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Integristas



Integrismo o integralismo es la actitud de determinados colectivos hacia los principios de la doctrina tradicional, de manera que rechazan cualquier cambio doctrinal, con la intención de mantener íntegros e inalterados tales principios. Tiene su origen en grupos católicos ultramontanos del siglo XIX que reaccionaron contra el laicismo proponiendo una política católica «íntegra».

Pese a la legitimidad e incluso conveniencia de conservar libres de cambios determinados valores o conjunto de creencias, el calificativo "integrista" ha tomado un claro tinte negativo y despectivo, de manera que ni siquiera los defensores de tales valores se autodenominan ya "integristas" y sus detractores utilizan el término como descalificativo absoluto. Es una postura habitual en distintas corrientes religiosas, ideológicas, políticas, educativas e incluso científicas.

El adjetivo integrista tiene su origen en España, concretamente en el sector del carlismo liderado por Cándido y Ramón Nocedal en la década de 1880 que al separarse de Don Carlos fundaría el que más tarde sería conocido como Partido Integrista. El calificativo lo habían empleado en un principio sus detractores de forma peyorativa para quienes se definían a sí mismos como católicos y carlistas «intransigentes» e «íntegros» —seguidores a rajatabla del Syllabus del papa Pío IX—, en contraposición a los católicos que el diario El Siglo Futuro definía como «mestizos» (católicos que aceptaban el sistema liberal). Sin embargo, en una conferencia pronunciada en Sabadell en 1889, el sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany, seguidor de Nocedal, propuso apropiarse de la calificación de «integristas»,[2]​ declarando: «¿Integristas? Sí señores míos, y a mucha honra».[3]

Sardá y Salvany reconocía en esa misma conferencia que el ideal católico integrista no era algo que se hallase exclusivamente en España, sino que ya estaba presente en otros países, y que en el extranjero llevaba «este mismo o parecido» nombre, afirmando:[2]

Una corriente similar liderada años después en Francia por el abate Paul Boulin, creador de los Cahiers anti-judéo-maçonniques, recibiría el nombre de «integralista».[4]​ Los integrales franceses estuvieron contra el grupo católico democrático de Le Sillon liderado por Marc Sangnier y apoyaron el movimiento nacionalista monárquico Action Française de Charles Maurras.[5]​ Aunque los errores de Le Sillon fueron condenados por el papa Pío X en 1910 en su encíclica Notre charge apostolique, la Action Française sería a su vez condenada en 1926 por Pío XI, quien además, asumiendo la postura de los jesuitas, definió el integralismo como la última manifestación de la herejía jansenista.[6]

Además de la imputación de jansenismo, los jesuitas acusarían a los integrales de hacer el juego a los modernistas porque ampliaban a tal grado la noción de modernismo, que ofrecían a estos un campo de maniobra muy cómodo. Paradójicamente, integrales y modernistas se encontrarían en un mismo frente común contra los jesuitas, aunque por distintas razones.[5]

En Italia se desarrollaría también el integralismo abanderado por monseñor Umberto Benigni, creador de la red secreta contra el modernismo Sodalitium Pianum.[4]​ En 1928 el padre jesuita Enrico Rosa, director de la revista La Civiltà Cattolica, se referiría a los «integralistas» de Francia e Italia en estos términos, distinguiéndolos de los integristas españoles de El Siglo Futuro:[2]

Bajo el seudónimo I. de Recalde se escondía el citado Paul Boulin, a quien Eusebio Gil Coria define como «tal vez la figura del integrista total». Sus artículos contra los jesuitas fueron reproducidos por Benigni, antisemita que acusaba a la Compañía de Jesús de conjurar contra el fascismo en Italia y de ser sicarios del «internacionalismo judío-masónico-demócrata». Boulin rompería su relación con Benigni en 1929 con ocasión de los Pactos de Letrán, que el primero definió como una «monstruosa victoria sobre la constitución milenaria de la Cristiandad».[4]

En el mundo lusoparlante el integrismo adopta el nombre de «integralismo». Surge principios de siglo XX en Portugal (Integralismo Lusitano), donde nace como un movimiento tradicionalista, monárquico y católico, antirrepublicano y antisocialista. Aboga por el corporativismo gremial horizontal, puede expresarse como un historicismo, un culturalismo o un ambientalismo, porque el integralismo reclama que las mejores instituciones políticas para una nación dada diferirán dependiendo de su historia, cultura y características de geografía física, como el clima, que definen su hábitat.

El integralismo es un movimiento de inspiración católica y no promueve la creación de una iglesia nacional (como el erastianismo o galicanismo en Francia). Sus críticos y oponentes le vinculan con la Action Française (Acción Francesa) de Charles Maurras, y con el fascismo (especialmente en América Latina, como es el caso del Integralismo Brasileño y la Unión Nacional Sinarquista). No obstante, hay profunda controversia sobre el asunto: los puntos del libre sindicalismo y el localismo, están en contradicción con el encuadramiento sindical obligatorio y el centralismo estatalista de las formas comunes del fascismo italiano, el nazismo alemán, el franquismo y el rexismo; el fundamento tradicionalista y católico de sus ideales puede llegar a coincidir con movimientos autoritarios en favor del catolicismo como el rexismo y el franquismo.

Actualmente el término fundamentalismo se emplea como sinónimo de integrismo, aunque este es de origen católico y aquel de origen protestante anglosajón, pues los fundamentalistas postulaban seguir los fundamentos de la Biblia. La incorporación del vocablo "fundamentalismo" en el diccionario de la Real Academia es reciente.

El término "integrismo" también se puede relacionar con el concepto de secta que sostenía el protestante Ernst Troeltsch, en el que se destaca su distanciamiento de las ideas de la mayoría de los miembros de la sociedad, en contraposición con los grupos religiosos que están dispuestos a adaptarse a la sociedad en la que se hallan inmersos, en lugar de tratar de que sea la sociedad la que incorpore los principios que el grupo religioso propone.



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