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Cabra (animal)



Capra es un género de mamíferos artiodáctilos de la familia Bovidae que suelen conocerse comúnmente como cabras o cabras salvajes. Está compuesto de hasta 9 especies, incluyendo la cabra salvaje (o cabra montés), el markhor y el íbice. No obstante, existen animales de otros géneros (que no son Capra) de la subfamilia Caprinae y que a veces se denominan "cabras", como los del género Oreammos,[1]​ al que pertenece la "cabra" de las Montañas Rocosas (Oreamnos americanus). Las cabras salvajes son originarias del centro-oeste de Asia, donde todavía viven la mayoría de las especies actuales, y desde donde colonizaron partes de Europa y África.

La cabra doméstica (Capra aegagrus hircus) es una subespecie domesticada de la cabra salvaje (Capra aegagrus). Hace unos 9000 años, durante el Neolítico, aparecieron en Mesopotamia las primeras cabras domésticas, cuya distribución actual, tanto en forma doméstica como asilvestrada, es prácticamente cosmopolita. Las cabras son hoy en día uno de los principales animales domésticos en Oriente Medio, norte y este de África y la Europa Mediterránea.

Son animales gregarios que viven en manadas pero, al contrario que sus próximos parientes, las ovejas (género Ovis), las cabras son animales adaptados a comer arbustos y matas correosas propias de medios secos y/o montañosos. Suelen ser animales ágiles, capaces de trepar con facilidad por pendientes sumamente empinadas y saltar de un risco alejado a otro.

Son capridos (Caprinae), como los Ovis (que incluye las ovejas), pero se distinguen de estos por la presencia de glándulas de olor cerca de los pies, en la ingle y en frente de los ojos, por la ausencia de otras glándulas faciales y por la presencia de una barba en los machos y de callos sin pelo en las rodillas de las patas delanteras.[2]

Las especies salvajes presentan un marcado dimorfismo sexual, manifestándose grandes diferencias de talla, color y cornamenta entre machos y hembras; sin embargo las diferentes razas domésticas tienden a suavizar estas diferencias.

En la tradición judía, el Día de la Expiación se sacrificaba un macho cabrío a Dios y se expulsaba al desierto otro, el chivo expiatorio al que simbólicamente se cargaba con las culpas del pueblo. Esta tradición dio origen al mito del ángel caído Azazel.

La cabra era un animal muy venerado en Mendes en Egipto. Estaba prohibido matarla, porque Khnum, una gran divinidad de esta ciudad, se había ocultado bajo la figura de una cabra por esto se le representaba con rostro de este animal. Mientras que en Mendes se reverenciaba este animal y se inmolaban las ovejas, en Tebaida, por el contrario, veneraban las ovejas y sacrificaban las cabras.

Entre los griegos, estaban consagradas a Zeus, en memoria de la ninfa Amaltea. Los lacedemonios, las inmolaban a Hera. Los romanos en sus medallas, representaban a Juno Sospita con una piel de cabra.

Se había puesto, dice Aulo Gelio, una cabra blanca en un cuadro de Homero, porque se le consagraba uno de estos animales en sacrificio como a poeta dedicado a Apolo, al cual acostumbraba inmolar cabras de este color.[3]

Las mitologías griega y romanas recogían otros personajes con forma de cabra e híbridos de cabra y otras especies, como la Quimera, Ega (Aix), Amaltea (representada en la constelación de Capricornio), y los faunos y sátiros.

Otras culturas europeas también concibieron dioses como machos cabríos, como el Akerbeltz de la mitología vasca.



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