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Deidad



Una deidad,[1]​ o un dios,[2]​ es aquel ser al que normalmente se le atribuyen poderes importantes (aunque a algunas deidades no se les atribuye poder alguno). Puede ser adorado, concebido como santo, divino, sagrado o inmortal, tenido en alta estima, respetado o temido por sus adeptos y seguidores. Las deidades se representan con gran variedad de formas, pero con frecuencia con forma humana o animal; se les asignan personalidades y conciencias, intelecto, deseos y emociones como los humanos. Se le atribuyen fenómenos naturales tales como rayos, inundaciones y tormentas, así como milagros.

Las deidades pueden ser concebidos como las autoridades o controladores de cada aspecto de la vida humana (tales como el nacimiento, la muerte o la otra vida). Algunas deidades son consideradas las directoras del tiempo y el destino, los dadores de la moralidad y las leyes humanas, los jueces definitivos del valor y el comportamiento humanos y los diseñadores y creadores de la Tierra y/o Universo.

La palabra española «deidad» procede del latín deitas, ‘naturaleza divina’. Al igual que el sánscrito deva, ‘ser celestial’ o ‘dios’, proviene de la raíz protoindoeuropea *deiwos, ‘brillar’.[3]​ De esta misma raíz derivan varias palabras relacionadas con el cielo: dies, ‘día’ o divum, ‘cielo abierto’.[3]

De algunas deidades se piensa que son invisibles o inaccesibles para los humanos (morando principalmente en lugares sobrenaturales, remotos o apartados y sagrados, tales como el Cielo, el Infierno, el firmamento, el inframundo, bajo el mar, en la cima de montañas altas, en bosques profundos o en un plano sobrenatural o esfera celestial; o incluso en la mente y/o el subconsciente humano), revelándose o manifestándose en raras pero escogidas veces a los humanos y dándose a conocer principalmente por sus efectos.

En el monoteísmo, suele creerse que un único dios que mora en el Cielo también es omnipresente e invisible.

En el politeísmo, los dioses se conciben como un contrapunto a los humanos. En el reconstruido e hipotético protoindoeuropeo los humanos eran descritos como tkonion, ‘terrenales’, en oposición a los dioses, que eran deivos, ‘celestiales’. Esta relación casi simbiótica está presente en muchas culturas posteriores: los humanos son definidos por su posición de súbditos a los dioses, a los que nutren con sacrificios, y los dioses son definidos por su soberanía sobre los humanos, castigándoles y recompensándoles, pero también dependientes de su adoración y en ocasiones la gente trata a su dios como alguien que les sirve a ellos.

El límite entre humano y divino no es en modo alguno absoluto en la mayoría de las culturas. Los semidioses son la descendencia de la unión entre un humano y una deidad, y las mayoría de las casas reales de la Antigüedad reclamaban ascendencias divinas. Comenzando con Neferirkara (siglo XXV a. C.), los faraones del Antiguo Egipto se hacían llamar «Hijos de Ra». Algunos gobernantes humanos, tales como los faraones del Imperio Medio, los emperadores japoneses y algunos emperadores romanos, han sido deidades adoradas por sus súbditos incluso en vida. El primer gobernante de quien se sabe que reclamó su divinidad es Naram-Sin (siglo XXII a. C.). En muchas culturas se cree que gobernantes y otras personas prominentes o santas se transforman en deidades tras su muerte (véase Osiris y canonización).

Se destaca también, que los panteones de diversas culturas cuentan tanto con deidades benefactoras como mundanas.



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