El Evangelio (del latín evangelĭum, y este del griego εὐαγγέλιον [euangelion], «buena noticia», propiamente de las palabras εύ, «bien», y -αγγέλιον, «mensaje») es la narración de la vida y palabras de Jesús, es decir la buena nueva del cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham, Isaac y Jacob de que redimiría a su descendencia del pecado por medio de la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo, quien moriría en expiación por el pecado de toda la Humanidad y resucitaría al tercer día para dar arrepentimiento y perdón de los pecados a todo aquel que crea en él. Los evangelistas consideran que estos eventos fueron predichos por los profetas en el Antiguo Testamento . Entre otros, David profetizó que Jesús resucitaría al tercer día sin ver corrupción; David murió y su cuerpo vio corrupción y su tumba está en el monte Sion, pero Jesús resucitó al tercer día cumpliendo la profecía de su resurrección y su tumba está vacía y es conocida como el Santo Sepulcro. Este es el evangelio que predicaban los primeros discípulos de Jesús.
En un sentido más general, el término evangelio puede referirse a los evangelios, que son escritos de los primeros cristianos que recogen las primigenias predicaciones de los discípulos de Jesús de Nazaret. Siendo el núcleo central de su mensaje la muerte y resurrección de Jesús. Son cuatro los evangelios contenidos en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana, llamados evangelios canónicos, reconocidos como parte de la Revelación por las diferentes confesiones cristianas. Son conocidos con el nombre de sus autores[cita requerida]: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
La mayoría de los expertos consideran que estos cuatro evangelios fueron escritos entre los años 65 y 100 d. C., aunque otros expertos proponen fechas más tempranas.
Existen otros escritos, conocidos como evangelios apócrifos, no reconocidos como canónicos por las iglesias cristianas actuales, de manera que estos evangelios apócrifos no son aceptados como fidedignos, ni como textos inspirados por la divinidad. Pero sí fueron considerados «escritura» por algunas de las facciones en que se dividió el cristianismo durante los primeros siglos de su historia, especialmente por la corriente gnóstica, que fue la que aportó la mayor parte de estos textos, y por comunidades cristianas que conservaron una ligazón más estrecha con la tradición judía de la que surgió el cristianismo. Este último es el caso del evangelio de los hebreos y el evangelio secreto de Marcos, que diversos autores (como Morton Smith) datan como contemporáneos de los evangelios canónicos y aun como fuente de algunos de estos. Debido a este tipo de debates, hay autores que prefieren hablar de «evangelios extracanónicos», en vez de «apócrifos», para evitar un término que implica a priori la falsedad de los textos. El evangelio de Tomás es incluso datado por algunos expertos en el año 50 dC, hipótesis que lo convertiría en el más antiguo conocido.
La palabra «evangelio» es empleada por primera vez en los escritos de las primeras comunidades cristianas por Pablo de Tarso, en la primera carta a los corintios, redactada probablemente en el año 57:
El Evangelio es el relato de vida y enseñanzas de Jesús. También habla del amor que Dios muestra a la humanidad mandando a su único Hijo Jesucristo a redimir el mundo. Es así que muere por nuestros pecados; es sepultado y al tercer día resucita de entre los muertos conforme él mismo lo había predicho. Se aparece a sus doce apóstoles (además de otras personas), durante cuarenta días. Con su muerte se restauran los lazos de amor quebrados desde la desobediencia de los primeros padres y se abren las puertas del cielo (que hasta ese momento se encontraban cerradas) en beneficio de todos aquellos que sigan su palabra, esto es "El amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a sí mismo".
Con el mismo "sentido" aparece la palabra en el evangelio de Mateo y en el evangelio de Marcos. Posiblemente esta palabra sea la traducción al griego de una expresión aramea empleada en su predicación por Jesús de Nazaret, pero no existen datos concluyentes. En total, la expresión «evangelio» es usada en setenta y seis ocasiones en el Nuevo Testamento. Es significativo que sesenta de ellas tengan lugar en las cartas de Pablo, y que no exista ninguna mención del término en el evangelio de Juan y en el Evangelio de Lucas, aunque sí aparece en los Hechos de los Apóstoles, atribuidos a Lucas. El número de menciones de cada término es el siguiente:
Se ha especulado sobre si las comunidades cristianas helenísticas adoptaron el término «evangelio» a partir del culto al emperador. Existe en Priene una inscripción, fechada en el año 9 a. C., en que aparece esta palabra con un sentido muy similar al que después le darían los cristianos. En cualquier caso, la palabra había sido frecuentemente utilizada en la literatura anterior en lengua griega, incluyendo la primera traducción de la Biblia a este idioma, conocida como Biblia de los Setenta.
Del elevado número de evangelios escritos en la Antigüedad, solo cuatro fueron aceptados por la Iglesia y considerados canónicos. Establecer como canónicos estos cuatro evangelios fue una preocupación central de Ireneo de Lyon, hacia el año 185. En su obra más importante, Adversus haereses, Ireneo criticó con dureza tanto a las comunidades cristianas que hacían uso de un solo evangelio, el de Mateo, como a los que aceptaban varios de los que hoy son considerados como evangelios apócrifos, como la secta gnóstica de los valentinianos. Ireneo afirmó que los cuatro evangelios por él defendidos eran los cuatro pilares de la Iglesia. «No es posible que puedan ser ni más ni menos de cuatro», declaró, presentando como lógica la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos (1.11.18). Para ilustrar su punto de vista, utilizó una imagen, tomada de Ezequiel 1, del trono de Dios flanqueado por cuatro criaturas con rostros de diferentes animales (hombre, león, toro, águila), que están en el origen de los símbolos de los cuatro evangelistas en la iconografía cristiana.
Tres de los evangelios canónicos, Marcos, Mateo y Lucas, presentan entre sí importantes similitudes. Por la semejanza que guardan entre sí se denominan sinópticos desde que, en 1776, el estudioso J. J. Griesbach los publicó por primera vez en una tabla de tres columnas, en las que podían abarcarse globalmente de una sola mirada (synopsis, «vista conjunta»), para mejor destacar sus coincidencias.
La historia del desarrollo de los evangelios es confusa, existiendo varias teorías acerca de su composición, como se expone a continuación. Los análisis de los estudiosos se han centrado en lo que se llama el problema sinóptico, es decir, las relaciones literarias existentes entre los tres evangelios sinópticos, Mateo, Lucas y Marcos.
La teoría que ha obtenido el mayor consenso es la «teoría de las dos fuentes».
Las diferencias y semejanzas entre los evangelios sinópticos se han explicado de diferentes formas. Una de las teorías no comprobadas, es la llamada «teoría de las dos fuentes». Según esta teoría, Marcos sería el evangelio más antiguo de los tres, y que habría sido utilizado como fuente por Mateo y Lucas, lo que puede explicar la gran cantidad de material común a los tres sinópticos, sin embargo, dado que los evangelios fueron escritos en tiempo y lugares diferentes, no habría sustento en ello. Entre Lucas y Mateo se han observado coincidencias que no aparecen en Marcos y que se han atribuido a una hipotética fuente Q (del alemán Quelle, fuente) o protoevangelio Q, que consistiría básicamente en una serie de logia («dichos», es decir, «enseñanzas» de Jesús), sin elementos narrativos. El descubrimiento en Nag Hammadi del evangelio de Tomás, recopilación de dichos atribuidos a Jesús, contribuye a consolidar la hipótesis de la existencia de la fuente Q.
La existencia de Q fue defendida por los teólogos protestantes Weisse (Die evangelische Geschichte kritisch und philosopisch bearbeitet, 1838), y Holtzmann (Die Synoptischen Evangelien, 1863), y desarrollada posteriormente por Wernle (Die synoptische Frage, 1899), Streeter (The Four Gospels: A Study of Origins, treating of the manuscript tradition, sources, authorship, & dates, 1924), quien llegó a postular cuatro fuentes (Marcos, Q, y otras dos, que denominó M y L) y J. Schmid (Matthäus und Lukas, 1930). Aunque para Dibelius y Bornkann pudo tratarse de una tradición oral, lo más probable es que se tratase de una fuente escrita, dada la coincidencia a menudo literal entre los evangelios de Mateo y Lucas. También se ha considerado probable que el protoevangelio Q fuera redactado en arameo, y traducido posteriormente al griego.
Si bien la fuente Q es una hipótesis de los eruditos para intentar explicar el problema sinóptico, esta colección de dichos de Jesús —también conocido modernamente como Logia— era de lectura y estudio cotidiano en la iglesia primitiva y Lucas la menciona en Hechos de los Apóstoles como “Las Palabras del Señor”. De tal forma la hipótesis de Q y de Logia adquiere sustancia.
Existen otras hipótesis que prescinden de la existencia de una fuente Q. De estas, algunas afirman la prioridad temporal de Mateo y otras consideran que Marcos fue el primer evangelio. Las más destacadas son las siguientes:
Juan es sin duda el último de los evangelios canónicos, de fecha bastante más tardía que los sinópticos. En él, los milagros no son presentados como tales sino como «signos», es decir, gestos que tienen una significación más profunda: revelar la gloria de Jesús (ver Rivas, L. H., El Evangelio de Juan). La hipótesis elaborada por Rudolf Bultmann (Das Evangelium des Johannes, 1941) postula que el autor de este evangelio tuvo a su disposición una fuente, oral o escrita, sobre los «signos» de Cristo, independiente de los evangelios sinópticos, que ha sido denominada Evangelio de los Signos, cuya existencia es meramente hipotética.
Tradicionalmente se atribuye la autoría de los evangelios a Mateo, apóstol de Jesús, a Marcos discípulo de Pedro, a Lucas, médico de origen sirio discípulo de Pablo de Tarso y a Juan, apóstol de Jesús. Sin embargo, hasta hoy no ha sido determinada aún la autoría real de cada evangelio.
En el seno de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II en su Constitución Dei Verbum señaló que «la Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan».
No hay información acerca de las fechas exactas en que fueron redactados. La mayoría de los expertos considera que los evangelios canónicos fueron redactados en la segunda mitad del siglo I d. C., alrededor de medio siglo después de la desaparición de Jesús de Nazaret, aunque muchos expertos consideran que fueron redactados antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (p. ej. J.A.T. Robinson en su libro Redating the New Testament, J. Carrón García y J. M. García Pérez en su obra ¿Cuándo fueron escritos los evangelios?, entre otros).
También existe una minoría que propone que los evangelios fueron redactados tras la destrucción definitiva de Jerusalén durante el reinado de Adriano.
Raymond E. Brown, en su libro An Introduction to the New Testament, considera que las fechas más aceptadas son:
Estas fechas están basadas en el análisis de los textos y su relación con otras fuentes.
En cuanto a la información que nos proporciona la arqueología, dejando aparte el papiro 7Q5 del que no se conoce el contexto, el manuscrito más antiguo de los evangelios canónicos es el llamado papiro P52, el cual contiene una breve sección del evangelio de Juan (Juan 18: 31-33,37-38). Según los papirólogos, y sobre la base del estilo adriánico de escritura, dataría de la primera mitad del siglo II, aunque no existe consenso total acerca de la fecha exacta. De todos modos, el lapso que separa la fecha de redacción tentativa del manuscrito original de Juan respecto de la del papiro P52, considerado la copia sobreviviente más antigua, es extraordinariamente breve, si se compara con la de otros manuscritos de la antigüedad preservados. Y esto se constata —en menor grado— en todos los evangelios cuyas copias más antiguas guardan menos de un siglo de diferencia respecto de la fecha estimada de redacción de sus originales.
María de Jesús de Ágreda (1602-1665), abadesa del convento de las Madres Concepcionistas de Ágreda, Soria, venerable de la Iglesia Católica, por revelación privada dio a conocer que Mateo el Evangelista habría escrito estando en Judea en lengua hebrea, el año cuarenta y dos del nacimiento de Jesucristo, a nueve años de su resurrección. Marcos el Evangelista lo habría hecho cuatro años más tarde, es decir, en el año cuarenta y seis, también en lengua hebrea, en Palestina. Lucas el Evangelista habría escrito en lengua griega en Acaya, Grecia; lo habría hecho dos años más tarde, es decir, a quince años de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, y Juan el Evangelista a veinticinco años, en el año cincuenta y ocho estando en Asia Menor, Anatolia, Turquía. En cualquier caso, no se conserva ningún escrito neotestamentario redactado en arameo, sino que todos los que se conservan están en griego koiné.
La «armonización» fue un recurso utilizado cuando se buscaba la forma de «forzar» textos de los evangelios que parecen contradecirse o que no están totalmente de acuerdo entre sí, para que parezca que expresan lo mismo. De allí el nombre de «problema armónico», con el que se refería la dificultad para reunir los cuatro relatos evangélicos en uno solo.
Uno de los ejemplos más famosos fue el «Diatéssaron», nombre griego que se podría traducir como «formado por cuatro». Se trata de una obra griega escrita entre los años 165 y 170 por el autor sirio Taciano, que consiste en un solo evangelio compuesto con elementos tomados de los cuatro evangelios canónicos, y posiblemente también de alguna fuente apócrifa. Taciano eliminó las repeticiones y armonizó los textos para ocultar las posibles discrepancias que se encuentran en los evangelios.
Esa obra tuvo mucha popularidad en la Iglesia de lengua aramea, hasta llegar a convertirse en el evangelio de las Iglesias de Siria. Efrén de Siria (306-373) escribió un comentario al Diatéssaron que se conserva en la actualidad. Pero por las armonizaciones y omisiones, la obra de Taciano no refleja fielmente el texto de los evangelios. Por otra parte, al mostrar un evangelio «único», no permite ver el mensaje propio que ofrece cada uno de los evangelistas. Por esa razón, se ordenó en el siglo V que se volvieran a leer los evangelios por separado.
El «concordismo» fue otro recurso que se utilizó cuando ciertos textos bíblicos en general, que reflejan conceptos científicos de épocas en las que las ciencias estaban mucho menos desarrolladas, son presentados de manera forzada para que expresen lo mismo que dice la ciencia en la actualidad.
Estos recursos, utilizados en otros tiempos con cierta frecuencia hasta llegar a ser populares, han sido dejados totalmente de lado en la actualidad. Los evangelios recogen las predicaciones apostólicas que se desarrollaron a partir de la persona de Jesús de Nazaret, y su finalidad se vincula al anuncio de la salvación, no a la proclamación de verdades científicas en general. Esto no impide que los evangelios puedan ser analizados además como cualquier material antiguo (crítica histórico-literaria, crítica textual, etc.), pero el objetivo de su redacción se sitúa en otro plano.
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