Milton Caniff es un dibujante estadounidense, nacido en Hillsboro, Ohio, en 1907 y fallecido en Nueva York el 3 de abril de 1988.
Hijo de un impresor, éste solía llevar desde pequeño a su hijo a la redacción. A los nueve años se traslada con sus padres a California y se instalan muy cerca de Hollywood; incluso llegó a hacer de extra de cine. A partir de 1922 publicó sus primeras ilustraciones y conocería en 1925 a Noel Sickles (conocido sobre todo por "Scorchy Smith", dibujante que le influiría más tarde), cuando estudiaba en la Universidad de Ohio para sacarse el título de Bellas artes.
Durante la Gran Depresión Caniff y Sickles abrieron una agencia artística en Columbus, pero que no llegó a cuajar y tuvieron que cerrar. Entonces tuvo que emigrar a Nueva York en 1932. En una campaña electoral llegó a dibujar los retratos de treinta y cinco candidatos, aunque sólo se llegaría a publicar el de Franklin D. Roosevelt.
Se lanzó al dibujo humorístico, creando "Puffy the pig" y "The Gay Thirties", pero no fue hasta 1933 cuando creó su primer trabajo famoso, "Dickie Dare". El protagonista es un chaval de doce años al que le apasiona la lectura, y con una desbordante imaginación. Así, junto a su perrito Wags, se mezcla en las aventuras que descubre en sus lecturas. Un año más tarde fue contratado por el Chicago Tribune y lanzará la que será, sin duda, su serie más famosa y una lectura imprescindible: "Terry y los Piratas". La serie debe su nombre a que su protagonista, Terry Lee, acompañado de su inseparable amigo, Pat Ryan, son raptados, en un viaje por la costa china, por unos piratas comandados por una de las villanas más conocidas de la serie, la Dama Dragón. La serie tuvo un gran éxito, y esto llevó a que en 1942 el Camp Newspaper Service, especializada en publicaciones militares, le encargara la realización de una serie para elevar la moral de las tropas militares en la II Guerra Mundial. Caniff respondió realizando unas tiras protagonizadas por la rubia Bulma, que ya aparecía en la serie de Terry antes comentada.
Sin embargo el Tribune News Syndicate, que era el propietario de “Terry y los piratas”, no vio con buenos ojos esta adaptación. Como consecuencia, Caniff creó una serie nueva “Male Call”, que debutó en 1943. Entre las chicas que salían en la serie destacó Miss Lace y se publicó hasta 1946. En enero de 1947 creó a “Steve Canyon”, protagonizado por un as de la aviación norteamericana que, una vez desmovilizado, funda una compañía de aviación, “Horizons Unlimited”. Canyon acepta las misiones más arriesgadas y pelea contra los más sanguinarios individuos, transcurriendo sus aventuras sobre todo en los países del Sudeste Asiático o el Oriente Medio. El logotipo de la serie fue creado por su amigo Sickles, que ya había colobarado con él en Terry.
Caniff fue apodado como “el Rembrandt de los cómics”, por su maestría técnica. Era un maestro del blanco y negro y sus juegos de sombras y luces han influido a muchos autores. En otros países, como España, su obra no creó escuela hasta muchos años más tarde, prefiriéndose en la posguerra como referentes a Flash Gordon, Jorge y Fernando y The Phantom.
Aunque en sus primeros trabajos (Puffy the pig, The Gay Thirteies, Dickie Dare) no mostrase el refinamiento que obtendría después, es en “Terry y los piratas” donde se aprecia una notable evolución. En las primeras tiras y páginas dominicales todavía se aprecia la herencia humorística, pero pronto su trazo se vuelve más realista y detallista. Es de destacar también su plasmación de la figura femenina, con unas mujeres impresionantes, dignas de las “pin-up”. En “Male Call” se permitió una mayor libertad gráfica que en Terry, y puso un empeño especial en su realización. En “Steve Canyon” vemos un Caniff completamente maduro, y es la serie que realizó hasta su muerte, en 1988.
Caniff adoptó muchos recursos del nuevo lenguaje del cine el plano americano e imitaciones del plano-secuencia, pero, lo que es más importante, sustituyó definitivamente lo episódico por la serie de continuidad, siendo el reto del suspense al final de tira o página fundamental para mantener el clímax. Y llevó esta lógica al extremo: las tiras diarias se conectaban entre sí y con el dominical, pero además la serie se podía leer sólo con las páginas dominicales, o también sólo con las diarias: una proeza mandato de su editorial syndicate. De tal modo, el instinto de repetición característico de la primera época (podríamos decir fordista) se vio sustituido por la continuidad narrativa como nueva política cuyo objetivo final no era otro que fidelizar lectores. Y es que Caniff se vio siempre como un trabajador cuya labor principal era ayudar a vender ejemplares de los periódicos donde se publicaban sus tiras.
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