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Capitalismo de Estado



Capitalismo de Estado es una expresión con múltiples significados utilizada por diversas corrientes de pensamiento para referirse a determinados modelos económicos de mercado en los cuales el Estado o las empresas estatales desempeñan un papel muy importante en la economía, dentro de un marco social y económico capitalista.

El marxista Raymond Williams define al «capitalismo de Estado» como un sistema económico en el cual el Estado lleva a cabo una actividad económico comercial, con administración y organización de los medios de producción de manera capitalista, incluyendo el sistema de mano de obra asalariada y administración centralizada, actuando como una empresa capitalista más.[1]​ En esta visión el término «capitalismo de Estado» es aplicado críticamente a sistemas que se autodefinen como socialistas o comunistas, pero que según estas corrientes no se trata de sistemas verdaderamente socialistas o comunistas. Un caso ejemplar de este significado fue la crítica de la Unión Soviética realizada desde sectores marxistas.[2]​ Esta crítica normalmente viene de comunistas, marxistas, anarquistas y otros tipos de socialistas.[3]

Hay varias teorías y críticas del capitalismo de Estado, algunas de las cuales han existido desde incluso antes de la Revolución de Octubre.[cita requerida] Los temas comunes entre ellas son identificar que los obreros no controlan significativamente los medios de producción y que las relaciones mercantiles y de producción para la ganancia se siguen produciendo en el capitalismo de Estado.[cita requerida] Lenin describió la economía de Rusia como capitalismo de Estado.[cita requerida]

La literatura marxista normalmente define el capitalismo de Estado como un sistema social combinando el capitalismo —el sistema asalariado de producir y apropiarse de la plusvalía— con la propiedad o el control por el Estado. Con esa definición, un país capitalista de Estado es uno en el que el gobierno controla la economía y actúa como una gran corporación, extrayendo la plusvalía para invertirla en producción futura.[4]Friedrich Engels, en Del socialismo utópico al socialismo científico, argumentó que la propiedad por parte del Estado no acaba por sí misma con el capitalismo, sino que el capitalismo de Estado sería la última fase del capitalismo, consistiendo en la propiedad y administración de la producción a gran escala y comunicación en manos del Estado. También dijo que los instrumentos para acabar con el capitalismo se encuentran dentro del capitalismo de Estado.[5]

Otra definición de «capitalismo de Estado» es sostenida por corrientes económicas no marxistas. La revista británica The Economist, en el número de enero de 2012 íntegramente dedicado al capitalismo de Estado (state capitalism en inglés), analizó este sistema mediante varios artículos dedicados a tratar los casos de países como China, Brasil, Rusia, Argelia, Egipto y Sudáfrica.[6][7]​ Según estas visiones «el capitalismo dirigido por el Estado no es una idea nueva» sino que ya existía en el siglo xvii como lo atestigua la Compañía Británica de las Indias Orientales, pero que ha tenido un «espectacular renacer» a partir de la década de 2000, evidenciado por el hecho del avance mundial de las empresas estatales.[8]

El capitalismo de Estado es una forma de definir el sistema político y económico que se dio en la Unión Soviética después de lo que los trotskistas llaman «Termidor», suceso en el que se forma de manera violenta una burocracia que anula e impide la actuación social y política de los obreros, y que aconteció durante el ascenso al poder por parte de Iósif Stalin. Este sistema prevaleció hasta su desaparición en 1991, considerada como una respuesta a los ciudadanos para lograr mantener a flote un sistema de economía cerrado, en el cual el único que puede tener injerencia sobre el manejo de los medios de producción es el propio Estado. El socialismo debía ser solo una fase necesaria pero temporal en la evolución hacia el comunismo, cuando la transferencia de la propiedad de los medios de producción pasara de la dictadura del Estado obrero (dirigido por comunas o soviets, gobiernos pluralistas compuestos por obreros quienes dirigen al Estado en la represión de la burguesía) por entero a las manos de la clase obrera o proletariado sin necesidad de coerción política contra los enemigos de clase, acabando así con la función del Estado según la concepción trotskista.

A su vez el trotskismo consideró al capitalismo de Estado como una degeneración creada por el estalinismo de la dictadura del proletariado.

A partir de esta concepción del capitalismo de Estado se logró mantener a flote la economía socialista, aunque el problema que causó este sistema económico fue su poca ductilidad y la excesiva burocracia, lo cual a su vez produjo un irregular abastecimiento de algunos productos básicos para el bienestar del pueblo.

Este sistema cae hacia el año 1990 cuando la Perestroika fracasa y provoca el colapso de la Unión Soviética en toda su estructura; militar, política, económica y social dejando de lado este tipo de organización de la economía.

Desde la línea marxista-leninista antirrevisionista se suele describir con el término capitalismo de Estado o dictadura de burguesía burocrática a los autodenominados Estados socialistas en proceso de restauración del capitalismo.

Si bien el término capitalismo de Estado también es aplicable a aquellos sistemas en proceso de construcción del socialismo, como la URSS de la NEP, se pone el énfasis en aquellos que una vez alcanzan el socialismo deciden regresar al capitalismo en alguna de sus formas, y solo en estos casos se utilizan términos como dictadura de la burguesía burocrática, dado que son procesos inversos: en el primer caso se trata de una fase temprana de la dictadura del proletariado y en el segundo se trata de una regresión dada una vez alcanzado el socialismo. En ambos casos el capitalismo de Estado representaría el sistema intermedio entre el socialismo —dictadura del proletariado— y el capitalismo de mercado.

El antirrevisionismo parte de que la dictadura del proletariado exige continuar con la lucha de clases en el seno del socialismo, porque de lo contrario no se sentarán las bases para avanzar hacia la sociedad comunista sino para restaurar el capitalismo. Esta restauración se daría primero en su forma burocrática, mediante la que pese a que los medios de producción siguen siendo propiedad estatal, el poder pasa del proletariado a una burocracia que a cambio de no ostentar la titularidad de los medios de producción utiliza el poder político con criterios antisocialistas para configurarse como clase dominante; y posteriormente con la privatización de los medios de producción.

Algunas características de la dictadura de burguesía burocrática serían la primacía del desarrollo de las fuerzas productivas sobre la agudización de la lucha de clases, la realización de la planificación con criterios antisocialistas, la creciente división social del trabajo, un aparato burocrático análogo al de un Estado capitalista, la defensa de la coexistencia pacífica con los Estados capitalistas e imperialistas, la competencia en el desarrollo con los países de libre mercado y la conversión de un Estado internacionalista en un Estado imperialista. Como único rasgo compartido con los Estados socialistas —entendiendo como tal solo aquellos que aplican el leninismo— tendría por tanto, en términos marxistas, unas relaciones jurídicas de propiedad propias del Estado socialista, esto es, que el Estado ostenta la titularidad jurídica de los medios de producción.

Según esta perspectiva, tras la muerte de Stalin y el ascenso de Jruschov el poder en la Unión Soviética pasa del proletariado a una burguesía burocrática que fue reprimida durante el periodo anterior, y cuya intención era restaurar el capitalismo en su forma burocrática y socialimperialista (desde el punto de vista de las relaciones internacionales), culminando el proceso con la restauración de la economía de mercado de la mano de la Perestroika. Este proceso, dirían los antirrevisionistas, sucederá también en China a la muerte de Mao Zedong y el ascenso de Deng Xiaoping, de forma mucho más acelerada, y con la diferencia de que con la restauración de la economía de mercado el poder político siguió en manos de la burguesía burocrática, que no obstante cada vez está más vinculada y entrelazada con el capital privado. Se suele incluir también dentro de esta categoría a Estados que o bien nacionalizaron los medios de producción siguiendo el modelo revisionista soviético, o a aquellos impregnados de ideología antimaterialista, interclasista, nacionalista, religiosa o idealista, como la Cuba del castrismo o Corea del Norte.

Estas tesis fueron defendidas, además de por partidos comunistas antirrevisionistas de todo el mundo, por los presidentes Enver Hoxha y Mao Zedong.

Numerosas corrientes[9]​ de la izquierda marxista o comunista niegan que el Estado soviético haya constituido alguna vez una verdadera dictadura del proletariado, y critican al trotskismo sosteniendo que en realidad no fue una deformación de un Estado obrero: es el mismo Estado obrero el que no habría existido. Independientemente de si reivindiquen o no la Revolución rusa y sus protagonistas, estas corrientes utilizan el término «capitalismo de Estado» para señalar que la propiedad estatal totalitaria de los medios de producción no soluciona, o no necesariamente, la separación del productor de los medios de producción, y no trasciende las relaciones sociales capitalistas, sobre todo la explotación moderna.

Estas corrientes coinciden en señalar que, en la Rusia soviética (y en China), no existía una burguesía privada que estuviera apropiándose de la plusvalía, como en Occidente. En cambio, fue la misma burocracia del Partido Comunista la que asumió objetivamente el rol de clase explotadora. Estas corrientes critican la idea de que la propiedad estatal de los medios de producción sea sinónimo de socialismo, ya que el control real de la producción por los trabajadores, objetivo central de la dictadura del proletariado, puede seguir siendo impedido, total o relativamente, por un Estado que los centralice con el propósito de explotar a los trabajadores, aunque diga representarlos.

El marxismo no leninista afirma que los medios de producción en los regímenes burocráticos fueron puestos por el Estado en funcionamiento como medios de explotación, es decir, como capital. También utilizan el término para hablar de los casos de Estado de bienestar en Occidente. La producción capitalista por parte del Estado no sería la inclinación inherente del capitalismo, sino más bien una particularidad histórica. En ese sentido, Guy Debord sostiene que la burocracia totalitaria es «la continuación del poder de la economía, el salvamiento de lo esencial de la sociedad mercantil mediante el mantenimiento del trabajo-mercancía. [...] La burocracia totalitaria [es] una clase dominante de sustitución para la economía mercantil»,[10]​ y obstaculizaría relativamente la acumulación, por lo que a largo plazo no sería capaz de competir contra las economías occidentales; eso explicaría en gran parte el enfriamiento crónico de la economía del segundo mundo a partir de fines de la década de los 60. En caso de que se combinara con una propiedad privada del capital, el capitalismo de Estado significaría probablemente un obstáculo a la ganancia privada, y explicaría la tendencia al rechazo de tal propiedad por parte de la burguesía propiamente dicha.

Paul Mattick, en ¿Qué es el comunismo?, publicado en 1934, afirmaría tajantemente que la Rusia soviética no debe ser considerada comunista; sino un régimen capitalista de estado que se rige por principios de acumulación capitalista:

Dentro del anarquismo el término «capitalismo de Estado» tiene por lo menos dos connotaciones (una anticapitalista y otra procapitalista), diferenciadas según su terminología económica pero ambas relacionadas con una suerte de «dictadura de clase» con origen en el poder político, fundamentada en el control de privilegios económicos derivados esencialmente de la violencia, los privilegios legales y políticos, o el corporativismo mercantilista:

Los usos anticapitalistas frecuentemente asociados al término «capitalismo de Estado» son rechazados por gran parte el espectro del pensamiento liberal libertario procapitalista, en particular al que adhiere a la Escuela austríaca, ya que se considera al capitalismo auténtico como sinónimo de libre mercado y la intervención estatal como contraria al sistema capitalista.[15]​ Por el contrario, algunos libertarios de mercado como Kevin Carson y Samuel Konkin asocian al capitalismo como algo contrario al libre mercado y en realidad dependiente del Estado.[16][17]​ Por su parte, Murray Rothbard distinguía entre dos tipos básicos de capitalismo: capitalismo de libre mercado y capitalismo de Estado.[14]

Conceptualmente el uso del término no puede considerarse por ende peyorativo: el rasgo negativo del estatismo no sería que la propiedad de los medios de producción esté fuera del alcance de la totalidad de la población, sino que esta propiedad sea colectiva, y viceversa el carácter positivo del capitalismo no sería que la propiedad de los medios de producción esté en manos de una minoría, sino que esta propiedad sea privada.[18]

Para muchos liberales las relaciones mercantiles no son relaciones de poder y por ende las relaciones sociales entre propietarios desiguales no significan relaciones coercitivas sino cooperativas. Las apropiaciones privadas de capital por intercambio o creación se basarían a su vez en la defensa del derecho de propiedad privada del creador del capital,[19]​ mientras que la obtención de ingresos por parte del Estado no es considerado un derivado de su eventual posesión de capital socialmente útil sino del uso discrecional del monopolio de la violencia para la expropiación de bienes y trabajo sin consideración por el uso eficiente de los medios de producción.[20]​ Sin embargo, liberales como Eugen von Böhm-Bawerk admiten que en mayor o menor grado la intervención del Estado interfiere en los acuerdos haciéndolos parcialmente coercitivos.[21]

El cientista político Ian Bremmer utiliza el término para describir los sistemas en los cuales las clases políticas intervienen sobre el circuito económico de las sociedades anónimas para establecer proyectos sociales que aseguren su permanencia a largo plazo en el poder.[22]​ Este fenómeno aparece como el reverso de la situación paralela, también descrita por Bremmer, en la cual las empresas idealmente logran liberarse —o bien se apoderan— del Estado con un proyecto colectivo organizado de libre mercado, pero que por lo general deriva en un sistema «corporativista» y mercantilizado, descrito por el intelectual neoconservador Samuel Huntington como «pretoriano», en el cual éstas (entre otras organizaciones) en forma desorganizada, y sin capacidad o interés de lograr imponer un interés público por el capitalismo, hacen por separado una «política» privada subordinando desde el Estado la política pública (sea de protección del mercado capitalista o cualquier otra) a una fragmentación de disputas «corporativistas» de las diferentes facciones privadas,[23]​ que no pueden así ni coordinarse colectivamente en la protección del sistema de intercambio del que surgieron, ni tampoco llegar a lograr reestructurar sus intereses en otro proyecto socioeconómico[24]​ o en otras vías de ingreso,[25]​ como describen el socialista comunitario Karl Polanyi y el socialdemócrata Hans Kelsen a las reacciones colectivistas exitosas en el seno de las clases propietarias de capital, que terminaría con la dependencia económica de la burguesía hacia a la renta del capital reemplazándola por la expropiación extraeconómica directa, y convirtiendo así el carácter burgués del «capitalismo de Estado» en un «socialismo de Estado» netamente burocrático y controlado autocráticamente.



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