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Anaximandro



Anaximandro (en griego antiguo Ἀναξίμανδρος; Mileto, Jonia; c. 610 a. C.-c. 545 a. C.)[2]​ fue un filósofo y geógrafo de la Antigua Grecia. Discípulo y continuador de Tales,[3][4]​ además compañero y maestro de Anaxímenes, consideró que el principio de todas las cosas era lo ápeiron.[5]

Se le atribuye solo un libro, conocido con el título Sobre la Naturaleza.[6]​ El libro se ha perdido y su palabra ha llegado a la actualidad mediante comentarios doxográficos de otros autores.[7]​ Se le atribuye también una carta terrestre, la medición de los solsticios y equinoccios por medio de un gnomon, trabajos para determinar la distancia y tamaño de las estrellas y la afirmación de que la Tierra es cilíndrica y ocupa el centro del universo.[5][8]

Anaximandro, hijo de Praxíades, nació en Mileto durante el tercer año de la 42ª Olimpiada (610 a. C.).[9]​ Según Apolodoro de Atenas,[10]​ tenía la edad de sesenta y cuatro años durante el segundo año de la 58ª Olimpiada (547-546 a. C.) y murió poco tiempo después, habiendo vivido principalmente en la época de Polícrates, tirano de Samos (538-522 a. C.).

Compatriota y alumno de Tales, también parece que fue uno de sus parientes (según la Suda).[11]​ La muerte de Anaximandro fue contemporánea al nacimiento de Heráclito.[12][13]

En sus Discursos,[14]Temistio menciona que Anaximandro habría sido «el primero de los griegos conocidos en publicar una obra escrita sobre la naturaleza» y, por este mismo hecho, sus textos habrían estado entre los primeros documentos griegos escritos en prosa.[15][16]

Sin embargo no existe ninguna mención de sus textos antes de Aristóteles, y por esa razón se supone a veces[17]​ que, en tiempos de Platón, su filosofía había caído en el olvido; fue Aristóteles quien la redescubrió, y es debido a Aristóteles, a Teofrasto y a varios doxógrafos que sus fragmentos han sido conservados.[18]​ Teofrasto escribió que Anaximandro fue el primero en llamar «mundo» al universo.[19]

Las Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres[20]​ de Diógenes Laercio cuentan que Anaximandro, cantando en cierta ocasión, se le burlaron los muchachos, y habiéndolo advertido, dijo: «Es menester cantar mejor por causa de los muchachos».

De acuerdo con Eliano, los milesios le habrían encargado dirigir una colonia en Apolonia, en la costa tracia del Ponto Euxino, lo cual hace pensar que fue un ciudadano de cierta notoriedad.[21]​ Explica Eliano, en la Varia Historia,[22]​ que los filósofos dejaban a veces la comodidad de sus pensamientos para ocuparse de asuntos políticos. Es muy probable que fuera enviado en calidad de legislador para aportar una constitución o incluso para mantener allí el poder en nombre de Mileto.

Para Anaximandro, el arjé es lo ápeiron (de a: partícula privativa; y peras:, ‘límite, perímetro’), es decir, lo indefinido, indeterminado e ilimitado. Lo que es principio de determinación de toda realidad ha de ser indeterminado, y precisamente ápeiron designa de manera abstracta esta cualidad. Lo ápeiron es eterno, siempre activo y semoviente. Este es inmortal, indestructible, ingénito e imperecedero y de él se engendran todas las cosas. Todo sale y todo vuelve al ápeiron según un ciclo necesario. De él se separan las sustancias opuestas entre sí en el mundo y, cuando prevalece la una sobre la otra, se produce una reacción que restablece el equilibrio según la necesidad, pues se pagan mutua pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo.

De Anaximandro se conserva este texto, que es el texto filosófico más antiguo que se ha mantenido con el tiempo y que, según dice Temistio, es el primer texto griego escrito en prosa[23]​:

El principio (arjé) de todas las cosas es lo indeterminado (ápeiron). Ahora bien, allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la reparación de la injusticia, según el orden del tiempo. Anaximandro.[24]

La «injusticia» puede tener dos sentidos. Primero, que toda existencia individual y todo devenir sea una usurpación contra el arché, en cuanto que nacer, individuarse, es separarse de la unidad primitiva. Y segundo, que los seres que se separan del arché estén condenados a oponerse entre sí, a cometer injusticia unos con otros: el calor comete injusticia en verano y el frío en invierno. El devenir está animado por la unilateralidad de cada parte, expresada ante las otras como una oposición.

En Anaximandro se encuentra ya una cosmología que describe la formación del cosmos por un proceso de rotación que separa lo caliente de lo frío. El fuego ocupa la periferia del mundo y puede contemplarse por esos orificios que llamamos estrellas. La tierra, fría y húmeda, ocupa el centro.

Postula Anaximandro que los opuestos se encuentran unidos en lo ápeiron, y se separan para formar todas las cosas nivelados por ciertos ciclos de dominancia de cada uno. Así, el mundo se formó cuando se separó lo frío de lo caliente, se formó la Tierra (fría) rodeada por una capa ígnea y otra capa de aire interior. Esta capa se rompió (de alguna manera) y esta desestabilización produjo el nacimiento del Sol, la Luna y las estrellas. El Sol y la Luna son comprendidos como anillos de fuego y aire que circundan la Tierra; El Sol es 27 o 28 veces mayor (en diámetro) que la Tierra, y la Luna 18 veces. Sin embargo, solo vemos una parte de estos astros, mediante unos orificios en la bóveda celeste. Sobre las estrellas y los planetas no existe claridad.

Anaximandro observa empíricamente un descenso de las aguas en las zonas geográficas que conoce, y de ahí deduce que «la Tierra se está secando». Esto podría entenderse como la «reivindicación» de lo caliente y seco (cielo, Sol, Luna) frente a lo húmedo y frío (mundo conocido), indicando que pronto se cambiarán los papeles.

Los primeros animales surgieron del agua o del limo calentado por el Sol; del agua pasaron a la tierra. Los hombres descienden de los peces, idea que es una anticipación de la teoría moderna de la evolución.

Mediante pura observación metódica concluye que la vida debió haber empezado en el agua, con «seres envueltos en cortezas espinosas» (Aecio). El Sol fue evaporando «lo húmedo», y en esta especie de limo, surgieron los hombres a partir de estas primeras criaturas. El hombre para Anaximandro (según dice Plutarco) es demasiado débil para haber subsistido como tal en épocas más hostiles; por esto necesariamente debe provenir de animales parecidos a los peces, que tenían una mayor protección.



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