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Epístola a Filemón



¿Dónde nació Epístola a Filemón?

Epístola a Filemón nació en santo.


La Epístola de Pablo a Filemón, conocida simplemente como Filemón, es uno de los libros del Nuevo Testamento cristiano. Es una carta escrita por el apóstol Pablo, mientras se encontraba prisionero, junto con Timoteo, y dirigida a Filemón, figura importante de la iglesia de Colosas. La carta trata de los temas del perdón y la reconciliación. Pablo no se identifica a sí mismo como un apóstol con autoridad, sino como «prisionero de Jesucristo», llamando a Timoteo «nuestro hermano», y tratando a Filemón como «colaborador» y «hermano».[1]Onésimo, un esclavo que se había apartado de su amo Filemón, regresaba con esta epístola donde Pablo rogaba a Filemón que lo reciba como un «querido hermano».[2]

Filemón era un cristiano acomodado, (Pablo lo llama "nuestro querido amigo y colaborador" en Filemón 1:1) de su ciudad, Colosas.[3]​ Esta carta es la más corta de las atribuidas a Pablo, consta sólo de 445 palabras y 25 versículos.[4]

Sobre su autenticidad, según el orientalista francés, Ernest Renan, aunque existen sobre ella "objeciones serias", la Carta a Filemón pertenece al conjunto de las epístolas "probables", lo mismo que la Epístola a los colosenses, de la que se considera un apéndice. A su juicio, si la Epístola a los colosenses es falsa, también la misiva a Filemón lo es, aunque esta última sea calificada por él como "una pequeña obra maestra". Según Renan, "pocas páginas tienen un acento de sinceridad tan pronunciada".[5]

La mayoría de estudiosos no comparten las sospechas de Renan y consideran la Epístola a Filemón dentro de las siete cartas indudablemente escritas por san Pablo.[6]

Martín Lutero, en su traducción de la Biblia al alemán (1534), señala el amor cristiano como el tema fundamental de la Carta a Filemón y así lo explica en su introducción:

Durante los primeros cuatro siglos de la era cristiana se creyó que Pablo había escrito esa carta a Filemón para rogarle que fuera clemente con su esclavo evadido, Onésimo, que volvía a su casa. Esa lectura parece parcial, ya que lo que hace realmente san Pablo, con habilidad y delicadeza, es rogarle a Filemón que le deje quedarse con él:

Tampoco hay en la carta ninguna pista que induzca a pensar que Filemón fuera un amo severo que necesitara ser aplacado.[8]​ Ni siquiera dice explícitamente que Onésimo se hubiera escapado. En algunas traducciones se menciona que "se separó"[9]​ o "se apartó".[10]

Históricamente, sin embargo, siempre se creyó que se escapó de Filemón y así lo cuenta Gabriel Pérez, de la Universidad Pontificia de Salamanca, en sus comentarios a la carta:

La imprecisión del texto ha propiciado todo tipo de comentarios por parte de los exégetas cristianos. El teólogo protestante suizo Jean-Fréderic Ostervald destaca el buen proceder de san Pablo al devolver lo que no es suyo (un esclavo), y añade que "aunque la Religión Cristiana no abole las diferentes relaciones que hay entre los hombres, y permite que subsistan estas condiciones, ella [la Religión] los vuelve a todos iguales ante Dios y respecto a la salvación".[12]

Este tipo de interpretación ha llevado a profesores como Diarmaid MacCulloch, de la Universidad de Oxford, a considerar la Epístola a Filemón como "un documento cristiano fundacional de la justificación de la esclavitud".[13]

Existe, sin embargo, la interpretación contraria. Así la explica Peter T. O'Brien, del Moore Theological College de Sídney, Australia: "Si (nótese el quizás[10]​) el propósito de Dios está detrás de todo esto, entonces la intención divina era que Filemón debería recibir a Onésimo en una nueva relación (como un hermano cristiano) para siempre libre".[14]

Debido a su ambigüedad, durante el siglo XIX la epístola fue esgrimida en el debate sobre la abolición de la esclavitud, primero en el Reino Unido y luego en Estados Unidos. Ambas posturas, la esclavista y la abolicionista, utilizaron la Epístola a Filemón como prueba.

Según algunos estudiosos, el versículo fundamental de la carta es el 16, cuando san Pablo pide a Filemón que no reciba a Onésimo como un esclavo:

A juicio de Pérez, este pasaje "encierra la solución que el Evangelio trae al problema de la esclavitud. Pablo no podía suprimirla, pero da el principio que contiene el germen de su abolición: en Cristo no hay esclavo y libre, siervo y señor. Somos todos hijos de un mismo padre, hermanos todos de Jesucristo".[11]

El papa Benedicto XVI se refirió a esta epístola en su segunda encíclica, Spe salvi, haciendo hincapié en el poder del cristianismo como poder transformador de la sociedad:



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