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Glosas Emilianenses



Las Glosas Emilianenses son pequeñas anotaciones manuscritas a un códice en latín, realizadas en varias lenguas: entre ellas el propio latín, un romance hispánico (bien español medieval con rasgos riojanos, bien navarro-aragonés en su variedad riojana[1][2]​) y euskera. Se encuentran entre las líneas del texto principal y en los márgenes de algunos pasajes del códice Aemilianensis 60 a finales del siglo X o a principios del siglo XI. La intención del monje copista era probablemente la de aclarar el significado de algunos pasajes del texto latino.

La importancia filológica de estas glosas, que no se advirtió hasta el siglo XX, es el hecho de que contienen el testimonio escrito más temprano del que se tenía noticia hasta entonces, en forma arcaica, pero claramente reconocible, de un romance hablado en el área actual del idioma español; al parecer, era la lengua vernácula hablada por entonces en la zona, a pesar del predominio del latín en muchos ámbitos cultos y registros escritos. De las Glosas Emilianenses, que suman más de mil en total, unas cien están en ese romance riojano y poseen el interés añadido de incluir dos anotaciones en euskera, siendo este el primer testimonio escrito conocido, no epigráfico, en dicha lengua.

El nombre se debe a que se compusieron en el Monasterio de San Millán de la Cogolla (Millán o Emiliano procede del latín Aemilianus), perteneciente a La Rioja y por aquel entonces parte del Reino de Navarra. Su valor se descubrió en 1911, cuando Manuel Gómez-Moreno, que estudiaba la arquitectura mozárabe del Monasterio de Suso, transcribió todas las glosas, alrededor de mil, y las envió a Ramón Menéndez Pidal.[cita requerida]

San Millán de la Cogolla (y La Rioja, por extensión) reciben a menudo el sobrenombre de «cuna del castellano» y del euskera gracias a ellas; no obstante, varios autores sostienen que las glosas no están escritas exactamente en un castellano antiguo, sino en navarro-aragonés[3]​ en su variedad riojana. A día de hoy se han encontrado algunos textos más antiguos que pueden considerarse protocastellanos; el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (ILCYL),[4]​ dató los Cartularios de Valpuesta junto con la Nodicia de Kesos, como algunos de los registros con rasgos de las lenguas castellana y leonesa más antiguos que se conocen.[5][6][7]​ En noviembre de 2010, la Real Academia Española avaló los cartularios, escritos en «una lengua latina asaltada por una lengua viva», como los primeros documentos en los que aparecen palabras escritas en castellano, anteriores a las Glosas Emilianenses.[8]​ Sin embargo, la diferencia más destacable entre estos dos documentos y las Glosas Emilianenses es que las glosas presentan estructura gramatical romance, algo que no se da en los Cartularios de Valpuesta y la Nodicia de Kesos, los cuales son textos escritos en latín y de gramática latina en los que se incluyen algunas palabras romances. Por tanto, las Glosas Emilianenses son los textos en romance ibérico (del área geográfica actual de lengua castellana) más antiguos de los que se tiene noticia, en los que están presentes todos los niveles lingüísticos.[9]

La imagen lateral muestra la página 72 del Códice Emilianense 60 (que se encuentra hoy día en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia). En ella puede apreciarse el texto de una homilía en latín a la que el monje copista hizo sus propias anotaciones (glosas) en navarro-aragonés entre líneas y al margen del texto.

La frase más larga de todo el códice se encuentra en la página 72. Se trata de doce renglones en los que se lee lo siguiente:

(Escucharlo en pronunciación restituida)

Dámaso Alonso denominó a esta oración «el primer vagido de la lengua española».[10]

Las glosas del códice Æmilianensis 60, en total más de mil, están escritas en tres lenguas: en latín, en romance riojano precastellano y en euskera. Más de cien de esas anotaciones están escritas en romance y dos en euskera. Las escritas en latín lo son en un latín coloquial, más comprensible que la lengua que glosan, y en muchos casos sólo es latín aparentemente, pues disfraza con escritura latina lo que se pronunciaba ya como romance.[11]

Ciertos rasgos éuscaros podrían delatar, a juicio de los especialistas, la condición bilingüe (vasco-románica) del glosador. Sobre las dudas que suelen surgir acerca del romance específico empleado en las Glosas, aún hay discrepancias entre filólogos sobre el dialecto concreto al que deben ser adscritas. Junto a características específicamente riojanas, se encuentran rasgos presentes en las diversas variedades dialectales hispanas: navarro, aragonés y mozárabe. Los rasgos navarro-aragoneses se perciben en el uso de muito, feito, honore (femenino y no masculino), plicare, lueco, cono, ena, etc.

Algunos autores, como Menéndez Pidal (1950), Lapesa (1981), Alarcos (1982) y Alvar (1976, 1989), han planteado que se trataba de una koiné lingüística en la que se mezclaban diversos rasgos pertenecientes al castellano[12]​ con una impronta navarroaragonesa. Sin embargo, hay autores que discrepan, como Douglas John Gifford y Frederick William Hodcroft (1959), González Ollé (1970), William Dennis Elcock (1975), Gerold Hilty (1996) o Wolf (1991), atribuyéndole una génesis navarro-aragonesa.[3]

Como germanismos hay dos glosas, la 20 y la 21, en las que se aclara:

Estas glosas cuentan con una estructura gramatical, a diferencia de los Cartularios de Valpuesta, donde algunas palabras en romance se entremezclan en textos en latín.

En la siguiente tabla se reseñan las reglas de evolución fonética que se han podido observar en la lengua de las glosas[1]​ y se señala en qué lenguas romances se presenta también cada uno de estos rasgos:

Veamos, pues, una comparación de voces usadas en las glosas con las correspondientes actuales en lenguas castellana y aragonesa, junto con la forma latina:

El estudio del lingüista suizo Heinz Jürgen Wolf de 1997[3]​ clasifica al romance de las glosas, no dentro del grupo Ibero-romance al que pertenece el castellano, sino dentro del grupo de lenguas o dialectos romances pirenaico-mozárabes, al que pertenece el aragonés.

El monje copista no se limitó a utilizar los glosarios latinos que solían tener los monasterios para resolver sus dudas léxicas, sino que documenta en los márgenes el habla popular de las tierras altorriojanas. Hay aquí un ejemplo de cómo trabajaba el copista:

Como puede apreciarse, el copista fue aclarando las palabras latinas que le parecían menos conocidas, ayudándose probablemente de un diccionario: repente lo pasó a luenco («luego»); suscitabi lo aclaró con lebantai («levanté») bellum con el actual cultismo pugna, effusiones con «bertiziones», etc.

En euskera aparecen dos apuntes: las glosas 31 y 42;[14]​ a saber:

Las dos breves glosas en lengua vasca son el testimonio escrito no epigráfico más antiguo del euskera del que se tiene noticia.

La aparición de restos en éuscaro y la abundante toponimia de la región en dicha lengua es considerada como una muestra de que estas glosas debieron ser escritas en zona de contacto lingüístico vasco-románico.[16]

Por otra parte la presencia de las dos glosas en vasco, unida a la de otros rasgos eusquéricos manifestados en varias palabras romances del documento, revela la condición bilingüe, vasca y romance, del escritor de las glosas. Este hecho no es sorprendente puesto que entonces se hablaba euskera en parte de la Rioja. La zona de San Millán era una de ellas. Del uso del vasco en esta región da claro testimonio la toponimia riojana actual, que incluye nombres de localidades tan claramente éuscaros como Herramélluri, Ezcaray, Ollauri o Cihuri. [17]



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MauricioEmilio Velasco CASA DE VELASCO :
ANTIGVA E YLVSTRÍSIMA CASA DE VELASCO
2022-12-06 16:00:24
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