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Filósofo Rancio



Francisco Alvarado, comúnmente conocido como «el Filósofo Rancio»[1]​ (Marchena, 25 de abril de 1756-31 de agosto de 1814), fue un religioso dominico y libelista reaccionario español.

Nacido en 1756,[2]​ de humildes orígenes campesinos, frecuentó de niño el colegio de los jesuitas en Marchena y a los quince años ingresó en el convento dominico de San Pablo de Sevilla. Allí desarrollará estudios de filosofía y teología hasta la primavera de 1778, en que pasa al Colegio de Santo Tomás de Aquino de la capital hispalense, donde reside diez años.

Al llegar los soldados franceses a Sevilla, en 1810, marchó a Tavira (Portugal), donde escribirá, alarmado por el curso que tomaban las discusiones constitucionales de Cádiz, casi medio centenar de cartas publicadas por sus amigos Francisco Rodríguez de la Bárcena y Manuel Freyre de Castrillón, ambos diputados a Cortes, desde 1811. A estas cartas hay que llegar un tomo de once Cartas inéditas, publicado póstumamente en 1846 pero compuesto después que las Cartas aristotélicas y antes que las 47 Cartas críticas, entre agosto de 1810 y febrero de 1811; podrían titularse Cartas a Cienfuegos, por ser el futuro arzobispo de Sevilla y cardenal Francisco Javier Cienfuegos Jovellanos el destinatario de diez de ellas y Francisco Gómez Fernández el de una sola; en ellas expone los proyectos de reforma de España -o más bien regeneración conforme a los ideales absolutistas- para ser tratados en las nuevas Cortes reunidas en Cádiz. Pronto, sin embargo, se dedicará a combatir a los progresistas al observar la deriva de las discusiones, en las llamadas Cartas críticas del filósofo rancio, donde exhibe una gran erudición polémica no exenta de cierta capacidad de análisis y aún de cierto gracejo en su lenguaje y en su estilo, imitado de Cervantes, a quien había leído mucho, pues, además, procura aliviar los argumentos con cuentecillos y facecias, influido por las técnicas predicadoras del sermón. Al contrario que otros adversarios mucho más sanguinarios, como el padre Agustín de Castro, procuró usar la razón para combatir, por ejemplo, las ideas de Rousseau, sin aflojar sus ideas reaccionarias partidarias de la sociedad basada en el Altar y el Trono, con total convencimiento de sus ideas. Todas esas cartas fueron editadas más tarde en 1824 y 1825 en cinco tomos.

Las Cartas aristotélicas, escritas entre mayo de 1786 y noviembre de 1787, pero impresas en 1825, combaten los sistemas opuestos al escolasticismo, en especial el eclecticismo, revitalizado en el siglo XVIII por obra del médico y lógico valenciano Andrés Piquer. Alvarado defendió la Inquisición, de la que fue nombrado consejero por Fernando VII poco antes de fallecer. También escribió Carta de un tomista de Sevilla.

En estas obras Alvarado se erigió como acérrimo adversario de toda innovación filosófica o política ilustrada, liberal, afrancesada, jansenista, masónica o librepensadora. Por ello atacó a escritores y pensadores como Joaquín Lorenzo Villanueva, Bartolomé José Gallardo o Agustín Argüelles, quienes procuraron responder en diversos escritos a las cuestiones que suscitaba el fraile dominico, seguramente la cabeza más importante del grupo reaccionario gaditano y uno de los libelistas reaccionarios más destacados junto a Rafael de Vélez, Agustín de Castro, El Setabiense, Miguel de Lardizábal, el padre Fernando de Ceballos, José Joaquín Colón, etc.



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