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Hortera



Hortera, en su significado y denominación original, era el dependiente, mancebo, mozo o menestral empleado en el floreciente comercio de la burguesía madrileña del siglo xix y primer tercio del xx,[1]​ retratado a menudo por sus contemporáneos como personaje pintoresco y castizo.[2][3][4]

Fue descrito con precisión por maestros de la literatura del realismo español, como Benito Pérez Galdós y su émulo Ramón Pérez de Ayala,[a]​ o literatos multifacéticos como Ramón Gómez de la Serna, y apareció como personaje coral muy frecuente en la zarzuela.[b][5]

A partir de la década de 1970, el término se usó con tono peyorativo para designar al individuo que viste y se acicala de forma llamativa y sin gusto, cercano a la estética del movimiento kitsch, de origen germano, y como epíteto despectivo para adjetivar lo vulgar, zafio o de mal gusto.[5][6]

Así aparece ya reconocido como primera acepción o significado de uso lingüístico en el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española,[c]​ y tras haber generado el sustantivo horterada, vulgarismo sinónimo de cosa o acción sin gusto.[7]

Personaje complementario, protagonista menor de la cultura popular del Madrid decimonónico, el hortera, literario y zarzuelero, se cuela en la copla refranera como en aquella que canta las virtudes de la Tía Javiera, singular productora de “rosquillas del Santo”:[8][9]

Otro personaje, también mujer, de mítico y legendario casticismo madrileño fue Pepa la Naranjera, mencionada por Pedro de Répide, que citando a Mesonero, la describe como hermosa, redicha y brava hortera, vecina de la calle del Prado, donde tenía su puesto de fruta esquina a la calle del Príncipe a comienzos del siglo xix.

Otras grandes capitales españolas presentan tipos similares de la iconografía del hortera; así, por ejemplo, el cajero hispalense, prototipo sevillano del modelo madrileño, o el factor valenciano.[10]​ Hortera aparece usado también por traductores como Manuel Ortega y Gasset como símil de shopboy, como puede leerse en su traducción de El viudo Lovel, de Thackeray.[11]

Benito Pérez Galdós recreó la personalidad del hortera en muchas de sus novelas. Pueden citarse personajes como Juan Santanita (por el apellido y los modos posible epígono del autor) en La incógnita y Realidad, el Serafinito de Voluntad, y otros muchos secundarios.[12]

De las variopintas descripciones que hace del hortera madrileño valga como ejemplo esta que aparece en el primer libro de Fortunata y Jacinta, del ambiente pre-navideño en la calle de Toledo un imaginario 20 de diciembre de 1873:[13]

Personajes frecuentes en los salones de baile y en las verbenas populares de la capital de España, lo fueron también, como reflejo, en las más castizas zarzuelas.[14]​ Como en este pasaje del Cuadro tercero de La verbena de la Paloma, firmado por Ricardo de la Vega:[15]

Algunos estudios sobre el tema localizan la aparición del nuevo hortera y la horterada (ya con carácter nacional y no circunscrito a la capital de España) al final de la década de 1960, coincidiendo con el ocaso del franquismo y la caprichosa liberalización de las tradicionales formas encorsetadas del pueblo español,[16]​ abierto por fin sin pudor a las modas extranjeras, y en el estratégico momento determinado por la estética llamativa, colorista y acaramelada que siguió a la moda beat, importada desde Estados Unidos e Inglaterra,[17]​ definida por la lentejuela, el pantalón acampanado, las grandes solapas y los zapatos de tacón rococó, popularizada por singulares estrellas de la música como lo fueron Queen, The Bee Gees, David Bowie o el cuarteto sueco ABBA. El término, en su conjunto ideológico hortera y horterada, degeneró progresivamente en su vertiente más peyorativa, entre lo cursi y lo provocador, tal y como finalmente sería reconocido por la Real Academia.



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