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Gran Tribulación



El concepto de La Gran Tribulación (en griego: θλιψις μεγαλη) es un concepto propio de la escatología cristiana, independientemente de qué interpretación se le pueda dar a las profecías de la Biblia cristiana. Es el período de la historia de la humanidad anunciado por Jesucristo a sus discípulos en el Monte de los Olivos. La profecía de Jesucristo aparece en el evangelio de Mateo:

Algunas corrientes cristianas que han interpretado los pasajes del Apocalipsis como profecías han concluido que en la Gran Tribulación pasarán los siguientes eventos:[1][2][3]

Esta sería la batalla de Gog y Magog mil años después de la gran tribulación:

La batalla de Armagedón (Ap. 17:16, Ez. 38:14-23, Ap. 16:14-16 y Ap. 19:11-21) se apoya en un texto bíblico en el que Jesús le habla a la Cristiandad :

y sucede mil años antes de la guerra de Gog y Magog.

Existe otro pasaje en la Biblia que describe la Gran Tribulación previa a la segunda venida de Jesús y a la batalla de Armagedón:

La base ideológica de esta interpretación es el padecimiento que deberán enfrentar aquellos habitantes de la Tierra (durante este periodo de tiempo) que no crean en Cristo y su Evangelio o que lo abandonen por otras creencias luego de haberles sido predicado el Evangelio.[4]

Contrariamente a esta interpretación, la Iglesia católica sostiene que todo este lenguaje anuncia la aflicción personal individual del cristiano[5]​ que tiene en ella un llamado como la del hijo pródigo que vuelve al Padre y que es precisamente por ese amor que el Padre recorta el tiempo de la prueba. Se trataría más bien de una oportunidad que se da cuando hay crisis y si se concentra la atención en traducciones distintas, se desaprovecharía la ocasión de crecimiento: volver al Padre, gracias a la sacudida de la aflicción, como dijo Jesucristo: "Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). De este modo el catolicismo afirma que los mensajes sobre la gran tribulación se refieren a etapas de grandes dificultades personales[5]​ (secuestros, lutos, abusos, quiebra económica o laboral, cárcel) como oportunidades que tienen un lapso definido en el tiempo de Dios mientras perfecciona al hombre 'como el oro se purifica con el fuego': "Sin embargo, él sabe en qué camino estoy: si me prueba en mi crisol, saldré puro como el oro" (Job 23:10).

En Daniel 12:1 la palabra hebrea צָרָה (angustia) es traducida por la Septuaginta como θλίψεως (de la tribulación): "un tiempo de tribulación como el que no ha existido". La profecía de Jesucristo se relaciona entonces con la de Daniel 2:44, ”Y en los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos;" no solamente por el anuncio de la Gran Tribulación, sino por la señal para ella en Mateo 24:15: "Cuando veáis la abominación de la desolación anunciada por el profeta Daniel..." (Daniel 9:27,11:31,12:11)

Mientras el planteamiento del catolicismo dice que el término se dirige a cada persona individualmente, quien es probado según su fe: "¡Feliz el que sepa esperar y llegue a mil trescientos treinta y cinco días!" (Daniel 12:12). "El pueblo" por tanto es referido a la suma de esas individualidades que deben vivir cada uno sus procesos de aflicción.

De manera que así como el Libro de Daniel, los Evangelios o la carta de Pablo, para el Apocalipsis el significado de cada época concreta no debe encontrarse sólo en sí misma, sino especialmente en su relación con la totalidad, de manera que no es el fin el que da significado a la historia humana concreta, presente.[6]

Tanto Daniel como Jesucristo unen un hecho histórico que va a suceder en un tiempo relativamente cercano, con el final de los tiempos. En el caso de Daniel, se refería en primer lugar a la gran persecución de Antíoco IV, quien en 167 a. C. suspendió los rituales de adoración a Yahvé en el Templo de Jerusalén, ordenó la destrucción de las Escrituras judías y prohibió la observancia del sábado y demás normas de la ley mosaica. En diciembre de ese año hizo erigir una altar a Zeus en el Templo de Jerusalén, lo que fue considerado por los judíos como "shiqus shomem": la "abominación desoladora".[7]

Jesucristo, al hacer estos anuncios, hablaba en primer lugar de la cercana destrucción del Templo de Jerusalén (Mateo 24:1-2), pero además sus discípulos le preguntaron, no sólo cuándo sucedería eso, sino además cuál sería la señal del fin del mundo (Mateo 24:3). Entonces la "tribulación tan grande como no la hubo ni la habrá" la anunció para esos dos momentos:

A lo largo de la historia de la humanidad han ocurrido genocidios y pandemias de magnitudes apocalípticas tales como:

En Apocalipsis 13:1-7 se anuncia una época terrible, bajo el dominio de la "Bestia", en la misma forma que Daniel 7:19-21. La "Bestia" consigue que muchos la adoren Apocalipsis 13:8,11-15 y puede identificarse con el adversario descrito en 2 Tesalonicenses como el hijo de la perdición "que se llama Dios y es objeto de culto, de manera que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios", luego causará la "abominación desoladora". En Apocalipsis 15:2-4 aparecen los que triunfan sobre la "Bestia", a quienes una visión anterior (Apocalipsis 7:9-15) ha identificado como la multitud de "los que vienen de la gran tribulación". También estos anuncios se referían primariamente a la historia inmediata, al Imperio romano,[8][9]​ así como al final de los tiempos.

Al igual que para el Libro de Daniel, los Evangelios o las cartas de Pablo, para el Apocalipsis el significado de cada época concreta no debe encontrarse solo en sí misma, sino especialmente en su relación con la totalidad, de manera que es el fin el que da significado a la historia humana concreta, presente.[6]

La visión preterista concibe al Apocalipsis no como un libro profético (como lo fue en la antigüedad el libro de Daniel), sino que presenta las visiones de Juan en su tiempo, cuando la tribulación estaba siendo vivida por los precursores del cristianismo, dada la persecución y martirio al que fueron sometidos los primeros evangelizadores, como los apóstoles y los demás discípulos: "Yo contesté: «Señor, tú lo sabes.» El Anciano me replicó: «Esos son los que vienen de la gran persecución; han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero." (Apocalipsis).[5]



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