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Magníficat (oración)



El Magníficat (tomado de una frase del Evangelio en latín: magnifĭcat [anĭma mea Domĭnum], «alaba [mi alma al Señor]»)[1]​ es un cántico y una oración católica que proviene del evangelio de Lucas (Lucas 1:46-55). Reproduce las palabras que, según este evangelista, María, madre de Jesús, dirige a Dios en ocasión de su visita a su pariente Isabel (Lucas 1:39-45), esposa del sacerdote Zacarías. Isabel llevaba en su seno a Juan el Bautista (Lucas 1:5-25).

Según la tradición, el encuentro de María e Isabel habría tenido lugar en Ain Karim (también conocida como Ein Kerem), pequeña población situada siete kilómetros al oeste de Jerusalén, en la montaña de Judea, cuyo nombre significa «fuente del viñedo».[2]​ El pasaje bíblico fue motivo de minuciosos análisis por parte de biblistas y exégetas, así como de comentarios en variados documentos de la Iglesia. Dentro de la Liturgia de las Horas, el «Magníficat» es el canto evangélico empleado en el rezo de las vísperas. Este cántico es hoy uno de los pasajes bíblicos más famosos relacionados con María, madre de Jesús, reconocido en el cristianismo como una síntesis del ideario que ella vivió.

La respuesta hoy día es segura: no existe ningún argumento serio contra la unanimidad de la traducción manuscrita, que lo pone en labios de María, madre de Jesús.[3][4]​ Si bien algunos manuscritos de la VL leen aquí «e Isabel dijo», los manuscritos griegos atribuyen el cántico a María.[5]

Los exégetas se han cuestionado si se trata de una obra personal de María, o si habría que atribuir su composición a un judío-cristiano de mayor cultura. En esencia, el cántico no contiene nada que supere la formación religiosa de una joven hebrea inteligente, reflexiva, conocedora de la historia de su pueblo, asidua oyente de las lecciones de la sinagoga. Si bien se pueden admitir algunos toques de redacción del evangelista, la autoría intelectual del cántico se atribuye casi unánimemente a María, la madre de Jesús.[4]

La mayoría de los autores cristianos responden afirmativamente. El cántico responde perfectamente al misterio que, según el evangelio, llevaba María desde la anunciación y concepción, y al momento en que Isabel, inspirada, dice: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre» Lucas 1:42.[4]​ María le canta a Dios lo que ella lleva en su alma, y delante de su pariente Isabel, a quien Dios mismo le reveló el misterio.

El «Magníficat» se ubica dentro del género literario común a todos los himnos o salmos de acción de gracias. La originalidad hay que ponerla en la asimilación personal de María de las grandes ideas bíblicas:

Desde la perspectiva cristiana

En el cántico (Lucas 1, 46-55) se observan tres partes bien marcadas:[3]

En el evangelio de Lucas, María comienza por «proclamar», es decir, «anunciar» la grandeza de Dios. El gozo de María, su alegría, es «en Dios, mi Salvador». Esto no sólo implica que Dios libera de algún mal, sino que significa también la concesión de tantos bienes y bendiciones,[3]​ empezando por el bien de la vida. Ese Dios salvador es el Dios que ella lleva en su seno, y que se llamará Jesús (Yehoshúa), es decir «Yahvé salva». María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, quien se fijó en «la humildad de su esclava», es decir, en «la pequeñez de su servidora». El cántico no alude a la virtud de la humildad, sino a una persona de condición social desapercibida, residente de un villorrio desconocido. No escogió como Madre del Mesías a una mujer «triunfadora», a una reina, o a una mujer socialmente victoriosa o espléndida, sino a una «sierva» ignorada.[3]

En el momento culminante del «Magníficat», el pasaje evangélico presenta a María profetizando: «todas las generaciones me llamarán bienaventurada».[6]​ Castán Lacoma señala que, para que todos constaten si lo que ella dice es una exageración o no, para que todos analicen si se trata de una obra de Dios o una mera construcción humana, María profetizó algo que, humanamente hablando, parecía imposible: su exaltación eterna, generación tras generación.[7]

Dice un autor contemporáneo:

Para tomar una dimensión aún más precisa, dadas las diferencias sociales existentes entre varones y mujeres en el siglo I, se podría comparar la exaltación de María con la de la mujer más poderosa de su época, probablemente Livia Drusila (57 a. C. — 29 d. C.), tercera esposa de Augusto y emperatriz romana, deificada por Claudio, y preguntar quién de las dos ha sido más conocida y reverenciada a través de los tiempos.

A través de la historia se presentaron numerosas profecías, la mayoría de ellas oscuras y difíciles de desentrañar. Dijo Castán Lacoma: «La profecía de María, madre de Jesús, ha sido de cumplimiento evidente y constante después de tantos siglos, como ha sido clara y concreta su formulación».[7]

Cabe plantearse quiénes son los pobres y humildes y quiénes son los ricos y poderosos. En la terminología bíblica, pobres y humildes son los que ponen su confianza en Dios, los que necesitan de Dios, porque no tienen el dinero y el poder en quienes confiar. Ricos son los que se bastan a sí mismos. Los salmos utilizan con frecuencia el término «soberbio» para designar a ricos y poderosos. Pues la riqueza no es solamente una forma de dominio, sino también un medio de dominación y un pretexto para el orgullo.[9]

Cabodevilla se pregunta por qué el Dios al que canta María prefiere al pobre antes que al rico. ¿Acaso el pobre es bueno? No necesariamente. Dios prefiere al pobre, no «por ser bueno», sino «por ser pobre».[9]​ El rico, según la Biblia, sólo confía en sí, piensa y habla soberbiamente, practica el engaño y la calumnia, condena al pobre, declara culpable al inocente, se vuelve contra Dios y lo desprecia, en su corazón dice que no existe o que Dios no se ocupa de los humanos y que podemos hacer lo que queramos sin que Dios nos vea. El pobre según la Biblia no maldice ni envidia; se vuelve siempre a Dios y su esperanza nunca le falla.[4]

Según el evangelio de Lucas, con la encarnación de Jesús, Dios socorre, ampara a Israel, le hace la misericordia de enviarle al Mesías. Dios se acuerda de la misericordia cuando hace uso de ella, cuando salva y ayuda. La misericordia se ejercita con Abraham y su descendencia, hasta alcanzar a todos los hombres, para siempre.

En todo el cántico, incluso al final, se presenta a Dios con términos «antropomórficos», es decir, aplicables a los hombres. Así, el Dios de los cristianos no se presenta como algo abstracto, remoto, sino concreto y cotidiano; no es una especie de armonía inherente a la evolución del universo. Tampoco es algo superior que opera en la creación y que todas las criaturas deben acatar o secundar. El evangelio de Lucas no lo presenta como «algo», sino como «alguien» atento a las necesidades de cada ser humano.

Para muchos, los antropomorfismos ofrecen una imagen de Dios tosca y grosera. Pero María utiliza los antropomorfismos: en el cántico dice que Dios «pone los ojos» en ella, «dispersa», «derriba» y «despide con las manos vacías» a unos, «enaltece» y «colma de bienes» a otros. Dios es alguien que «auxilia» y «se acuerda». Esta es la imagen más próxima al Dios del cristianismo, como lo expresa muy bien un contemporáneo:

Antes de predicar Jesús las bienaventuranzas, su madre las había cumplido ya con total perfección.[7][9]​ Incluso se adelantó a proclamarlas con sus propias palabras, en el «Magníficat». Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres... ay de vosotros los ricos...» (Lucas 6, 20.24). Pero antes, María dijo que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Así habló ella porque, según el evangelio de Lucas, lo sabía por experiencia, ya que Dios había puesto sus ojos en la humildad de su esclava.

El «Magníficat» es uno de los pasajes más comentados en relación a María, tanto en los documentos de la Iglesia como en las alocuciones papales. La Iglesia latinoamericana condensó en un párrafo buena parte de la espiritualidad mariana implicada en el «Magníficat», con cita de una homilía previa de Juan Pablo II:

La oración está inspirada en numerosos pasajes del Antiguo Testamento, entre los cuales se cuentan:

El «Magníficat» se inspira particularmente en el «cántico de Ana» 1Samuel 2:1-11, así como en la visión de Isaías 29:19-20 y en los Salmos 113:7,136:17-23,146:1-9 que forman parte de los Hal-lel recitados en las mañanas de Pascua, con los cuales guarda distintas afinidades literarias.

Esta oración se utiliza en el Oficio Divino o Liturgia de las Horas, en la oración de la tarde, Vísperas, que es la oficial de la Iglesia católica. También es un himno utilizado en Acción de Gracias, junto con el Te Deum, entre otros.

Μεγαλύνει ἡ ψυχή μου τὸν Κύριον

καὶ ἠγαλλίασεν τὸ πνεῦμά μου ἐπὶ τῷ Θεῷ τῷ σωτῆρί μου,

ὅτι ἐπέβλεψεν ἐπὶ τὴν ταπείνωσιν τῆς δούλης αυτοῦ.

ἰδού γὰρ ἀπὸ τοῦ νῦν μακαριοῦσίν με πᾶσαι αἱ γενεαί,

ὅτι ἐποίησέν μοι μεγάλα ὁ δυνατός,

καὶ ἅγιον τὸ ὄνομα αὐτοῦ,

καὶ τὸ ἔλεος αὐτοῦ εἰς γενεὰς καὶ γενεὰς

τοῖς φοβουμένοῖς αυτόν.

Ἐποίησεν κράτος ἐν βραχίονι αὐτοῦ,

διεσκόρπισεν ὑπερηφάνους διανοίᾳ καρδίας αὐτῶν•

καθεῖλεν δυνάστας ἀπὸ θρόνων

καὶ ὕψωσεν ταπεινούς,

πεινῶντας ἐνέπλησεν ἀγαθῶν

καὶ πλουτοῦντας ἐξαπέστειλεν κενούς.

ἀντελάβετο Ἰσραὴλ παιδὸς αὐτοῦ,

μνησθῆναι ἐλέους,

καθὼς ἐλάλησεν πρὸς τοὺς πατέρας ἡμῶν

τῷ Αβραὰμ καὶ τῷ σπέρματι αὐτοῦ εἰς τὸν αἰῶνα.[11]

Magnificat anima mea Dominum,

et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo,

quia respexit humilitatem ancillae suae.

Ecce enim ex hoc beatam me dicent

omnes generationes, quia fecit mihi magna

qui potens est, et sanctum nomen eius,

et misericordia eius

ad progenie in progenies timentibus eum.

Fecit potentiam in brachio suo,

dispersit superbos mente cordis sui,

deposuit potentes de sede,

et exaltavit humiles,

esurientes implevit bonis,

et divites dimisit inanes.

Suscepit Israel puerum suum

recordatus misericordiae suae,

sicut locutus est

ad patres nostros Abraham et semini eius in saecula.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,

y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;

porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava,

y por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán

bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:

su nombre es Santo,

y su misericordia llega

de generación en generación a los que le temen.

Él hizo proezas con su brazo:

dispersó a los soberbios de corazón,

derribó del trono a los poderosos

y enalteció a los humildes,

a los hambrientos los colmó de bienes

y a los ricos los despidió vacíos.

Auxilió a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia

-como lo había prometido a nuestros padres-

en favor de Abraham y su descendencia por siempre.



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