Hortera, en su significado y denominación original, era el dependiente, mancebo, mozo o menestral empleado en el floreciente comercio de la burguesía madrileña del siglo xix y primer tercio del xx, retratado a menudo por sus contemporáneos como personaje pintoresco y castizo.
Fue descrito con precisión por maestros de la literatura del realismo español, como Benito Pérez Galdós y su émulo Ramón Pérez de Ayala, o literatos multifacéticos como Ramón Gómez de la Serna, y apareció como personaje coral muy frecuente en la zarzuela.
A partir de la década de 1970, el término se usó con tono peyorativo para designar al individuo que viste y se acicala de forma llamativa y sin gusto, cercano a la estética del movimiento kitsch, de origen germano, y como epíteto despectivo para adjetivar lo vulgar, zafio o de mal gusto.
Así aparece ya reconocido como primera acepción o significado de uso lingüístico en el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, y tras haber generado el sustantivo horterada, vulgarismo sinónimo de cosa o acción sin gusto.
Personaje complementario, protagonista menor de la cultura popular del Madrid decimonónico, el hortera, literario y zarzuelero, se cuela en la copla refranera como en aquella que canta las virtudes de la Tía Javiera, singular productora de “rosquillas del Santo”:
Otro personaje, también mujer, de mítico y legendario casticismo madrileño fue Pepa la Naranjera, mencionada por Pedro de Répide, que citando a Mesonero, la describe como hermosa, redicha y brava hortera, vecina de la calle del Prado, donde tenía su puesto de fruta esquina a la calle del Príncipe a comienzos del siglo xix.
Otras grandes capitales españolas presentan tipos similares de la iconografía del hortera; así, por ejemplo, el cajero hispalense, prototipo sevillano del modelo madrileño, o el factor valenciano. Hortera aparece usado también por traductores como Manuel Ortega y Gasset como símil de shopboy, como puede leerse en su traducción de El viudo Lovel, de Thackeray.
Benito Pérez Galdós recreó la personalidad del hortera en muchas de sus novelas. Pueden citarse personajes como Juan Santanita (por el apellido y los modos posible epígono del autor) en La incógnita y Realidad, el Serafinito de Voluntad, y otros muchos secundarios.
De las variopintas descripciones que hace del hortera madrileño valga como ejemplo esta que aparece en el primer libro de Fortunata y Jacinta, del ambiente pre-navideño en la calle de Toledo un imaginario 20 de diciembre de 1873:
Personajes frecuentes en los salones de baile y en las verbenas populares de la capital de España, lo fueron también, como reflejo, en las más castizas zarzuelas. Como en este pasaje del Cuadro tercero de La verbena de la Paloma, firmado por Ricardo de la Vega:
Algunos estudios sobre el tema localizan la aparición del nuevo hortera y la horterada (ya con carácter nacional y no circunscrito a la capital de España) al final de la década de 1960, coincidiendo con el ocaso del franquismo y la caprichosa liberalización de las tradicionales formas encorsetadas del pueblo español, abierto por fin sin pudor a las modas extranjeras, y en el estratégico momento determinado por la estética llamativa, colorista y acaramelada que siguió a la moda beat, importada desde Estados Unidos e Inglaterra, definida por la lentejuela, el pantalón acampanado, las grandes solapas y los zapatos de tacón rococó, popularizada por singulares estrellas de la música como lo fueron Queen, The Bee Gees, David Bowie o el cuarteto sueco ABBA. El término, en su conjunto ideológico hortera y horterada, degeneró progresivamente en su vertiente más peyorativa, entre lo cursi y lo provocador, tal y como finalmente sería reconocido por la Real Academia.
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