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Década de Nankín



La década de Nankín (en chino tradicional, 南京十年 Nánjīng shí nián) es el nombre que recibe el periodo de gobierno del Kuomintang en China entre 1927 y 1937. Fue una época de reformas y de modernización del Estado, pero también de desilusión con el Gobierno, minado por la corrupción, las disensiones entre sus grupos, incapaz de acabar con el atraso rural y de implantar modernos servicios de salud y educación en el país.[1]​ El Gobierno, débil, no pudo dominar completamente la gran nación de varios cientos de millones de habitantes.[1]

Por entonces, China contaba con cuatrocientos ochenta millones de habitantes.[2]​ El país era abrumadoramente rural: en la década de 1930, solo quince ciudades contaban con más de doscientos mil habitantes.[3]​ La población que residía en localidades con más de cien mil solamente suponía en 4,5 % del total de la república.[3]​ Según un estudio de 1934, China contaba con trescientos sesenta millones de campesinos, dos millones doscientos mil soldados y un millón cuatrocientos mil obreros industriales.[4]

La unidad social fundamental siguió siendo la aldea, constituida por casas de barro o adobe y madera, alejada de la modernidad de las ciudades, sin electricidad ni infraestructuras higiénicas.[4]​ Mal comunicadas con el exterior, solían ser autosuficientes, tradicionales y formadas por campesinos analfabetos.[4]​ La autoridad principal en estas localidades eran los terratenientes o sus representantes.[4]​ La influencia gubernamental en el campo era además escasa, y las reformas que intentó, estériles.[4]

Tres cuartos de los campesinos tenían que recurrir al crédito —concedido por usureros a alto interés— para equilibrar sus finanzas.[5]​ El 40 % de la tierra era arrendada.[4]​ Los terratenientes cobraban en torno al 50 % de los ingresos de sus arrendatarios.[5]​ La alianza entre el Kuomintang y las clases privilegiadas del campo impedían toda reforma de calado, a pesar de la retórica revolucionaria del partido.[5]

En la ciudad, el principal apoyo gubernamental eran los comerciantes, que pronto quedaron desilusionados por la opresión del Kuomintang y sus planes de desarrollo estatistas.[6]​ Los obreros fueron entregados al hampa, que se encargó de organizar sindicatos amarillos.[7]

La economía nacional vivió dos periodos diferenciados: uno de rápido crecimiento hasta 1931, azuzado por la devaluación internacional de la plata, que resultó una devaluación efectiva de la divisa nacional y fomentó las exportaciones y la llegada de inversiones extranjeras; y otro a partir de ese año, de deflación y crisis industrial.[7]​ El declive afectó también al campo: los precios agrícolas en 1934 se hundieron a la mitad de los de 1926.[7]

Trece de las dieciocho provincias que formaban el país quedaron parcial o totalmente libres del control de Nankín.[1]​ En el noreste, Japón se había apoderado en 1931 de las tres provincias manchúes y más tarde de Jehol.[1]​ En marzo de 1934, se estableció el imperio de Manchukuo.[1]

Shanxi volvió a manos de su antiguo señor Yan Xishan, que impulsó cierta modernización —mejora de la industria, los ferrocarriles o la educación—, pero impuso un sistema de control policial para aplastar toda oposición.[8]Sichuán seguía sumida en las contiendas entre caciques militares, con casi un millón de soldados entre todas las facciones enfrentadas.[8]​ El Gobierno no ejercía autoridad alguna en Xinjiang, territorio principalmente musulmán en el oeste muy influido por la vecina Unión Soviética.[8]Shandong había caído en manos de un antiguo lugarteniente de Feng Yuxiang que, en malas relaciones con Nankín, cooperaba con los japoneses.[8]Hunan escatimaba los impuestos al Gobierno central y aumentaba sus unidades militares, mientras que la vecina Guizhou seguía sometida a los antiguos caudillos militares e inmersa en la producción de opio.[8]Yunnan era prácticamente independiente.[8]​ La camadilla de Guangxi continuaba rigiendo la provincia que le daba nombre, hostil a los intentos centralizadores de Nankín.[8]​ La vecina Cantón estaba en manos del general Chen Jitang, también contrario de Chiang.[8]​ En Fujian, el 19.º Ejército de Ruta, que había resistido denodadamente a los japoneses en Shanghái, acabó abandonando su nueva misión de perseguir a los comunistas y se alzó contra el Gobierno, aunque la rebelión fue aplastada.[9]

La década fue el periodo de mayor influencia de Gobierno nacional en la política desde la desaparición de la monarquía.[10]

El país disfrutó de un notable crecimiento económico en las ciudades y en algunas zonas rurales, dedicadas a los cultivos comerciales.[10]​ Se establecieron empresas mixtas con Alemania para fabricar en China aviones y camiones.[11]​ Se crearon líneas aéreas con ayuda estadounidense y alemana.[11]​ Algunas de las potencias invirtieron parte de sus indemnizaciones obtenidas gracias a las concesiones chinas tras la derrota de la Rebelión Boxer en infraestructuras, a cambio de suministrar equipamiento.[11]​ En la década de 1930, se construyeron tres mil kilómetros de vías férreas y se concluyó la línea Wuhan-Cantón, lo que permitió viajar desde Pekín a Cantón en tren.[11]​ Se importaron cientos de vagones y locomotoras, y estas comenzaron a ensamblarse también en China.[11]​ De los ciento nueve mil kilómetros de carreteras con los que contaba el país en 1936, más de veinticuatro mil se construyeron durante lde «década de Nankín».[11]

En las ciudades, se erigieron grandes edificios y se mejoraron las infraestructuras.[11]​ Se estudió embalsar el Yangtsé para producir energía hidráulica.[11]​ Se reformó el sistema penitenciario, se proyectó la edificación de nuevas cárceles y se adoptó el sistema de reforma de los presos.[11]​ Se crearon escuelas de farmacia en Shanghái y Nankín.[11]​ Se creó además un sistema de escritura simplificado de ochocientos símbolos, para facilitar la alfabetización de la población.[11]​ Se abandonó el tradicional calendario lunar y se adoptó el solar occidental.[12]

Para mejorar la situación del campo, se comenzaron a estudiar nuevas variedades de plantas y se construyó una granja modelo a las afueras de Nankín.[11]

El Gobierno estableció una divisa para sustituir las emitidas por las distintas provincias hasta entonces.[11]​ Se implantó el impuesto sobre la renta.[11]​ La nación recuperó el control de sus aranceles y el monopolio de la sal.[11]​ Aumentó también la influencia gubernamental en las concesiones extranjeras.[11]

A pesar de la hostilidad gubernamental, floreció también la cultura y la crítica.[11]​ La industria cinematográfica de Shanghái tuvo su apogeo.[11]

A pesar de los elogios de los observadores, las mejoras en el país fueron limitadas, se concentraron en las ciudades y beneficiaron a un porcentaje reducidísimo de la población.[13]

La falta de fondos, de autoridad en muchas zonas del país, el conservadurismo de la clase privilegiada rural, el tradicionalismo y el hincapié en un sistema de autoridad piramidal que concentraba el poder en Chiang Kai-shek complicaron los intentos del Gobierno por fundar un sistema moderno de gobierno.[13]​ La modernización deseada por el poder era además económica y técnica, no política o social, y el Gobierno carecía de la Administración Pública necesaria para llevarla a cabo.[13]​ A pesar de los programas de reforma de esta, gran parte de los funcionarios provenían de las plantillas de los antiguos caudillos militares u obtenían su puesto por nepotismo.[13]

Nankín tenía además continuos problemas de financiación. Numerosas provincias eran reticentes a contribuir a la Hacienda nacional, el impuesto sobre las actividades económicas no se aplicaba a los granjeros y pequeños comerciantes y existía una amplia corrupción en la recaudación.[13]​ Los ingresos por impuesto sobre la renta se reducían en la práctica a los obtenidos de los funcionarios, los únicos que controlaba el Estado.[13]​ Los impuestos sobre la propiedad rendían mucho menos de lo esperado por la caótica situación de los registros de la propiedad.[13]​ En algunas provincias, la mitad de la fincas no tenían propietario registrado.[13]​ Las provincias controladas por Japón tampoco aportaban ingresos al tesoro nacional.[13]​ El contrabando menguaba también los ingresos por aranceles.[13]

El desarrollo de las comunicaciones también fue desigual y marcado por necesidades militares —la lucha contra los comunistas—, más que por sentido económico.[14]​ Había regiones inmensas, como el suroeste o el oeste, con escasísimas infraestructuras modernas de transporte.[14]​ Aunque el número de carreteras aumentó considerablemente, solo un cuarto de ellas estaban asfaltadas.[14]​ El transporte seguía siendo primitivo: tres cuartas partes seguía empleando medios tradicionales, no mecanizados.[14]

El país carecía también de un sistema sanitario y de servicios sociales.[12]​ La salud era muy precaria y casi la mitad de los niños moría antes de cumplir los cinco años.[12]​ Los medios sanitarios eran mínimos: para cuatrocientos cincuenta millones de habitantes la nación contaba con apenas treinta mil camas de hospital, cinco mil médicos y mil setecientas enfermeras.[12]​ La educación también era insuficiente.[3]​ El Gobierno pretendía escolarizar gratuitamente a la población, pero no aportaba los fondos necesarios: de los doscientos millones de dólares anuales que costaba anualmente el proyecto, nunca concedió más de cuarenta y dos.[3]​ El número de escuelas era insuficiente, en especial en el campo.[3]​ Aunque el número de escuelas secundarias se triplicó entre 1925 y 1936, en este último año apenas había tres mil de ellas, con medio millón de alumnos.[3]​ En Shanghái, una de las zonas más desarrollas del país, solamente el 2 % de la población contaba con educación secundaria; en el oeste, el porcentaje era del 0,004 %.[3]​ Según un informe de la Sociedad de Naciones, el número de universitarios era de treinta mil.[3]​ Los intentos de reforma educativa, importantes, quedaron reducidos principalmente a las ciudades y apenas afectaron al campo.[3]

Los intentos de reforma en el campo fueron escasos e infructuosos.[4]​ No se creó ni un catastro de propiedad ni se intentó aplicar ninguna reforma agraria —el 40 % de la tierra estaba arrendada, a alto precio—, a pesar de la concentración de la propiedad en algunas provincias.[4]​ No se redujeron las rentas que cobraban los terratenientes, que alcanzaban en torno a la mitad de los ingresos de los campesinos.[15]​ Las nuevas cooperativas beneficiaron sobre todo a los campesinos acomodados y el Banco Agrícola se fundó principalmente para ofrecer servicios financieros a los implicados en la producción y comercio de opio, para aumentar así los ingresos estatales para fines militares.[4]

El Ejército era también una mezcla de unidades modernas, disciplinadas y bien adiestradas y armadas y restos de los tiempos de los caudillos militares.[14]​ Los ascensos a menudo recompensaban la lealtad política, no la habilidad marcial.[14]​ Dado que el centro del poder político era la Junta Militar central y que los generales gobernaban la mayoría de las provincias, su nombramiento por motivos ajenos a la capacidad debilitaban el sistema administrativo.[14]​ La antigua burocracia imperial había sido sustituida, tanto como sistema administrativo como de ascenso social, por las Fuerzas Armadas.[16]

La intolerancia con las diferencias políticas impidió la innovación política o administrativa, y favoreció el crecimiento de la represión.[17]​ El país carecía de un sistema jurídico moderno, lo que facilitó la extensión de las medidas coercitivas, incluida la tortura, la detención arbitraria y el asesinato.[17]​ Existían grupos de asesinos que acababan con la vida de los disidentes.[17]

Pese a que el poder se concentraba en Chiang —que ocupaba cargos diversos y cambiantes pero conservaba en todo momento el poder— y en las camarillas en torno a él, estas no formaban un grupo cohesionado, sino que estaban enfrentadas por rencillas.[18]

En 1934, por fin las ofensivas contra los comunistas comenzaron a dar fruto, y diversas unidades fueron cercadas o aniquiladas.[19]​ En Jiangxi, el avance de las fuerzas gubernamentales fue imparable.[19]

Aun así, el coste de las operaciones militares fue enorme: los gastos bélicos y el pago de la deuda suponían el 70 % del presupuesto nacional.[19]

En el verano de 1934, se restablecieron las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.[19]​ Mejoraron las relaciones también con Manchukuo, con el que se reanudaron los servicios de ferrocarriles, aunque no hubo un reconocimiento oficial del país.[19]

El fin de la década llegó con el comienzo de la segunda guerra sino-japonesa y el traslado de la capital a Wuhan a finales de 1937.[20]​ Perdida la larga batalla de Shanghái y amenazada Nankín, el Gobierno chino decidió instalarse en Wuhan y alejarse de la inminente batalla por el control de la ciudad.[20]



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