Jerarquía de los géneros nació en Francia.
Una jerarquía de los géneros es cualquier formalización que clasifica diferentes los géneros artísticos en términos de su prestigio y valor cultural. Las jerarquías más conocidas fueron sustentadas por las academias europeas entre el siglo XVII y la Edad Moderna, y de ellas la jerarquía que para los géneros pictóricos sostuvo la Academia real de pintura y de escultura de Francia, que desempeñó un papel central en el arte académico. El debate sobre la estética de la pintura, que continuó obteniendo adhesiones desde el Renacimiento, radicó en la importancia de la alegoría: se usaban elementos pictóricos como la línea y el color para transmitir una idea o tema unificador último. Por esta razón se adoptó en el arte el idealismo, de manera que las formas naturales se generalizarían, y a su vez se subordinarían a la unidad de la obra de arte. El objetivo era transmitir una verdad universal a través de la imitación de la belle nature. Muchos teóricos de la época disentían, como Gotthold Ephraim Lessing, que sostuvo que este centrarse en la alegoría era imperfecto y se basaba en una analogía equivocada entre las artes plásticas y la poesía que hundía sus raíces en el dicho horaciano ut pictura poesis («como la pintura así es la poesía»).
El año 1667, André Félibien, historiógrafo, arquitecto y teórico del clasicismo francés, en un prólogo de las Conferencias de la Academia, codificó la pintura clásica por temas pictóricos: «la historia, el retrato, el paisaje, las marinas, las flores y los frutos». La pintura de historia era considerado un grande genre e incluía las pinturas con temas religiosos, mitológicos, históricos, literarios o alegóricos. Encarnaban alguna interpretación de la vida o portaban un mensaje intelectual o moral. Los dioses y las diosas de las mitologías antiguas representaban diferentes aspectos del psiquismo humano, las figuras religiosas representaban diferentes ideas, y la historia, como las demás fuentes, representaban una dialéctica o juego de ideas. Durante largo tiempo, especialmente durante la Revolución francesa, la pintura de historia a menudo se centraba en la representación de un desnudo masculino heroico; aunque esto decayó en el siglo XIX.
Tomando como base aquella jerarquía se clasifican de más a menos nobles los siguientes géneros:
Según la Academia, los retratos, paisajes y bodegones eran inferiores porque eran simples representaciones de objetos externos, sin fuerza moral o imaginación artística. La pintura de género —ni ideal en estilo, ni elevada en el tema— fue admirada por su habilidad, ingenuidad e incluso su humor, pero nunca se confundió con el gran arte. La jerarquía de los géneros también tuvo una correspondencia con la jerarquía de los formatos: formato grande para la pintura de historia, formato pequeño para los bodegones.
Félibien argumentó que el pintor debía imitar a Dios, cuya obra más perfecta era el hombre, y mostró grupos de figuras humanas y elegía temas de la historia y la fábula. «Debe», escribe Félibien, «como los historiadores, representar grandes acontecimientos, o como los poetas, sujetos que agradarán; y subiendo aún más alto, ser hábil para ocultar bajo el velo de la fábula las virtudes de los grandes hombres y los misterios más exaltados».
El pintor británico sir Joshua Reynolds en sus Discourses de los años 1770 y 1780, reiteró el argumento de que el bodegón tenía la posición inferior en la jerarquía de los géneros basándose en que interfería con el acceso del pintor a las formas centrales, aquellos productos de los poderes generalizadores de la mente. En la cumbre reinaba la pintura de historia, centrada en el cuerpo humano: la familiaridad con las formas del cuerpo permitía a la mente del pintor, al comparar innumerables ejemplos de la forma humana, abstraer de aquellos los rasgos centrales o típicos que representan la esencia o ideal del cuerpo.
Aunque Reynolds estuvo de acuerdo con Félibien sobre el orden natural de los géneros, sostenía que una obra importante de cualquier género pictórico podía producirse en manos de un genio: «Sea la figura humana, un animal o incluso objetos inanimados, no hay nada, no importa cuán poco prometedor sea en apariencia, que no pueda alzarse a la dignidad, transmitir sentimiento y producir emoción, en manos de un pintor de genio. Lo que se decía de Virgilio, que incluso el estiércol lo tiraba al suelo con dignidad, puede aplicarse a Tiziano; cualquier cosa que tocaba, no importa cuán humilde por naturaleza, y habitualmente familiar, por una especie de magia, él lo investía de grandeza e importancia».
Aunque las academias europeas normalmente insistían estrictamente en esta jerarquía, en sus dominios, muchos artistas fueron capaces de inventar géneros nuevos y únicos que alzaban los temas más bajos a la importancia de la pintura de historia. El propio Reynolds logró esto al inventar un estilo de retrato que se llamó Grand Manner (Gran estilo) donde halagaba a sus modelos al asemejarlos a personajes mitológicos. Jean-Antoine Watteau inventó un género que se llamó fêtes galantes (fiestas galantes) donde mostraba escenas de entretenimientos cortesanos en ambientaciones arcádicas; estas a menudo tenían una cualidad alegórica y poética que se consideraba que las ennoblecías. Claudio de Lorena practicó un género llamado el paisaje ideal, donde una composición se basaba vagamente en la naturaleza y la dotaba de ruinas clásicas como una ambientación de un tema histórico o bíblico. Combinaba artísticamente paisaje y pintura de historia, de esta manera legitimaba el primero. Es sinónimo del término paisaje histórico que recibió reconocimiento oficial en la Academia real de pintura y de escultura de Francia cuando se estableció un Premio de Roma para este género en 1817. Finalmente, Jean Siméon Chardin fue capaz de crear bodegones considerados con tanto encanto y belleza como para ser colocados junto a los mejores temas alegóricos. Sin embargo, consciente de esta jerarquía, Chardin comenzó a incluir figuras en su obra alrededor de 1730, principalmente mujeres y niños.
Estos géneros menores fueron el campo en el que destacaron las mujeres pintoras, pues hasta mediados del siglo XIX, fueron incapaces en gran medida de pintar cuadros de historia. Esto ocurría así porque la Academia, para proteger su modestia, no les permitía participar en el proceso final de la formación artística, la del pintar del natural. Podían trabajar a partir de relieves, láminas, moldes y de los antiguos maestros, pero no con un modelo desnudo. Por eso, en lugar de ello, se las animó a participar en las formas inferiores de pintura como el retrato, el paisaje y las escenas de género. Se consideraban géneros más femeninos por considerar que llamaban más la atención de la vista que de la mente.
Esta jerarquía sobre todo tenía sentido para la Academia. Los particulares se preocupaban básicamente de hacer pintar su retrato. En el siglo XIX, pintores y críticos comenzaron a rebelarse contra numerosas las normas de la Academia, entre ellas, la preferencia por la pintura de historia. Entre los nuevos estilos como el realismo o el impresionismo buscaron representar el momento actual y la vida cotidiana como el ojo la veía, y desprendida de significados históricos. Triunfó el paisaje, incluso en los encargos oficiales. En 1850, el «paisaje campestre» (escena natural que suscita una emoción en el artista, y este quiere transmitirlo al espectador) se vuelve preponderante en relación con el «paisaje heroico» (en el cual se desarrolla una escena histórica o mitológica). Los realistas a menudo escogieron la pintura de género y los bodegones, mientras que los impresionistas con mayor frecuencia se centraron en los paisajes. La pintura de historia obtuvo menos favor cuando se puso de moda en Europa el arte y la cultura japoneses, en la forma de Japonismo—en Japón se daba una importancia significativa a objetos de laca y porcelana.
En el siglo XVII, los Países Bajos consiguieron su independencia por el Tratado de Westfalia, convirtiéndose en un estado con grandes peculiaridades con respecto a otras naciones europeas meridionales: Se trataba de una república frente a las monarquías europeas. En el plano religioso, los Países Bajos eran calvinistas frente al catolicismo europeo. El amplio sector burgués existente en los Países Bajos confirió una rica y dinámica economía.
Un arte afectado por la división de Europa en un campo católico y un campo protestante: una burguesía que no ha aceptado por completo el barroco europeo, una arquitectura con un estilo un tanto sobrio. Una pintura marcada por la religión calvinista, que obliga a los artistas de la época a intentar centrarse en un campo o tema específico en sus obras que por ningún motivo cree o provoca objeción de carácter religioso; quedando solamente del arte clásico, el uso de retratos para los comerciantes o grupos que deseen provocar o demostrar lo que valen a través del arte.
El primer maestro especializado de estos Países Bajos libres, Frans Hals, un retratista y un hombre que vivió una vida simple; lo único rescatable de su obra siendo sus pinceladas amplias y despreocupadas.
Muchos de los pintores de los Países Bajos protestantes no tenían inclinación por el retrato, o no poseían el talento para el mismo, y tuvieron que renunciar a la idea de confiar principalmente en los encargos, tuvieron que pintar cuadros y tratar de sacar el dinero después. Se enfrentaron al público, acudir a las plazas del mercado, negociando su obra, y lidiando con la competencia; muchos artistas exhiben su obra en los tendederos, esto los impulsó a seguir otros medios para conseguir dinero, la especialización sobre alguna rama o género de pintura, lo que los llevaría ser reconocidos, como el pintor de mares, o el pintor de cales, o el de retratos, la especialización ayudaba a las personas que llegaban a comprar, cuando llegamos generalmente a comprar algo o requerimos prestar de algún servicio, siempre buscamos lo mejor no nos conformamos con el segundo o tercero, queremos al mejor, el mejor oftalmólogo, el mejor neurocirujano, el mejor pintor de mares, partiendo de esta idea la probabilidad de aumentar la entrada de dinero era alta, debido a los distintos gustos de las personas, era más sencillo o al menos había más probabilidad de generar recurso ya que todos o al menos la mayoría tenía un público específico al cual recurrir con la creación de cada obra nueva.
El pintor más importante de los Países Bajos fue Rembrandt, quien no fue un genio como Miguel Ángel, un diplomático respetado como Pedro Pablo Rubens, que se regodeaba con los eruditos; fue un hombre que dejó un asombroso registro de su vida, un especialista del retrato, estos que componen una autobiografía única, aun si de sus 700 cuadros, solo se han probado ser suyos 350, este artista sigue siendo considerado uno de los grandes, y un objeto de estudio para muchos.
En el siglo XVII una generación después de Rembrandt nace un gran maestro de la belleza pura del mundo visible, Johannes Vermeer Van Delft, un trabajador lento, y esmerado, que no pintó más de 34 obras a lo largo de su vida y pocas de las cuales representaban escenas de gran importancia. Este centraba sus escenas en habitaciones y ambientes íntimos, predominaban las representaciones femeninas realizando algún trabajo frente a una ventana luminosa, consiguiendo un excelente dominio de la luz. Debido a su perfecta paciencia al capturar colores y formas, así como ese sentido de perspectiva que te hace sentir como una persona más dentro de la habitación, se le se le acusaba de hacer uso de la cámara oscura, para conseguir dichos efectos.
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