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Dones del Espíritu Santo



En la teología cristiana, el Espíritu Santo —o equivalentes como son, entre otros, Espíritu de Dios, Espíritu de verdad o Paráclito: acción o presencia de Dios, del griego παράκλητον parákleton: ‘aquel que es invocado’, del latín Spiritus Sanctus: Espíritu Santo— es una expresión bíblica que se refiere a una compleja noción teológica a través de la cual se describe una "realidad espiritual" suprema, que ha sufrido múltiples interpretaciones en las diferentes confesiones cristianas y escuelas teológicas.[1]

Según la Doctrina de la Iglesia católica, los dones del Espíritu Santo son medios imperecederos proporcionados por el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, de los cuales el creyente obtiene de Dios las gracias y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrena con santidad. Estos dones son permanentes y ayudan al hombre a ser más dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo y ayudan a conseguir la perfección de las virtudes de las personas que los reciben o, al menos, a dirigirse hacia ella.[2]​ Tales dones son siete: entendimiento o inteligencia, sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.[3]

En el libro del profeta Isaías puede leerse:

Teólogos como Juan de Santo Tomas subrayan ampliamente el hecho de que el conocimiento de estos dones es siempre revelado y no puede ser fruto de la reflexión: de ahí que los filósofos anteriores al cristianismo no conocieran su existencia. El texto es marcadamente mesiánico y su aplicación como dones que son dados a todos los cristianos se debe a la reflexión posterior de los Padres de la Iglesia a partir de otros textos bíblicos.[4]​ Aquí Isaías se refiere a Quien es Jesús, y profetiza su venida.

En el Antiguo testamento hay numerosos pasajes referidos al Espíritu Santo: En el Génesis,[5]​ en el Éxodo,[6]​ en el Libro de los Números,[7]​ en el Deuteronomio[8]​ También hay pasajes referidos al Espíritu Santo o espíritu de Dios en el Libro de Judit, en el Libro de los Salmos hay numerosas referencias, en el de la Sabiduría también, en el Eclesiástico, en el de Isaías o en el de Miqueas.

En el Nuevo Testamento hay numerosas referencias a los dones del Espíritu Santo entre las cuales destacan como más principales las siguientes: Evangelio según San Lucas[9]​cuando Jesús dice a sus discípulos que no se preocupen por lo que han de decir si lo apresan pues ...El Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.; también en este mismo Evangelio;[10]​ en el Evangelio de Juan cuando Jesucristo les dice que «el viento sopla donde quiere y oyes su voz... Así es todo el que ha nacido del Espíritu».[11]​ y también, en el mismo Evangelio cuando Jesús dice «...y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: es el Espíritu de la verdad...» .[12]​ Se repiten estas ideas en los Hechos de los Apóstoles de forma contundente y se ha dicho entre los teólogos que el libro de los Hechos de los Apóstoles podría llamarse «Evangelio del Espíritu Santo» ya que este nombre aparece en casi todas sus páginas.[13]

Con motivo de un discurso de San Pedro aparece repetidamente la figura del Espíritu Santo.;[14]​ en la epístola de San Pablo a los Romanos, en la que dedica el capítulo ocho completo a «La vida del Espíritu», les dice que «...la ley del Espíritu de la vida que está en Cristo Jesús te ha liberado del pecado y de la muerte...»; «...para que la justicia se cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu», «los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu.», «Porque si vivís según la carne, moriréis; pero, si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis»;[15]​ a los corintios les dice en la primera carta que les escribió: «A nosotros, en cambio, Dios nos lo reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, incluso las profundidades de Dios»[16]​ y una buena parte del capítulo doce lo dedica a explicarles la diversidad de los dones espirituales.[17]​ También el apóstol San Juan en su escrito del Apocalipsis cita numerosas veces al Espíritu Santo,,,;[18][19][20][21]​ y bastantes más pasajes que son un pequeño resumen de la tradición de la Iglesia, aun cuando el único texto específico y fundamental es el mencionado de Isaías.

Ahora bien, el texto masorético, que es la versión hebraica de la Biblia usada oficialmente entre los judíos, no cuenta siete sino seis —no menciona el espíritu de piedad— los dones del Espíritu Santo, lo cual ha dado pie a discusiones entre los teólogos —que asumen que son siete dado el carácter simbólico de este número— y los exegetas que consideran el texto una simple enumeración de las cualidades de gobierno del Mesías. Tomás de Aquino dedicó un artículo en su Suma teológica a defender que son siete.[22]

En el sínodo de Roma del año 382, bajo la presidencia del Papa Dámaso I se trató de los dones en los siguientes términos:

El Papa León XIII en la encíclica Divinum illud munus, publicada en 1897, declaraba lo siguiente:[24]

Dentro de la Iglesia católica el creyente tiene acceso a los dones y las gracias consecuentes, con el bautismo, mismas que se refuerzan una vez recibido el sacramento de la confirmación, rito por el cual se impone las manos al bautizado y se lo unge con aceite para que descienda sobre este, el Espíritu Santo (Cfr. SC 71; Catec. n. 1289).

El «don de Dios» es el Espíritu Santo, promesa que se hizo realidad en Pentecostés. El itinerario que, a propósito del «don del Espíritu», sigue la revelación según los textos de la Sagrada Biblia es: de la necesidad a la promesa que llega de forma inminente, de la promesa a la realización, del don dado a los efectos que produce.[25]

Los frutos sobrenaturales en el alma de quien no presenta oposición a las inspiraciones del Espíritu Santo. La Iglesia católica enseña, siguiendo lo que dice San Pablo a modo de ejemplo, que son doce: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad.[42]

En primer lugar figura el amor ya que el amor, la caridad es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo. Al fruto principal del Espíritu Santo «sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado»;[43]​ El amor y la alegría dejan en el alma la paz, «la tranquilidad en el orden» como la define San Agustín.[44]​ La Iglesia Católica enseña que esta plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo y, mientras tanto, para superar los obstáculos que se presentan en la tierra se debe dejar guiarse por el Paráclito consiguiendo el don de la paciencia para sobrellevarlos con buen ánimo. La longanimidad, parecida a la paciencia, es una disposición estable por la que se espera el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas. Los siguientes dones que menciona San Pablo están relacionados con el prójimo: la bondad es una «disposición estable» que inclina a la persona a desear todo tipo de bienes para los demás. La benignidad es precisamente esa disposición de hacer el bien a los demás que la voluntad desea mediante el don de la bondad. Totalmente relacionada con la bondad y la benignidad está la mansedumbre, que es como la perfección de aquellas dos. Quien posee este don no se impacienta ni tiene sentimientos rencorosos contra quien la ofende.[45]

Los tres restantes frutos, la modestia, la continencia y la castidad están relacionadas con la virtud de la Templanza. Mediante el don de la modestia la persona sabe comportarse de forma justa y equilibrada ante las diferentes situaciones; conoce sus talentos pero no los empequeñece ni los aumenta ya que no son fruto de sus trabajos sino que es un don de Dios. La persona modesta resulta atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez y un orden interior. Mediante los dones de la continencia y la castidad la persona que los posee está atenta para evitar lo que pueda empañar su pureza exterior e interior.[46]



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