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Jorge Teillier



Jorge Teillier Sandoval (Lautaro, 24 de junio de 1935-Viña del Mar, 22 de abril de 1996) fue un poeta chileno de la llamada generación literaria de 1950,[1]​ creador y exponente de la poesía lárica. Teillier se inició a los 12 años en la escritura, leyendo libros de aventuras de autores tales como Panait Istrati, Knut Hamsun y Julio Verne, así como cuentos de hadas. Posteriormente es influenciado por los poetas del modernismo hispanoamericano, Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para Teillier, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trascendieran lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. Según Teillier, el poeta no debe significar sino ser. Postuló un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, partidaria del éxodo hacia las ciudades.[2]

Jorge Octavio Teillier Sandoval nació el 24 de junio de 1935 en la comuna de Lautaro, actual Región de la Araucanía. Hijo del matrimonio formado por Fernando Teillier Morín y Sara Sandoval Matus, nieto de los inmigrantes Georges Teillier Panellier (nacido en Ruffec, Charente) y de Melanie Morín, que habían llegado desde Francia décadas atrás y se asentaron en esa región del país.[3]​ Su infancia transcurrió en el sur de Chile, en la Araucanía. Desde temprana edad —coincidente cronológicamente con la Segunda Guerra Mundial—, la vida cotidiana de Teillier estuvo marcada por el contacto directo con la naturaleza y una forma de entender la tradición capaz de articular en un mismo enfoque rasgos culturales, sociales e históricos chilenos, franceses y mapuches. A la ascendencia francesa de Teillier se acopló la tradición araucana y prontamente, a través de la literatura, un sentido aún más universal.

Dijo Teillier: «No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía como si me hubiesen dado cuerda».[4]​ Pese a ello, desde los 12 años escribía prosa y poesía. Fue a los 16, en la ciudad de Victoria, donde escribió, su "primer poema verdadero", esto quiere decir —explica Teillier—, "el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro".[4]​ Gran parte de los poemas que componen su primer libro, Para ángeles y gorriones (1956), nacieron "sobre el pupitre del liceo".

De su época liceana —especialmente fecunda para Teillier—, colaboró activamente en diversas publicaciones locales, con poemas o pequeñas crónicas que en buena medida anticipaban el particular universo poético que más tarde consolidaría en sus libros, el mismo Teillier dijo en 1968: «Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo».[4]

En 1953, con 18 años de edad, Teillier emprendió viaje a Santiago para cursar estudios superiores: ingresa en el Instituto Pedagógico a estudiar Historia, haciendo latente su constante vocación por rescatar la tradición, y con ella alimentar su creación poética.

En dicho contexto, Teillier conocerá a muchos autores de la generación del 50 y 80, como a los poetas Francisco Véjar, Braulio Arenas, Rolando Cárdenas, Enrique Lihn o el novelista Enrique Lafourcade. También desarrolló un gran vínculo de amistad con Lorenzo Peirano, de la denominada promoción de escritores Post-87.

Teillier no tardaría en hacerse de un nombre en la escena santiaguina, lo que en buena parte posibilitó la publicación de su primer poemario, que fue bien acogido por la crítica especializada de la época y recibió elogiosos comentarios por parte de Alone, quien destacó la simpleza de su poesía, no carente de profundidad.

Por aquellos años, el pulso poético teilleriano ya se hallaba relativamente consolidado, lo que puede constatarse al analizar publicaciones posteriores, en que suele reiterarse la visión de mundo expuesta en su obra debut. Considerando eso, puede decirse que se trata de uno de los pocos casos en la historia literaria nacional en que un autor es capaz de presentarse "consolidado" en su propuesta poética ya en su primer libro.

Recuerda Teillier que por ese entonces "el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por Gabriel González Videla se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera".[4]

Neruda, continúa Teillier, "llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social. Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre".[4]

Terminada la universidad, ejerció la docencia en el Liceo de Lautaro. En 1963 fundó y dirigió (hasta 1965), junto con Jorge Vélez, la revista de poesía Orfeo. También dirigiría el Boletín de la Universidad de Chile.

Teillier estuvo casado por un tiempo con Sybila Arredondo, chilena que luego contraería matrimonio con el escritor peruano José María Arguedas.[5]​ De la breve unión Teillier-Arredondo nacieron dos hijos: Carolina y Sebastián.[6]

Después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, Teillier siguió fiel a su credo, aunque no se puede negar, como señala Marcelo Quiñones, que aparecen "símbolos o signos de indicios" que nos remiten "al drama que por diecisiete años vivieron algunos chilenos. Es verdad que con el correr de los años, el poeta fue acentuando o hizo más ostensible el tono autobiográfico de su poesía, esas pequeñas confesiones como 'la noche es mi mejor amiga' o 'es mejor morir de vino que de tedio'. Pero es igualmente efectivo que la compulsiva situación que vivió Chile bajo la dictadura fue determinante para que esta poesía tan genuina —en la que más de una vez asoman las 'sombras de los amigos muertos'—, diga en tono desacostumbrado que 'el único país donde me siento extranjero es mi país' o que 'vivo en un tiempo en que mandan los padrastros'".[7]

A lo largo de su trayectoria literaria recibió numerosos galardones, incluido el Premio Anguita 1993, concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional de Literatura.

Teillier se dedicó también a la traducción —por ejemplo, La confesión de un granuja de Serguéi Yesenin; escribió cuentos y colaboró en diversos diarios y revistas.

La poesía de Teillier ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y cuenta con dos colecciones bilingües: In order to talk with the Dead y From the country of Never-more.

Sobre sus obras, el mismo Teillier ha escrito: "Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción de Crónica del forastero. Me parece que difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en los poemas El aromo o Molino de madera), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en Historia de hijos pródigos), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas Domingo a domingo u Otoño secreto). En este sentido quiero hacer destacar que para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer".[4]

Sus influencias poéticas van desde el modernismo hispanoamericano y el creacionismo de Vicente Huidobro hasta la poesía universal de Rainer Maria Rilke. Sin embargo, se lo vincula más directamente con los poetas Friedrich Hölderlin, Georg Trakl y Yesenin, ya que tanto ellos como él manifestaron en su escritura una profunda relación con la aldea y con el mito.

En 1965, "movido por el impulso de configurar su espacio mítico, publicó Los poetas de los lares, ensayo en el que revisa la obra de todo un grupo de poetas que centraron su obra en la provincia, la infancia y el respeto por las tradiciones, inaugurando una importante vertiente de la poesía nacional, la poesía lárica o de los lares".[1]

La poesía lárica o de los lares, es decir, del origen o de la frontera, corresponde a la ética y estética que fundó Jorge Teillier y que transmitió en toda su obra. Esta forma de entender y crear la poesía se caracteriza por la vuelta hacia el pasado, a un paraíso perdido en el cual lo cotidiano y lo amable contrastan con la modernidad imperante en la época. Teillier hace hincapié en la búsqueda de los valores del paisaje, de la aldea y de la provincia, donde confluyen imágenes nostálgicas de la infancia perdida y de la naturaleza primigenia del mito. A través de una escritura usualmente sencilla, propuso el retorno hacia una Edad de Oro en la que el hablante lírico y el lector podrían acceder a un mundo más puro y más feliz, “un mundo mejor”, como el propio poeta diría.

Los últimos años de vida de Teillier los pasa en Cabildo, en el sector denominado El Molino de Ingenio, donde vivía desde 1987 con la pintora y escultora Cristina Wenke, su compañera desde 1972. Aquejado de cirrosis hepática, falleció el 22 de abril de 1996, a la edad de 60 años en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Sus restos mortales fueron sepultados en el cementerio parroquial de La Ligua.[8]


Antologías en inglés



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