente reciente, no eran tan grandes como ahora. Ha sido el extraordinario desarrollo tecnológico y económico del último medio siglo (aproximadamente, a partir de la Segunda Guerra Mundial) el que ha creado una diferenciación creciente entre el campo y la ciudad. La situación actual es relativamente sencilla: en los países desarrollados, la antigua inmigración procedente del campo ha venido siendo sustituida por inmigrantes (muchas veces ilegales) procedentes de países subdesarrollados, teniendo en cuenta que el término subdesarrollo suele ser un concepto relativo, que surge de la percepción del nivel de vida que tiene el que va a emigrar y de las mejoras que podría llegar a tener al llegar a la ciudad.

La gran mayoría de los habitantes de las ciudades subestiman y hasta menosprecian a los campesinos y estos, por su parte, no se adaptan a la vida urbana: cuando llegan a una ciudad grande (probablemente invitados por algún hijo u otro familiar) no suelen permanecer mucho tiempo y al final prefieren irse a su aldea y vivir solos a tener que lidiar con un mundo tan distinto al que ellos conocieron hace muchos años. La solución al problema, desde luego, sería la de mejorar la calidad de vida de las pequeñas poblaciones empleando para ello, precisamente, ese desarrollo tecnológico que muchos de los habitantes del medio rural no suelen e incluso no quieren entender.

En muchos países desarrollados, se ha querido lograr un sistema de vida que toma lo mejor de los dos mundos, el rural y el urbano. En Inglaterra, por ejemplo, muchas personas que trabajan en las grandes ciudades viven en el campo y viajan diariamente para poder tener las ventajas de los dos entornos. En los Estados Unidos, el commuting, es decir, el traslado diario entre alguna urbanización o población en el medio rural (y suburbano, con mayor frecuencia) y las grandes ciudades viene a ser algo habitual e involucra a una cantidad creciente de personas.

En España, el abandono del campo ha creado una serie de problemas bastante complejos, tanto en el medio rural como en el urbano. En La Alcarria (provincia de Guadalajara), por ejemplo, esa despoblación fue la responsable de muchos cambios y adaptaciones en la vida económica de la comarca, como el abandono de algunas actividades económicas, el surgimiento de otras que requieren menor empleo de fuerza de trabajo a cambio de la mecanización del campo, etc. Pero es muy difícil corregir este problema ya que, por ejemplo, dos actividades tradicionales de esta comarca de La Alcarria (el cultivo del espliego y la apicultura) se han venido abandonando por la competencia con otros países en un mundo muy globalizado. Además, es precisamente la despoblación la que ha creado una especie de círculo vicioso, ya que si se quisiera retomar de nuevo alguna de esas actividades (u otras) se necesitaría de una población que no existe debido a la emigración.

Para desarrollar esas regiones deprimidas por el éxodo rural, será necesario incorporar a los antiguos emigrantes, a través de políticas destinadas a una especie de rehabilitación del medio rural: fincas y huertos de fin de semana, casas vacacionales, viviendas de interés social, etc. Con el incremento de este tipo de solución, se adoptaría una medida que es muy popular en algunos países (Alemania, por ejemplo) y combatiría en cierto modo, el carácter espasmódico de la salida masiva de habitantes de las ciudades (el "éxodo urbano", como podríamos denominarlo), al hacerlo algo más estable y extendido en el tiempo ya que en España, lo mismo que se suele hacer en Italia con el Ferragosto, tanto con los movimientos de turistas extranjeros como de los nacionales, las épocas de vacaciones se vuelven bastante conflictivas por estos desplazamientos tan masivos de la población.

Haciendo referencia a las zonas que sufrieron emigraciones masivas durante el denominado éxodo rural de los años 50 y 60, que actualmente abarcan el 90% del territorio español, comienza a utilizarse el término de “España Vaciada” acunado por Sergio del Molino en su libro España Vacía publicado en 2016. El concepto nace como marco reivindicativo ante el olvido de los pueblos y su supeditación al desarrollo urbano, y de hecho será el lema que se defienda en las marchas que comiencen en 2019 por la visibilización y contra el abandono de las zonas rurales, una “revuelta campesina” como ellos mismos la denominaron.[8]

La historia de la “España Vaciada” comienza en los primeros años de la Dictadura de Francisco Franco y se extiende hasta nuestros días pasando por diferentes etapas en las que van cambiando tanto la dinámica económica del país como como la concepción social del mundo rural. No es posible entender este fenómeno sin contextualizarlo en la época y la situación social que le corresponden: la destrucción heredada de la guerra civil española, el aislamiento internacional, la importante tradición rural de la población (la gran mayoría estaba empleada en el sector primario) y la tendencia modernizadora de las grandes potencias mundiales.

Con este preludio nace la primera etapa de la “España Vaciada” en los años cuarenta, el nuevo régimen manifiesta su índole conservadora con intención de preservar las formas de vida tradicionales reforzando la supremacía de las clases de terratenientes sobre el pequeño campesinado (un problema heredado del Antiguo Régimen y que necesitaba de una profunda reforma agraria), que será quien protagonice las primeras migraciones ante su imposibilidad de autoabastecerse cuando lleguen el hambre y las penurias de la temprana posguerra.[9]

Pero las aspiraciones de esta conservación de las formas de vida tradicionales tenían, por un lado, la intención de idealizar la agricultura y la vida rural en un marco armónico y pacífico al margen de los problemas que pudieran suceder en la sociedad; y por otro lado escondían el propósito mayor de supeditar el sector agrícola a la industrialización del país, un cambio que fue propiciado por el empoderamiento en los años sesenta y setenta de los llamados “tecnócratas”, quienes lideraron la modernización del país en pro del desarrollismo y la productividad alimentando la superioridad moral y cultural de las nuevas sociedades urbanas en contraste con el supuesto atraso del mundo rural y su consecuente menosprecio y acomplejamiento. Con ello la migración del campo a las ciudades se masificó despoblando el mundo rural con la esperanza de encontrar formas de vida menos precarias en las oportunidades que ofrecían los novedosos núcleos urbanos.[9]

Poco después llegará la década de los ochenta con las ciudades saturadas y sobrepobladas, el fin del régimen franquista, la entrada del país en la Comunidad Económica Europea (1986) y nuevas tendencias sociales gestándose en el panorama mundial. Todo ello hace que la sociedad en su conjunto cambie su concepto de calidad de vida hacia la idea que conservamos hoy revalorizando las tradiciones y preocupándose por conservar el medio natural, un impulso que permite a los núcleos rurales resurgir de su aislamiento reinventándose y ofreciendo oportunidades novedosas para escapar de las ciudades a través del ocio, el turismo y el rescate de las tradiciones. Esta apreciación actual por las zonas rurales despobladas de nuestro país es lo que ha permitido a la “España Vaciada” ser el centro de numerosas manifestaciones, movimientos sociales e incluso debates parlamentarios y decisiones políticas desembocando en importantes proyectos neorruralistas que motivan a la reflexión sobre el pasado y el futuro de estas tierras que han sido despobladas.[9]

Las reivindicaciones de la “España Vaciada” pasan por todas las dificultades a las que se enfrenta el mundo rural en su brecha con las condiciones de vida urbanas: la degradación del medio natural (pérdida de ecosistema, descenso de la productividad, abandono de tierras), las condiciones de vida y de trabajo precarias, la falta de mano de obra, la deslocalización del modelo de producción y consumo, y la imposición de una Política Agraria Común (PAC) europea obsoleta en muchos sentidos y centrada en la productividad y el rendimiento económico de la tierra.[10]

El abandono de los territorios hortícolas comenzó con las políticas desarrollistas de los años sesenta, estrategias de gran éxito económico a corto plazo que impusieron la mecanización del campo (con el consecuente excedente de mano de obra) e imposibilitaron la rentabilidad económica del pequeño campesinado.[11]​ La tendencia de abandono en la actualidad, aunque hereda los problemas del pasado, está muy ligada a la degradación de la calidad ambiental de la que depende el sector primario: la ganadería intensiva, la agricultura de monocultivo, el uso de fertilizantes, la deforestación, la minería, la industrialización, la urbanización y la contaminación del aire y del agua, entre otros, son los causantes de grandes problemas como la erosión de los suelos, la pérdida de fertilidad, el aumento de la acidez y la salinidad del sustrato, la desertificación, la inestabilidad del terreno, la merma de biodiversidad y el colapso de los ciclos naturales, etcétera, una situación que se descentra del autoabastecimiento e imposibilita la subsistencia de las poblaciones rurales dejando como única opción la migración a núcleos urbanos donde se asegure una mínima calidad de vida.[12][13]

A este problema de colapso ecológico se le suma el desarraigo de tradiciones rurales y el desinterés de la juventud por emplearse en el sector primario: la escasa mano de obra local no está dispuesta a aceptar las condiciones sociolaborales que se ofrecen de salarios mínimos y trabajo intensivo a la par que inestable, pues el éxito depende tanto de la prosperidad de las tierras como de la introducción de innovaciones tecnológicas y prácticas de gestión, que buscan incrementar la productividad de la agricultura al tiempo que reducen las posibilidades de empleo en la misma y la calidad del medio. La reticencia de la población local y su insuficiente mano de obra lleva a una dependencia de las empresas agrarias de mano de obra inmigrante.[14]​ 

En 2020, durante la pandemia de COVID-19 y su confinamiento estricto con el cierre de fronteras, la “España Vaciada” ha sido— y es— un punto clave para el abastecimiento de alimentos a las urbes. La situación demostró la necesidad de una mayor mano de obra local tal y como denunciaron los jornaleros, muchos huertos quedaron abandonados y sus cosechas sin recoger provocando el aumento del precio de los productos al tiempo que se esperaba la llegada de mano de obra extranjera dispuesta a realizar dichas tareas.[15]​ Con ello se ha demostrado que el sector primario, un sector ‘abandonado’, es fundamental para el país.[16]​ 

En Venezuela se conoce el éxodo campesino o éxodo rural como la migración de los campesinos hacia los campos petroleros y ciudades a mediados del siglo XX hasta la actualidad, motivado esto a los cambios económicos ocurridos a partir de la segunda década del siglo XX, e incluso antes, cuando se pasó de una economía basada en rubros del campo a una economía petrolera. Ya las ciudades y pueblos petroleros no tienen el mismo atractivo para los campesinos que tenían hace tiempo, por el hecho de que la población rural ya no busca fuentes de empleo en la industria, sino en los servicios: de hecho, a escala mundial el sector servicios es el que concentra la mayor parte de la población activa.

La mayor consecuencia de esta migración es la desaparición de poblaciones rurales enteras en diversas zonas, las cuales quedaron abandonadas como pueblos fantasma. A ello se refiere Miguel Otero Silva en una de sus mejores obras: Casas muertas, ambientada en unos pueblos llaneros (Ortiz y Parapara de Ortiz), donde la emigración a las ciudades los convierte en despoblados[17]​ Y el folclore venezolano también ha producido páginas excelentes sobre la emigración de los pequeños pueblos, como "Mi nostalgia", en la voz de Lilia Vera y "Pueblos Tristes", que también interpretó originalmente Lilia Vera.[18]

Venezuela pasó de ser un país eminentemente rural (en 1936, 66 % de la población era rural) a un país altamente urbanizado, con 87% o más de la población residenciada en áreas urbanas, con Caracas, Maracaibo, Maracay, Valencia, Barquisimeto, Ciudad Guayana y otras grandes ciudades. Esta situación obedeció en un primer momento al desarrollo de la actividad petrolera, cuya exportación generó una gran cantidad de divisas que sirvieron para la inversión de recursos de capital (obras de infraestructura) en las ciudades más importantes, comenzando a incrementarse los flujos migratorios del campo a los centros urbanos. Aunque se trata de dos textos de los años 60 del siglo XX, la obra de LLOVERA, B. El éxodo rural en Venezuela, por una parte ([19]​) y la de Chi-Yi-Chen Movimientos migratorios en Venezuela ([20]​) por la otra, resultan, tanto desde el punto de vista metodológico como del conceptual, obras muy interesantes para consultar el tema de la emigración rural en Venezuela.

Ya mucho antes, desde fines del siglo XIX, cuando comenzó a incrementarse la oposición ciudad - campo en Venezuela, se podía constatar un verdadero éxodo rural hacia las grandes ciudades del país, en especial hacia Caracas, de los obreros agropecuarios de los Llanos venezolanos, como refiere Fernando Calzadilla Valdés en su obra Por los Llanos de Apure :



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