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Don Juan



Don Juan es un personaje arquetípico de la literatura española, creado por Tirso de Molina y posteriormente recreado en la literatura universal.[1]

También llamado burlador o libertino, se trata de un seductor valiente y osado hasta la temeridad que no respeta ninguna ley divina o humana. La tradición posterior lo relaciona con la figura de Miguel de Mañara, un gran pecador arrepentido de la Sevilla del siglo XVII,[2]​ si bien ya había referencias a esta leyenda en sus puntos fundamentales en la figura madrileña del siglo XVI de Jacobo de Grattis (1517-1619), más conocido como «Caballero de Gracia».

Con los precedentes de El infamador de Juan de la Cueva (1581) y de El Hércules de Ocaña de Luis Vélez de Guevara, el primer ejemplo del personaje lo creó, según algunos, Tirso de Molina, en su obra El burlador de Sevilla y convidado de piedra, 1630; según otros, esta obra sería una refundición de otra, conocida como Tan largo me lo fiais, que podría atribuirse a Andrés de Claramonte. En cualquier caso, hay en el teatro ciertos antecedentes del tipo del fanfarrón y seductor y, en los romances, contaminado con la leyenda del convidado de piedra (quien desprecia a los muertos y acepta temerariamente la invitación de uno de ellos).

Escribieron obras inspiradas en este personaje Antonio de Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, 1713), Molière (Dom Juan ou le festin de pierre, 1665), Carlo Goldoni (Don Giovanni Tenorio, 1735), Aleksandr Pushkin (El convidado de piedra, 1830); Samuel Richardson, creador del libertino Lovelace en su novela Clarissa Harlowe; Lorenzo da Ponte, libretista de Mozart, (Don Giovanni, 1787); Choderlos de Laclos, famoso por su libertino vizconde de Valmont en su novela epistolar Las amistades peligrosas, 1782), Lord Byron (Don Juan, 1819-1824, incompleto por su muerte), José de Espronceda (el Don Félix de Montemar de su El estudiante de Salamanca, 1840), José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1844), Azorín, Gonzalo Torrente Ballester (Don Juan) y otros muchos (Christian Dietrich Grabbe, Alejandro Dumas, Edmond Rostand...) y, más recientemente, Max Frisch. En el mundo de habla hispana es una tradición teatral constante el representar alguna obra de Don Juan, especialmente la de Antonio de Zamora o la de Zorrilla, en todas las festividades de Todos los Santos (1 de noviembre).

El personaje y su actitud vital, denominada genéricamente donjuanismo, ha inspirado a numerosos ensayistas (Ramón Pérez de Ayala, Víctor Said Armesto, Arturo Farinelli, Ramiro de Maeztu, Américo Castro, José Ortega y Gasset, etcétera), que ven en la figura del seductor desde un inmaduro patológico y afeminado, próximo al narcisismo como Gregorio Marañón, a una figura satánica y rebelde típicamente romántica o al arquetipo universal del seductor insatisfecho.

Ya en el siglo XX, la adaptación musical de la obra de Gastón Leroux El fantasma de la ópera, compuesta por Andrew Lloyd Webber, hace una breve mención al personaje de Don Juan. Aquí se presenta como un personaje de una de las óperas compuestas por el Fantasma. En 1931, el dramaturgo madrileño Enrique Jardiel Poncela publicó "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?", novela en la que el protagonista encarna una versión de Don Juan bajo el nombre de Pedro Valdivia, a modo de broma en referencia al conquistador extremeño Pedro de Valdivia.

Desde el siglo XVII se dio crédito a la idea de que Don Juan Tenorio existió realmente. Tal idea fue recogida por el hispanista Louis Viardot en el XIX,[3]​ y posteriormente por Gregorio Marañón, que recoge la existencia de los Tenorio y de la calidad de seductor de alguno de ellos, pues un tal Cristóbal Tenorio tuvo amoríos con la hija de Lope de Vega e incluso se batió en duelo con él, hiriéndolo.

Se ha especulado que la razón de la elección de tal apellido por Tirso de Molina pudo ser por la similitud con el verbo «tener», que induce a relacionarlo con el hecho de la posesión, y con el sustantivo «tenor», que lo relaciona con la voz masculina.[4]

Las figuras del centenario Caballero de Gracia (1517-1619) y del sevillano Miguel Mañara, nacido en 1627 y, por tanto, imposible como modelo, y que desde principios del siglo XIX se encuentra en causa de beatificación, suscitó la maledicencia de los que atribuían la «conversión» piadosa de sus últimos años a una similitud con los rasgos esenciales de la psicología de Don Juan: una juventud disipada y un aparatoso arrepentimiento final, que lo llevó a ser citado como contraejemplo por Antonio Machado («ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido / ya conocéis mi torpe aliño indumentario»).[5]



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