El género bélico es el género artístico al que pertenecen algunas películas y series de televisión cuyo argumento se centra en una guerra.
Desde su invención, quedó patente que el cine podía ser un medio que permitiese llegar a grandes cantidades de gente de una manera rápida y relativamente sencilla. Estas cualidades convirtieron el invento de los hermanos Lumière en un instrumento informativo privilegiado; en fecha tan temprana como´1916 se realizó el clásico documental La batalla del Somme; que fue usado como una herramienta al servicio de los gobiernos y de sus servicios de propaganda nacionalista o patriótica (Guadalcanal Diary, 1943 o Back to Bataan, 1945), pero también en una forma de crítica por parte del pacifismo (Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone, 1930) o en una rama épica del cine histórico (Napoleón, de Abel Gance, 1927, y Waterloo, 1970, de Sergei Bondarchuk), o de aventuras de aliento épico y heroico (Objetivo Birmania, 1945, de Raoul Walsh).
Ya en la guerra civil española, ambos bandos utilizaron artistas para labores de comunicación o el refuerzo de la moral de combatientes y civiles, pero fue el bando sublevado, el que gracias a la influencia germana más fuerte apostó por el celuloide como canal para la distribución de sus doctrinas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los países beligerantes siguieron utilizando la gran pantalla como una vía para transmitir a sus tropas y habitantes el devenir de la campaña y conciencia de las necesidades para la victoria en el conflicto. Estos mensajes, generalmente en forma de noticiario, dieron un salto cualitativo en los EE. UU, donde se decidió utilizar el enorme potencial que ofrecía Hollywood, como una gigantesca agencia publicitaria. Sin embargo, también se hicieron películas honestas donde la guerra se mostraba con dramático verismo, en lo que destacó un veterano herido de la Primera Guerra Mundial como William Wellman, autor de películas corales como The story of G. I. Joe / También somos seres humanos (1945) y Battleground / Fuego en la nieve (1949). De este género son también la ya posterior Battle Cry (1955), de Lewis Milestone y Letiat zhuravlí (1957) de Mijaíl Kalatózov.
En esta época, numerosos actores y directores contribuyeron al esfuerzo de guerra, realizando su trabajo habitual, ya fuese animando a las tropas o realizando documentales o películas que sirviesen para elevar la moral de los estadounidenses. El tipo de cine realizado en aquellos momentos está cargado (de un contenido propagandístico) y en las películas se tiende a mostrar el heroico sacrificio de los militares estadounidenses y sus aliados al hacer frente a las malvadas potencias del eje, enemigas de la paz, la democracia y la libertad.
Tras la guerra, el género bélico pierde su fuerza; las visiones críticas de la guerra no son apoyadas, y en algunos casos como Paths of Glory (1957), de Stanley Kubrick, con una carga antimilitarista muy marcada, se prohibió su estreno durante más de veinte años en países altamente militarizados como Francia o España. Otra de las razones de peso de la pérdida de relevancia fueron las restricciones del mercado (Johnny got his gun, 1971, de Dalton Trumbo, quizá la película más dura rodada sobre las consecuencias de la guerra en un individuo). También antimilitarista es King & Country (1964), un film del británico Joseph Losey de tema muy parecido al de Paths of Glory. Pero en los 60 dominan el panorama una serie de grandes producciones que recreaban las grandes batallas de la contienda (por ejemplo, El día más largo, 1962), sobre el desembarco de Normandía, y vuelven a revitalizar este tipo de cine. Las películas de esta época ya no hacen tanto hincapié en el sacrificio, aunque sí nos siguen mostrando a sus protagonistas como unos héroes convencidos de la bondad de sus creencias y seguros de que están haciendo lo correcto para mejorar el mundo.
Otra vez, debido al auge del pacifismo y a la impopularidad de la guerra de Vietnam, pero también por la censura, que impedía tratar esta guerra sino de forma elíptica (por ejemplo, en MASH (1970), de Robert Altman, ambientada en la guerra de... Corea), el género bélico decae, y no es hasta los 80 cuando vuelve a resurgir, al principio con películas más cercanas a la aventura en la que el héroe estadounidense vence en la pantalla como no pudo hacerlo en la selva. Es el caso de Los perros de la guerra (1980), de John Irvin, sobre un tema bélico inédito en el cine: el uso de tropas mercenarias.
A mediados de esa década y ya en los 90 surge una nueva corriente, que deja un poco de lado el conflicto, que se convierte en el escenario y se centra en el soldado como persona, el cual tiene sentimientos y temores, además de numerosas dudas morales sobre la corrección de las acciones que se ve obligado a realizar (Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola; The Big Red One (1980), de Samuel Fuller; Das Boot (1981) de Wolfgang Petersen; Gallipoli (1981) de Peter Weir; Amanecer rojo (1984) de John Milius; Platoon (1986) de Oliver Stone; Stalingrado (1993), de Joseph Vilsmaier; La lista de Schindler (1993) y Saving Private Ryan (1998), de Steven Spielberg; Las flores de Harrison (2000), de Elie Chouraqui; Black Hawk Down (2001), de Ridley Scott; El pianista (2002), de Roman Polanski; El hundimiento (2004), de Oliver Hirschbiegel; The Flowers of War (2011) de Zhang Yimou; Red Dawn (2012) de Dan Bradley; Dunkerque (2017) de Christopher Nolan y 1917 (2019) de Sam Mendes). En este nuevo tipo de películas se observa la guerra y sus consecuencias con mucha mayor crueldad que en sus predecesoras, quién sabe si con la intención de aleccionar al espectador sobre la necesidad de que los conflictos armados queden únicamente en el cine y los libros de historia.
El cine bélico cuenta con diversos subgéneros:
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