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Literatura colombiana



La literatura de Colombia se refiere al conjunto de producciones literarias creadas en Colombia, desde la época del Nuevo Reino de Granada hasta los tiempos actuales, a lo que se añade la literatura oral de los indígenas, recopilada primero por los cronistas de Indias, y luego por investigadores y antropólogos que hasta la actualidad siguen recogiendo ese tipo de relatos, junto con literatura oral de origen campesino y folclórico.

La literatura hispanoamericana comenzó a desarrollarse en 1492, la literatura de la actual Colombia inicia en el año de 1519, cuando aparecen los primeros documentos que dan cuenta del descubrimiento del Reino de Tierra Firme, que fue el nombre genérico que se le dio a los territorios costeros septentrionales de América del Sur y el litoral caribeño de América Central. Luego se desarrolla principalmente la historiografía, en los siglos XVI y XVII, con las Crónicas de Indias, y aparecen los primeros escritores relevantes como Francisca Josefa del Castillo y Hernando Domínguez Camargo, entre otros. En 1783 se da un nuevo impulso a la literatura con la puesta en marcha de la Imprenta Real y la Expedición Botánica bajo la dirección de José Celestino Mutis y el impulso del arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora.[1]

En el siglo XIX proliferó la poesía, así como la literatura costumbrista y las novelas que seguían el estilo del Romanticismo, y también se desarrolló el estilo conocido como Simbolismo. En esa época se destacaron autores como Soledad Acosta de Samper, Rafael Pombo, Jorge Isaacs, José Eugenio Díaz Castro, José Asunción Silva, José Caicedo Rojas, Eustaquio Palacios, entre otros.

La literatura colombiana tuvo su mayor crecimiento en el siglo XX, rico en poetas y movimientos poéticos. Cabe destacar la llamada generación de Los Nuevos, entre los que sobresale León de Greiff; los piedracielistas, con Arturo Camacho Ramírez y Jorge Rojas; el grupo de Mito, liderado por Alejandro Vaupéz; los Nadaístas, encabezados por Gonzalo Arango; la generación Golpe de dados, representada por Raúl Gómez Jattin, María Mercedes Carranza y Piedad Bonnet, y el Grupo de Barranquilla, constituido, entre otros, por José Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio y el Nobel Gabriel García Márquez. Desde los poetas del postmodernismo, Luis Carlos López, lleno de humor y profundidad sencilla, y Porfirio Barba Jacob, intenso, pensativo y melódico, hasta los más recientes poetas de estilos muy diversos como Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca y Mario Rivero, la literatura colombiana se caracteriza ante todo por su diversidad estilística.

En años recientes, se ha venido presentando en Colombia un auge de escritores, cuyas obras han sido ampliamente acogidas por los lectores, hasta el punto de ser llevadas al cine y la televisión.

Al igual que la historia de la literatura universal, la literatura colombiana tiene sus orígenes en la tradición oral, y es, por tanto, una literatura oral que a posteriori ha sido consignada por escrito. La literatura indígena, aquellos relatos de los pueblos precolombinos, es de la que menos noticia se tiene, aunque muchos fueron recogidos en las Crónicas de Indias que escribieron los primeros cronistas. Algunos de los relatos sobrevivientes son:

En la época del Nuevo Reino de Granada se escribieron obras de diversas materias: desde literatura edificante hasta libros de ciencia, desde oratoria hasta historia y literatura. La mayoría de estos libros se publicaron en diferentes partes de Europa y unos pocos en Lima y Ciudad de México, ciudades que contaban con imprenta desde el siglo XVI.

Los intelectuales españoles y criollos se enfrentaron a un nuevo mundo, listo para ser retratado, por eso las primeras manifestaciones literarias son mayormente crónicas, donde se da cuenta de las tradiciones, los quehaceres cotidianos y los hechos heroicos del nuevo continente.

Aunque la mayoría de las obras de los cronistas de Indias no puedan ser catalogadas estrictamente como literatura, por ser obras creadas con un propósito de registro histórico, sí reflejan los primeros registros escritos que, en algunos casos, son formalmente literarios, como ocurre con la obra de Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, de 1589, que es un poema épico de registro histórico de los hechos de la Conquista.

Algunos de los escritores y escritoras más destacados de esa época son los siguientes:

Con la caída de la dinastía de los Austrias y la llegada de los Borbones al trono del Imperio español, se implementaron cambios en la administración, por lo que el Nuevo Reino de Granada fue transformado en Virreinato de Nueva Granada. En 1783, por gestión del arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora, llegó a Santafé de Bogotá la primera imprenta, que en principio sirvió para imprimir novenas y libros devocionales, pero que pronto fue la herramienta con la que se imprimieron los primeros periódicos del país, como el Papel Periódico de Santa Fe, fundado en 1791 bajo la dirección del cubano Manuel del Socorro Rodríguez. Por la misma época se iniciaron las primeras tertulias literarias, en las que no solo se discutía de literatura sino también de política y actualidad. Entre las tertulias más importantes se destacaron la Tertulia Eutroélica y la Tertulia del Buen Gusto.

Esta tertulia literaria estaba encabezada por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, fundador del primer periódico del Virreinato y director de la primera biblioteca pública de Santafé de Bogotá. La tertulia estaba integrada por jóvenes que acudían a la biblioteca y que por las noches se quedaban allí para discutir sobre literatura y política, además de hacer competiciones poéticas y de prosa. Algunas de las obras fueron publicadas en el Papel Periódico de Santa Fe. Algunos de los miembros más destacados de esta tertulia fueron los tres payaneses José María Valdez, Francisco Antonio Rodríguez y José María Gruesso, entre otros.

Fundada en 1801, esta tertulia literaria tenía lugar en la casa de doña Manuela Santamaría de Manrique, una dama muy culta que además de su interés literario también tenía conocimientos de botánica. Tenía un gabinete de historia natural, formado y clasificado por ella misma, que servía como "museo" en la capital del Virreinato. Por las noches se llenaba su casa con todos los jóvenes interesados en la literatura. Entre los contertulios se encontraban los hijos de doña Manuela, llamados Tomasa y José Ángel, que aún eran adolescentes. José Ángel fue autor de un poema burlesco titulado Tocaimada, y participó en la conspiración de 1794, junto con otros jóvenes entre los que se encontraba Antonio Nariño. Otros contertulios destacados fueron José María Salazar, José Miguel Montalvo, José Fernández Madrid, Frutos Joaquín Gutiérrez, José María Gutiérrez, Francisco Antonio Ulloa, Camilo Torres, Manuel Rodríguez Torices y Custodio García Rovira, entre otros.

La literatura colombiana durante los convulsionados años de la Independencia, así como todas las antiguas provincias españolas en el continente, se vio influenciada por el ánimo político, lo que determinó el pensamiento y el estilo de los autores criollos. Durante este periodo se destacaron los géneros literarios de la crónica y la poesía.

La literatura colombiana no deja de ser vinculada estilísticamente a la hispánica y aquel sabor independentista e inconforme ante el estado de cosas coincide a la vez con el romanticismo en boga que dominaría todo el siglo XIX en Colombia. El de la Independencia se ha considerado como un período de transición entre el Neoclásico y el Romanticismo.

Se destacan:

Durante este periodo se produjeron obras de teatro por dramaturgos como José María Salazar, José Miguel Montalvo, José Fernández Madrid y José Domínguez Roche.

En la poesía se produjeron versos satíricos, versos políticos, así como cantidad de versos en honor a la recién fundada patria.

La decisión unánime de los padres de la patria de proteger y promover el idioma español o castellano en el suelo nacional evidencia la gran importancia que la época daba a la palabra. De allí que sea Colombia la primera nación hispanoamericana en fundar en 1871 la Academia Colombiana de la Lengua; Ecuador lo hará poco después en 1874 con la Academia Ecuatoriana de la Lengua y Venezuela en 1883 con la Academia Venezolana de la Lengua para completar el cuadro de las naciones neogranadinas e integrarse posteriormente en lo que hoy se conoce como la Asociación de Academias de la Lengua Española (Panamá conformará su propia Academia Panameña de la Lengua en 1923).

La necesidad de construir una literatura nacional surge del proyecto político de conformar una nación colombiana[cita requerida]; por consiguiente, durante este periodo se puede evidenciar una estrecha relación entre la literatura y la política[cita requerida]. La creación de la categoría de “literatura nacional” abarca no solamente las obras producidas durante el siglo XIX, sino que también trata de encajar las producciones literarias de siglos anteriores dentro de dicha categoría, con el fin de argumentar la idea[cita requerida] de que la nación colombiana siempre ha existido en sí misma y, por consiguiente, su literatura también. En consecuencia, se pueden evidenciar los primeros intentos de escribir una historia de la literatura nacional. Un ejemplo de ello es la Historia de la literatura en Nueva Granada (1867) escrita por el bogotano José María Vergara y Vergara.

La literatura colombiana que se está conformando en ese momento entra dentro de las lógicas de progreso. Por ejemplo, la Historia de la literatura en Nueva Granada, escrita por José María Vergara y Vergara en el 1876 tenía la “[…] necesidad de escribir una historia propia que se desprendiera de la española en el reconocimiento de una tradición, a la vez que de estudiar su desarrollo en América”.[4]​ Para Vergara la literatura del siglo XIX era resultado de la producción escrita que se había generado tiempo atrás, tomando como referencia la idea de un progreso literario que va de la mano con el desarrollo de las sociedades, en consecuencia, se afirma la “[…] existencia de un movimiento literario, digno de mención y aplauso, anterior a 1810”.[4]​ Se tiene la pretensión de construir una tradición literaria que dé cuenta del progreso nacional.

No obstante, la conformación de una “Literatura nacional” en el contexto del progreso moderno, presenta una paradoja: Por un lado, el progreso implicaba no volver a lo tradicional porque esto significaba un retroceso al pasado. Por el otro lado, el pasado era necesario para legitimar el proceso presente de la conformación de un Estado nacional. De esta forma, las propuestas para la conformación de una literatura nacional fueron variadas, es decir que la creación de una literatura nacional debe pensarse no como una sola propuesta que responde a un solo proyecto político. Al igual que dichos proyectos políticos, las propuestas literarias eran diversas y apuntaban a señalar diferentes puntos de vista de acuerdo con el autor que las escribía.

El Romanticismo es un movimiento cultural de origen europeo que emerge como una reacción a la tradición clasicista. La literatura del Romanticismo representa el individualismo, la libertad de creación y la expresión artística, entre otros. En Colombia, su auge coincide con la gesta y el espíritu de la Independencia y con el proceso de representación de la nueva sensibilidad nacional. Se destacan algunos temas, como:

Una primera corriente romántica, entre 1830 y 1860, coincide con los movimientos de liberación nacional y los periodos de estabilización gubernamental. Se celebra la idea de la patria y los valores cívicos de las nuevas sociedades. Se puede identificar con los autores siguientes:

Una segunda corriente romántica, aproximadamente desde 1860 hasta 1880, coincide con la organización del estado nacional. Entre los exponentes asociados con esta etapa se encuentran:

El mayor interés del costumbrismo era retratar la sociedad decimonónica en sus costumbres. El costumbrismo colombiano tuvo su mayor auge durante el periodo de 1840-1850; además, estaba encaminado a romper con un pasado español que, según el texto de Beatriz González-Stephan “Visiones paródicas: risas, demonios, jocosidades y caricaturas”, había truncado los proyectos nacionales posteriores a la independencia.[5]​ De esta forma, el costumbrismo no mostraba una realidad nacional conflictuada, sino, más bien, estática e histórica donde se destacaba un entorno mayormente rural, exaltando entornos naturales vírgenes y representando a sectores de la población que no pertenecían a las elites, identificando sus características raciales con un determinado modo de vida.[6]

Sin embargo, esta forma de representar a los sectores populares cumple una función política: Toda forma de resistencia a la conformación de un proyecto nacional homogéneo fue representada de tal forma que entraba a ser parte del sistema de pensamiento de las élites colombianas:

Los costumbristas se ocuparon de señalar los rasgos generales de un pueblo a través de los personajes de sus relatos. En muchos casos, se asumió una postura crítica frente a la sociedad, pues constituye el retrato de los males de una sociedad por culpa del gamonalismo y las guerras civiles. El costumbrismo no se puede separar completamente del romanticismo, ya que encontramos novelas con tramas románticas con toques naturalistas.

El modernismo fue un movimiento literario que se desarrolló entre los años 1880-1910 a lo largo de Hispanoamérica que se caracterizó por una ambigua rebeldía creativa, un refinamiento narcisista y aristocrático, el culturalismo cosmopolita y una profunda renovación estética del lenguaje y la métrica.

El siglo XIX colombiano implicó que los neogranadinos, después del proceso de independencia, buscaran enmarcar su propia historia en la historia de Occidente, así, se empezaron a elaborar textos donde el lector encontrara un sentido en un contexto histórico más general. En consecuencia, la producción literaria se vio influenciada por esta necesidad de pertenencia a un marco más universal.

Al enmarcar una categoría como “novela” dentro de la producción literaria del siglo XIX colombiano se hacen evidentes los debates que implican adoptar una idea europea en los cánones propios con el fin de crear un discurso nacional. En Europa existía un debate en torno al romanticismo y al clasicismo como movimientos artísticos que permeaban la literatura europea: “[…] no siempre se aceptó la tradición española [en la literatura del siglo XIX en Colombia], pues también estuvo presente el problema de la emancipación literaria como una necesidad de construir otras formas de historia”.[4]​ Dichos debates se trasladaron al contexto nacional donde los neogranadinos vieron la necesidad tomar posición ante la discusión, pero diferenciando su producción literaria de la de Europa. Así, se evidencian nuevamente las preguntas acerca de si se está generando una literatura nacional propia o si se está copiando lo que viene de Francia o España.

La novela es una categoría que se construye bajo parámetros europeos, pero que, de igual forma, da cuenta de las experiencias que se generaban en la naciente República colombiana. No obstante, estaba en medio de una paradoja en donde se discutía su carácter “tradicional”, en tanto es una categoría que viene de Europa, y su carácter “moderno”, en tanto se constituye como una herramienta para plasmar diferentes discursos nacionales durante la segunda mitad del siglo XIX. Las “novelas fundacionales” que surgen durante este periodo en Colombia son una expresión artística que se articula acorde al discurso político de la conformación de nación.

Las mujeres también empezaron a escribir,[7]​ aunque quienes lo hacían pertenecían a familias pudientes. Una muestra de ello es la novela Un asilo en La Goajira de Priscila Herrera de Núñez —de quien se dice, fue cuñada del presidente Rafael Núñez—, escrita en 1869 pero publicada en 1936 y corregida en 2007. Uno de los primeros trabajos literarios de los que se tiene registro en el Estado Soberano del Magdalena, la novela relata el exilio de una viuda en una ranchería wayú —Herrera no nombra a la viuda, pero sí a su marido—, quien abandonó Riohacha con sus dos hijos tras el asesinato de su esposo en medio de una guerra que arrasó con la ciudad.[8]

En primer lugar, la novela por entregas es un género que tiene su origen en Europa y que llega a América posteriormente. Para la segunda mitad del siglo XIX, este género se fortalece en Colombia a la par con el surgimiento de las primeras novelas fundacionales como Manuela de José Eugenio Díaz Castro o María de Jorge Isaacs y con la consolidación de una prensa nacional dinámica e influyente. De este modo, las obras literarias eran publicadas en una sección del periódico de forma fragmentada y periódica, haciendo que el lector siguiera la historia por medio de las publicaciones de prensa.

Es importante señalar que la prensa generó un “nuevo lenguaje” sobre los temas religiosos y políticos que se debatía entre la tradición española y la necesidad de aspirar a otras propuestas encaminadas a consolidar el componente nacional. En consecuencia, se evidenciaron tensiones entre las publicaciones hechas en Colombia y las que venían de España u otros países de Europa. En un primer momento, las publicaciones extranjeras fueron mayores en la prensa nacional, sin embargo, para la segunda mitad de la década de 1850 esta situación cambia, aumentando las publicaciones neogranadinas, así, la literata e historiadora Carmen Elisa Acosta señala que:

La prensa también generó espacios para la circulación de ideas que posteriormente pasarían a alimentar las discusiones de los lectores, creando así un público receptor. De esta forma, Carmen Elisa Acosta señala que: “La lectura se propuso, entonces, como un acto colectivo, una forma de socialización desde los textos; como una relación activa e inmediata entre el periódico y sus lectores”,[4]​ así, la novela por entregas se enmarca en el acto colectivo de la lectura. Sin embargo, es importante hacer la salvedad de que está práctica de lectura se evidencia sobre todo en las élites debido a los altos niveles de analfabetismo en el país. En consecuencia, se puede mostrar cómo la novela por entregas se debatía entre un conflicto sobre lo nacional y lo extranjero, pero también en generar un discurso aparentemente poco político, en tanto se exaltaba su carácter literario al que tenían acceso muchos grupos de la élite colombiana del siglo XX.

Aun así, se sabe que la literatura tiene un estrecho nexo con los proyectos políticos a lo largo del siglo XIX y este nexo está, a su vez, relacionado con las publicaciones de prensa: “La relación entre prensa y novela constituyó un vínculo privilegiado por medio del cual la élite neogranadina otorgó una función social a la literatura […]”.[4]​ En otras palabras, la novela del siglo XIX era un vehículo de opiniones, formas de pensar y propuestas de construcción nacional que provenían de la élite y estas ideas inmersas en la literatura se difundían por medio de la prensa, en el mecanismo de las novelas por entregas. Así mismo, la novela por entregas permitió la formación de una comunidad letrada que se reúne en torno a la lectura de un mismo texto.

Los relatos de viaje forman parte de un género literario que, en el contexto colombiano, permite mostrar la manera en la que los colombianos del siglo XIX que podían viajar a Europa y a Estados Unidos relatan sus experiencias en el extranjero. Estos relatos de viaje se construyen a través de cartas y diarios íntimos que posteriormente generan interés en la comunidad americana y son publicados. Estos relatos de viaje, por lo general, están desprovistos de una intención literaria, por lo que pueden poseer cierta sinceridad en su tono, de esta forma el historiador francés Frédéric Martínez afirma que: “El interés por las vivencias de los viajeros reside en el contacto directo que tienen aquellos con ese «laboratorio europeo» que atrae poderosamente las miradas hispanoamericanas”.[9]

Los testimonios muestran que la Europa retratada no es en todos los casos un lugar cómodo para los viajeros americanos. El interés que generan dichos escritos se debe a su “carácter nacional”, es decir, al hecho de que es un personaje americano el que está retratando a Europa y no al revés, como suele suceder. De igual forma, se puede ver como el tono de relato cambia en la forma de mostrar por ejemplo a Europa, dependiendo de la filiación política de quien escribe. En ese sentido, se puede ver como los conservadores tienden a exaltar el carácter católico del mundo, usando sus experiencias a favor de una pedagogía católica que sirven para la catequización. Por otro lado, los autores liberales exaltan el carácter moderno del progreso. Así, se genera una competencia entre los partidos por en donde se disputa la representación de Europa: “Si los relatos de viaje aparecen, cuando son escritos por plumas conservadoras, como instrumento de catequización, se convierten bajo las plumas liberales en herramientas de pedagogía del progreso”.[9]

El cambio del siglo coincide con la guerra de los Mil Días, la promesa de paz después de los tratados de Neerlandia y el Wisconsin y la pérdida de Panamá. Eventualmente el siglo XX estaría caracterizado por grandes avances tecnológicos con impactos económicos, demográficos y culturales en la sociedad colombiana.

A esta generación pertenecen figuras que empiezan a publicar recién iniciado el siglo XX y cuya madurez y visibilidad coincidió con el centenario de la Independencia. Se desarrolló inicialmente alrededor del proyecto literario de la revista "Cultura". Entre ellos se encuentran novelistas y poetas como Eduardo Castillo, Miguel Rasch Isla, Ángel María Céspedes y Nicolás Bayona Posada, así como periodistas, pedagogos, intelectuales, como Luis López de Mesa, e importantes figura políticas, como Laureano Gómez, Eduardo Santos Montejo y Alfonso López Pumarejo. La Generación del Centenario es diversa en sus intereses y sus lineamientos políticos y estéticos, sin embargo responde a un mismo momento histórico con un grupo de valores compartidos. En términos generales, se oponían a la violencia política y compartían su creencia en el republicanismo[10]​. También se señala como parte de esta generación a Luis Carlos López y Porfirio Barba Jacob[11]​. En estos últimos se identifican elementos del modernismo a la vez que una superación de éste, tanto así que también son conocidos como posmodernistas[12]​.

Los nuevos es un movimiento que contesta con la ironía a los vestigios del romanticismo y del costumbrismo precedente y que abriría tímidamente las puertas de la modernización literaria propia de la primera mitad del siglo XX. Aunque su periodo de mayor actividad literaria fue durante la década de los años veinte, muchos de sus miembros tuvieron una dilatada vida pública: desde funcionarios públicos como Luis Vidales o León de Greiff hasta ministros y presidentes de la República, como Germán Arciniegas y Alberto Lleras. Este grupo intelectual, político, literario y artístico se reunió alrededor de la revista del mismo nombre, publicada en 1925. La junta directiva de esa publicación fue conformada por Felipe Lleras Camargo, director; Alberto Lleras Camargo, secretario de redacción; Abel Botero, Eliseo Arango, C.A. Tapia y S., Francisco Umaña Bernal, Jorge Zalamea, José Enrique Gaviria, José Mar, León de Greiff, Luis Vidales, Manuel García Herreros y Rafael Maya. A pesar del fracaso de la revista Los Nuevos, varios de sus miembros participaron posteriormente en publicaciones como la revista Universidad.

De la década de los novísimos, se crea el célebre grupo de Piedra y cielo (1939) con personajes como Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Gerardo Valencia, Carlos Martín, Tomás Vargas Osorio y Darío Samper. Su nombre rinde homenaje al poeta español Juan Ramón Jiménez. El grupo está inspirado en la tradición clásica española, con voluntad de orden ante los excesos vanguardistas. Organizado como editorial, el grupo publicó los Cuadernos de Poesía de Piedra y Cielo.

El nadaísmo, fundado en los años 50 por Gonzalo Arango, fue un movimiento nacido de una época convulsa bajo la sombra de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Su nombre recuerda el nihilismo y el dadaísmo, se autodenominaban nadaístas ya que no creían en nada. Pretendían que la poesía se comunicara con la gente, estos incorporaron a la poesía mensajes agresivos y directos, expresaban la clara oposición literaria y filosófica al ambiente cultural establecidos por la academia y la iglesia. Entre sus precursores están: Gonzalo Arango, Pablus Gallinazus, Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo Escobar, Patricia Ariza, Jotamario Arbelaez, Fanny Buitrago, entre otros; estos se reunían secretamente para escribir, se escabullían por los techos para reunirse en determinados lugares que solamente ellos conocían.

Gran parte de la producción literaria colombiana desde las décadas de los 60s ha sido definida en relación al boom latinoamericano, del cual hizo parte el premio nobel de literatura de 1982 Gabriel García Márquez. Hace parte del llamado realismo mágico y del movimiento de la literatura latinoamericana.

Por el mismo tiempo aparece Andrés Caicedo, quien no sólo estaba distanciado geográficamente del boom, sino que sus obsesiones eran más cercanas a la cultura relacionada con el cine y el rock n' roll, retratando problemáticas sociales urbanas y juveniles. Durante este periodo, Albalucía Ángel logra relevancia a nivel nacional e internacional; especialmente por la publicación de su novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975), ambientada durante La Violencia.

Con este rótulo, varios críticos, tales como James J. Alstrum,[15]​ han agrupado a un grupo amplio y diverso de poetas posteriores al nadaísmo que comenzaron a publicar hacia la década de 1970. Poetas como Harold Alvarado Tenorio, José Manuel Arango, María Mercedes Carranza, Juan Gustavo Cobo Borda, Darío Jaramillo Agudelo, Giovanni Quessep, Elkin Restrepo, Mario Rivero y Juan Manuel Roca entre muchos otros, han sido considerados parte de esta "Generación desencantada", a pesar de sus significativas diferencias de estilo, temática e ideología. María Mercedes Carranza identifica tres características fundamentales de la que ella llama "poesía post-nadaísta":[16]​ primero, interacción con el lenguaje de los medios masivos y la cotidianidad en contextos urbanos; segundo, escepticismo frente a la política y a la poesía misma, con un tono más intelectual que emotivo; tercero, elaboración personal de lo coloquial y lo cotidiano con cierta perplejidad moral frente a la cual la imagen poética ofrece una alternativa.

Aunque las corrientes de lo fantástico y la ficción científica en Colombia suelen ser pasadas por alto cuando se hacen compilaciones de subgéneros, se han constatado los antecedentes de su presencia en el país incluso desde tiempos coloniales.[17]​ Dentro de la literatura fantástica, pueden contarse como precursoras no sólo las narraciones históricas de Crónicas de Indias, sino también la obra El Desierto Prodigioso y Prodigio del Desierto, del siglo XVII,[17]​ autoría de Pedro de Solís y Valenzuela. En el campo de la Ciencia Ficción, se puede citarse como año origen a 1892, con el cuento Phrazomela de Emilio Cuervo Márquez.[18]​ Es innegable, sin embargo, que el desarrollo pleno de las historias fantásticas y de ciencia ficción se observó durante el transcurso del siglo XX, con escritores como José Félix Fuenmayor, Germán Espinosa, Antonio Mora Vélez, o René Rebetez, estos dos últimos más representativos del género. Otros autores nuevos han continuado la evolución del género en el siglo XXI.[19]

Durante los primeros años de la década del noventa del siglo XX empezó a aparecer la realidad de la violencia del narcotráfico en la literatura de la época. Títulos como La Lectora de Sergio Álvarez, Rosario Tijeras de Jorge Franco y La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo empezaron a retratar los nuevos miedos y obsesiones que el país había adquirido en esta etapa de la violencia. Las ciudades, a la vez que se convierten en escenario de esta violencia, se convierten en el escenario de estas tramas. Recientemente fueron publicadas obras como La ciudad de todos los adioses de César Alzate Vargas, Happy birthday, Capo de José Libardo Porras, El ruido de las cosas al caer[20]​ de Juan Gabriel Vásquez y 35 muertos del autor Sergio Álvarez, que hacen una aproximación más extensa, por décadas, en las ficciones, del tema del narcotráfico y su afectación en la vida de los colombianos.

Dentro de la literatura indígena actual destacan nombres como:

En narrativa, se destacan nombres como Rafael Chaparro Madiedo, Héctor Abad Faciolince, Edgar Miguel Molina, Orlando Echeverri Benedetti, Laura Restrepo, Fernando Vallejo, William Ospina, Consuelo Triviño Anzola, Santiago Gamboa, Andrés Mauricio Muñoz, Evelio Rosero, Antonio Ungar, Tomás González, Jorge Franco, César Alzate Vargas, Juan Sebastián Cárdenas, Nahum Montt, Miguel Mendoza Luna, Sebastián Pineda Buitrago, Mauricio Loza, Ignacio Piedrahíta Arroyave, Sergio Álvarez Guarín, Efraím Medina, Antonio García, Juan Esteban Constain, Andrés Ospina, Mario Mendoza, James Cañón, René Segura, Andrés del Castillo, Juan David Ochoa Aguirre, Diego Fernando Montoya Serna, Ricardo Silva Romero, Juan Pablo Plata, Rubén Varona, Johann Rodríguez Bravo, Juan Diego Mejía, David Alberto Campos, Óscar Perdomo Gamboa, Yesid Morales, Antonio Iriarte, Esmir Garcés, Winston Morales, Antonieta Villamil, Germán Camacho López y muchos otros.

Algunos escritores como Pedro Oliva, Alberto Salcedo Ramos, Jorge Enrique Botero y Aquiles Abregu, han hecho periodismo literario; el segundo con una biografía sobre Kid Pambelé.

Entre las voces literarias que se han establecido en la segunda década del siglo XXI, se encuentran John Fitzgerald Torres, Margarita García Robayo, Pilar Quintana y Carolina Sanín.

En las últimas décadas, Colombia ha producido un significativo número de poetas de importancia, de temáticas urbanas y antipoéticas. Entre ellos, se destacan los nombres de Antonieta Villamil, Janet Núñez Marroquín, Yirama Castaño Güiza, Luz Helena Cordero, Elvira Alejandra Quintero, Matilde Espinosa, Orietta Lozano, Ana Milena Puerta, Monique Facuseh, Jorge García Usta, Ramón Cote, Gabriel Arturo Castro, Carlos Patiño Millán, Jorge Cadavid, Juan Felipe Robledo, Hernán Vargas-Carreño, Antonio Silvera, Luis Mizar Maestre, Jorge Mario Echeverri, Nelson Romero Guzmán, Carlos Alberto Troncoso, Óscar Torres Duque, Gonzalo Márquez Cristo, Rafael Del Castillo Matamoros, Federico Meléndez, Andrea Cote Botero, Lucía Estrada, Felipe García Quintero, Lauren Mendinueta, Enrique Rodríguez, Federico Díaz Granados, Henry Alexander Gómez,[26]​ Alonso Quintín Gutiérrez, Patricia Fierro, Juan David Sanabria, Juan Darío Cárdenas, Hernándo Urriago Benítez, Fátima Vélez,[27]​ Omar Garzón,[28]​ Camila Charry y Andrés Álvarez, estos últimos reconocidos como importantes referentes de la poesía contemporánea en Colombia.



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