Paul Léautaud cumple los años el 18 de enero.
Paul Léautaud nació el día 18 de enero de 1872.
La edad actual es 152 años. Paul Léautaud cumplió 152 años el 18 de enero de este año.
Paul Léautaud es del signo de Capricornio.
Paul Léautaud (París, 18 de enero de 1872 - Ibídem, 22 de febrero de 1956) fue un escritor y crítico teatral francés que trabajó casi toda su vida para la revista literaria Mercure de France; firmaba sus a menudo cáusticas reseñas con el seudónimo de Maurice Boissard. Según él mismo declaró, sus maestros fueron Saint Simon, Molière, La Rochefoucauld, Diderot, Voltaire, Stendhal y Chamfort: «La Rochefoucauld, El misántropo, Chamfort, El sobrino de Rameau, el Brulard, Memorias de egotismo, la Correspondencia [de Stendhal] y lo que tengo en la cabeza. Las bibliotecas pueden quemarse». Escribió su novela Amores en 1906, pero la obra más conocida es su monumental Diario literario, publicado en Francia en diecinueve volúmenes.
Nació en París y fue abandonado por su madre, cantante de opereta, poco después de su nacimiento. Su padre, Firmin Léautaud, que lo crio a regañadientes, fue actor y luego apuntador en la Comédie-Française, y por ello Paul se familiarizó ya en sus primeros años con el mundo de la escena. Estas experiencias iniciales marcaron sus primeras obras: Le petit ami (1903), In memoriam (1905) y Amours (1906). El premio Goncourt se le negó por motivos de inmoralidad en dos ocasiones. Fue un gran misántropo que adoraba a los gatos; llegó a mantener a más de cincuenta en su casa. Según el gran diarista peruano Julio Ramón Ribeyro, «sería necesario leer cada mañana, antes de empezar el día, un par de páginas del diario de Paul Léautaud, a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis, ni ilusión». En su madurez vivió sobre todo de sus colaboraciones en prensa sobre literatura y teatro, y ya en la vejez «con su aspecto de clochard presocrático, Léautaud vivió una breve popularidad gracias a unas entrevistas radiofónicas en las que se despachó a gusto contra todo. Después vino el mito, un mito secreto cuyo vigor literario empequeñece mucha de la actual "autoficción" que pasa por revolucionaria».
Según la escritora inglesa Nancy Mitford, en The Letters of Nancy Mitford and Evelyn Waugh (pág. 251), Léautaud fue un crítico literario y diarista excéntrico que decía que amaba a los gatos y perros más que a las personas, que vivió nada más que de patatas y queso durante ocho años y que nunca viajó más allá de Calais.
La canadiense afincada en Francia Mavis Gallant lo describió a su vez en sus Paris Notebooks (Toronto: Stoddart, 1988):
Nunca toleró ninguna forma de grandilocuencia en lo que respecta a la escritura, y términos como "inspiración" fueron evitados cuidadosamente por él: "Cuando contemplo la agonía de mi padre y escribo sobre su muerte, no estoy inspirado, estoy describiendo". Al preguntársele por qué había asistido a la terrible muerte de su padre junto a su cabecera, dijo: "Era sólo curiosidad. Cu-ri-o-si-dad". (pág. 145). Odiaba la pomposa declamación de la Comédie Française y no dudaba en criticarla acerbamente. Si no se apercibían de su protesta, simplemente se iba a dormir. Cuando admiraba de verdad una obra, simplemente lo dejaba estar, y de resultas de ello, las mejores producciones ni fueron mencionadas por él. (pág. 146-7)
Trabajó para Mercure de France durante la mayor parte de su vida. Solo una vez había pensado en despedirse, y eso fue en 1936, cuando Georges Duhamel se convirtió en director y cometió varios actos sacrílegos: se deshizo de las lámparas de gas y cableó las oficinas para habilitar la luz eléctrica; además instaló un teléfono, una máquina de escribir y contrató a una secretaria. Léautaud, que prefería la luz de las velas a cualquier otro, se molestó por las reformas: "¿Por qué cambiar algo que me conviene como está?". (pág. 147-8) Durante una entrevista para la radio, comentó que siempre había querido un par de pantalones a cuadros. Un muchacho escribió de inmediato, afirmando que su padre, un sastre, se alegraría de hacérselos gratis. Léautaud lo tomó como un insulto y, en directo, rugió: "¿Es que estas personas piensan que yo ando desnudo por ahí?". (pág. 148) Lo que él mismo afirmó que proferiría antes de morir era: "Me arrepiento de todo". Pero sus últimas palabras fueron más propias de su idiosincrasia: "Dejadme en paz". (pág. 151)
Según el escritor español Juan Bonilla, «en 1950 Paul Léautaud ya era una reliquia de la literatura francesa, una especie de memoria andante del que se sabía que guardaba en sus cajones decenas de cuadernos con su diario, pero nadie parecía interesado en que aquella prosa saliera a la intemperie. Había publicado algunos libros con diversa suerte: ya no era literatura, era más bien meteorología, algo que acontece y puede ser predicho sin entera seguridad. De sus libros, a veces recopilaciones de los textos que escribía desde que era chaval en el Mercure de France, a veces compilaciones de aforismos, destacaban las "memoirs" pero tampoco nadie las citaba si había que confeccionar una lista de lo que Francia le había dado al mundo en el sigo XX. Su nombre no aparecía en ninguna alineación donde estuviera de portero Camus, de defensa Sartre, de ariete Drieu La Rochelle, y armando jarana en el centro del campo Breton, Éluard. (El capitán del equipo era siempre Proust, claro)».
En la única edición de su "Diario literario" publicada en español (Ediciones Fuentetaja, Madrid, 2016), el escritor italiano Roberto Calasso sostiene reivindicativamente: «Circula una opición injusta sobre Léautaud: que es un petit maítre, vinculado por completo a un mundo desaparecido, y por ello irrelevante en una época como la nuestra, deseosa de administrar el cosmos. Me gustaría proponer otra definición: Gran Maestro de las Cosas Pequeñas (o, mejor dicho, de las Cosas Próximas, o de aquellas que, por lo menos, se presentan burlonamente como tales). Entre tantos Pequeños Administradores de las Cosas Grandes y Lejanas, es lógico que Léautaud fuera marginado; él, que en ochenta años nunca llegó más lejos que a Calais, abandonando de mala gana por unos pocos días ese olor penetrante de París que impregna su prosa».
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