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Amiano Marcelino



Amiano Marcelino (en latín, Ammianus Marcellinus) (Antioquía, c. 325-Roma, c. 400) fue un militar e historiador romano del siglo IV, autor de una obra histórica que abarcaba desde el gobierno de Nerva hasta la batalla de Adrianópolis y de la que se conservan solo sus últimos libros. Es una de las fuentes principales para conocer la historia del Imperio romano durante la segunda mitad del siglo IV.

Nació en Antioquía, provincia romana de Siria, en una acaudalada familia noble (se llama a sí mismo ingenuus) de ascendencia griega[1][2]​ asentada en Antioquía, y siguió una muy movida carrera militar en el ejército romano; ambas cosas lo marcaron: se definía a sí mismo como «miles quondam et græcus / un soldado veterano y un griego»,[3]​ pues estaba orgulloso de su origen y de su paso por el ejército.

Durante el imperio de Constancio II (337-361) se integró en el regimiento de élite que le servía de guardia real (protectores domestici) y estuvo bajo el mando del comandante de la caballería de Oriente Ursicino en la fortaleza de Nísibis, en Mesopotamia, junto a la frontera persa, desde el año 353. En el año 355 acompañó a Ursicino a una breve campaña en la Galia para reprimir por orden de Constancio II la rebelión de Claudio Silvano, que se había autoproclamado emperador. En esta campaña conoció al futuro emperador Juliano el Apóstata, al cual admiraba. Al año siguiente volvió a la frontera oriental con Ursicino y en 359 escapó con su esposa, por muy poco, del sitio de Amida (Diyarbakir) por los persas, cuando la plaza fue tomada por las fuerzas de Sapor II. Y, aunque perdió el favor del emperador Constancio II cuando su superior Ursicino cayó en desgracia, lo recuperó cuando su amigo Juliano advino al trono.

El gran número de elogios que Amiano Marcelino destina a Juliano en sus obras demuestra su gran admiración por este emperador que quiso devolver la religión pagana a la Roma recientemente convertida al cristianismo. Marchó con él a las campañas contra los alamanes y de nuevo en una expedición contra Persia en 363, donde Juliano fue herido y murió. Siguió a las órdenes del nuevo emperador Joviano en la retirada hacia Antioquía, su patria, donde residió desde 363 hasta 380, visitando en ese lapso ocasionalmente Egipto, Grecia y Tracia. Marchó a Roma y se instaló definitivamente allí, donde pasó el resto de su vida, perfeccionando su latín y escribiendo su obra historiográfica Res gestæ en treinta y un libros, frecuentando los círculos de los nostálgicos aristócratas paganos (Símaco, Eunapio, Oribasio o Libanio), y ofreciendo lecturas públicas de su obra con gran éxito popular, según Libanio.[4]

Se ignora la fecha exacta de su muerte. El último año en el que se puede presuponer que seguía vivo es 391, pues nombra a Sexto Aurelio Víctor como prefecto de Roma, quien accedió ese año a dicho cargo. Posiblemente murió hacia el año 400.[5]

Su obra Rerum gestarum libri XXXI (conocidas en español simplemente como Historias) fue escrita en Roma como una continuación de las Historiæ de Tácito en prosa rítmica, algo notable teniendo en cuenta que el latín no era su lengua materna; por eso abundan los grecismos sintácticos y léxicos; su estilo es además barroco y difícil, como el de su modelo Tácito, a quien querría sobrepujar; como él, incluye discursos y cartas compuestas ad hoc, pero en lo demás utiliza documentación fiable y se muestra un historiador seguro y veraz, que persigue la veritas, como él mismo declara,[6]​ y que es en ocasiones testigo presencial, atento al sentido de los hechos más que a su mera acumulación analística, por lo cual resalta los más significativos sobre los detalles irrelevantes; en los últimos libros no se le oculta el riesgo que supone hablar de personajes y hechos contemporáneos;[7]​ no descuida tampoco la caracterización de los personajes que se mueven en su historia e incluye digresiones geográficas y etnográficas. Dividió los treinta y un libros de que consta en tres partes, ya que cada una lleva su propio prólogo:

Probablemente publicó la primera parte —de la que se han perdido trece libros, pero no el último— en 391, y el resto a partir de 395. Las partes segunda y tercera han llegado hasta nosotros gracias a una copia manuscrita descubierta por el humanista Poggio Bracciolini en el monasterio de Fulda. Sus escritos concentran todos los acontecimientos ocurridos en el Imperio entre la ascensión al trono de Nerva en el año 96 (año en que concluyen las Historiæ de Tácito) y la muerte de Valente en la batalla de Adrianópolis contra los godos (378).[3]​ La parte conservada narra la época comprendida entre 353 y 378.[2][9]

Las Res gestæ, escritas en latín para facilitar su difusión, puesto que Amiano Marcelino se autodefinía como griego,[3]​ le reportaron gran fama en todo el Imperio, especialmente en Roma y Antioquía. Su lugar como referente para la historia del siglo IV, y en particular la de Juliano el Apóstata, permaneció vigente hasta el siglo VI, sumiéndose luego en el olvido durante la Edad Media. A pesar de las partes perdidas, se considera a las Historias de Marcelino como una obra de referencia obligada para entender los últimos años de gobierno de Constancio II, los mandatos de Juliano, Joviano, Valentiniano I y Valente y los primeros años de Graciano el Joven, además de que ofrece un retrato de la realidad política y social en el Bajo Imperio romano y de su progresiva decadencia, cuyas causas achaca a la dejadez, deshonor y hedonismo de la población, y también a la organización política y militar de numerosos pueblos bárbaros, incluidos los hunos y los visigodos. Así mismo, Amiano Marcelino deja entrever en sus obras las funestas consecuencias que la situación del momento traerían a Roma, como el saqueo de Alarico I que sobrevino dos décadas después de la probable muerte del historiador, el cual fue visto por los contemporáneos como el fin del mundo hasta entonces conocido. Amiano Marcelino era pagano y no tenía en gran aprecio al cristianismo, por lo que es probable que su postura influyera en quienes vieron más tarde a esa religión como la causante de la caída de Roma, una idea que puso en aprietos incluso a san Agustín.



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