Se llama dualismo a la doctrina que afirma la posible existencia de dos principios supremos, increados, coeternos, independientes, irreductibles y antagónicos.
En el dualismo podemos encontrar el concepto más común de dualismo entre el bien y el mal, por cuya acción se explica el origen y evolución del mundo; pero también, en un sentido más amplio, a las doctrinas que afirman dos órdenes de ser esencialmente distintos, con más o menos radicalismo: por ejemplo, ser ideal y ser real, Dios y mundo, naturaleza y gracia (en el plano cognoscitivo razón y fe), materia y espíritu, orden físico (de la necesidad) y orden moral (de la libertad y el deber) (en el plano cognoscitivo constatación y valoración ética), conocer y querer (plano de la actividad consciente), bien y mal (plano de la actividad moral), felicidad y tristeza, etc.dualismo teológico, cosmogónico (relativo al origen del cosmos) o religioso; en el segundo caso se puede hablar de un dualismo filosófico o metafísico, que se opone de modo irreductible al panteísmo y el holismo.
En la filosofía china se utilizan los términos yin y yang para indicar la dualidad de todo lo existente en el universo yendo más allá de dos principios supremos e irreductibles.
La relación mente y cuerpo no ha permanecido estable en el tiempo. Ya desde la antigua Grecia Platón de cierta manera propuso una especie de dualismo psicofísico (cuerpo y alma). El término dualismo es utilizado por primera vez por Tomás Hyde en sentido teológico para designar el dualismo de la religión persa; la misma significación tiene en Pierre Bayle y Gottfried Leibniz. Por su parte Christian Wolff introdujo su sentido metafísico y ontológico, al emplear el término dualismo para significar las relaciones del alma con el cuerpo.
El dualismo religioso aparece en muchos pueblos antiguos, como China y Egipto, pero especialmente en Persia. Su religión, impulsada y reformada por Zoroastro hacia el s. VI a. C., establece un principio divino del bien, Ormuz o Ahura Mazda, y otro del mal, Ahrimán. Formas de dualismo se encuentran después en el orfismo (hacia el s. VI a. C.), el gnosticismo (s. II a. C.), el maniqueísmo, la doctrina gnóstico-maniquea prisciliana y ya en la Edad Media, en los bogomilos, albigenses y cátaros. La más influyente de estas doctrinas, después del mazdeísmo de Zoroastro, fue el maniqueísmo.
En líneas generales, las doctrinas dualistas coinciden en los siguientes rasgos: el principio del Bien es identificado con la Luz y el Espíritu; el principio del Mal con las Tinieblas y la Materia, o con el diablo o demonio (maniqueísmo). La materia es, pues, mala, y principio del mal; o bien creada por un demiurgo distinto del dios bueno (gnosticismo de Marción), o por el diablo, principio del mal (Prisciliano), rigorista y extrema; o bien ceden ante lo inevitable y justifican la relajación: porque no es posible resistir al principio del mal que inclina a pecar, y es ese principio, no la persona singular, el responsable del pecado.
Desde el punto de vista de la doctrina católica, la inconsistencia del dualismo quedaría de manifiesto por los siguientes enunciados:
Los principales autores que refutaron con más profundidad el dualismo fueron Santo Tomás de Aquino y San Agustín. San Agustín, que antes de su conversión había sido maniqueo, le opuso después la doctrina del mal como privación: todo procede y participa de Dios, y, en cuanto tiene ser, es bueno. Los maniqueos preguntaban de entrada: ¿de dónde procede el mal? San Agustín se dio cuenta de que ese planteamiento presuponía la existencia del mal como algo positivo y forzaba así la respuesta maniquea. También entendió que era anterior otra pregunta: ¿qué es el mal?. Santo Tomás de Aquino combatió el dualismo en su forma albigense utilizando similares argumentos. El conjunto de su pensamiento es, sin embargo, más eficaz contra el dualismo por la importancia que da a la materia en la constitución del hombre y en el conocimiento, siguiendo a Aristóteles.
En diferentes autores se han dado formas muy diversas de dualismo ontológicos. Se encuentra en Pitágoras, con la oposición entre límite e ilimitado, par e impar, a las que corresponden otras ocho oposiciones; en Empédocles, con el contraste entre la amistad y el odio, que Aristóteles interpreta como el Bien y el Mal; en Anaxágoras con el caos primitivo y la inteligencia (Nous); en los atomistas, con el vacío infinito y la multiplicidad de corpúsculos invisibles. Se acentúa en Platón, con los dos mundos: el mundo inteligible de las ideas, eterno, inmutable y necesario, y el mundo sensible de la materia, temporal, mudable y corruptible (alma encerrada en un cuerpo). Platón desvaloriza el mundo de la materia; de su doctrina procede la imagen del cuerpo como cárcel del alma. El dualismo platónico reaparece completo en los neoplatónicos, aunque en estos se añade la doctrina de la emanación, que liga ambos mundos.
Descartes acentúa el dualismo entre el espíritu (res cogitans) y la materia (res extensa). Kant introduce un nuevo dualismo: entre la razón pura y la razón práctica, el mundo natural de la apariencia (fenómeno) y el determinismo, y el mundo moral de la realidad en sí (nóumeno) y la libertad. Los espiritualistas posteriores insisten en el dualismo entre naturaleza y espíritu. A algunas de estas formas de dualismo se opone el monismo, que concibe todo lo real como un ser único, con diferencias no irreductibles, sólo graduales, entre sus manifestaciones; las diferencias pueden parecer irreductibles, en todo caso, por la limitación de nuestro conocimiento.
El dualismo es un desgarro cosmológico y existencial. Hans Jonas señala que en los comienzos del mundo moderno ese dualismo es reformulado por Descartes con el lema del “yo pienso”. Husserl en el siglo XX se propone culminar tal empresa, sin darse cuenta de que así ahondaba el dualismo que deja a la Naturaleza abandonada a la categoría de lo inerte, pasivo, inorgánico y desvitalizado. Profundizando con este nihilismo la categorización de esa Naturaleza como objeto de estudio y entregada a la demiurgia tecnológica. Esta omisión husserliana determinó las investigaciones de la madurez de Hans Jonas sobre naturaleza y tecnología.
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