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Benedicto XVI



Benedicto XVI (en latín, Benedictus PP. XVI), de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger (Marktl, 16 de abril de 1927), ha sido el 265.° papa de la Iglesia católica[nota 2]​ y séptimo soberano de la Ciudad del Vaticano. Resultó elegido el 19 de abril de 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II, por los cardenales que votaron en el cónclave.[nota 3]

El 28 de febrero de 2013 renunció al papado asumiendo el título de papa emérito, con la intención de dedicarse a la oración y al retiro espiritual.[1]​ Su renuncia fue anunciada por él mismo días antes, el 11 de febrero, y es una decisión excepcional en la Historia de la Iglesia,[2]​ ya que, si bien el sumo pontífice más próximo que renunció al papado fue Gregorio XII (1415), el precedente de Celestino V (1294) es el único del que puede asegurarse que fue de forma libre y voluntaria.[3]

Como cardenal de la Iglesia, Ratzinger ha estado presente en tres cónclaves: el de agosto de 1978, el de octubre del mismo año y el de 2005, que resultó en su elección.

Tras su renuncia, se celebró el cónclave del que resultó elegido el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como romano pontífice, que tomó el nombre de Francisco.

Desde septiembre de 2020 es el pontífice más longevo de la historia, o el segundo si se considera al papa Agatón de quien se dice murió a los 102 años. Superó a León XIII, que falleció en 1903, a los 93 años.[4]

Joseph Aloisius Ratzinger[5]​ comenzó a ser conocido en su competencia intelectual al participar en el Concilio Vaticano II como asesor teológico del cardenal Josef Frings. Posteriormente fue nombrado arzobispo de Múnich y Frisinga y luego cardenal por el papa Pablo VI en 1977. En 1981 fue llamado a Roma para ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por el papa Juan Pablo II, quien años más tarde lo nombró decano del Colegio cardenalicio y, como tal, cardenal-obispo de Ostia en 2002.

Como cardenal decano, presidió los funerales de su predecesor, el papa Juan Pablo II y la Misa Pro Eligendo Pontifice. A los pocos días, el 19 de abril de 2005, el mismo Ratzinger era elegido papa.

Ratzinger habla diez idiomas,[6]​ de los que domina por lo menos seis: alemán, italiano, francés, latín, inglés y español. Además, lee el griego antiguo y el hebreo. Es miembro de varias academias científicas de Europa y ha recibido ocho doctorados honoris causa de diferentes universidades (entre otras, de la Universidad de Navarra en 1998 y de la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1986); además es ciudadano honorífico de las comunidades de Pentling (1987), Marktl (1997), Traunstein (2006) y Ratisbona (2006).

Es un experto pianista y su compositor favorito es Mozart. Es el sexto (quizás séptimo, según la procedencia de Esteban VIII, de quien se desconoce si nació en Roma o en Alemania) papa alemán desde Víctor II. En abril de 2005 fue incluido en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time.

El último papa llamado Benedicto fue Benedicto XV (1914-1922), cuyos primeros años de pontificado coincidieron con la Primera Guerra Mundial.

Nació en Marktl am Inn, Baviera, el 16 de abril de 1927, a las 8:30, en la dirección Schulstraße 11, la casa de sus padres. Fue bautizado el mismo día en que nació, que además era un sábado de Gloria, en la diócesis de Passau. Es el tercero y más joven de los hijos de Joseph Ratzinger (6 de marzo de 1877-25 de agosto de 1959), un oficial de policía, y de María Rieger (7 de enero de 1884-16 de diciembre de 1963). Su familia materna es originaria de Rio di Pusteria (Mühlbach), en el Alto Adigio.

Su hermano Georg Ratzinger (1923-2020), fue también sacerdote. Su hermana Maria Ratzinger (nacida en 1921), quien nunca se casó, administró la casa del cardenal Ratzinger hasta su muerte en 1991. A la edad de cinco años, Ratzinger estaba con un grupo de niños que dieron la bienvenida al visitante cardenal arzobispo de Múnich con flores. Impresionado por la vestimenta del cardenal, más tarde anunció que quería llegar a ese cargo.[cita requerida]

Dos años después de su nacimiento, el 11 de julio de 1929, su familia se mudó a Tittmoning y el 5 de diciembre de 1932 se mudó nuevamente, esta vez a Aschau am Inn y fue aquí que Joseph vivió su tiempo escolar, en la década de los 30, después del fortalecimiento del nacionalsocialismo. El padre de Joseph compró una pequeña casa de campo en Hufschlag en Traunstein; este lugar es recordado por Ratzinger como «el verdadero hogar» de su familia.

A pesar de que sus padres tenían algunas cargas económicas, lo enviaron al seminario menor de San Miguel en Traunstein, donde se desempeñó como un estudiante dedicado.

Hasta 1939 ningún seminarista había entrado en las Juventudes Hitlerianas. Pero el régimen exigió a partir de marzo la afiliación obligatoria[cita requerida]. Hasta octubre, la dirección del Seminario se negó, pero luego no pudo impedir el inscribirlos. Así le sucedió también a Joseph Ratzinger, a sus 14 años.[7][8]​ Un testigo relata (según el Frankfurter Allgemeine Zeitung) que los seminaristas eran una «provocación» para los nazis: se los consideraba sospechosos de estar en contra del régimen.[9]​ En un escrito del Ministerio de Educación se lee que la pertenencia obligatoria a las Juventudes Hitlerianas «no garantiza que los seminaristas realmente se hayan incorporado a la comunidad nacionalsocialista de los pueblos».[7]

A los 16 años, fue llamado a filas, como tantos jóvenes de las Juventudes hitlerianas que al final de la guerra fueron militarizados (los llamados Flakhelfer: ayudantes de artillería antiaérea)[nota 4]​ y fue destinado a la protección de la fábrica de BMW en Traunstein, en las afueras de Múnich, ciudad que fue bombardeada masivamente. Prestó servicio entre abril de 1943 y septiembre de 1944. En este tiempo asistió al instituto de segunda enseñanza Maximiliansgymnasium. A las preguntas de un superior, contestó que quería ser sacerdote. Estuvo luego, tras la instrucción básica, destinado en Austria, concretamente en la protección antitanque.

En 1944 comenzó su entrenamiento básico en Hungría, tomó parte en el Reichsarbeitsdienst que era un servicio de defensa alemán, donde él, junto con otros compañeros, construyeron sistemas para cerrar el paso a diferentes tanques de guerra. Ratzinger desertó en los últimos días de la guerra, pero fue hecho prisionero por soldados aliados en un campo cerca de Ulm en 1945.

Después de ser puesto en libertad, en cuanto alumno del seminario menor, entonces situado en Traunstein, hizo su examen de bachillerato en el Chiemgau-Gymnasium (Instituto Chiemgau) en Traunstein.

Desde 1946 hasta 1951 Ratzinger estudió Teología católica y Filosofía en la Academia Filosófica y Teológica Frisinga, así como en el Ducal Georgianum de la Universidad de Múnich. Según sus propias palabras, sus mayores influencias filosóficas, después de un periodo de interés por el neo-Kantismo, fueron sobre todo las obras de Gertrud von le Fort, Ernst Wiechert, Elisabeth Langgässer, Theodor Steinbüchel, Martin Heidegger y Karl Jaspers. Igualmente, se refiere a Fiódor Dostoyevski como una fuerte influencia literaria. En cuanto a los Padres de la Iglesia, estudió con interés a san Agustín de Hipona. Respecto de los escolásticos, su interés se centró en san Buenaventura.

En 1952 fue nombrado para dar clases en el Seminario de Freising.[10]

El inicio de su vida académica no estuvo exento de disgustos. Luego de convertirse en doctor en teología en 1953, elaboró una tesis sobre san Buenaventura para conseguir la habilitación para la enseñanza en Alemania y su primer escrito le fue devuelto en 1954 con una severa crítica del profesor Michael Schmaus, quien consideraba que el trabajo era modernista.[11]​ Sus enfoques empezaban a romper esquemas tradicionales de la época, lo que le ocasionaba alguna incomprensión y dificultad.

Ratzinger ingresó como profesor en la Universidad de Bonn en 1959; su conferencia inaugural fue acerca de «el Dios de la fe y el Dios de la filosofía». En 1963 se fue a la Universidad de Münster, donde al dar su conferencia inaugural ya era bien conocido como teólogo. En el Concilio Vaticano II, sirvió como asesor teológico del cardenal Josef Frings de Colonia, y luego trabajó por defender el Concilio en sus distintos documentos, incluyendo Nostra Aetate, el documento que habla acerca del respeto hacia otras religiones y sobre el derecho a la libertad religiosa. Fue visto durante el tiempo del Concilio como un reformista convencido.

Ratzinger admitió que era admirador de Karl Rahner, un teólogo académico bien conocido por su «Nueva Teología», que estaba a favor de la reforma de la Iglesia y proponía nuevas ideas teológicas; pero, a pesar del acuerdo en muchos puntos y aspiraciones, Ratzinger se dio cuenta de que Rahner y él vivían, desde el punto de vista teológico «en dos planetas diferentes», como explica en el libro Mi vida (p. 126), pues la Teología de Rahner estaba caracterizada por la tradición escolástica de Suárez y de su nueva versión a la luz del idealismo alemán y de Heidegger, en la que las Escrituras y los Padres no jugaban un papel importante y en que la dimensión histórica era de escasa importancia. En cambio, la formación de Ratzinger estaba marcada por las Escrituras y por los Padres de la Iglesia, por un pensamiento esencialmente histórico.

En 1966 fue candidato a ocupar una vacante en teología dogmática en la Universidad de Tubinga, donde fue colega de Hans Küng, con quien años más tarde sostendría fuertes enfrentamientos. En 1968 escribió en su libro Introducción al Cristianismo que el papa tenía el deber de oír diferentes voces dentro de la Iglesia antes de tomar una decisión. También escribió que la Iglesia de ese tiempo estaba muy centralizada. Dichos párrafos no aparecieron en ediciones posteriores del libro, porque fueron malinterpretados por autores que utilizaron este texto para cuestionarlo.[cita requerida] Durante este tiempo, se distanció de la atmósfera de Tubinga y de los lineamientos marxistas del movimiento estudiantil de la década de los años 60, que en Alemania rápidamente se radicalizaron entre los años 1967 y 1968, culminando en una serie de disturbios en abril y mayo de 1968. En 1969 regresa a Baviera a la Universidad de Ratisbona (Regensburg), en un ambiente académico menos reformista.

En 1972, fundó la publicación teológica Communio junto con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros. Communio, publicada en diecisiete idiomas (alemán, inglés y español, entre otros), se ha convertido en una de las publicaciones católicas más influyentes del mundo.

El 29 de junio de 1951 recibió junto con su hermano Georg el sacramento del orden sacerdotal en la catedral de Frisinga por manos del que fuera entonces arzobispo de Múnich y Frisinga, el cardenal Michael von Faulhaber. Celebró su primera Misa en la parroquia de San Oswaldo en Traunstein y el 30 de julio de 1951, junto a su hermano, en Rimsting, lugar donde su madre había nacido.

El 24 de marzo de 1977 Ratzinger fue consagrado arzobispo de Múnich y Frisinga, y el 27 de junio, Pablo VI lo nombró cardenal del título de S. Maria Consolatrice al Tiburtino. Durante el Sínodo de los obispos de 1977, dedicado al tema de la catequesis, se produce su primer encuentro con Karol Wojtyła, después de muchos años de intercambiar con él correspondencia, ideas y libros.

Como joven profesor de teología, abría a sus alumnos a pensadores en aquel momento considerados avanzados, y que en aquella época incluso tuvieron problemas con la jerarquía católica, como Yves Congar o Henri de Lubac, además de a autores protestantes como Karl Barth, Oscar Cullmann o Dietrich Bonhoeffer. Ello le acarreó los recelos del catolicismo más conservador.

Entendía que había que superar la abstracción metafísica de la neoescolástica en la que consideraba estaba atrapada la teología católica. Defendía la necesidad de abrirse a un nuevo lenguaje que, partiendo del Evangelio, conectase existencialmente con las inquietudes del hombre concreto contemporáneo. En ese sentido, no ha ocultado la influencia en su enfoque de la filosofía de existencialistas como Heidegger o Karl Jaspers.

Como asesor en el Concilio Vaticano II del cardenal Frings, defendió un debate abierto y una elaboración de los textos creativa y una nueva manera de exponer las verdades centrales del cristianismo, como la Revelación o la Salvación (Así lo recuerda en el libro La Sal de la Tierra).

En su estudio sobre la Teología de la Historia en san Buenaventura, aparecen ya algunas constantes de su pensamiento. Para Ratzinger, la fe de la Iglesia ha de fundamentarse en el mensaje de liberación del Evangelio y en la tradición más primigenia del cristianismo, (en particular los Padres de la Iglesia) de los que es posible hacer una relectura significativa para el hombre de hoy. Esto no significa, según él, la defensa del pasado, porque entiende que el depósito de la fe es inagotable, ha de entenderse vivencialmente de un modo dinámico y, por lo tanto, está siempre proyectado hacia lo nuevo.

En su libro Introducción al Cristianismo, defiende que el ser es ser pensado, pensamiento del Espíritu absoluto que se ha revelado como relación. Concibe la relación como una forma primigenia de lo real: la unidad primigenia es unidad en el amor. Así es como hay que entender el dogma de la Trinidad, donde la más intrincada teoría transmite enseñanzas prácticas para concebir el cosmos y la vida, en particular la vida humana cuyo origen y meta está en el amor.[12]

Insiste en este mismo tratado que la omnipotencia divina se descubre en su esencia a través de Jesús de Nazareth. Sólo se entiende lo que es Dios en la impotencia y debilidad del pesebre de Belén y la muerte ignominiosa en la Cruz. Esto nos revela la ley de lo abundante, donde el amor se derrocha y suscita la respuesta de la fe que ha de ser, de este modo, una respuesta de amor. En ello se toca lo esencial del ser humano que se encuentra a sí mismo cuando se siente amado y, como respuesta, es capaz de salir de sí mismo al encuentro de los demás, especialmente de los necesitados, y de la trascendencia. Esta es la idea básica de su libro Mirar a Cristo.

En el terreno moral, ha insistido en que el «cristianismo no es un moralismo». La fe cristiana no tiene nada que ver con la religiosidad que busca la recompensa, que se ciñe a un legalismo ético para ganarse supuestamente un derecho a la salvación. La fe en Jesús se basa en la humildad que vive del amor gratuito recibido (gracia), más allá del mérito y el rigorismo. Es esta apertura al don lo que transforma al hombre y produce su conversión (la metanoia del Evangelio). Llamó la atención su afirmación de que la moral sexual representaba un capítulo particularmente oscuro y trágico en la historia del pensamiento cristiano, aunque recordó que la concepción de la unión carnal entre el hombre y la mujer como sacramento y manifestación del amor de Dios no ha permitido que se cayera, a diferencia del gnosticismo y del dualismo de las primeras herejías, en una aversión a la sexualidad. Por ello se mostró partidario de una visión antropológica positiva del cuerpo y su lenguaje, que estima coherente con el Dios de la Creación y de la vida que se revela en la Biblia.

Sobre la escatología, escribió una obra del mismo título donde pretende dar respuesta teológica a una sociedad burguesa atenazada por el miedo al sufrimiento y a la muerte. En esta obra afirma que la fe cristiana está volcada hacia la vida, su meta es vida en todos sus niveles en cuanto a don y reflejo de Dios, que es la Vida. Para la fe cristiana, sostiene, no existe ninguna vida inútil.

Ratzinger reaccionó en el libro Informe sobre la fe ante lo que consideró una deriva caótica del catolicismo tras el Concilio Vaticano II. La atribuyó a lo que estimaba era una interpretación superficial del catolicismo que apuntaba acríticamente a todo lo novedoso por efímero e inconsistente que fuera. Así, mostró su preocupación por un relativismo que pone en cuestión la idea de verdad dogmática y moral. Para él, la verdad no es un punto de llegada, es una llamada a la búsqueda sincera donde la razón puede desplegar todas sus energías, pero eso no la diluye ni la transforma en mera invención subjetiva y manipulable. Si se renuncia a la verdad acerca del hombre, se renuncia a su libertad (así lo expresa en su libro Fe, verdad, tolerancia). Denunció también el empobrecimiento que para un culto profundo supuso el abandono de una liturgia enraizada en la tradición de la Iglesia.

Combatió, asimismo, la identificación del compromiso social cristiano con la colaboración en las nuevas estructuras de poder revolucionario que surgieron en Latinoamérica. Por ello condenó ciertas formas de la Teología de la Liberación influidas por el marxismo.[13]​ También fue crítico con la identificación de la fe cristiana con formas políticas liberales, en coherencia con su concepción de un cristianismo que va mucho más allá de la mezquina defensa de estructuras políticas y sociales que siempre serán mutables y pasajeras. Entiende que la fe cristiana es incompatible con la adhesión a sistemas de dominación y opresión, sean del signo que sean. Por ello ha denunciado los males derivados del capitalismo y el liberalismo occidentales.

En su Teoría de los principios teológicos, materiales para una teología fundamental, sostiene que la Iglesia debe superar sus disputas internas y reflexionar sobre la posibilidad de respuesta que lleva en su interior. Afirma que una de las primeras reglas del discernimiento espiritual consiste en que donde está ausente la alegría y el humor está ausente el Espíritu.

Para Ratzinger, el cristiano occidental vive hoy en una era neopagana, marcada por la idolatría del dinero, el prestigio, el placer y el poder. Por ello la persona está cada vez más aislada y desorientada y la sociedad desprovista de valores humanos consistentes. Ante eso, el cristiano ha de ser el que transmita la liberación del que vive del perdón y la promesa de la Vida Eterna para todos los hombres. Solo desde estos parámetros se puede recobrar y defender un sentido pleno de la dignidad humana. Muestra su escepticismo ante la eficacia de una reforma estructural de la Iglesia, entiende más bien que lo que hay que hacer es poner esa estructura al servicio del amor. Para él, «la Iglesia vive de la alegría que los cristianos experimentan por ser tales» (Ser cristiano en la era neopagana).

Todo esto lo ha colocado en el punto de mira crítico de la teología católica más avanzada, si bien le valió la confianza de Juan Pablo II y lo llevó a desempeñar con rigor el cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II nombró a Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Renunció a la arquidiócesis de Múnich y Frisinga el 15 de febrero de 1982. Fue nombrado cardenal obispo de Velletri-Segni en 1993, elegido vicedecano del Colegio Cardenalicio en 1998 y finalmente decano del Colegio en 2002, uniendo como es preceptivo su sede cardenalicia a la de Ostia. Ideológicamente, Ratzinger tiene ideas conservadoras en cuanto al control de la natalidad y el diálogo interreligioso. Fue el cardenal más próximo a Juan Pablo II; Ratzinger y Wojtyła fueron calificados intelectualmente como «almas gemelas»[cita requerida].

Bajo su prefectura se dictaron escritos acerca de la postura de la Iglesia católica con respecto a las personas homosexuales (1986), y la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral de las personas homosexuales» (1992), en que se rechazan los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 de junio de 2003).

Por razón de su cargo fue también el responsable de estudiar la compatibilidad de la Teología de la liberación con la doctrina católica; le compitió prohibir el ejercicio de la enseñanza en nombre de la Iglesia a teólogos disidentes como Hans Küng, Leonardo Boff y otros, varios de ellos españoles. Con esto mostró su posición como filósofo y teólogo de raíces hegelianas, como su inspirador y maestro, el fallecido Joseph Frings, cardenal del título de S. Giovanni a Porta Latina y arzobispo de Colonia.[cita requerida]

Según el New York Times, el Vaticano habría reconocido en 2010 haber encubierto (durante su mandato como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) a un sacerdote estadounidense, Lawrence Murphy, sospechoso de haber abusado de unos 200 niños sordos.[14][15]​ Sin embargo, la Santa Sede desmintió tal encubrimiento en una nota publicada posteriormente a la noticia. Se explicó en ella que a mediados de los años setenta, algunas víctimas del padre Murphy informaron sobre estos abusos a las autoridades, que emprendieron una investigación en ese momento. Según portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, dicha investigación fue abandonada. La Congregación para la Doctrina de la Fe fue informada sobre esta cuestión unos 20 años después. Dado que el padre Murphy era anciano, en un estado de salud muy deteriorado, en aislamiento, y que no se habían registrado denuncias de abusos desde hacía veinte años, la Congregación sugirió que el arzobispo de Milwaukee considerara afrontar la situación, por ejemplo, restringiendo el ministerio del padre Murphy y exigiendo que aceptara la plena responsabilidad de sus actos. El padre Murphy murió aproximadamente cuatro meses después, sin ulteriores incidentes.[16]

Durante su mandato como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el papa Juan Pablo II le encomendó en 1986 la redacción de un nuevo Catecismo de la Iglesia católica, el cual fue terminado y publicada su primera edición en 1992, con la Constitución Apostólica Fidei Depositum.

El 2 de enero de 2005, la revista Time publicó que fuentes vaticanas decían que Ratzinger era el favorito para suceder a Juan Pablo II en el caso de que falleciera. A la muerte de Juan Pablo II, el Financial Times dio la preferencia a Ratzinger para convertirse en papa en la primera posición, pero cercano a sus «rivales» en el ala «liberal» de la Iglesia.[cita requerida]

Aunque Ratzinger era considerado favorito por la mayoría de los medios de comunicación internacionales, otros mantenían que su elección estaría lejos de la realidad porque muy pocas predicciones papales en la historia moderna se habían vuelto realidad. Las elecciones de sus predecesores Juan Pablo I y Juan Pablo II habían sido sorpresivas.

El 19 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger fue elegido como sucesor de Juan Pablo II en el segundo día del cónclave, después de cuatro rondas de votaciones. Coincidió con la fiesta de San León IX, el más importante papa alemán de la Edad Media, conocido por instituir el mayor número de reformas durante un pontificado.

Ratzinger esperaba retirarse pacíficamente y había dicho que «hasta cierto punto, le dije a Dios: “por favor, no me hagas esto”… Evidentemente, esta vez Él no me escuchó.»

Antes de su primera aparición en el balcón de la basílica de San Pedro después de ser elegido, fue anunciado por el cardenal chileno Jorge Medina Estévez, diácono de S. Saba y protodiácono del Colegio cardenalicio. El cardenal Medina primero se dirigió a la multitud con: «Queridísimos hermanos y hermanas» en italiano, español, francés, alemán e inglés, antes de continuar con el tradicional Habemus Papam en latín.[18]​ En la solemne inauguración de su pontificado, que reemplaza la ya extinta coronación (el último papa coronado fue Pablo VI), el cardenal Medina fue el encargado de imponerle el palio, mientras que Angelo Sodano, cardenal obispo de Albano y del título in commendam de S. Maria Nuova, secretario de Estado, le colocó el Anillo del Pescador.

En el balcón, las primeras palabras de Benedicto XVI a la multitud, dadas en italiano antes de que impartiera la tradicional bendición Urbi et Orbi en latín, fueron:

Después dio la bendición.

El 19 de abril de 2005 fue elegido sucesor de Juan Pablo II después de dos días de cónclave y dos fumatas negras. El cardenal Ratzinger había repetido sucesivas veces que le gustaría retirarse a una aldea bávara y dedicarse a escribir libros pero, más recientemente, había reconocido a sus amigos estar listo para «cualquier función que Dios le atribuyera».

Su elección generó de inmediato algunas críticas, centradas en su supuesto perfil neoconservador;[cita requerida] se lo acusó de desear restituir la organización y doctrina de la Iglesia a la que tenía antes del Concilio Vaticano II. Algunos analistas preveían que con él la Iglesia endurecería sus posturas en lo referente a la prohibición del aborto, la homosexualidad, la eutanasia o el uso de métodos anticonceptivos.[cita requerida] Sus partidarios aducen que durante su prefectura sólo uno de los procesos abiertos acabó en excomunión: el del arzobispo ultraconservador Monseñor Marcel Lefebvre; también se recordaba su asistencia al Concilio Vaticano II y que había sido de los más progresistas y propuesto reformas novedosas.

En el año 2006 fue publicada en español una obra suya, escrita cuando todavía no era papa, con el título Fe, verdad, tolerancia, en la cual hablaba, entre otras cosas, del pluralismo religioso y el diálogo.

En agosto de 2005, participó en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, cosechando grandes muestras de afecto por parte de la juventud, y fue este el primer acontecimieneto de este tipo desde la muerte de Juan Pablo II.

En octubre del mismo año, participó en el Sínodo de Obispos, agregando una sección de intervenciones libres, cuya difusión pública tuvo que restringir debido a unas declaraciones de su sucesor en la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el voto a los políticos católicos que estaban a favor del aborto[cita requerida].

Según datos de la Prefectura Apostólica, en el año 2007 unas 2.830.100 personas participaron en encuentros públicos con el pontífice en la Ciudad del Vaticano o en Castel Gandolfo (es decir, no se incluyen los viajes).[20]​ El 16 de abril de ese año, para conmemorar su 80° cumpleaños, se celebró un concierto en el Aula Pablo VI, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart dirigida por Gustavo Dudamel y solista Hilary Hahn.

El 25 de enero de 2006, publicó su primera encíclica, Deus Caritas Est. Tras una introducción donde mantiene que la expresión Dios es Amor es el corazón de la fe cristiana, desarrolla un texto con dos partes diferenciadas. En la primera se habla del amor en la creación de Dios y en la historia de la salvación, empezando por definir el concepto de amor, en esta parte entre otras cosas critica la reducción del amor al puro sexo con fines comerciales. No se ha de rechazar el amor erótico pero sí «sanearlo para que alcance su verdadera grandeza». En la segunda parte se habla del ejercicio de la caridad por parte de la Iglesia, a la que llama comunidad de amor. «La Iglesia no ha de quedarse al margen de la lucha por la justicia», pero no ha de hacer política, sino ofrecer un servicio de amor, que siempre será necesario.

El 30 de noviembre de 2007 se presentó su segunda encíclica, Spe salvi, dedicada a la esperanza e inspirada en la carta de san Pablo a los Romanos. En ella afirma que la vida no acaba en el vacío sino que desemboca en «el momento pleno de satisfacción, de sumergirse en el amor infinito, en la vida eterna en la que el tiempo ya no existe». Llama a la autocrítica al cristianismo y lo previene de la tentación del individualismo. Recuerda que la victoria de la razón sobre la irracionalidad es un objetivo de la fe cristiana, pero que la ciencia no redime al hombre, sino que «el hombre es redimido por el amor». Advierte que un progreso basado en el mero materialismo es una amenaza y que la experiencia del marxismo nos ha mostrado claramente que «un mundo sin libertad no es un mundo bueno». La libertad ha de estar orientada por una esperanza en medio del sufrimiento, el fracaso y las frustraciones de la existencia y de la historia. En ese sentido, el Juicio Final es un consuelo porque supone la revocación del sufrimiento y la respuesta al anhelo de justicia que ofrece un Dios que es a la vez justicia y amor.

La tercera Encíclica de Benedicto XVI fue firmada el 29 de junio de 2009 y presentada el 7 de julio. Benedicto XVI aplica las enseñanzas de sus dos primeras encíclicas —Deus caritas est y Spe Salvi— a los grandes temas sociales del mundo de nuestros días. En una primera parte examina las enseñanzas de sus dos predecesores: Pablo VI (especialmente en su encíclica Populorum progressio) y Juan Pablo II. En la segunda parte recorre las grandes amenazas que se ciernen sobre la humanidad en nuestros días. Aborda con realismo y esperanza los problemas creados por la crisis financiera, por la falta de instituciones internacionales capaces de reformar la ineficacia burocrática que alarga el subdesarrollo de muchos pueblos, y por la falta de ética de muchas mentalidades que predominan en las sociedades opulentas.

En marzo de 2007 publicó la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis. En ella reafirma el valor de la eucaristía y su sentido que nace del amor de Cristo y se proyecta hacia el amor a todos los hombres. La unión con Cristo en la eucaristía alimenta el compromiso por la justicia y la reconciliación, el ansia de compartir los bienes, la emancipación de la idolatría del trabajo y el respeto por la Creación. Recoge los trabajos realizados en el Sínodo de los Obispos de 2005.

En noviembre de 2010 fue publicada su segunda exhortación apostólica postsinodal titulada Verbum Domini, dedicada al tema de «la Palabra en la vida y misión de la Iglesia». Recoge los trabajos realizados en el Sínodo de los Obispos de 2008.

El 19 de noviembre de 2011 Benedicto XVI firma y publica, desde Benín (África), su segunda exhortación apostólica postsinodal titulada Africae munus, dedicada a la Iglesia en África. Recoge los trabajos realizados en un sínodo especial de los obispos, de 2009, para el continente africano.[22]

El 14 de septiembre de 2012 Benedicto XVI firmó y publicó, desde Beirut (Líbano), su tercera exhortación apostólica postsinodal, con el título Ecclesia in Medio Oriente, dedicada al tema de los católicos de diversos ritos que viven en países de Oriente Medio. En este documento se recogen los trabajos de un sínodo especial de obispos que tuvo lugar en la Ciudad del Vaticano en octubre de 2010.

Entre los años 2007 y 2012 publicó tres libros sobre la vida de Jesús, a partir de los datos fundamentales ofrecidos en los Evangelios y en otros escritos del Nuevo Testamento.

En abril de 2007 publicó la primera parte su libro Jesús de Nazaret en la que reflexiona sobre la figura de Jesucristo en calidad de teólogo. Ha sido un éxito internacional de ventas. En él sale al paso de ideas recientes que reducen la figura del Jesús histórico a un mero moralista rebelde o liberal, a un profeta escatológico o un revolucionario político. Sin rechazar frontalmente estas visiones, Ratzinger hace hincapié en que el factor de inteligibilidad clave es la unión de Jesús con el Padre. Esta vivencia de intimidad con Dios le otorga autoridad para presentarse como un nuevo Moisés que renueva la Ley judía (Torá) para darle pleno cumplimiento en la predicación de las bienaventuranzas (la pobreza, la mansedumbre, la pureza de corazón...) y el amor a los enemigos. Su experiencia de Hijo lo lleva a la obediencia de un amor entregado hasta la muerte. Jesús era el Rey esperado por Israel, pero un rey que rechaza la tentación demoníaca del poder y se presenta en la humildad de su origen, su cercanía a los pecadores y su servicio a todos. Existe una plena correspondencia entre el Jesús histórico que anunció e hizo presente el Reinado de Dios y el Cristo de la fe de las primeras comunidades de creyentes. Los evangelios, por lo tanto, sin ser reportajes exactos de lo acontecido, nos revelan la verdadera Persona de Jesús y su significación auténtica como Hijo de Dios. Apartando esta expresión de sus antecedentes mitológicos y políticos, la condición de Hijo permite asomarnos al interior de Jesús que nos da a conocer a Dios como Abba (Padre, en arameo). En ello radica la originalidad de Jesús y su novedad.

El año 2011 publicó la segunda parte, con el título Jesús de Nazaret: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. La tercera parte apareció en el año 2012, y tiene por título La infancia de Jesús.

A lo largo de sus casi ocho años de pontificado (2005-2013) creó un total de 90 cardenales en 5 consistorios.

Benedicto XVI decidió que, tal como se hacía antes, las beatificaciones (con alguna excepción, como la de Juan Pablo II), las presidiera el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cargo que en aquel tiempo desempeñaba Angelo Amato. En algunos casos, ha delegado en otros cardenales. En cualquier caso, el rito de beatificación se celebra -salvo excepciones- en la iglesia local más directamente vinculada con el nuevo beato.

Entre las beatificaciones durante el Pontificado de Benedicto XVI destacan Mariana Cope de Molokai (1838-1918); el cardenal Clemens August Graf von Galen, obispo de Münster (1878-1946); Josep Tàpies y seis compañeros sacerdotes de la diócesis de Urgel, que murieron mártires en 1936; Carlos de Foucauld; José Anacleto González Flores y ocho compañeros mártires en México en 1927; el teólogo italiano Antonio Rosmini; Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Puebla y de Osma (1600-1659).

El 28 de octubre de 2007 el pontífice aprobó la mayor beatificación «masiva» de la historia de la Iglesia, 495 mártires españoles; la celebración —como es habitual— no la presidió él, pero tuvo una audiencia privada con los peregrinos y obispos españoles.

El 1 de mayo de 2011, el papa beatificó a su antecesor Juan Pablo II en una multitudinaria ceremonia en la plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano. Esta fue la primera vez que un papa beatifica a su antecesor desde la Edad Media.

Durante el pontificado de Benedicto XVI se oficiaron 45 canonizaciones.[26]cfr.

El 19 de marzo de 2006, el gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, recibió una invitación especial: asistir a la elevación a cardenal del título de S. Maria della Vittoria del arzobispo de Boston, Sean Patrick O'Malley O.F.M.Cap., en la Ciudad del Vaticano. «Esto es extraordinario y particularmente para alguien de mi fe —dijo Romney, mormón, antes de que él hablara en un desayuno del día de San Patricio en New Hampshire—. No sé si ha habido antes un individuo mormón que haya ido al Vaticano para asistir a una misa oficiada por el papa, así que es un honor personal».[27]

En el año 2011 el papa se reunió con una delegación de la iglesia luterana alemana que le propuso participar en la conmemoración de los 500 años de la Reforma. En esta ocasión el papa aceptó la invitación, como gesto ecuménico, resaltando aquellos elementos que son comunes a ambas profesiones de fe, en particular la creencia en la Santísima Trinidad.[28]

En 2000, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un documento titulado Dominus Iesus, que reafirmaba la histórica doctrina y misión de la Iglesia de proclamar el Evangelio. Esto sorprendió a los que erróneamente pensaron que la Iglesia anteriormente había repudiado este papel único en el mundo.

Este documento apuntaba el peligro para la Iglesia de teorías relativistas que justifican el pluralismo religioso negando que Dios se haya revelado a la humanidad.

Sus defensores argumentan que es de esperarse que un líder de la Iglesia católica se pronuncie en favor de la superioridad del Catolicismo sobre otras religiones. También mantienen que las notas de Dominus Iesus no son indicativo de intolerancia ni de falta de voluntad para establecer un diálogo con otras religiones. Ellos dicen que Ratzinger fue muy activo en promover el diálogo interreligioso. Al defender el Dominus Iesus, Ratzinger estableció que cree que el diálogo inter-religioso debe tomar lugar basado en la igualdad de la dignidad humana, pero que la igualdad de la dignidad humana no debe implicar qué lado sea el correcto.

El Congreso Judío Mundial celebró su elección al pontificado, haciendo notar «su gran sensibilidad a la historia judía y al Holocausto».

En una entrevista en 2004 para el diario Le Figaro, Ratzinger había dicho que Turquía, un país musulmán por herencia y población pero secular por su constitución, debería mirar en un futuro hacia una asociación de países islámicos más que a la Unión Europea, que tenía raíces cristianas. Dijo que Turquía siempre ha estado «en contraste permanente con Europa», y que ligarla a Europa sería un error.

El papa condenó fuertemente las caricaturas de Mahoma, primero publicadas por un diario danés y luego en otras publicaciones europeas. «En el contexto internacional en el que vivimos en el presente, la Iglesia Católica continúa convencida de que, para mantener la paz y el entendimiento entre personas y hombres, es necesario y urgente que las religiones y sus símbolos sean respetados», dijo. Agregó que esto implica que «los creyentes no sean objeto de provocaciones que afecten sus vidas y sentimientos religiosos». Destacó que «para los creyentes, así como la gente de buena voluntad, el único factor que puede llevar a la paz y fraternidad es el respeto hacia las convicciones y prácticas religiosas de otros».[cita requerida]

Como se detalla más abajo, el 12 de septiembre de 2006 se vio envuelto en una controversia al citar al emperador bizantino Manuel II Paleólogo con la frase: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». El asunto provocó disturbios y protestas airadas y violentas de musulmanes en numerosos países, que el papa trató de aplacar explicando que había habido una «malinterpretación» de las palabras; posteriormente el asunto perdió importancia sin ocasionar más incidentes.

El 11 de febrero de 2013 el papa Benedicto anunció su renuncia al cargo, alegando «falta de fuerzas». El anuncio lo realizó en latín durante el consistorio de canonización de los mártires de Otranto, causando la sorpresa de los asistentes. Según sus palabras:

La renuncia del papa Benedicto debe considerarse excepcional, dado que fue la primera desde la Edad Media, concretamente el año 1415 —con Gregorio XII, obligado a renunciar en el Concilio de Constanza para dar fin al Cisma de Occidente—, y la primera por voluntad propia desde 1294 (con Celestino V, que renunció para hacerse ermitaño). En el momento de anunciar su renuncia, el papa Benedicto XVI tenía 85 años, y llevaba casi ocho de pontificado.[68]

Dicha renuncia se hizo efectiva el 28 de febrero a las 20:00 horas, hora de Italia, a partir de la cual la sede papal quedó vacante, dando comienzo al proceso de celebración de un cónclave que eligió a un nuevo papa, Francisco.

Benedicto XVI abandonó la Ciudad del Vaticano en helicóptero aproximadamente a las 17:00 horas. Mientras sobrevolaba Roma, las campanas de todas las iglesias y basílicas de la ciudad tañían a la vez. Llegado a Castel Gandolfo, su nueva residencia en los dos primeros meses tras su renuncia, compareció en el balcón del Palacio Apostólico, donde dirigió sus últimas palabras como papa a la gente congregada en la plaza:

Seguidamente, dio la bendición y se retiró.[69]​ A las 20:00 horas, la Guardia Suiza que custodiaba el portón del palacio fue relevada, a la vez que se cerraban los postigos, simbolizando de este modo el fin del pontificado.

Durante el tiempo de sede vacante y hasta el 2 de mayo de 2013, Benedicto XVI residió en Castel Gandolfo; luego, ese mismo 2 de mayo, se trasladó al Monasterio Mater Ecclesiae, que se encuentra dentro de los muros del Vaticano.[70]​ Allí vive dedicado a la oración y a sus aficiones junto con su secretario privado Georg Ganswein, cuatro laicas consagradas de la comunidad «Memores Domini» (que le ayudarán con las labores domésticas) y un diácono belga. Además hay disponible una habitación para que se alojara su hermano, Georg Ratzinger, cuando este le visitaba antes de su muerte en 2020.[71]

De este modo Benedicto vive cerca de su sucesor, el papa Francisco, en la propia Ciudad del Vaticano, siendo esto un acontecimiento único e histórico dentro de la Iglesia Católica.[72]

El hasta entonces papa mantiene su nombre, Benedicto XVI,[73]​ y desde su renuncia ostenta el título de papa emérito o pontífice emérito,[74]​ así como obispo emérito de Roma, con el tratamiento de Su Santidad, según señaló Francesco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos.[75]

Desde su renuncia al papado, se le ha visto en cinco ocasiones en 2013, tres de ellas junto a su sucesor, el papa Francisco; y en cinco ocasiones en 2014.

Benedicto realizó un viaje a Ratisbona entre el 18 y el 22 de junio de 2020 para visitar a su hermano gravemente enfermo Georg Ratzinger, que moriría días después. Este fue el primer viaje del papa emérito fuera de Italia y de la Ciudad del Vaticano después de la renuncia al cargo.[86][87]

A lo largo de los últimos años Ratzinger tuvo diversos problemas de salud, destacando los que sufrió durante su pontificado.

Tras su renuncia su estado de salud se encuentra cada vez más delicado.

En 2020 se llegó a anunciar que sufre de erisipela en la cara, una enfermedad infecciosa que se caracteriza por hinchazón y placas rojizas, que causa mucho picor y dolores agudos.

Oficialmente, Joseph Ratzinger ha elegido el nombre pontificio de Benedicto XVI en homenaje a Benedicto XV. El Santo Padre explicó a los peregrinos la razón del nombre que eligió al ser nombrado Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal. Dijo: «He querido llamarme Benedicto XVI para relacionarme idealmente al venerado pontífice Benedicto XV, que ha guiado a la Iglesia en un periodo atormentado por el primer conflicto mundial. Fue valiente y auténtico profeta de paz y actuó con extrema valentía desde el inicio para evitar el drama de la guerra y después al limitar las nefastas consecuencias».[88]​ Haciendo explícita referencia al tema de la reconciliación manifestó el deseo de «poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y de la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido que el gran bien de la paz es sobre todo don de Dios, don frágil y precioso que debe ser invocado, tutelado y construido día tras día con el aporte de todos».

Asimismo hizo referencia al Padre del monacato occidental diciendo que «el nombre de Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran “Patriarca del monacato occidental”, san Benito de Nursia. La progresiva expansión de la Orden Benedictina fundada por él ha ejercido un influjo enorme en la difusión del cristianismo en todo el Continente. San Benito es por ello muy venerado en Alemania y, en particular, en Baviera, mi tierra de origen. Constituye un fundamental punto de referencia para la unidad de Europa y un fuerte reclamo a las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización».

En español se adoptó el término Benedicto y no Benito para nombrar al papa. En francés, sin embargo, se prefirió Benoît XVI y no Bénédicte XVI; en portugués es Bento XVI y en gallego Bieito XVI, y no Benedito XVI; en valenciano es Benedicte XVI, y no Benet XVI, al contrario que en catalán, que se dice Benet XVI. El nombre Benito XVI no es incorrecto, aunque en el mundo hispanohablante la fórmula corriente para este papa y los anteriores del mismo nombre es Benedicto XVI.[89]

Se trata de un doblete léxico: a partir del nombre propio en latín Benedictus (participio de benedicere, bendecir) surgen dos palabras en español. Una, como voz patrimonial, evoluciona con las modificaciones propias del paso del latín al romance y da Benito. Otra, como cultismo, deriva en Benedicto.

Según la Real Academia Española,[90]​ los números ordinales romanos, a partir del diez (X) se pueden leer como cardinales. Por ejemplo, para los ordinales antes del diez (X), tenemos que el papa Juan Pablo II, cuya forma de leer su nombre es «Juan Pablo segundo» y no «Juan Pablo dos»; también tenemos como ejemplo al papa Pío IX, cuya forma de leer su nombre es «Pío nono» o «Pío noveno» y no «Pío nueve». Por otro lado, para los ordinales después del diez (X), tenemos al papa León XIII, cuya forma más común de leer su nombre es «León trece», y «decimotercero» (que está cayendo en desuso). Por tanto, para Benedicto XVI, la forma común de nombrarlo es «Benedicto dieciséis», y decimosexto cae en el desuso.[91]

El escudo papal de Benedicto XVI conserva algunos elementos originales del escudo episcopal del cardenal Joseph Ratzinger y descarta la tradicional triple tiara pontificia, reemplazándola por una mitra.[92]

El mismo papa agregó el palio, la estola de lana que simboliza la autoridad episcopal.

Según Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, arzobispo italiano experto en heráldica y creador de su escudo papal, «Benedicto XVI ha escogido un escudo de armas rico en simbolismo y significado, para poner su personalidad y papado en las manos de la historia».

Benedicto XVI mantuvo la concha que simboliza al peregrino. También alude a una leyenda sobre san Agustín y su encuentro con un niño que, con una concha, pretendía verter el mar en un agujero para indicarle al santo que, así como era imposible verter el mar en dicho agujero, también lo era comprender la grandeza e inmensidad de Dios para la mente humana.[93]​ El escudo mantiene elementos que evocan los orígenes bávaros del nuevo pontífice. Lleva en la esquina superior izquierda, el Moro de Frisinga, la cabeza coronada de un etíope que desde hace mil años aparece en el escudo de los obispos de esta ciudad bávara.

En su libro Mi vida, el entonces cardenal Ratzinger explicó que utilizó el moro como «expresión de la universalidad de la Iglesia, que no conoce ninguna distinción de raza ni de clase».

En la parte superior derecha figura el Oso de Corbiniano, que hace referencia a la leyenda del obispo Corbiniano, que predicó el Evangelio en la antigua Baviera y es considerado el padre espiritual de la arquidiócesis de Múnich y Frisinga.

Según la tradición, cuando el obispo viajaba a Roma, un oso devoró al animal de carga que llevaba. Corbiniano obligó al oso a llevar sobre su espalda el equipaje hasta la Ciudad Eterna. Una vez en Roma, lo dejó libre.

«El oso que llevaba la carga del santo me recuerda una de las meditaciones sobre los salmos de san Agustín. En los versículos 22 y 23 del salmo 72 (73) veía él expresado el peso y la esperanza de su vida. Aquello que él ve que expresan estos versículos y que presenta en su Comentario es como un “autorretrato” trazado ante Dios y, por tanto, no solo un pensamiento piadoso, sino explicación de la vida y luz en el camino. Me ha parecido que lo que Agustín escribe aquí representa mi destino personal», indicó el entonces purpurado en su autobiografía.

El escudo se completa con las dos llaves cruzadas símbolo del ministerio de Pedro.


Las publicaciones de Joseph Ratzinger alcanzan los 600 títulos, algunos de sus estudios no han sido publicados abiertamente, sino que ha sido dirigido para ciertos gremios, comisiones y documentos eclesiásticos, aquí se muestra una breve selección de su trabajo:



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