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Francisco Franco



¿Qué día cumple años Francisco Franco?

Francisco Franco cumple los años el 4 de diciembre.


¿Qué día nació Francisco Franco?

Francisco Franco nació el día 4 de diciembre de 1892.


¿Cuántos años tiene Francisco Franco?

La edad actual es 132 años. Francisco Franco cumplió 132 años el 4 de diciembre de este año.


¿De qué signo es Francisco Franco?

Francisco Franco es del signo de Sagitario.


¿Dónde nació Francisco Franco?

Francisco Franco nació en Ferrol.


Francisco Franco Bahamonde[f][g]​ (Ferrol, 4 de diciembre de 1892-Madrid, 20 de noviembre de 1975) fue un militar y dictador español, integrante del grupo de altos cargos de la cúpula militar que dio el golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno democrático de la Segunda República, dando lugar a la guerra civil española. Fue investido como jefe supremo del bando sublevado el 1 de octubre de 1936, y ejerció como caudillo de España[b]​ —jefe de Estado— desde el término del conflicto hasta su fallecimiento en 1975, y como presidente del Gobierno —jefe de Gobierno— entre 1938 y 1973.[12]

En abril de 1937 se autoproclamó jefe nacional de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), partido único resultado de la fusión de la fascista Falange Española de las JONS y de la Comunión Tradicionalista. Acabada la guerra, instauró una dictadura fascistizada[13]​ o régimen semifascista,[14]​ e incorporó una influencia clara de los totalitarismos alemán e italiano en campos como las relaciones laborales, la política económica autárquica, la estética, el uso de los símbolos y el denominado «Movimiento Nacional».[15]​ En sus últimos estertores el régimen transitó más próximo a las dictaduras desarrollistas,[16]​ aunque siempre conservó rasgos fascistas vestigiales,[14]​ régimen que en su conjunto es conocido como franquismo, caracterizado por la ausencia de una ideología claramente definida más allá del anticomunismo y el nacionalcatolicismo.

Durante su mandato al frente del Ejército y de la Jefatura del Estado, especialmente durante la guerra civil y los primeros años del régimen, se produjo una fuerte represión, en particular contra los partidarios del bando republicano que fue derrotado en la contienda, a la que se sumó el exilio de centenares de miles de españoles al extranjero. La cifra total de víctimas mortales varía en torno a varios centenares de miles de personas, que perecieron en su mayoría en campos de concentración, ejecuciones extrajudiciales o en prisión.[17][18]

El principio de la carrera militar de Franco quedó marcado por la guerra del Rif en Marruecos, alcanzando la graduación de general en 1926, con tan solo treinta y tres años de edad. Durante la Segunda República Española, tras dirigir la Academia Militar de Zaragoza, le fue encomendada en otoño de 1934 la dirección de las operaciones militares para sofocar y reprimir el movimiento obrero armado que había declarado la revolución social en Asturias en 1934. Tras el triunfo del Frente Popular, descubierto el intento de golpe de Estado de varios generales y existiendo sospechas sobre sus integrantes, el Gobierno alejó de los centros de poder a los generales más proclives a la sedición, destinando a Franco a las islas Canarias.[21]

En julio de 1936, tras muchas indecisiones, se une al golpe de Estado liderado por los generales José Sanjurjo y Emilio Mola contra el gobierno de la Segunda República, poniéndose al frente del Ejército de África. El golpe fracasó y dio lugar a una contienda civil. Tras la muerte de Sanjurjo en un accidente aéreo pocos días después del golpe, ayudado por el prestigio que cosechó con el rápido avance de sus tropas y la toma del Alcázar de Toledo, Franco ve el camino libre para convertirse en líder indiscutible de los sublevados y, siendo designado su jefe de Gobierno el 28 de septiembre de 1936, se autoproclama jefe de Estado.

Después de la victoria de los sublevados en la Guerra Civil, continuó una durísima represión ya iniciada desde principios de la guerra.[22]​ Durante la Segunda Guerra Mundial, Franco mantuvo una política oficial de neutralidad para pasar a la de no beligerancia a instancias de Mussolini. No obstante, colaboró encubiertamente con las potencias del Eje de diversas formas, principalmente permitiendo la escala y el aprovisionamiento de aviones y submarinos en territorio español, y enviando tropas —supuestamente autoorganizadas al margen del gobierno— para combatir junto a los alemanes en la campaña contra la Unión Soviética, la División Azul, así como la mucho menos conocida Escuadrilla Azul. Con anterioridad, Franco y Hitler se habían reunido en Hendaya el 23 de octubre de 1940.

Tras la caída de Alemania e Italia, el régimen franquista sufrió la reprobación de las Naciones Unidas por su demostrada colaboración con el Eje, impidiendo la entrada de España en el recién creado organismo y recomendando la retirada de embajadores. Franco desestimó las críticas internacionales considerando que eran obra de la conspiración masónica.[23]​ España sufrió un relativo aislamiento internacional, roto principalmente por la Argentina de Perón y el Portugal de Salazar. En 1945, Franco retira las banderas y símbolos nazis y fascistas de los diferentes organismos, apartando del Gobierno a los más significados defensores del Eje.[24]​ En los siguientes años su iniciado régimen totalitario se fue desplazando hacia otras posiciones dictatoriales.

Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos, interesados en incluir a España en su línea defensiva, maniobraron para procurar la entrada de España en la OTAN. La oposición de otros países, especialmente Reino Unido, obligó al país norteamericano a reconducir su iniciativa y firmar un tratado bilateral que incluyó la instalación de bases militares estadounidenses en territorio español. La firma del tratado supuso un triunfo para Franco, ya que con él se iniciaba claramente el desbloqueo internacional. El presidente Eisenhower y, posteriormente, Nixon viajaron a España, explicitando así su apoyo a Franco.

Franco instauró un sistema económico autárquico. El rechazo de las ofertas de crédito británica y estadounidense provocó la escasez de alimentos y materias primas, que, sumado a la corrupción y a la generalización del mercado negro, mantuvieron a España en la penuria hasta bien entrados los años cincuenta.[25]​ Después de 1959, con la entrada en el Gobierno de los tecnócratas y el abandono de las políticas autárquicas, la economía experimentó una profunda transformación, desarrollándose planes de «estabilización y desarrollo» atendiendo a las recomendaciones internacionales, que condujeron a la recuperación económica.[25]

En su última etapa se inició un retroceso en las relaciones internacionales, que exigían una apertura a posiciones democráticas. La solicitud española de entrada en la Comunidad Económica Europea fue rechazada, y su posible entrada se vinculó a reformas democráticas. El Proceso de Burgos supuso un nuevo descrédito internacional del régimen. En el interior los trabajadores, agrupados principalmente en torno al sindicato Comisiones Obreras, se mostraban especialmente activos contra el régimen; la oposición democrática presentaba un frente común al que se sumaron sectores de la economía que consideraron al régimen como un lastre, y sectores de la Iglesia apoyaron las reivindicaciones de los trabajadores y la oposición.[26]ETA y otras organizaciones terroristas también se convirtieron en un problema creciente.[27]

El 14 de octubre de 1975 comenzó su deterioro físico: el 25 de octubre se le administró la extremaunción y, desde entonces, fue mantenido vivo por su entorno intentando una solución sucesoria acorde con sus intereses.[28]​ Franco murió, finalmente, el 20 de noviembre.

Tras su muerte los mecanismos sucesorios funcionaron, y Juan Carlos de Borbón y Borbón, príncipe de España, «aceptando los términos de la legislación franquista», fue proclamado rey,[29]​ siendo aceptado con escepticismo tanto por los adeptos al régimen como por la oposición democrática. Posteriormente, Juan Carlos desempeñaría «un papel central en el complejo proceso de desmantelamiento del régimen franquista y en la creación de la legalidad democrática».[29]

Francisco Franco nació a las doce y media de la madrugada del 4 de diciembre de 1892 en el número 108 (actual 136) de la calle María, situada en el casco histórico de la ciudad de Ferrol, en la provincia de La Coruña.[30]​ El 17 de diciembre fue bautizado como Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo: Francisco por su abuelo paterno, Hermenegildo por su abuela materna y su madrina, Paulino por su padrino y Teódulo por el santo del día.[9]​ Su padre, Nicolás Franco y Salgado-Araújo (1855-1942), era capitán de la Armada, y llegó a ser intendente general de la Marina —cargo equivalente a general de brigada—,[31]​ y su madre, María del Pilar Bahamonde[10]​ y Pardo de Andrade (1865-1934), que disfrutaba de una posición social parecida a la de su marido —hija del comisario del equipo naval de la plaza—, provenía de una familia que también tenía una tradición de servicio en la Marina. Nicolás, el mayor de los hermanos, seguiría la tradición familiar como oficial de la Marina y diplomático. Su otro hermano, Ramón, fue un pionero aviador que llegó a ser muy conocido por sus hazañas aeronáuticas. Tuvo dos hermanas, Pilar y Paz, que murió a los cinco años.[32]

Francisco fue el segundo hijo varón de la familia. No nació en un hogar feliz, ya que los caracteres contrapuestos de sus padres propiciaron el desencuentro de la pareja desde los primeros momentos, lo que acabó en ruptura.

Su padre fue un hombre librepensador poco dado a los convencionalismos y, habiendo estado destinado en Cuba y Filipinas —en Filipinas tuvo un hijo natural, Eugenio Franco Puey[h][36]​ al que reconoció antes de regresar a Ferrol—,[37]​ adquirió los hábitos del oficial de colonias: mujeriego, jugador de casino y aficionado a las juergas y farras nocturnas.[38]​ Su madre era conservadora, extremadamente religiosa y muy apegada a los usos y costumbres de la burguesía de una pequeña ciudad de provincias. Ambos quedarían decepcionados mutuamente casi inmediatamente después de la boda. Nicolás no tardó en continuar con sus costumbres de oficial de colonias y Pilar se refugió en su religiosidad, resignada al cuidado de los hijos que fueron llegando.[39]​ El comportamiento de su padre en casa fue autoritario, rayando la violencia, siempre malhumorado, no admitía que se le contradijese, y los cuatro hermanos —Francisco en menor medida, dado su carácter retraído y apocado— sufrieron lo que hoy se consideraría malos tratos. Según el testimonio de su hija Pilar:

La madre, resignada siempre y de carácter bondadoso, se constituyó en el refugio de los cuatro hermanos, inculcándoles tenacidad y esfuerzo para progresar en la vida y ascender socialmente.[41]​ Cuando su padre fue destinado a Cádiz en 1907 y posteriormente a Madrid, la familia se rompió definitivamente.[j]​ Ya en Madrid, Nicolás se unió a Agustina Aldana, una joven antítesis de su esposa. Con ella vivió, junto con una ahijada sobrina de ésta, hasta que en 1942 le sobrevino la muerte. Sus hermanos visitaron poco a su padre, desconociéndose que Francisco lo visitara en alguna ocasión. Su padre siempre sintió predilección por sus otros hermanos y Francisco fue el que más fuertemente se refugió en su madre. Los caracteres que posteriormente lo identificaron: su desinterés por el sexo, su puritanismo, su moralismo y religiosidad, su alejamiento del alcohol y las farras, todo lo convierte en una antítesis de su padre y lo identifica plenamente con la madre.[43]

En 1898, un acontecimiento histórico puede explicar parte de su rudimentario ideario político. La pérdida de Cuba representó la definitiva caída del que fuera el Imperio español. Esto, en una época convulsa en la que, frente a un liberalismo elitista no consolidado e inestable, se intentaba imponer el parlamentarismo democrático basado en el sufragio universal. En España, el siglo xix estuvo presidido por un prolongado período de inestabilidad política y guerras civiles; los intentos liberales chocaron en todos los casos con la reacción del Antiguo Régimen y la Iglesia. Esta conflictividad política y social, junto con revueltas y guerras civiles, unido a las guerras coloniales, propició un sistema político corrupto e ineficaz en una España empobrecida, atrasada y con fuertes desequilibrios entre clases y regiones.[k]​ A Franco, como al conservadurismo de gran parte del siglo xx, pudo serle fácil identificar la grandeza del Imperio perdido, con los antiguos regímenes autoritarios, y el desastre de su pérdida, con las nuevas posiciones liberales.

En 1898 Franco cuenta cinco años de edad; la pérdida de Cuba habría pasado inadvertida para él de no ser por la reacción que suscitó en la sociedad española, que se prolongaría durante su infancia y primera juventud. La gran derrota naval se vivió en España como una humillación infligida por una nación emergente a una gran nación imperial.[45]​ En los ambientes militares —y Ferrol era una ciudad con un fuerte componente militar y, concretamente, naval— y en parte de la población, la resistencia ofrecida por una flota obsoleta y mal pertrechada se consideró resultado del heroísmo de unos militares que lo dieron todo por la patria; y la derrota, producto de la irresponsable actitud de unos políticos corruptos que descuidaron a su Ejército. El Ejército, sin imperios de ultramar que defender, forzó, también como medio de lavar la derrota sufrida, las posteriores intervenciones en Marruecos, generalizándose en su seno un patriotismo exacerbado y un sentimiento de superioridad frente a la población civil, viendo en el afloramiento de los nacionalismos —principalmente el nacionalismo catalán, promovido por las élites catalanas que perdieron el mercado cubano— y en el fortalecimiento del pacifismo de la izquierda, elementos disolventes de la nación.[46][47]

Franco en su juventud fue blanco de las burlas y mofas de los otros muchachos por su corta estatura (1,64 m)[48]​ y voz atiplada. En la Academia de Infantería de Toledo así fue: se conoce cómo en una ocasión le aserraron quince centímetros del cañón de su fusil y le obligaron a desfilar con él. Siempre se le conoció por un diminutivo: en la infancia, muy delgado y de aspecto enfermizo, le apodaron Cerillito[49]​ y, en la Academia, Franquito,[50]teniente Franquito, Comandantín,[51]​ etc. Todavía en 1936, cuando el general Sanjurjo reprochó su falta de decisión frente a la sublevación, lo haría en estos términos: «Franquito es un cuquito que va a lo suyito», siendo apodado por los confabulados, cansados de sus vacilaciones, Miss Canarias 1936.[52]​ En sus Memorias, Manuel Azaña también terminará llamándole Franquito.[53]

Según el testimonio de uno de sus compañeros de colegio, «era siempre el primero en llegar y se ponía delante, solo. Esquivaba a los demás». Se reconoce en los hermanos una desmedida ambición, acrecentada en el caso de Francisco. Ambición que pudo verse fomentada por el entorno familiar.[54]

Al cumplir 12 años, junto a su hermano Nicolás y su primo Pacón, entró en una escuela de preparación naval dirigida por un capitán de corbeta con la esperanza de, posteriormente, ingresar en la Armada. Su hermano logró en 1906 ingresar en la Escuela Naval de la Armada, pero él y su primo, al intentarlo el año siguiente, vieron negada tal posibilidad. Ese mismo 1907, a los 14 años de edad, junto a su primo, ingresó en la Academia Militar de Infantería de Toledo.[55]​ Franco recordará con amargura su incorporación a la Academia al ser blanco de las, por aquel entonces inevitables, novatadas: «Triste acogida que ofrecían a los que veníamos llenos de ilusión a incorporarnos a la gran familia militar».[56]​ En la Academia fue uno del montón, que obtuvo el puesto 251.º entre los 312 de su promoción.[57]

Franco tuvo que insistir ante uno de sus antiguos mandos en la Academia de Infantería, el coronel Villalba, con su petición de un destino en África al serle denegada en primera instancia, probablemente por su mediocre calificación en la Academia militar. Es destinado a Ferrol, su ciudad natal, donde pasó dos años hasta ser admitida su petición. En estos dos años se refuerza su amistad con Francisco Franco Salgado y Camilo Alonso Vega, personas que permanecerán siempre a su lado.[59]​ Ya en África, en el transcurso de los diez años y medio que permaneció allí, logró una vertiginosa ascensión hasta alcanzar el generalato, convirtiéndose en el general más joven de Europa en aquella época,[60]​ adquiriendo una gran popularidad entre la burguesía española y un prestigio dentro del Ejército que le permitió, a pesar de su juventud, disfrutar de un estatus de igualdad con los más consolidados generales, siendo uno de los militares con mayor ascendencia entre la población en una época clave de la historia de España: la Segunda República. Según afirma Payne, llegó a ser «la figura más prestigiosa del ejército español».[61]

La guerra de África agravó la fractura entre Ejército y sociedad civil:[62]​ era rechazada por las clases populares, a las que les suponía una sangría de miles de muertos, jóvenes de estas familias que no podían pagar la «cuota» que los librara del servicio militar.[63]​ En 1909 fue el detonante de la Semana Trágica y en 1911 crecieron las protestas ante el recrudecimiento de las campañas en Marruecos;[64]​ estas protestas eran vistas desde el Ejército como antipatrióticas.

Cuando Franco llega a África, se incorpora a un conflicto donde se entrecruzan los intereses de España, Francia y Reino Unido, principalmente, y en el que España se involucra con temeridad por las presiones de un Ejército que quiere resarcirse de las derrotas sufridas en las colonias de ultramar y de una oligarquía financiera con intereses, principalmente mineros, en el Magreb.

También se incorpora a una casta dentro de otra casta: la casta «africanista» de la ya casta militar. En África ya habían muerto miles de soldados y centenares de oficiales; era un destino arriesgado y también un destino en el que las políticas de ascensos por méritos de guerra permitían una rápida carrera militar. Franco se incorpora a un Ejército con un equipamiento deficiente y anticuado, una tropa desmotivada y una oficialidad poco capacitada que repite tácticas que ya fracasaran en las anteriores guerras coloniales.[58]

El 17 de febrero de 1912 llega a Melilla en compañía de Camilo Alonso Vega, compañero de promoción, y de su primo Pacón destinado al Regimiento de África n.º 68 que manda su antiguo coronel de la Academia de Infantería Villalba. Sus primeros cometidos en África fueron operaciones rutinarias; entre otras, establecer contacto entre diferentes puestos fortificados (blocaos) o la protección de las minas de Banu Ifrur. El 13 de junio de ese mismo año asciende al empleo de teniente. Contando con 19 años de edad, será el único ascenso que obtendrá por escalafón, ya que los demás los obtendrá por méritos de guerra. A petición propia, el 15 de abril de 1913, se le destina al Regimiento de Fuerzas Regulares Indígenas, unidad de choque recientemente formada por el general Berenguer y formada por mercenarios moros.

El 12 de octubre de 1913 recibe la Cruz al Mérito Militar de primera clase por su victoria en un combate el 22 de septiembre anterior y el 1 de febrero de 1914 es ascendido a capitán por su valor en la batalla de Beni Salem (Tetuán). En esta primera etapa en África demostró valor y capacidad táctica.[65]​ En los combates se distinguió por su arrojo y belicosidad. Era «entusiasta de las cargas a la bayoneta para desmoralizar al enemigo»[66]​ y asumió elevados riesgos encabezando el avance de su unidad. También, ayudado por ese coraje, logró que las unidades a su mando se distinguieran por su disciplina y avance ordenado, «ganándose una reputación de oficial meticuloso y bien preparado, interesado en la logística, en abastecer a sus unidades, en trazar mapas y en la seguridad del campamento».[67]​ También, ya en aquella época, muestra un carácter imperturbable y hermético que le acompañará durante toda la vida.[68]

Años más tarde, reconoció que la noche en la que se incorporó a su unidad en África, durmió con el arma en la mano; la tropa le inspiró una fuerte desconfianza.[58]​ Franco no se vería obligado a desarrollar una depurada estrategia ni tácticas de guerra elaboradas, dotes que ni en aquella época proporcionaba la formación en las academias militares españolas ni se le reconocería en su trayectoria militar: los rifeños no eran estrategas ni estudiosos de las tácticas de combate modernas; el desafío se encontraba en contrarrestar su belicosidad; acostumbrados a razias entre tribus y contra los ocupantes de turno, ponían en estos combates su vida.[69]​ Franco, primero al mando de los Regulares indígenas y después al de la Legión, instauró una disciplina férrea, implacable con la insubordinación.[l]​ También, aunque no se le reconoce ninguna inquietud intelectual, sí mostró un gran interés por formarse en todo lo concerniente a su profesión militar. Se le reconoce un cierto aislamiento de sus compañeros, ocupando su tiempo libre en la lectura de tratados militares.

Miembros de su tropa llegaron a decir que con Franco al frente no perdían las batallas y el salir ileso de las refriegas[m]​ le invistió de un halo de invulnerabilidad ante los indígenas que lo calificaron como hombre con baraka —con buena suerte—.[72]​ Franco pudo advertir que los mandos únicamente conseguían el respeto de la tropa si demostraban valentía, y que el elevado número de deserciones, incluso los amotinamientos, guardaban una estrecha relación con el fracaso de las operaciones, la derrota o la retirada.[73]​ «Cuando Franco tuvo derecho a dirigir a sus hombres a caballo, eligió uno blanco, por una curiosa mezcla de romanticismo y arrogancia.»[74]

También se distinguió por su preocupación en abastecer a su tropa en un Ejército que la descuidaba por completo. En África, como en anteriores guerras coloniales, se producían más muertes como consecuencia de enfermedades que por los enfrentamientos armados.[75]

En 1916, en la toma de El Biutz, entre Ceuta y Tánger, fue herido en el bajo vientre, una herida grave que pudo causarle la muerte y que lo mantuvo varios meses hospitalizado en Ceuta —sus padres, ya separados, viajaron a Ceuta para asistirle en su convalecencia—. Era norma no escrita que las heridas de guerra se recompensaran con un ascenso, ascenso que le fue negado y que Franco logró tras insistir en todas las instancias hasta llegar al rey Alfonso XIII. El 28 de febrero de 1917 es nombrado comandante con efectos retroactivos de 29 de junio de 1916, convirtiéndose en el comandante más joven de España.[76]​ Sin embargo, no consiguió que le concedieran la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar española, a la que también estaba propuesto. Años más tarde, ganada la guerra civil, ya como Caudillo de España, se la concedió a sí mismo.[77]

Sin encontrar destino en África tras el ascenso a Comandante, en la primavera de 1917 es destinado a Oviedo, donde llega ya con una cierta aureola de héroe. Allí se hospeda en el hotel París y entabla amistad con el que más tarde será su más dedicado hagiógrafo Joaquín Arrarás Iribarren. Ese mismo verano conoce a la que más tarde será su mujer Carmen Polo y Martínez Valdés.[78]

Durante los tres años que estuvo destinado en la Península se suscita el enfrentamiento dentro del Ejército entre peninsulares y africanistas. Los primeros consideraban abusivos los ascensos por méritos de guerra y denunciaban el favoritismo con el que el rey trataba a los africanistas[79]​ y los segundos, entre ellos Franco, consideraban estos ascensos necesarios para premiar la arriesgada labor de los oficiales en África y la profesionalidad de unos oficiales que se encontraban en la «mejor escuela práctica por no decir la única de nuestro ejército».[80]​ También vive la huelga general del 10 de agosto de 1917. El Ejército reprime a los huelguistas y, aunque en el resto de España es sofocada en una semana, en Asturias los mineros se hicieron fuertes y prolongaron los disturbios durante casi veinte días. Franco dirigió la represión allí. La casualidad quiso que se encontrara en el lugar de mayor conflictividad. Aunque algunos biógrafos sostienen que aquella fue una represión especialmente brutal que anticipaba su comportamiento posterior, lo cierto es que aun siendo brutal, no lo debió ser más que la ejercida en otras regiones dado que no existen documentos de la época que la destaquen del resto.[81]​ El dirigir la represión en la región más conflictiva, le proporcionó un plus de notoriedad.[82]

En sus biografías se reconoce la gran influencia que Millán-Astray pudo ejercer sobre el joven Franco. Su aspecto llegó a ser impactante: manco, sin un ojo, parte de la mandíbula destrozada y cara y cuerpo cosidos de cicatrices. Personaje histriónico que fundó la Legión a imagen de la Legión Extranjera francesa, reclutando a proscritos sin importar su nacionalidad, a los que les redimiría su permanencia en la Legión:

Millán-Astray y Franco se conocieron cuando este último asistió en Valdemoro a un curso de perfeccionamiento de tiro, de septiembre a octubre de 1919. Millán-Astray estaba en el intento de crear lo que llegó a ser la Legión; acababa de estar en Francia para estudiar a su homónima, y en junio de 1920 le propuso a Franco que fuese su segundo jefe. Franco no dudó en aceptar, volvía a África como eran sus deseos y lo hacía en un cuerpo al que podría exigir a su tropa más incluso que a los Regulares indígenas.

El Tercio de Extranjeros, como se llamó originalmente, se fundó el 28 de enero de 1920 por orden del ministro de la Guerra Villalba Riquelme. El 27 de septiembre Franco es nombrado jefe de su primera bandera —la constituían tres banderas o batallones— y el 10 de octubre llegan los primeros legionarios, doscientos, a Ceuta. Esa misma noche, los legionarios aterrorizaron a la ciudad. Murieron asesinados una prostituta y un cabo de guardia, y la refriega posterior produjo dos muertos más.[84]

La Legión se distinguió por su férrea disciplina, la brutalidad de los castigos que se imponían a la tropa y, en el campo de batalla, por constituirse en fuerza de choque. A cambio, como válvula de escape, se les disculpó abusos cometidos contra la población civil.[85]​ También se distinguió por la brutalidad ejercida contra el enemigo vencido. Se practicó el ensañamiento, la decapitación de prisioneros y la exhibición de sus cabezas cortadas como trofeos.[86]

En 1921, el desastre de Annual, que supuso la muerte de más de ocho mil españoles, con las tropas huyendo en desbandada y los Regulares indígenas pasando a las filas de Abd el-Krim, supuso para la recién creada Legión su prestigio en la Península al ser la primera fuerza en llegar a Melilla, consolidar la plaza y recuperar algunas posiciones. Las noticias de la brutalidad ejercida por la Legión en sus acciones llegaron a la Península y tal brutalidad fue acogida con entusiasmo por gran parte de la población que la consideraron el justo castigo a los rifeños; en contraposición, se demandan responsabilidades a los oficiales que con su ineptitud fueron la causa del desastre.

Franco, que comandaba la bandera que por sorteo fue la encargada de socorrer a Melilla, vuelve a estar en el centro de un acontecimiento de gran resonancia, y por contraste,[87]​ aumenta su prestigio, convirtiéndose en un héroe ante la opinión pública. Franco continuará hasta enero de 1922 en tareas de recuperación y consolidación de una parte de las posiciones perdidas. Es nuevamente condecorado y propuesto para el ascenso a teniente coronel por Sanjurjo, ascenso que le fue denegado al estar pendiente la investigación por los sucesos de Annual. El rey lo nombró gentilhombre. En los permisos que solicita y aprovecha para viajar a Oviedo y visitar a la que será su mujer, es recibido como un héroe, siendo invitado a banquetes y celebraciones de la aristocracia local.

En 1922 se publicó un libro firmado por Franco —aunque tras la firma pudo estar el periodista Julián Fernández Piñedo—,[88]Diario de una Bandera, único libro completo con su firma. Narra acontecimientos vividos en esa época en África.[89]

Millán-Astray, tras unas declaraciones que respondían airadamente a la indignación de la sociedad española y la creación de una comisión de investigación para depurar las responsabilidades de los mandos africanos —la comisión Picasso—, fue destituido como comandante de la Legión, accediendo a su mando el teniente coronel Valenzuela, hasta entonces al mando de una de sus banderas. Franco, despechado por no asumir la jefatura de la Legión, solicitó el traslado a la Península, siendo asignado al Regimiento del Príncipe en Oviedo. Sin embargo, muerto Valenzuela en combate durante la toma de Peña Tahuarda, Franco fue ascendido a teniente coronel, sucediéndole en el mando de la Legión el 8 de junio de 1923.[90]​ El 13 de septiembre, un golpe de Estado dio inicio a la dictadura de Primo de Rivera, ante la cual Franco se mostró receloso, pues era sabido que Primo era partidario de retirarse de Marruecos.[91]

El 13 de octubre de 1923 regresa de permiso a la Península para contraer matrimonio. Deteniéndose antes en Madrid para visitar al rey Alfonso XIII, este accede a ser su padrino y el 22 de octubre, Francisco Franco y Carmen Polo entran en la iglesia de San Juan de Oviedo bajo palio real, acompañados del gobernador militar en representación del rey. Con motivo de la ceremonia, un periódico de Madrid publicó un artículo titulado La boda de un heroico caudillo, siendo la primera vez que recibió este apelativo.[92]

En los años siguientes, al mando de la Legión, Franco aún protagonizó diversos éxitos militares, al tiempo que se mostraba reacio al proyecto del directorio militar de retirarse de Marruecos. Al parecer, en septiembre de 1924 barajó con Gonzalo Queipo de Llano la idea de efectuar un golpe contra Primo de Rivera, pero finalmente se atuvo a la disciplina militar.[93]​ El 7 de febrero de 1925 fue ascendido a coronel.[94]​ En junio de 1925 España selló una alianza con Francia contra Abd el-Krim, por la que tropas españolas le atacarían desde el norte mientras que los franceses lo harían desde el sur. El 7 de septiembre se inició el desembarco de Alhucemas, una operación mal planificada que fue un claro fracaso inicial, por lo que se dio la orden de retirada; sin embargo, Franco desoyó esta orden y consiguió tomar una cabeza de puente en la playa.[95]​ Aun así, debido a la ausencia de suministros (comida y municiones), la operación se estancó, pero el éxito del avance francés, que obligó a Abd el-Krim a rendirse, condujo finalmente a la victoria. Por ello, el 3 de febrero de 1926, Franco fue ascendido a general de brigada, con treinta y tres años.[96]

Pero no solo Francisco; su hermano menor, Ramón, era considerado también un héroe, en su caso de la aviación. Los Franco ocupaban la prensa de la época: Francisco como el general más joven de Europa y Ramón como el primer piloto español que cruzaba el Atlántico en el hidroavión Plus Ultra, en compañía del más tarde cofundador de la Falange, Julio Ruiz de Alda. Ferrol, la ciudad natal de los hermanos, los festejó celebrando sus hazañas.[97]

A su regreso a la Península, a Franco se le dio el mando de la Primera Brigada de la Primera División de Madrid, formada por los regimientos del Rey y de León.[96]​ En aquella etapa hizo vida social, se integró en la tertulia de Natalio Rivas y actuó en la película La malcasada, de Francisco Gómez-Hidalgo y Álvarez, donde interpretaba a un militar.[98]​ El 4 de enero de 1928 fue nombrado primer director de la recién creada Academia Militar de Zaragoza, lo que supuso un éxito personal y de los africanistas.[99]​ El 14 de septiembre de 1926 nació su única hija, María del Carmen.

Franco, en su período en África, entró a formar parte del grupo africanista del Ejército, grupo que jugaría un papel fundamental en las conspiraciones contra la República. Los africanistas se constituyeron en un grupo muy cohesionado, se mantuvieron siempre en contacto y se apoyaron mutuamente frente a los oficiales peninsulares; conspiraron contra la República desde sus inicios y, posteriormente, comandaron la sublevación que condujo a la guerra civil. Sanjurjo, Mola, Orgaz, Goded, Yagüe, Varela y el propio Franco fueron destacados africanistas y los principales promotores del golpe de Estado. Franco en aquella época ya era consciente de su posición privilegiada:

Tras la proclamación de la Segunda República, Franco estuvo tentado de intervenir en Madrid con los cadetes en defensa del rey Alfonso XIII, pero comunicándole su intención al general Millán-Astray, este le hizo partícipe de una confidencia del general Sanjurjo, según la cual, no se contaba con los apoyos suficientes; principalmente, no se contaba con la Guardia Civil. Esto le hizo desistir. Al día siguiente, el día 15 de abril, Franco dictaba una orden a los cadetes:

Franco desde esos primeros momentos se mostró reticente a la República; y en julio, pasados tres meses, cuando Manuel Azaña —entonces ministro de Guerra—, dentro de sus acciones encaminadas a reducir los gastos del Ejército,[103]​ cerró la Academia Militar de Zaragoza, en su discurso de clausura se posicionó abiertamente contra ella. Azaña incluyó una nota desfavorable en su hoja de servicios; y cerrada la Academia, Franco se encontró en situación de disponible forzoso durante los siguientes ocho meses. En el verano de 1931 hubo intensos rumores de golpe de Estado, que implicaban a los generales Emilio Barrera, Luis Orgaz y el propio Franco; Azaña anotó en su diario que «Franco es el único al que hay que temer».[104]​ Por ello, estuvo un tiempo vigilado por tres policías que lo seguían constantemente. En diciembre intervino como testigo ante la Comisión de Responsabilidades que investigaba las penas de muerte de los oficiales que participaron en la sublevación de Jaca en 1930, ante la que expuso su convicción de que «recibiendo en sagrado depósito las armas de la Nación y las vidas de los ciudadanos, sería criminal en todos los tiempos y en todas las situaciones que los que vestimos el uniforme militar pudiéramos esgrimirlas contra la Nación o contra el Estado que nos las otorga», algo que sin embargo no cumplió en 1936.[105]​ El 5 de febrero de 1932 se le destinó a La Coruña como jefe de la XV Brigada de Infantería de Galicia, un claro reconocimiento a su figura por parte de Azaña.[106]

En julio de 1932, cuatro semanas antes de La Sanjurjada, Sanjurjo se entrevistó en secreto con Franco para pedirle su apoyo en el pronunciamiento. Franco no se lo dio, pero fue tan ambiguo, que Sanjurjo pudo llegar a pensar que dado el golpe, podría contar con él.[107]​ La entrevista fue en Madrid; de regreso a La Coruña, Franco pidió un permiso para ausentarse de su puesto durante unos días y acompañar a su esposa y a su hija en un viaje por las Rías Bajas coincidiendo con las fechas previstas para el pronunciamiento. El permiso le fue denegado al tener que ausentarse el general de división de la plaza. En el momento del pronunciamiento, Franco se encontraba en La Coruña asumiendo, en funciones, el mando de la plaza, y no se unió a los sublevados. Fracasado el golpe, Sanjurjo fue enviado a consejo militar, y solicitó a Franco que lo defendiera, este se negó, pronunciando una dura frase: «podría, en efecto, defenderle a usted, pero sin esperanza. Pienso en justicia que al sublevarse usted y fracasar, se ha ganado el derecho a morir».[108]

En febrero de 1933, tras quejarse Franco de haber perdido puestos en el escalafón, Azaña lo destinó a las Islas Baleares como comandante militar. Este destino significaba un ascenso, «era un destino que normalmente habría correspondido a un general de División y bien podría formar parte de los esfuerzos de Azaña por atraer a Franco a la órbita republicana, recompensándole por su pasividad durante la Sanjurjada»:[109]

El 19 de noviembre y 3 de diciembre de 1933 se celebraron elecciones generales que dieron la victoria a la derechista Confederación Española de Derechas Autónomas de Gil-Robles. El nuevo Gobierno, a finales de marzo de 1934, ascendió a Franco a general de división, alcanzando así el techo de su carrera militar, ya que la República había suprimido el empleo de teniente general.

El triunfo de la derecha en las generales de 1933 propició que la coalición Radicales-CEDA emprendiera la anulación de las reformas que tímidamente se habían iniciado.[111]​ Paralelamente, en la formación socialista los moderados fueron desplazados por los miembros más radicales. Julián Besteiro se vio marginado y Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto adquirieron todo el protagonismo.[112]​ Algunos historiadores de izquierda han denominado a este período hasta finales de 1935 como «bienio negro», «para señalar que fueron años reaccionarios y marcados por el fascismo».[113]​ El agravamiento de la crisis económica, el retroceso de las reformas y las radicales proclamas de los líderes de izquierda crearon un ambiente de sublevación popular. En las zonas donde los anarquistas eran mayoría se sucedieron las huelgas y los enfrentamientos de trabajadores con las fuerzas de orden público. En Zaragoza, un conato de insurrección, en el que se levantaron barricadas y se ocuparon edificios públicos, fue sofocado con la intervención del Ejército.

El 26 de septiembre de 1934 se anunció la formación de un nuevo ejecutivo presidido también por Alejandro Lerroux al que se incorporaron tres miembros de la CEDA. La actitud revanchista del anterior gobierno Lerroux y la identificación de la CEDA con posiciones fascistas[114][115]​ provocó la reacción de la izquierda. La Unión General de Trabajadores, los comunistas y los nacionalistas catalanes convocaron una insurrección que se materializó en diversas zonas del país como Cataluña, el País Vasco y, principalmente Asturias, donde se unió la Confederación Nacional del Trabajo. Si en otros lugares fue sofocada con relativa facilidad, no ocurrió así en Asturias. Los mineros asaltaron la fábrica de armas de Trubia, ocuparon los edificios públicos —a excepción de la guarnición de Oviedo y la comandancia de la Guardia Civil de Sama— y detuvieron la columna del general Milans del Bosch, que acudió desde León. Se cometieron asesinatos, principalmente de sacerdotes y guardias civiles, se quemaron iglesias y se saquearon edificios oficiales.[116]

Franco se había convertido en el general más valorado por los sectores de la derecha; el haber estado alejado del anterior gobierno de izquierdas, permitió que no se le identificase como afecto a la República, y, tras la formación del gobierno Lerroux, se vio privilegiado por su ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, quien lo propuso para el ascenso a general de división. En septiembre se encontraba, invitado por Hidalgo, en las maniobras que se realizaron en la provincia de León. Cuando el 4 de octubre estalló la insurrección, Hidalgo requirió a Franco para que, como asesor y desde Madrid, coordinase las operaciones.[117]​ Se hizo venir a la Legión y a los Regulares de África, una fuerza de dieciocho mil soldados que, al mando del coronel Yagüe, se integraron con otras unidades traídas de León, Galicia y Santander bajo el mando supremo del general López Ochoa. Las fuerzas traídas de África y dirigidas por Yagüe se distinguieron por su especial crueldad. «La represión fue despiadada, y las tropas extranjeras, con el beneplácito de sus jefes, se dedicaron al pillaje, con una brutalidad que dejó atónitos a los mineros sublevados».[n]

La insurrección y su posterior represión provocaron más de mil quinientas muertes,[112]​ abriendo una brecha entre la derecha y la izquierda que no lograría superarse. Los muertos de uno y otro lado alimentaron el odio y el rencor en ambos bandos.

El 15 de febrero de 1935 el Gobierno le concedió la Gran Cruz del Mérito Militar y le nombró comandante en jefe de las tropas de Marruecos.[119]​ Solo tres meses después de tomar posesión de su cargo en África, tras otra crisis política que propicia una nueva remodelación del Gobierno, y entrando Gil-Robles como ministro de la Guerra, Franco regresó a la Península nombrado jefe del Estado Mayor Central del Ejército, cargo de máximo prestigio que desempeñaría hasta el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. Con ocasión de su nombramiento, el presidente Alcalá Zamora, receloso de la figura de Franco, comentó que «los jóvenes generales aspiran a ser caudillos fascistas».[120]

A finales de 1935 la corrupción del gobierno Lerroux es destapada por el caso Straperlo. El presidente Alcalá-Zamora le exige la dimisión, cae el Gobierno y deben convocarse nuevas elecciones. Con la caída del Gobierno, ante la expectativa de unas elecciones en las que existe la posibilidad de que las gane la izquierda, arrecian los movimientos en contra de la República. La CEDA y sectores del Ejército conspiran para impedir la consulta mediante un golpe de Estado. Franco es requerido desde sectores militares y civiles para que participe en el complot; pero este, sin rechazarlo, no se une al mismo, manteniendo una posición ambigua. Se conoce el encuentro que tuvo con Primo de Rivera, jefe falangista, días antes de las elecciones por las Memorias de Serrano Suñer, amigo de ambos:

En enero de 1936, los rumores de la preparación de un golpe militar y su supuesta participación en el mismo se extendieron hasta llegar a conocimiento del presidente del Consejo Provisional Manuel Portela. Portela envió al director general de Seguridad Vicente Santiago al ministerio de la Guerra para que se entrevistase con Franco; este, todavía jefe del Estado Mayor, se mostró nuevamente esquivo, manifestándole que no conspiraría hasta que no existiese un «peligro comunista en España».[122]​ La respuesta de Santiago fue profética: «si alguna vez, esas circunstancias que usted dice les hacen ir a una sublevación, me atrevo a predecir que de no triunfar ustedes en cuarenta y ocho horas se seguirán tales desdichas como jamás se vieron en España ni en ninguna otra revolución».[123]

Las elecciones del 16 de febrero de 1936 fueron ganadas por el Frente Popular. «Tanto Franco como Gil-Robles, de manera coordinada, trabajaron incansablemente para revocar la decisión de las urnas». El 17 de febrero a las tres y cuarto de la madrugada, nada más conocerse los resultados, Gil-Robles se dirigió al ministerio de la Gobernación y, entrevistándose con Portela, intentó convencerle para que suspendiera las garantías constitucionales y decretara la ley marcial.[124]​ Paralelamente Franco, esa noche, telefoneó al director de la Guardia Civil, general Pozas, quien se mostró contrario a la iniciativa. Posteriormente presionó al ministro de la Guerra, general Molero, para que impusiera la ley marcial y obligara a Pozas a sacar a la Guardia Civil a la calle.

A la mañana siguiente se reunió el Gobierno para debatir sobre la implantación de la ley marcial. Resultado de la reunión fue la declaración del estado de alarma durante ocho días y otorgar a Portela la potestad de declarar la ley marcial en el momento que lo estimase oportuno. Franco, aprovechando el conocimiento que tuvo de la potestad otorgada, como jefe del Estado Mayor, envió órdenes a las diferentes regiones militares. Zaragoza, Valencia, Alicante y Oviedo decretaron el estado de guerra, otras capitanías se mostraron indecisas; pero, principalmente, al no sumarse la Guardia Civil a la intentona, esta se vio frustrada. Ante el fracaso, «cuando Franco por fin vio al jefe de gobierno por la tarde, hábilmente jugó a dos bandas. En los términos más corteses, Franco le dijo a Portela que, ante los peligros que constituía un posible gobierno del Frente Popular, le ofrecía su apoyo y el del Ejército si permanecía en el poder».[125]

Tras las elecciones, y superados estos incidentes, Azaña fue nombrado presidente del Consejo de Ministros. Los historiadores contemporáneos coinciden en que Azaña no advirtió la magnitud de la conspiración, minusvalorándola. Conocía la existencia del complot, y aunque no conociera ni los detalles ni exactamente sus participantes, sí tenía constancia del ambiente conspirador que existía en la derecha y en algunos sectores del Ejército; y entre las escasas medidas que tomó, una fue la de alejar de los centros del poder a aquellos generales que consideraba más proclives al pronunciamiento. El general Mola fue destituido del mando del Ejército de África y enviado a Pamplona, el general Goded fue destinado a las Islas Baleares y Franco perdió la jefatura del Estado Mayor —fue sustituido por el general José Sánchez-Ocaña—, y nombrado Comandante general a las Canarias.[126]​ Franco lo consideró como un destierro, aunque lo aprovechó para estudiar inglés y jugar al golf.[127]

Como hubo que repetir las elecciones en dos circunscripciones, Cuenca y Granada, la CEDA ofreció a Franco un puesto en las listas de Cuenca que le garantizaba salir elegido. Franco ya estuvo tentado de presentarse a diputado en las elecciones del 1933. Sea que le atrajera la actividad política o que quisiera adquirir la inmunidad parlamentaria, Franco aceptó; pero presentándose en esa misma lista José Antonio Primo de Rivera, este no admitió compartir lista con Franco y lo vetó. Serrano Súñer viajó a Canarias, se supone que con la misión de convencerle para que se retirase; el resultado del viaje fue que Franco renunció a presentarse.[128]​ Franco y José Antonio nunca tuvieron muy buenas relaciones, especialmente desde que Franco abortó una intentona golpista ideada por el líder falangista que implicaba a los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo, en diciembre de 1935.[129]​ El rechazo de Primo de Rivera a la inclusión de Franco en la lista de Cuenca provocó en este resentimiento hacia el joven político derechista.[130]

Desde sus comienzos, la República estuvo amenazada por tramas de conspiración. Franco fue requerido para participar en estas conspiraciones mostrándose siempre indeciso y ambiguo. El verano de 1933, el general Sanjurjo, desde la cárcel diría: «Franquito es un cuquito que va a lo suyito». En 1936 no habría cambiado de opinión: «Franco no hará nunca nada porque es un cuco».[131]​ Las Memorias de Serrano Suñer revelan la exasperación que produjo en Primo de Rivera su indeterminación. Y en junio de 1936 sus compañeros, los generales implicados en la conspiración, se referían a él como Miss Islas Canarias 1936 para significar sus vacilaciones e indecisión.[132][133]

Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 estas tramas conspiratorias convergen y adquieren fuerza. Fracasados los esfuerzos para proclamar la ley marcial que anulase las elecciones, los conspiradores continuaron reuniéndose. El 8 de marzo, un día antes de que partiera con destino a las Canarias —más concretamente a Tenerife—, Franco asistió a una reunión con otros generales en el domicilio del corredor de bolsa José Delgado, amigo de Gil-Robles. Entre otros, se reunieron Mola, Fanjul, Varela y Orgaz, así como el coronel Valentín Galarza, jefe de la Unión Militar Española. Los reunidos decidieron que el golpe lo comandara Sanjurjo. «Franco se limitó a sugerir astutamente que cualquier pronunciamiento debería carecer de etiqueta determinada alguna. No contrajo compromisos firmes».[134]​ «De una u otra forma, se había visto involucrado en la conspiración contra el Frente Popular desde un comienzo, y, sin embargo, se mostraba muy reticente a comprometerse en cualquier propuesta específica de revuelta armada».[135]

Con Franco en Canarias, la sublevación sigue su curso. Mola, designado por Sanjurjo, se encargó de coordinar los preparativos. En abril dio su primera instrucción en la que incluía los métodos que debería seguirse en el momento del golpe: «Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos, para estrangular los movimientos de rebeldía o huelga».[136]​ Los dos próximos meses, Mola los dedicará a preparar el golpe de Estado.

Franco, informado puntualmente de la conspiración, en todo momento se mostró reticente. Según Preston, «La idea de no poder dar marcha atrás ni cambiar de opinión debía ser para él poco menos que una de las torturas del infierno». Ante el entusiasmo del general Orgaz, Franco le comentaría: «Estás realmente equivocado, va a ser enormemente difícil y muy sangriento. No contamos con todo el ejército, la intervención de la Guardia Civil se considera dudosa y muchos oficiales se pondrán del lado de la autoridad constitucional, algunos porque es más cómodo; otros, a causa de sus convicciones. No se debe olvidar de que el soldado que se rebela contra la autoridad constitucional nunca puede echarse atrás ni rendirse, porque será fusilado sin pensárselo dos veces».[136]

Mola, en un segundo comunicado, el 25 de mayo, concretaba las estrategias para el levantamiento en las diferentes regiones militares. En ese momento, Franco todavía se muestra indeciso. El 30 de mayo un emisario de los conspiradores llegó a Canarias para asegurar su participación y que abandonase «tanta prudencia». El coronel Yagüe le dijo a Serrano Suñer que le desesperaba «la mezquina cautela de Franco y su negativa a correr riesgos».[137]​ Mola también se sintió molesto, consideraba que la participación de Franco, con su prestigio entre la derecha española y en el Ejército, era imprescindible para el éxito del pronunciamiento.

La situación social se agravó en estos meses. El paro se disparó y las dificultades para hacer avanzar las reformas frustraban las expectativas que suscitó el triunfo del Frente Popular. Los enfrentamientos en la calle se multiplicaron. «La Falange practica su táctica de acoso e intenta crear un clima de terror. La Falange y los anarquistas practican la “acción directa”. Una locura asesina a la que el tiempo otorgará la dimensión de suicida se apodera de los anarquistas y los campesinos pobres».[138]​ El odio y el temor al adversario se hizo presente lo mismo en la izquierda como en la derecha. La inacción del Gobierno ante la violencia y el catastrofismo de la prensa y los líderes derechistas alimentaron el pánico de las clases media y alta a la amenaza comunista.[139]​ Y la oligarquía financiera y los terratenientes se retiraban, algunos a Biarritz o París, permaneciendo a la expectativa o sumándose con su financiación a la conspiración.

Los rumores de la conspiración debieron llegar al Gobierno, pero este, como en el caso de la violencia, no actuó con la suficiente firmeza.[140]​ El entonces ministro de la Guerra y presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, quiso decapitar la conspiración de Marruecos desplazando al coronel Yagüe, pero titubeó ante la cerrazón de este y lo mantuvo en su puesto. También, un intento de descubrir la conspiración se frustró. El general Mola fue señalado como posible conspirador. El 3 de junio envió a Pamplona decenas de camiones cargados de policías para efectuar un minucioso registro, con la excusa de investigar el tráfico de armas a través de la frontera francesa, pero Mola fue advertido por el coronel Galarza con tiempo suficiente para ocultar cualquier huella de la conspiración.

El 23 de junio, Franco envió una carta al presidente Casares advirtiéndole del descontento existente en el seno de Ejército y brindándose para corregir esa situación. «La carta era una obra maestra de ambigüedad. Se insinuaba claramente que si Casares concedía el mando a Franco, podría desbaratar las conspiraciones. En esa etapa, Franco, ciertamente habría preferido lo que él consideraba restaurar el orden, con la sanción legal del gobierno, en vez de arriesgarlo todo en un golpe».[141]​ «Muchas veces se ha sugerido la pregunta sobre cuáles eran las intenciones de Franco. Algunos han querido ver en esta carta una última muestra de lealtad hacia el gobierno legítimo. Otros la han interpretado como una maniobra destinada a cubrirse las espaldas en caso de fracaso».[142]​ En la carta se instaba al gobierno para que se dejase aconsejar por los generales que, «exentos de pasiones políticas», se preocupaban por las inquietudes y preocupaciones de sus subordinados ante los graves problemas de la Patria. Casares Quiroga no respondería a la carta.[142]

A finales de junio los preparativos del pronunciamiento estaban prácticamente ultimados, únicamente faltaba cerrar el acuerdo con los carlistas y asegurar la participación de Franco. Yagüe y Francisco Herrera, amigo personal de Gil-Robles, recibieron el encargo de convencerle para que se sumarse, y a finales de junio Franco debió llegar a algún compromiso, porque el 1 de julio Herrera llegó a Pamplona para que Mola diese el visto bueno al plan según el cual se alquilaría un avión para que trasladase a Franco desde Canarias a Marruecos. La incorporación de Franco en aquel momento le otorgaba un puesto de segunda fila entre los conspiradores: tras la sublevación, Sanjurjo sería el jefe del Estado, Mola tendría un alto cargo político, así como los civiles Calvo Sotelo y Primo de Rivera, Fanjul sería capitán general de Madrid y Goded de Barcelona; para Franco se reservó el cargo de Alto Comisario de Marruecos.[143]

El 3 de julio Mola dio el visto bueno al plan. El día 4, el financiero Juan March, instalado en Biarritz, entregó un cheque en blanco al marqués de Luca de Tena, propietario de ABC, para financiar la operación. El avión se alquiló en Londres, un Dragon Rapide pilotado por un inglés, William Henry Bebb, que el día 12 ya se encontraba en Casablanca en espera de concretarse el día del pronunciamiento. Ese mismo día, Franco envió un comunicado cifrado a Mola en el que planteó su retirada alegando «geografía poco extensa», lo que significaba que no se unía al plan por considerar que no se contaba con suficientes apoyos. Cuando Mola leyó el mensaje, «montó en cólera y furioso tiró el papel al suelo». El general Sanjurjo sentenciaría: «Con Franquito o sin Franquito» el alzamiento va adelante.[144]

El día 13, en Madrid, fue asesinado Calvo Sotelo por miembros de la Guardia de Asalto como represalia por el asesinato de su mando, teniente Castillo. La noticia de estos asesinatos provocó la indignación general y sectores de la derecha se mostraron especialmente activos y convocaron a la sublevación militar como único medio de restaurar el orden. Numerosos indecisos se sumaron a la conspiración, los rumores de un inminente golpe de Estado se extendieron y, por la tarde, Indalecio Prieto visitó a Casares en nombre de los socialistas y los comunistas para pedirle que distribuyera armas entre los trabajadores ante la amenaza de pronunciamiento, algo a lo que este se negó. El día 14, Mola recibe otro mensaje de Franco que le transmite su decisión de unirse a la conspiración. «Es evidente que el general Franco no se distinguió por su rebeldía o resolución el 18 de julio de 1936, circunstancia que sus hagiógrafos se han encargado de silenciar debidamente».[145]

Con el Dragon Rapide ya en Gando, Gran Canaria, Franco deberá trasladarse allí desde su residencia de Tenerife sin levantar sospechas. A dos días de la fecha de la sublevación, el 16 de julio, el comandante militar de Gran Canaria, general Balmes, muere de un disparo en el estómago.[148]​ Su muerte permite que Franco se traslade a Gran Canaria sin levantar sospechas con la excusa de asistir a su entierro. También permite que el general Orgaz, que siempre estuvo implicado en la conspiración, sea el encargado de llevar a cabo el levantamiento en las islas Canarias. Franco, cuando el día 18 parte para Marruecos, le deja órdenes rigurosas que cumpliría ejerciendo una durísima represión en las islas.

El 17 por la mañana Franco ya está en Las Palmas de Gran Canaria con su mujer y su hija, donde asisten al entierro de Balmes. Esa misma tarde se produjo la sublevación en África. Rumores de que los conspiradores iban a ser detenidos hizo que se adelanten un día a la fecha fijada. Franco fue despertado a las cuatro de la madrugada del 18 de julio para comunicarle que se habían sublevado con éxito las guarniciones de Ceuta, Melilla y Tetuán. Aquella mañana, Franco embarcó a su mujer y a su hija con destino a Francia, y él, a las dos de la tarde, subió al Dragon Rapide que le llevaría a Marruecos. Antes, desde la comandancia de Las Palmas envió el siguiente telegrama a las otras comandancias:

Después de hacer escala en Agadir y Casablanca, a las cinco de la madrugada del 19 partió para territorio español y, una vez en Tetuán, el avión sobrevoló varias veces su aeródromo hasta que Franco reconoció a uno de los oficiales sublevados; entonces comentó: «Podemos aterrizar, he visto al rubito». Eran las 7:30 horas de la mañana. Una vez en tierra, Franco fue recibido con entusiasmo por los sublevados. Recorrió las calles de Tetuán repletas de gente que gritan «¡Viva España! ¡Viva Franco!» hasta llegar al Alto Comisionado Español donde redactó un discurso que se emitiría por las radios locales en el que daba por hecho el triunfo del golpe de Estado: «España se ha salvado»; y termina diciendo: «Fe ciega, no dudar nunca, firme energía sin vacilaciones, porque la Patria lo exige. El movimiento es arrollador y ya no hay fuerza humana para contenerlo».[150]​ La noticia de que Franco asumía la dirección de la insurrección en África supuso que, en la Península, oficiales indecisos se sumasen al pronunciamiento.[151]

De los veintiún generales de División, se sublevaron solo cuatro: Franco, Goded, Queipo de Llano, y Cabanellas. En 44 de las cincuenta y una guarniciones del Ejército español se produjo algún tipo de rebelión,[152]​ llevada a cabo, principalmente, por oficiales adscritos a la Unión Militar Española. El golpe de Estado triunfó de forma casi inmediata en África y en el norte y noroeste peninsular. Franco se encontró con un Ejército sublevado ya triunfante y Mola, con el apoyo de los carlistas, no encontró resistencia en Navarra. Burgos, Salamanca, Zamora, Segovia y Ávila también se sublevaron sin encontrar oposición. Valladolid cayó tras ser arrestado el jefe de la vii región militar, general Molero, por generales rebeldes, y tras aplastar la resistencia de los ferroviarios socialistas. Y en Andalucía: Cádiz cayó al día siguiente del levantamiento con la llegada de fuerzas procedentes de África; y Sevilla, Córdoba y Granada se sumarían al bando sublevado una vez aplastada, de modo sangriento, la resistencia obrera.

La clave del éxito o fracaso de la sublevación en las diferentes zonas estuvo marcada por la posición de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto. Allí donde estos cuerpos permanecieron al lado de la República la sublevación fracasó y, por el contrario, donde se sumaron a los rebeldes, esta triunfó.[153]

En las grandes ciudades y principales centros industriales fracasó la sublevación. En Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao los obreros se adelantaron al titubeante Gobierno, se apoderaron de las armas y repelieron a los sublevados. Los «milicianos» de Madrid, una vez sofocada la sublevación en la capital, se dirigieron a Toledo para frustrarla allí. El golpe de Estado había parcialmente fracasado y se inició lo que sería la guerra civil.

Tras el golpe de Estado, la geografía española quedó dividida en dos zonas: la que permaneció fiel a la República y la que cayó en manos de los sublevados. Los aproximadamente cientotreinta mil soldados del ejército con plaza en la península y la Guardia Civil, una fuerza de unos treinta mil hombres, se dividieron casi en partes iguales entre sublevados y fieles a la República. Esta igualdad estaba desequilibrada a favor de los sublevados por el ejército de África, perfectamente pertrechado y único del ejército español curtido en el campo de batalla.[o][155]

Los generales sublevados, a pesar de que el golpe fracasó en parte, se mostraron optimistas. Generales como Orgaz se habían aventurado en la creencia de que el golpe triunfaría en cuestión de horas, a lo sumo días. Mola, con el fracaso en Madrid, pensó que la victoria se retrasaría varias semanas, el tiempo que le llevase concluir con éxito una operación de tenaza con las fuerzas del norte y las tropas de África avanzando sobre la capital. Franco fue uno de los generales que más se acercó a la realidad; aun así fue en exceso optimista conjeturando que su consolidación no llegaría hasta el mes de septiembre: «En septiembre volveremos a las Canarias, felices y contentos, después de obtener un rápido triunfo sobre el comunismo».[156]​ La realidad fue que al golpe originó una guerra encarnizada que se prolongaría casi tres años.

El Gobierno, con su indecisión ante la sublevación, se vio superado por las fuerzas populares que inmediatamente se enfrentaron a los sublevados. Esta decidida reacción, sorprendiendo a los sublevados, hizo fracasar el golpe en zonas donde estos contaban con su éxito. Este fue el caso de Barcelona, donde fracasó el general Goded, uno de los puntales de la conspiración. El paradójico efecto de la sublevación fue que en las zonas donde fracasó se inició una revolución social, justo lo que se supone que querían evitar los rebeldes al sublevarse.[157]

Manuel Azaña, presidente de la República, cesó a Casares Quiroga y encargó la formación de un nuevo gobierno a Martínez Barrio, que intentó formar un gobierno de concentración excluyendo a la CEDA por la derecha y a los comunistas por la izquierda. Martínez Barrio creyó que todavía era posible evitar la guerra civil y el 19 de julio se puso al habla con el general Mola. Este descartó toda posibilidad de reconciliación: «Ni pactos de Zanjón, ni abrazos de Vergara, ni pensar otra cosa que no sea una victoria aplastante y definitiva».[158]​ Barrio diría el 1 de agosto:

Entretanto, el 19 de julio el gobierno republicano despojó a Franco de su rango.[160]​ El 27 de julio concedió una entrevista al periodista estadounidense Jay Allen, en la que declaró que «salvaré a España del marxismo a cualquier precio»; el periodista le preguntó entonces: «¿significa eso que tendrá que matar a media España?», a lo que respondió «le repito, a cualquier precio».[161]​ El ABC de Sevilla, ese mismo agosto, recogía una proclama de Franco: «Este es un movimiento nacional, español y republicano que salvará a España del caos en que se pretendía hundirla. No es el movimiento de defensa de determinadas personas; por el contrario, mira especialmente por el bienestar de las clases obreras y humildes».[162]​ Los sublevados pronto se autodenominaron «nacionales» y al levantamiento y posterior guerra civil los calificarían de «Cruzada»: «Está probado hasta la saciedad que nuestra Cruzada fue una lucha clara como la luz entre el cristianismo y el espíritu del mal».[163]

El inicio de la guerra desató los odios incubados durante largo tiempo. En el territorio controlado por la República los revolucionarios se dedicaron al asesinato de todos aquellos que identificaba como enemigos. Los curas y frailes fueron especialmente perseguidos y en las grandes ciudades se generalizaron los paseos. En la zona sublevada, al odio se unió la estrategia. Yagüe, tras tomar Badajoz después de desatar una feroz represión que acabó con la vida de miles de personas, comentaría a un periodista: «Naturalmente que los hemos matado, ¿qué suponía usted? ¿iba a llevar a 4.000 prisioneros rojos en mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿o iba a dejarlos en retaguardia para que Badajoz fuese roja otra vez?».[164]​ Desde el primer día se pudo percibir el odio en las proclamas de los sublevados. Queipo de Llano, el mismo día del golpe, diría a través de Radio Sevilla: «Los moros cortarán la cabeza a los comunistas y violarán a sus mujeres. Los canallas que aún pretendan resistir serán abatidos como perros».[165]​ Sin embargo, la relación entre Franco y Queipo era de mutuo rencor, Queipo le detestaba como persona, y Franco desconfiaba de Queipo por su aquiescencia con la República en los primeros momentos.[166]

Inmediatamente iniciada la sublevación comenzaron los juicios sumarísimos y los fusilamientos. Mola ya había mandado instrucciones días antes de la sublevación: «Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes, que aquel que no esté con nosotros está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañeros que no son compañeros, el movimiento triunfante será inexorable».[167]​ Los generales Batet, Campins, Romerales, Salcedo, Caridad Pita, Núñez de Prado, así como el contralmirante Azarola y otros son fusilados por no sumarse a la sublevación. Y en la zona republicana, los generales Goded, Fernández Burriel, Fanjul, García-Aldave, Milans del Bosch y Patxot fueron fusilados por sublevarse contra el Estado.[159]​ Cuando llegó Franco a Tetuán, su primo hermano y comandante del aeródromo, Puente Bahamonde, estaba en espera de que se tomase la decisión de fusilarlo por haber permanecido al lado de la República. Franco, «fingiendo estar enfermo», cedió el mando para que otro firmase la orden de ejecución.[168]​ Mola diría: «Esta es una guerra sin consideraciones. Yo veo en las filas contrarias a mi padre y lo mato».[169]

La guerra civil fue calificada desde el bando sublevado como una «gran cruzada», un enfrentamiento entre «la verdadera España» contra la «anti-España», entre «las fuerzas de la luz» y las «fuerzas de las tinieblas».[170]

Inmediatamente llegó a Tetuán, Franco, entre las primeras medidas que tomó, una fue la de procurar la ayuda internacional. Envió a Bolín en el Dragon Rapide a Lisboa para informar a Sanjurjo y posteriormente viajar a Italia para garantizar su apoyo y negociar la compra de aviones. También envió emisarios con la misma misión a la Alemania de Hitler. Otras medidas fueron: subir el sueldo a la Legión para garantizar su fidelidad, la recluta de mercenarios marroquíes y condecorar al visir Sidi Ahmed el Ganmia con la más prestigiosa medalla al valor militar, la Cruz Laureada de San Fernando, para procurarse el beneplácito de Marruecos.[171]

El 20 de julio tiene lugar un acontecimiento crucial en la carrera de Franco hacia la jefatura del Estado. En Estoril se estrella, al intentar despegar, el avión que, conducido por el falangista Ansaldo, trasladaba a Sanjurjo a Pamplona. Sanjurjo, el encargado de capitanear el golpe de Estado, muere carbonizado.[p]

Entretanto, Franco se encuentra con dificultades para el traslado de las tropas a la Península. Antes de su llegada a Tetuán, por mar, se había logrado transportar a varios cientos de hombres a Cádiz —tropas que fueron decisivas para la toma de la ciudad— y Algeciras; pero pronto, las tripulaciones se amotinaron y el transporte de tropas se limitó al que permitían pequeñas falucas marroquíes. Casualmente, el general Kindelán, fundador de la aviación española y participante en la sublevación, se encontraba en Cádiz y propuso a Franco el traslado de tropas por aire. Kindelán organizó un puente aéreo que siguió siendo insuficiente para transportar los más de treinta mil hombres de las tropas africanas.[q]

El 22 de julio, el marqués de Luca de Tena y el propio Bolín, se entrevistaron con Mussolini en Roma. Pocos días después, el 27 de julio, llegó a España el primer escuadrón de aviones italianos, doce bombarderos Savoia-Marchetti SM.81 Pipistrello.[174]​ La ayuda alemana tampoco tardaría en llegar. El 25 de julio, Hitler recibe al grupo enviado por Franco. Las primeras reticencias, al conocer la falta de fondos, se salvaron apelando a la lucha contra el peligro comunista. Al terminar la entrevista, el Führer, bajo el nombre de operación Fuego Mágico (Unternehmen Zauberfeuer), decidió duplicar la ayuda enviando veinte aviones en lugar de los diez solicitados (modelo Junkers Ju-52/3m).[175]​ La ayuda se llevó en secreto a través de dos empresas privadas que se crearon para tal fin. Las ayudas de Alemania, como las de Italia, se canalizarían a través de Franco.[176]​ Los aviones italianos y alemanes se sumaron al transporte de tropas. No obstante, su capacidad siguió siendo insuficiente. Franco esperó la oportunidad para poder transportar las tropas por mar, tomando la decisión de hacerlo el 5 de agosto cuando se consiguió suficiente cobertura aérea. Ese día, anulando la fuerza aérea italiana la resistencia de la marina republicana, se lograron transportar 8000 soldados en el denominado Convoy de la victoria. Al día siguiente a la cobertura aérea italiana, se sumó Alemania enviando seis cazas Heinkel He-51 y noventa y cinco pilotos y mecánicos voluntarios de la Luftwaffe. «Desde ese día los rebeldes recibieron con regularidad armamento y municiones de Hitler y Mussolini».[177]​ Los barcos de transporte rebeldes cruzaron el Estrecho con regularidad y se intensificó el transporte aéreo. En los tres meses siguientes, 868 vuelos transportaron a cerca de catorce mil hombres, cuarenta y cuatro piezas de artillería y quinientas toneladas de pertrechos, constituyendo una estrategia militar innovadora que contribuyó a aumentar el prestigio de Franco.[178]

El paso del Estrecho de las tropas africanas causó el desánimo en la zona republicana donde todavía mantenían el recuerdo de la brutal actuación de estas tropas en octubre de 1934 al sofocar la revolución de Asturias. Este traslado de tropas supuso un difícil reto que Franco solventó brillantemente, posibilitando la consolidación de las posiciones rebeldes en el sur. A principios de agosto, la situación en el oeste de Andalucía es suficientemente estable y permite organizar una columna de unos quince mil hombres bajo el mando del entonces teniente coronel Yagüe, que el 2 de agosto marcha a través de Extremadura hacia Madrid. En los dos primeros días, logra avanzar ochenta kilómetros. «El terror que rodeaba el avance de los moros y los legionarios fue una de las mejores armas de los nacionales en su camino hacia Madrid».[179]

Con la superioridad aérea local que les proporcionaba la aviación italiana y alemana, tomaron con facilidad pueblos y ciudades en su camino desde Sevilla a Badajoz (El Real de la Jara, Monesterio, Llerena, Zafra, Los Santos de Maimona, Almendralejo, etc.). Se practicó un sistemático exterminio de los milicianos de izquierdas y de todo aquel sospechoso de simpatizar con el Frente Popular. En Almendralejo se fusiló a mil prisioneros, incluidas cien mujeres.[180]​ En apenas una semana avanzaron doscientos kilómetros.

El 7 de agosto, Franco vuela a Sevilla e instala su cuartel general en el lujoso palacio de la marquesa de Yanduri.

El 11 de agosto es tomada Mérida y el 15 de agosto, Badajoz. Tras la toma de esta ciudad se produjo lo que se conoce como la masacre de Badajoz, en la que las tropas moras asesinaron a varios miles de personas. Se lograron unir las tropas rebeldes de las dos zonas controladas, norte y sur. Las dificultades que Yagüe encontró para tomar Badajoz hicieron que Italia y Alemania se decidan a incrementar su ayuda a Franco. Mussolini envió un ejército de voluntarios, el Corpo Truppe Volontarie, de unos doce mil italianos plenamente motorizado, y Hitler, un escuadrón de profesionales de la Luftwaffe (2JG/88) con alrededor de veinticuatro aviones.

El 26 de agosto Franco traslada su cuartel general al palacio de los Golfines de Arriba en Cáceres.[181]​ El 3 de septiembre, las tropas de Franco toman Talavera de la Reina. La publicidad de la ferocidad desplegada por las tropas moras en Badajoz provocó que parte de las milicias republicanas y de la población, huyeran de la ciudad antes de presentar batalla. El 20 de septiembre, las columnas llegan a Maqueda, a unos 80 km de Madrid. La decisión de Franco de avanzar por Extremadura, en lugar de hacerlo directamente por Córdoba, había sido cuestionada; pero después de avanzar a un ritmo vertiginoso, más de quinientos kilómetros en dos meses, conquistando las principales ciudades del suroeste, su prestigio nuevamente se vio reforzado.

Con las tropas en Maqueda, casi a las puertas de Madrid, Franco desvió fuerzas hacia Toledo para liberar el Alcázar. Esta controvertida decisión permitió a los republicanos reforzar las defensas de Madrid, pero personalmente le supuso un gran éxito propagandístico. El Alcázar era un foco de resistencia donde en los primeros días de la sublevación se habían refugiado un millar de guardias civiles y falangistas con sus mujeres e hijos. Estaban ofreciendo una resistencia desesperada. Las tropas de Franco los liberaron el 27 de septiembre, convirtiendo esta liberación en una leyenda y afianzando su posición dentro de los líderes rebeldes.[182][183]

Se ha criticado el error estratégico de priorizar Toledo frente a Madrid, pero Franco era plenamente consciente del retraso que supondría tal decisión.[184]​ Sin embargo, prefirió asegurarse el golpe de efecto que para su prestigio tendría el rescate del Alcázar, en unos momentos en que se estaba debatiendo la necesidad de una única jefatura militar, a la que Franco aspiraba. Así pues, la decisión fue más política que militar.[185]​ Franco comentó al respecto que «cometimos un error militar y lo cometimos deliberadamente. Tomar Toledo exigía que desviáramos nuestras fuerzas de Madrid. Para los nacionales españoles, Toledo representaba un tema político que había que resolver».[186]

Sanjurjo había sido elegido por unanimidad para capitanear la sublevación. Con su muerte, la sublevación quedó descabezada, y los fracasos de Goded en Barcelona y Fanjul en Madrid dejaron al general Mola sin competidores en la carrera por dirigir el levantamiento.[187]​ El 23 de julio, Mola creó una Junta de Defensa Nacional integrada por siete miembros y encabezada por Miguel Cabanellas (el general más antiguo) en la que no figuraba Franco. Fue el 3 de agosto cuando Franco es incorporado a la Junta. Para entonces, las primeras unidades de África habían cruzado el estrecho y Franco disfrutaba de unas relaciones privilegiadas con Italia y Alemania.[188]​ En conversación telefónica, el 11 de agosto, ambos generales valoraron que no era efectivo duplicar los esfuerzos para conseguir la ayuda internacional y Mola cedió a Franco la relación con los que ya eran sus aliados y con ello, el control de los suministros.[189]

A las dificultades que encontró Mola en su avance hacia Madrid (Mola tuvo que distraer tropas para responder al ejército republicano en el norte y su avance se vio frenado en el puerto de Somosierra) se contrapuso el vertiginoso avance de Franco. Si en los primeros momentos del levantamiento Franco no disponía de posibilidades de liderarlo, ya en septiembre (no habían pasado dos meses) se había convertido en el más sólido candidato para encabezarlo. El 15 de agosto Franco tomó una iniciativa que permite suponer que ya contempla esa posibilidad y que probablemente contribuyó a consolidar su posición. Franco, sin consultar con Mola, en un solemne acto público celebrado en Sevilla, adoptó la bandera roja y gualda. Posteriormente, la Junta de Defensa Nacional, forzada por esta iniciativa, confirmó oficialmente la bandera. Solo dos semanas antes, Mola había rechazado contundentemente a Juan de Borbón, el heredero de la corona, cuando intentó incorporarse al levantamiento. Franco, con esta iniciativa, se aseguraba así el apoyo de los monárquicos.

A finales de agosto, Eberhard Messerschmidt, representante en España de la operación alemana para enviar los suministros a los rebeldes, se entrevistó con Franco. Inmediatamente después envió el siguiente comunicado a Alemania: «Excuso decir que todo debe quedar en las manos de Franco para que pueda haber un dirigente que lo mantenga todo unido». Franco, por entonces disponía de un grupo de militares (Kindelán, Nicolás Franco, Orgaz, Yagüe y Millán Astray) dispuestos a maniobrar para elevarlo a comandante en jefe y jefe de Estado.[190]

El 14 de septiembre se celebró en Burgos una reunión de la Junta en la que no se planteó el tema del mando único. El 17 de septiembre Queipo de Llano y Orgaz fueron incorporados a la Junta como vocales; y el 21 de septiembre, convocada por Franco, se reunió nuevamente la Junta, esta vez en Salamanca. En una reunión tensa, Kindelán insistió reiteradamente, con el apoyo de Orgaz, para que se tratase el tema del mando único. La reunión se había iniciado a las 11 de la mañana, se pospuso al mediodía y al reanudarse a las 4 de la tarde, Kindelán insistió: «Si en el plazo de ocho días no se nombra Generalísimo yo me voy». Kindelán propuso a Franco y contando incluso con la conformidad de Mola, Franco fue nombrado Jefe de los ejércitos, Generalísimo. No contó con el apoyo de Cabanellas que propuso una dirección colegiada y recordó las vacilaciones de Franco para unirse al levantamiento hasta el último momento. La reunión terminó con el compromiso de mantener en silencio la decisión hasta que no se publicase en el decreto.[191][192]

Ese mismo día, Franco, retrasando el avance sobre Madrid, decide desviar sus tropas hacia Toledo, una plaza mucho más accesible que la capital, para liberar el Alcázar.[193]​ El día 27 el Alcázar es liberado y en Cáceres se celebra una manifestación de exaltación a Franco.[194]

Al día siguiente en Salamanca, el 28 de septiembre, se celebró otra reunión de la Junta de Defensa Nacional. Kindelán llevaba preparado un borrador del decreto por el que se nombraría a Franco Generalísimo de los ejércitos y jefe del Gobierno durante el periodo de guerra. Ante las reticencias del resto de miembros de la Junta a unir el mando militar y el político, Kindelán propuso una pausa para almorzar; y en el transcurso de ésta, presionó junto con Yagüe al resto de miembros del consejo para que apoyasen la propuesta. Reanudada la reunión la propuesta fue aceptada por todos excepto por Cabanellas y con las reticencias de Mola. El consejo quedó con el encargo de redactar el decreto definitivo.[195]​ Al salir de la reunión, Franco comentó que «este es el momento más importante de mi vida».[196]​ Por su parte, el general Cabanellas comentó a varios miembros de la Junta:

El decreto fue redactado por el jurista José de Yanguas Messía, y en su primer apartado decía que «en cumplimiento del acuerdo adoptado por la Junta de Defensa Nacional, se nombra Jefe del Gobierno del Estado español al Excelentísimo señor general de División don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los Poderes del nuevo Estado».[198]​ Si bien la propuesta de Kindelán contemplaba que el nombramiento fuese durante el periodo de guerra, en el decreto no figuró esa limitación.[199]​ Pese a haber sido nombrado «Jefe del Gobierno», Franco comenzó a referirse a sí mismo como «Jefe del Estado». Al día siguiente, los medios de comunicación franquistas daban la noticia de que había sido investido «jefe de Estado»; y, también ese mismo día, Franco firmó su primera orden como «jefe de Estado».[200]

Una vez autonombrado jefe del Estado, comenzó el culto a su personalidad. «Se inició una campaña de propaganda al estilo fascista»,[201]​ la zona sublevada se inundó de carteles con su efigie, y los periódicos debían encabezarse con el eslogan: «Una Patria, un Estado, un Caudillo», copiado del «Ein Volk, ein Reich, ein Führer» de Hitler.[202]​ Franco escogió, al igual que Mussolini escogiera Duce, la distinción de Caudillo. A su paso, en sus discursos y en actos públicos se le aclamaba «¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!» y se difundió masivamente sus supuestas virtudes: inteligencia, voluntad, justicia, austeridad... Surgieron sus primeros hagiógrafos calificándolo de «Cruzado de Occidente, Príncipe de los Ejércitos».[203]​ A su dechado de virtudes se le sumaban dotes excepcionales: «Mejor estratega del siglo». Expresiones, citas, ocurrencias y discursos suyos se repitieron insistentemente en todos los medios de comunicación. Desde entonces, una de sus obsesiones fue la de controlar los medios de comunicación. Por otro lado, el 30 de septiembre, el obispo de Salamanca, Enrique Plá y Deniel, publicó una pastoral titulada Las dos ciudades —en alusión a La ciudad de Dios de san Agustín—, en que por primera vez calificaba de «cruzada» la sublevación.[204]

La investidura como jefe del Estado tuvo lugar el 1 de octubre de 1936 en Burgos, celebrada con una pomposa ceremonia.[205]​ El Generalísimo declaró: «señores generales y jefes de la Junta: podéis estar orgullosos, recibisteis una España rota y me entregáis una España unida en un ideal unánime y grandioso. La victoria está de nuestro lado».[206]​ Se disolvió la Junta de Defensa Nacional, y se creó una Junta Técnica del Estado presidida por el general Fidel Dávila. A Mola se le dio la jefatura del ejército del norte y a Queipo la del sur, mientras que Cabanellas fue relegado al puesto de inspector del ejército.[207]

Franco envió telegramas a Hitler y Rudolf Hess en los que, en tono cordial, les comunicaba su proclamación. Hitler le respondió a través del diplomático alemán Karl Max Du Moulin-Eckart, quien se entrevistó con Franco el 6 de octubre, ofreciéndole el apoyo de Alemania, pero retrasando el reconocimiento del gobierno rebelde hasta la previsible toma de Madrid. Du Moulin informó en Berlín de la disposición de Franco: «La amabilidad con la que Franco expresaba su veneración por el Führer y Canciller, su simpatía por Alemania y la delicada efusividad de mi recepción, no permitían ni un momento de duda sobre la sinceridad de su actitud hacia nosotros».[208]​ El 3 de octubre se trasladó a Salamanca ocupando el palacio Episcopal que le ofreció el obispo Plá y Deniel. Una estancia que supone breve, hasta el definitivo traslado a Madrid. El 7 de octubre diría: «Pronto estaré oyendo misa en Madrid».[209]​ Fue entonces cuando estableció una Guardia Mora para su defensa personal.[210]​ También desde entonces fue afianzando su posición política, que se fortaleció cuando el 20 de noviembre fue ejecutado en Alicante José Antonio Primo de Rivera, con lo que la Falange quedó en la órbita de Franco.[211]​ En esta época aumentó su fervor religioso, oía misa diariamente a primeras horas de la mañana, había tardes en las que rezaba el rosario junto a su esposa Carmen Polo y, a partir de entonces, siempre dispuso de un confesor personal.[212][213]

Las dos semanas siguientes a su nombramiento, Franco las dedicó a consolidar su posición de poder, las operaciones militares se retrasaron y hubo que esperar hasta el 18 de octubre para que la ofensiva contra la capital estuviese perfectamente preparada. El 15 de octubre, habían empezado a llegar al puerto de Cartagena las primeras armas soviéticas: 108 bombarderos, 50 tanques y 20 coches blindados que se embarcaron hacia Madrid, proporcionando al ejército de la República una breve igualdad de fuerzas. Desde entonces se iniciaría un nuevo tipo de guerra: hasta entonces, las tropas de África habían avanzado enfrentándose a milicianos mal pertrechados y a componentes de un ejército con escasa experiencia militar. Fue un tipo de guerra parecida a las coloniales que tanto estaban acostumbrados Franco, la Legión y los Regulares. Con la llegada del armamento soviético y la presencia del italiano y alemán, se inició una guerra de frentes en la que este armamento adquirió el protagonismo. No parece que Franco supiera adaptarse a esa nueva circunstancia.[214]​ El 6 de noviembre el ejército franquista estaba frente a Madrid preparado para su asalto final. Ese mismo día, el Gobierno de la República había abandonado apresuradamente la capital, y desde el bando franquista, se vaticinaba que en cuestión de horas se presentarían en la Puerta del Sol, centro emblemático de la ciudad.

El 8 de noviembre comenzó la batalla de Madrid. Al ejército franquista dirigido por el general Varela se opuso un heterogéneo conglomerado de combatientes bajo la dirección del teniente coronel Vicente Rojo Lluch. Aunque el ejército franquista llegó a atravesar el río Manzanares y a ocupar varios barrios periféricos, finalmente y en combates cuerpo a cuerpo —principalmente en la Ciudad Universitaria—, fue repelido. En días posteriores, al ejército popular se sumaron las Brigadas Internacionales y la columna anarquista Durruti. El 23 de noviembre, ante la imposibilidad de tomar la ciudad, Franco decidió posponer el ataque. La resistencia de Madrid permitió que la República contuviera el avance franquista más de dos años, hasta el 1 de abril de 1939, día en el que Franco se alzaría con la victoria.

Consecuencia de esta derrota fue la definitiva internacionalización del conflicto. Ya a finales de octubre, Alemania había enviado al almirante Wilhelm Canaris y al general Hugo Sperrle a Salamanca para que investigasen el porqué de las dificultades que Franco estaba encontrando en la toma de Madrid. El resultado fue que el ministro de la Guerra alemán instó a Sperrle para que comunicara «enérgicamente» a Franco que sus tácticas de combate, «rutinarias y vacilantes», estaban impidiendo sacar partido a la superioridad aérea y terrestre que mantenía, lo que hacía peligrar las posiciones ganadas.[215][216]​ Alemania desde ese momento intensificó su ayuda militar bajo la condición, aceptada por Franco, de que las fuerzas alemanas estuviesen bajo el mando de oficiales alemanes. A principios de noviembre la Legión Cóndor ya estaba en España, bajo el mando del general Sperrle. Una de sus primeras misiones, durante la batalla de Madrid, consistió en el bombardeo masivo de sus barrios populares;[217]​ también protagonizó el bombardeo de Guernica. Otras fuerzas equipadas con carros de combate, armas motorizadas y bombarderos llegaron a Sevilla y, el 26 de noviembre, desembarcaron en Cádiz unidades compuestas por 6000 hombres, aviones, artillería y vehículos blindados. Mussolini, que también intensificó su ayuda, igualmente achacó a Franco el fracaso de las últimas operaciones y, el 6 de diciembre, nombró unilateralmente al general Roatta jefe de todas las fuerzas armadas italianas que actuaban en España y de aquellas que se sumasen en el futuro.[218]​ El Ejército del Frente Popular, paralelamente, se vería reforzado por la ayuda militar soviética.

Posteriormente, en enero de 1937, Franco se vio obligado a aceptar un Estado Mayor conjunto italogermano y a incluir en su Estado Mayor a diez oficiales italianos y alemanes; así como asumir las estrategias militares que le marcaron, principalmente, los generales italianos.[219]​ Franco fue aceptando muy a regañadientes todas estas imposiciones. Ante las exigencias del teniente coronel italiano Faldella, Franco diría:

Según Preston, «estos comentarios manifestaban no solo el resentimiento de Franco por la ayuda italiana, sino también las limitaciones de su visión estratégica».[221]​ La estrategia italiana de lograr una victoria rápida chocó con la de Franco que pretendía un lento avance consolidando perfectamente las posiciones: «En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática del territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios».[222]

A las críticas alemanas e italianas también se sumaron las de generales que estuvieron muy cerca de él: Kindelán, poco después de terminada la guerra, escribiría a propósito del frente Norte y la toma de Bilbao:

Unos y otros coincidieron en que Franco, en los momentos cruciales, tomaba las decisiones con lentitud, siendo excesivamente cauteloso; y también, coincidieron en criticar su tendencia a distraer tropas de los objetivos estratégicos importantes. El general Sanjurjo ya había dicho unos años antes que «No es que sea un Napoleón».[224]​ El general alemán Wilhelm Faupel comentó también que «la educación y experiencia militar de Franco no lo hacen apto para la dirección de las operaciones en su presente magnitud»;[225]​ y el general italiano Roatta escribió en un telegrama a Mussolini que «el Estado Mayor franquista era incapaz de organizar una operación adecuada para una guerra a gran escala».[226]​ No obstante, «juzgar a Franco por su capacidad para elaborar una estrategia elegante e incisiva es equivocarse del tema. Logró la victoria en la Guerra Civil del modo y en el tiempo en que quiso y prefirió. Aún más, obtuvo de esa victoria lo que más ansiaba: el poder político para rehacer España a su propia imagen, sin impedimentos por parte de sus enemigos en la izquierda y de sus rivales en la derecha».[227]

Tras la ocupación del territorio, las tropas franquistas iniciaron una dura represión, que alarmó incluso a sus aliados italianos y alemanes. Debido a las protestas se cambiaron los asesinatos indiscriminados por las ejecuciones sumarias tras consejos de guerra, lo cual no supuso mucha diferencia.[228]Ramón Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo reconocieron posteriormente que «el Caudillo se las arreglaba para que los indultos de las sentencias de muerte llegaran solo después de que hubieran sido ejecutadas».[229]​ En cambio, Franco sí cedió a los ruegos del cardenal Gomá para que cesasen las ejecuciones de sacerdotes católicos vinculados al nacionalismo vasco.[230]

Entre marzo y abril de 1937 se sucedieron la batalla de Guadalajara y el bombardeo de Guernica. La primera fue una iniciativa y desastrosa derrota del Corpo Truppe Volontarie italiano, que pretendía descongestionar el frente de Madrid atacando Guadalajara. Franco permitió la operación con la promesa de un ataque conjunto, pero luego dilató la ayuda a los voluntarios italianos, que tuvieron que retirarse tras sufrir numerosas bajas. La premeditada acción del Generalísimo tuvo una buena dosis de revancha por la arrogancia italiana tras la conquista de Málaga.[231]​ El bombardeo de Guernica fue una operación dentro de la ofensiva contra el País Vasco destinada a desmoralizar al enemigo, perpetrada por la Legión Cóndor alemana al mando del coronel Wolfram von Richthofen, mediante un intensivo bombardeo de la localidad de Guernica que destrozó la ciudad y dejó 1645 víctimas civiles.[232]​ El ataque a una población indefensa fue un escándalo internacional, y fue inmortalizado por Pablo Picasso en su cuadro Guernica.[233]

En abril de 1937, Franco se dedicó especialmente a afianzar su posición política. El Caudillo, que diría «Esto no es una guerra, es una cruzada», consiguió el apoyo incondicional de la Iglesia española y venció las primeras reticencias del Vaticano, hasta conseguir también su apoyo.[234]​ La Iglesia concedió a Franco el privilegio de entrar y salir de las iglesias bajo palio. Tras la caída de Málaga el 7 de febrero de 1937 Franco se hizo con el brazo incorrupto de santa Teresa, que le acompañó durante el resto de su vida.[235]​ Finalmente, su régimen fue sancionado mediante una carta pastoral titulada A los obispos de todo el mundo, publicada el 1 de julio de 1937, redactada por el cardenal Gomá y firmada por dos cardenales, seis arzobispos y treinta y cinco obispos.[236]

Franco alejó al heredero de la corona procurando no incomodar a los monárquicos que lo apoyaban: cuando Juan de Borbón intentó de nuevo incorporase al movimiento, diplomáticamente lo puso con los pies en la frontera, aduciendo que sería mejor para el heredero de la corona no tomar partido en la guerra. En una ocasión comentó : «primero, tengo que crear la nación; luego decidiremos si es buena idea nombrar un rey».[237]​ Intentó crear un partido político franquista al estilo del creado por el dictador Primo de Rivera apoyándose en miembros de la CEDA,[238]​ pero las reticencias de falangistas y carlistas, movimientos que habían adquirido una considerable fuerza desde la sublevación, le hicieron desistir y cambiar de estrategia. Descabezada la Falange tras el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, Franco se preocupó de silenciar su muerte hasta que encontró la oportunidad de hacerse con su control. Aprovechando un enfrentamiento entre los líderes de la Falange, en abril de 1937 decretó su fusión con los carlistas, se autoproclamó jefe supremo del partido resultante (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) y prohibió el resto de partidos políticos. Franco ya tenía un ejército y un partido en los que apoyarse para perpetuar su poder una vez terminada la guerra. En el acto de firma del Decreto de Unificación, Franco pronunció su afamado Discurso de Reconstrucción Nacional, en el que informaba a la población de la forma de gobierno que implantaría al finalizar la guerra. Esta locución sería repetida durante años por los medios propagandísticos de la dictadura.

Entre 1937 y 1938 la guerra entró en una etapa de desgaste, en que las fuerzas nacionales fueron ganando terreno paulatinamente. El 3 de junio de 1937 murió el general Mola en un accidente aéreo, con lo que Franco vio reforzada su posición como líder indiscutible del Movimiento. Según el general alemán Faupel, «el Generalísimo indudablemente se siente aliviado por la muerte del general Mola».[240]​ Hitler llegó a comentar: «la verdadera tragedia para España fue la muerte de Mola; ahí estaba el auténtico cerebro, el verdadero líder. Franco llegó a la cima como Poncio Pilatos al Credo».[240]​ El 19 de junio el ejército nacional entró en Bilbao sin apenas resistencia, haciéndose con la poderosa industria vasca (fábricas, astilleros, altos hornos), con la que reforzaría sus suministros militares.[241]​ Franco trasladó entonces su cuartel general al palacio Muguiro, en Burgos. El 26 de agosto tomaron Santander y, ese día, el ejército vasco —que se había trasladado a Cantabria— se rindió a las tropas italianas, bajo la promesa de no ser represaliados; sin embargo, Franco obligó al general italiano Bastico a entregarle los prisioneros, que fueron condenados a muerte. Según Preston, «los italianos quedaron horrorizados por la doblez y crueldad de Franco».[242]​ En general, los nacionalistas vascos eran de ideología conservadora y católica, con lo que podrían haber llegado a un entendimiento; la acción de Franco provocó que «los vascos fueran sus enemigos más feroces y eficaces en los últimos años de su dictadura», según el historiador inglés.[243]​ Tras la conquista de Vizcaya y Cantabria, los nacionales pasaron a Asturias y, el 21 de octubre, tomaron Gijón y Avilés. En esta fase la aviación del bando sublevado empleó una mezcla de bombas incendiarias y gasolina, en lo que sería una incipiente versión del napalm.[244]

El 30 de enero de 1938 Franco nombró su primer gobierno, que sustituyó a la Junta Técnica del Estado. El hombre fuerte a la sombra del Caudillo sería su cuñado, Ramón Serrano Suñer, como ministro de Gobernación. Fue nombrado vicepresidente y ministro de Asuntos Exteriores el veterano general Francisco Gómez-Jordana, antiguo miembro del directorio militar de Primo de Rivera. Entre el resto de miembros del gabinete destacaban: Fidel Dávila, ministro de Defensa Nacional; Severiano Martínez Anido, como responsable de Orden Público; el carlista conde de Rodezno en la cartera de Justicia; el monárquico Pedro Sainz Rodríguez en la de Educación; y el falangista Raimundo Fernández Cuesta en la de Agricultura, además de secretario general de FET y de las JONS.[245]​ El 9 de marzo de 1938 el nuevo gobierno aprobó una seudoconstitución titulada Fuero del Trabajo, inspirada en la Carta del Lavoro italiana; el nuevo estatuto garantizaba a los españoles «Patria, pan y justicia en un estilo militar y seriamente religioso».[246]​ El 18 de julio de 1938, en el segundo aniversario del alzamiento, Franco fue nombrado Capitán General del Ejército y la Armada, un grado reservado anteriormente al rey. A partir de entonces empezó a vestir en ocasiones el uniforme de almirante.[247]

En la fase final de la guerra Franco cometió varios errores estratégicos:[248]​ el 4 de abril de 1938 cayó Lérida, con lo que quedaba expedito el camino hacia Barcelona, el principal baluarte republicano después de la capital; sin embargo, Franco decidió seguir hacia Valencia, con lo que la contienda se retrasó varios meses.[249]​ En julio se inició la batalla del Ebro, una sangrienta confrontación de cuatro meses que dejó un saldo de 21 500 fallecidos;[250]​ pese a su falta de relevancia estratégica, Franco suspendió la campaña de Valencia y puso todo su empeño en aniquilar a las fuerzas republicanas.[251]​ Su actitud enfureció a Mussolini, que comentó que «o el hombre no sabe cómo hacer la guerra o no quiere. Los rojos son combativos, Franco no».[252]​ El 28 de octubre de 1938 murió su hermano Ramón; cuando se enteró de la noticia, Franco «no demostró el más mínimo atisbo de emoción», según Preston.[253]​ En diciembre visitó Galicia, donde las autoridades de La Coruña le agasajaron con el regalo de la finca del Pazo de Meirás.[254]

En 1939 cayeron los últimos reductos republicanos: el 15 de enero, Tarragona; el 26 de enero, Barcelona; el 27 de marzo, Madrid; el 29 de marzo, Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Jaén y Sagunto; el 30, Alicante y Valencia; y, el 31, Almería, Murcia y Cartagena. El 1 de abril, Franco dictó el último parte de guerra: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado».[255]

Concluida la Guerra Civil el 1 de abril de 1939, se produjo el exilio de cerca de 400 000 españoles al extranjero, de los cuales se calcula que 200 000 permanecieron en un exilio permanente.[cita requerida]

El 19 de mayo de 1939 se celebró el desfile de la Victoria. 120 000 soldados desfilaron frente a Franco y se le impuso la más alta condecoración militar española: la Gran Cruz Laureada de San Fernando. La principal avenida madrileña, el paseo de la Castellana, fue rebautizada como avenida del Generalísimo Franco. Según el comunicado de prensa, «la entrada del general Franco en Madrid seguirá el ritual observado cuando Alfonso VI, acompañado por el Cid, tomó Toledo en la Edad Media».[256]​ La celebración se prolongó el día siguiente con otra ceremonia de carácter religioso celebrada en la iglesia de Santa Bárbara. Franco entró bajo palio, honor reservado al Santísimo Sacramento y a los reyes. Su acto central, en el que depositó la espada de la Victoria a los pies del Gran Cristo de Lepanto, traído ex profeso desde Barcelona, parecía recrear una ceremonia guerrera medieval.[257]​ Ya en 1937 se proclamó su autoridad absoluta y se elevó hasta el punto de no responder sino ante Dios y la historia.[258]Franco adquirió más poder que ningún otro gobernante en España.[259][260]​ Poder que fue ampliando mediante sucesivos decretos. Franco mantuvo siempre al gobierno subordinado a sus decisiones. Leyes, decretos y en general todas las acciones de gobierno y legislativas fueron fruto de sus decisiones personales.[261]​ El 18 de octubre de 1939 Franco se trasladó a Madrid, donde pasó a residir en el palacio de El Pardo. Su sueldo como jefe del Estado se fijó en 700 000 pesetas, sin incluir los que recibía como capitán general o como jefe nacional de Falange.[262]​ Otro homenaje al triunfo franquista fue el monumento construido en el Valle de los Caídos, cerca de El Escorial, anunciado el 1 de abril de 1940.[263]

Franco frustró desde el principio los anhelos de los monárquicos de restaurar a Alfonso XIII; poco antes de morir, el exmonarca comentó: «Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso».[264]​ Instauró un régimen autárquico que pasó desde el totalitarismo de carácter fascista a la dictadura autoritaria. La ausencia de un ideario definido le permitió transitar de unas fórmulas dictatoriales a otras, rozando el fascismo en los cuarenta y a las dictaduras desarrollistas en los sesenta.[265]​ La característica principal de su régimen fue el enorme peso del Ejército en las funciones políticas.[266]​ También se apoyó en diferentes estamentos que se dio en llamar «familias»: los militares, la Iglesia, la Falange tradicionalista como partido único y sectores monárquicos y conservadores. Grupos con diferentes intereses y en algunos casos contrapuestos que Franco supo manejar apoyándose unas veces en unos, otras veces en otros, según sus intereses del momento. Según el historiador Preston, «su modo de gobierno sería el de un gobernador militar colonial plenipotenciario».[267]

La ideología del franquismo se ha definido como nacionalcatolicismo, destacando su nacionalismo centralista y la influencia de la Iglesia en la política y demás ámbitos de la sociedad.[268]​ Aunque «política e ideológicamente Franco se define sobre todo por rasgos negativos: antiliberalismo, antimasónico, antimarxista, etcétera»,[269]​ en su rudimentaria ideología destacaba una mentalidad cuartelaria que trasladó a los diferentes ámbitos de la sociedad española.[270]​ Desde su posición de poder absoluto, intentó controlar todas las esferas de la vida española. Mediante la censura, la propaganda y la educación se puso en marcha «una de las hagiografías más alucinantes que ha conocido la historia contemporánea. Un hombre corriente, aunque habilísimo y tenaz para aprovechar con el mayor rendimiento sus circunstancias particulares, fue revestido de unos loores completamente desorbitados y, sin embargo, para muchos de sus seguidores ha sido no ya un gobernante excepcional, sino el más grande de los últimos siglos»:[271][272]

En 1939, con la ley de Responsabilidades Políticas, se empezó a purgar a los trabajadores de la cultura, especialmente a los periodistas. Todos los directores de los periódicos y revistas fueron nombrados por el Estado y tenían que ser falangistas.[273]​ Franco llegó a identificar el destino de España con el suyo propio; a juicio del general <