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Monasterio de Santa Catalina de Siena (Quito)



El Monasterio de Santa Catalina de Siena situado en Quito, que data del siglo XVI, es uno de los cuatro monasterios con que hace presencia la comunidad dominica en el Ecuador y es uno de los cinco monasterios femeninos de clausura más antiguos de la ciudad.

El monasterio fue fundado, durante la revolución de las Alcabalas, el 14 de marzo de 1593 por la Sra. María de Silíceo, bajo la regla y la Orden de Santo Domingo y la advocación de Nuestra Señora de la Paz.

Después de su fundación, la Comunidad prosperó rápidamente en todo sentido y, en cuanto al número de sus religiosas, subió al de 19 profesas, fuera de las novicias, en 1597, al extremo que en 1600, se crearon los cargos de Subpriora y Maestra de Novicias.

Siete años después de fundado el Convento, fue aceptado e incorporado entre los de la Orden dominicana, por el Capítulo General reunido en Roma, en 1601, a solicitud del padre fray Marcos de Flores, Definidor General de la Provincia y que se encontraba a la sazón en Roma.[1]

En 1613 se instaló definitivamente en el lugar que hoy ocupa, en las casas que fueron de don Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Jesús.Un primer edificio de adobe se reedificó de calicanto a fines del XVII, y se rehízo el tejado en 1794.

El monasterio está situado en el centro de la ciudad (Calles Flores y Espejo) dentro del casco histórico, a dos cuadras de la Plaza Grande, tiene una iglesia monumental recientemente restaurada con ayuda del Municipio de Quito y es depositario de numerosas y valiosas obras del arte del barroco quiteño. Actualmente, el convento abre sus puertas al público por un museo de cuatro salas, el cual alberga más de 100 piezas, entre ellas esculturas, lienzos y telas de los siglos XVII y XVIII.

Actualmente son las monjas atendidas pastoral y espiritualmente por los dominicos del Convento "Santo Domingo". El templo está abierto al culto y mantienen grupos de catequesis con la colaboración de los postulantes dominicos y de jóvenes del sur de Quito.

Las monjas obtienen recursos de la venta de medicinas elaboradas con recetas antiguas como jarabes de ajo o de rábano y eucalipto para la tos, agua carmelita para el corazón y los nervios, crema antiarrugas, condurango para el cáncer y otros menjurjes para toda clase de indisposiciones. También elaboran para venta al público pasteles y postres tales como turrón, la mermelada de guayaba y un apreciado vino de comunión.

[2]: Portal del Vicariato General de Santa Catalina de Siena en el Ecuador.



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