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Primado papal



La primacía papal (o primado papal) es uno de los atributos más importantes del Obispo de Roma (o Papa), sustentada sobre la creencia de que este es sucesor de Pedro el Apóstol.

Según la doctrina de la Iglesia Católica, el dogma de la primacía papal, consiste en la suprema autoridad y poder del Obispo de Roma, en la Santa Sede, sobre las diversas Iglesias que componen la Iglesia católica en sus ritos latinos y orientales. También es conocida como "primado del Pontífice Romano", "primado de Pedro" y otras expresiones correlativas.

Siguiendo la creencia católica, el propio Jesucristo habría establecido el papado cuando confirió sus responsabilidades y poderes al apóstol Pedro. Por esta razón, el catolicismo acepta al Papa como el jefe universal de la Iglesia; pues como expresó Ireneo de Lyon refiriéndose a la Iglesia de Roma: «Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia».[1]

Las Iglesias Ortodoxas, reconocen el Obispo de Roma solamente como el "Patriarca del Occidente" y todavía como el primer obispo entre sus pares o iguales (primus inter pares). Luego, los ortodoxos consideran que el Obispo de Roma tiene solo una primacía de honor (negando por eso la autoridad suprema del Papa), que, desde el Cisma de Oriente (1054), no tiene ningún poder concreto sobre estas Iglesias cristianas.[2]

Recientemente, debido al gran esfuerzo ecuménico, las Iglesias Católica y Ortodoxa llegaron finalmente a un consenso mínimo sobre la cuestión de la primacía papal. Este consenso, expresado en el Documento de Ravena (que fue aprobado el día 13 de octubre de 2007),[3]​ consiste en el reconocimiento de ambas partes de «que Roma, como la Iglesia que "preside en la caridad", según la expresión de san Ignacio de Antioquia (A los Romanos, Prólogo), ocupaba el primer lugar […], y que el obispo de Roma era, por tanto, el protos [primero] entre los patriarcas».[4]​ Sin embargo, «todavía existe divergencia entre católicos y ortodoxos en cuanto a las prerrogativas» y los privilegios de esta primacía,[5]​ visto que los ortodoxos todavía conceden al Papa solamente una simple primacía de honor.

El autor religioso estadounidense Stephen K. Ray, un bautista converso al catolicismo, afirma que «hay pocas cosas en la historia de la Iglesia que hayan sido más controvertidas que la primacía de Pedro y la Sede de Roma. La historia está repleta de ejemplos de autoridad despreciada, y la historia de la Iglesia no es diferente». [6]

Las doctrinas de la primacía papal y la supremacía papal son quizás los mayores obstáculos para los esfuerzos ecuménicos entre la Iglesia católica y las otras iglesias cristianas. La mayoría de los cristianos ortodoxos orientales, por ejemplo, estarían bastante dispuestos a otorgar al obispo de Roma el mismo respeto, deferencia y autoridad que se le otorga a cualquier patriarca ortodoxo oriental, pero se resisten a concederle una autoridad especial sobre todos los cristianos. Muchos protestantes estarían bastante dispuestos a otorgarle al papa una posición de liderazgo moral especial,[cita requerida] pero sienten que otorgarle al papa una autoridad más formal que eso entraría en conflicto con el principio protestante de Solus Christus, es decir, que no puede haber intermediarios entre un cristiano y Dios excepto Cristo.

Que, para Ignacio, la iglesia de Roma era la más importante de todas a las que escribe se desprende de la extensión y calidad de su alabanza. Estas expresiones son únicas dentro de la correspondencia ignaciana. Otro pasaje de la carta que parece otorgar cierta preeminencia intelectual a Roma es el siguiente: «Nunca habéis envidiado a nadie, a otros habéis enseñado» (Ad Rom. 3, 1). Es posible que Ignacio se esté refiriendo aquí a la carta de Clemente a los corintios, pero no se puede asegurar. En cualquier caso no se dejaría con ello el asunto, porque la carta de Clemente es aducida también como prueba del primado de la Iglesia romana. Por último, el tutelaje romano parece indicado por el siguiente pasaje: «... acordaos de la iglesia de Siria que, en mi lugar, tiene a Dios como pastor. Sólo Jesucristo y vuestro amor desempeñarán el oficio de obispo» (Ad Rom. 9, 1). Pero no son tan solo el saludo o algunos comentarios aislados los que demuestran la singularidad de esta carta. Ya desde el comienzo, Ignacio adopta una actitud diferente, lejos de la perspectiva de maestro que había utilizado anteriormente. La «Carta a los romanos» es un ruego humilde donde la jerarquía se difumina e Ignacio se despoja de su autoridad.



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