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Disolución de los monasterios (Inglaterra)



La disolución de los monasterios (a la que se refieren los escritores católicos como la supresión de los monasterios) fue el proceso formal que tuvo lugar entre 1536 y 1540, por el cual el rey Enrique VIII de Inglaterra, que se proclamó a sí mismo cabeza de la Iglesia en Inglaterra, confiscó los bienes de las instituciones de la Iglesia católica en Inglaterra. Esto sucedió aproximadamente al mismo tiempo que la reforma protestante en la Europa continental.

Comenzó en 1534 cuando el parlamento autorizó a Thomas Cromwell a "visitar" los monasterios (abadías y conventos) aparentemente para que fueran informados de que serían supervisados por el rey en vez de por el Papa, pero en realidad para hacer un inventario de sus propiedades. Más tarde, en 1535, se delegó esa autoridad en una comisión. Ese verano los visitadores comenzaron a hacer su trabajo y, mientras, se predicaba en las parroquias contra los religiosos de vida conventual, preparando así la confiscación. Los visitadores enviaban al Parlamento informes escritos (probablemente exagerados), que resaltaban la corrupción que había en los monasterios a los que se acusaba de delitos contra la moral y la hacienda.

Sobre la base de esos informes, en 1536, el Parlamento decretó que el rey de Inglaterra recibía la propiedad de todos los monasterios con ingresos anuales inferiores a 200 £. Como esa medida no produjo los ingresos esperados, en 1539 el Parlamento autoriza la entrega a la Corona de todos los monasterios. Algunos monasterios se resistieron pero después de que tres abades fueran ejecutados, el resto se resignó a los hechos; la creación de la Iglesia Anglicana supuso que Enrique VIII ofreciera también a numerosos abades y monjes la posibilidad de integrarse en la jerarquía de la nueva religión oficial como predicadores mantenidos por la corona, mientras que otros monjes recibirían una pensión vitalicia para compensar la pérdida de su medio de vida. De este modo muchos monasterios aceptaron la confiscación real sin mayor resistencia.

Los monasterios de Inglaterra y las órdenes religiosas a las que pertenecían poseían grandes extensiones de tierras fértiles, explotaciones agrícolas así como bienes inmuebles y en metálico, por lo cual su transferencia forzada a la Corona provocó una efectiva transformación de la economía; de hecho los diezmos recibidos por los monasterios siguieron siendo exigidos pero esta vez en calidad de tributo real.

No obstante, la codicia de los funcionarios reales y la propia presión de Enrique VIII para acumular grandes fondos en poco tiempo generó que muchas propiedades fueran vendidas por montos ínfimos a la aristocracia y la pequeña nobleza de las áreas rurales; también desaparecieron muchas obras de arte porque no fueron consideradas como bienes para la venta. En tanto la Corona se había reservado la entrega de los objetos de oro y plata, los cristales, ornamentos, y objetos similares fueron vendidos a ricos terratenientes. Incluso los edificios religiosos fueron deliberadamente destruidos por el afán de obtener piedras para otras construcciones o vigas metálicas para su reventa. También se perdieron importantes libros y manuscritos antiguos, algunos destruidos pero muchos otros vendidos a coleccionistas ricos y luego sacados de Inglaterra y dispersados por Europa. Uno de los pocos que se salvó fue el Libro de Kells, que fue sacado de Inglaterra , con dirección a Irlanda, por el abad saliente.

Los monasterios siguientes fueron disueltos por el rey Enrique VIII de Inglaterra. La lista no es exhaustiva, ya que antes de la Reforma existían más de 800 casas religiosas y prácticamente todas las ciudades, de cualquier tamaño, tenían al menos una abadía, priorato o convento (frecuentemente pequeñas residencias de monjes, monjas, canónigos o frailes).



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