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Consagración real



La Consagración real es una ceremonia religiosa que confiere a un soberano un carácter sagrado (a veces hasta divino) distinguiéndolo así del resto de las personas. Es una ceremonia distinta a la coronación, acto de coronar, colocar una corona.

La costumbre de consagrar a los reyes ungiéndolos con óleo santo, comenzó entre los hebreos. Saúl y David fueron consagrados por el profeta Samuel y Salomón por el sumo sacerdote. No falta quien crea que ningún príncipe del cristianismo había sido consagrado hasta Justino II, emperador del Imperio bizantino, que subió al trono en el año de 565, pero otros aseguran que Teodosio I el Grande fue coronado y por consiguiente, consagrado en el año 408 por el patriarca Proclo (Notas del padre Menard sobre el Sacramentario de san Gregorio, pag. 307). Imitaron esta costumbre los reyes de los godos y de los francos y Clodoveo I fue consagrado por San Remigio.[1]

La Consagración fue practicada por los soberanos visigodos de España en el siglo VII, la fecha de la primera consagración data del 672, realizada al rey Wamba en Toledo, pero solo el reino de Aragón conservó su uso. Los otros reinos preferían la simple proclamación para evitar el sometimiento al clero que ello representaba.

Los reyes merovingios (siglo V y siglo VIII) no accedían al poder después de una consagración; sino que eran elegidos por los aristócratas de las familias merovingias. El poder provenía de su carisma y de sus victorias militares. El bautismo del primer rey merovingio Clodoveo, hacia el 496, no fue, jamás, un acto de consagración.

A mediados del siglo VIII, el Mayordomo de palacio Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, inauguró la práctica de la consagración religiosa para los reyes de Francia; quería asegurarse el apoyo de la más alta autoridad espiritual de Occidente: el papa. Para conseguir su autorización envía a Burchard y a Fulrad como embajadores ante el papa Zacarías. Este le respondió que el "orden divino" no quedaba claro, puesto que el Mayordomo de palacio disponía del poder, pero no de su legitimidad. Los últimos reyes merovingios no tenían, realmente, ninguna autoridad efectiva.

La Iglesia afirma que es ella la que debe dar la legitimidad del poder por medio del ritual de la consagración. Se utilizará, como modelo de la misma, la unción que recibió David de Samuel según el Antiguo Testamento. La consagración de Pipino el Breve tendrá lugar en marzo de 752 en Soissons, donde, los obispos presentes le ungen con el santo óleo imponiéndoselo en diferentes partes del cuerpo. La elección establecida por parte del pueblo y de los nobles aristócratas del reino, perderá su importancia con los sucesores carolingios.

A cambio de su acuerdo con Pipino, el papa espera el apoyo militar de los carolingios para hacer frente a las amenazas de los lombardos. En 753, el papa Esteban II se ve obligado a refugiarse en Gaula y solicita la intervención de Pipino el Breve que le promete una intervención armada contra los lombardos; como recompensa el papa le confiere el título de "patricio de los romanos" (protector de Roma) y le consagra por segunda vez en San Denis el 28 de julio de 754. Los dos hijos de Pipino (uno de ellos futuro Carlomagno) así como la madre de Pipino, Berthe, son también consagrados. Pipino el Breve, cumpliendo su promesa, emprende varias expediciones en Italia. Los territorios abandonados por los lombardos forman el embrión de los Estados Pontificios.

La consagración de Pipino el Breve tuvo muchas implicaciones fundamentales: Un cambio de dinastía: los carolingios reinaron en Francia hasta 987. El último rey merovingio, Childerico III, fue encerrado en un monasterio. Los carolingios obtuvieron el apoyo del Papa y de la Iglesia. A cambio, ellos tenían que proteger a la iglesia. Con la consagración de 754, toda la dinastía carolingia quedaba consagrada. Por medio de la consagración el rey quedaba por encima de todos los demás laicos.

Durante el imperio carolingio, la elección cayó en desuso, aunque no desapareció por completo: se denominó "aclamación" tras imponerse la consagración, pero realmente no fue más que una mera formalidad. Las coronaciones imperiales, impuestas por Carlomagno en 800, eran distintas a la consagración, que tenía lugar en Roma en presencia del Papa.

La primera consagración que tuvo lugar en Reims fue la de Luis el Piadoso en octubre de 816. Hijo de Carlomagno, se convirtió, por medio de esta ceremonia, en el elegido de Dios y defensor de la Iglesia. El arzobispo de Reims, Hincmaro, consagró a Carlos el Calvo en 869. Sin embargo Reims conserva la preeminencia que tenía sobre las otras sedes metropolitanas durante el siglo XII, ya que en ella fue bautizado Clodoveo, ceremonia en la que hizo su aparición la "Santa Ampolla". Asimismo, el capeto Luis VI se hizo consagrar en Orleans en 1108.

El declive de los carolingios se hace patente en el siglo IX y siglo X: El Robertino Eudes es elegido por los Grandes en 888. Después de proclamar el destronamiento de los carolingios Carlos el Simple, Roberto es elegido el 29 de junio de 922 y consagrado en Reims al día siguiente, domingo, 3 de junio de 922 por el arzobispo Gautier de Sens, su primo.

En el siglo X, los príncipes territoriales (marqueses, duques, condes) tienen un poder político de tal magnitud que pueden imponer sus condiciones antes de dar su consentimiento para la elección del rey. La elección del rey se demuestra, pues, determinante, especialmente durante las crisis dinásticas.

En 987, el carolingio Luis V muere sin descendencia. Hugo Capeto es elegido por los Grandes de Senlis y más tarde, consagrado en Novon, el domingo 3 de julio de 987: es el fin de la dinastía carolingia. Hugo Capeto hace consagrar, también, a su hijos. Este ritual será perpetuado hasta la llegada al trono de Felipe II de Francia al final del siglo XII, el poder y la legitimidad de los Capetos queda definitivamente asegurada.

El ritual de la consagración se va fijando progresivamente: la descripción de los gestos y de las palabras pronunciadas durante el curso de la consagración se denomina ordo; los clérigos redactaron varias:

A partir del siglo XIV, el rey disponía de un poder taumatúrgico (curandero).

Los emperadores germánicos eran, primero, elegidos soberanos, después iban a Roma para recibir la corona imperial de manos del Papa.



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