Un entierro, inhumación, exequias o sepelio hacen referencia al conjunto de ceremonias y actos que, tras el fallecimiento de una persona, acompañan al proceso de enterrar, transportar, dar sepultura –o inhumar–, e incluso incinerar (cremar) el cadáver.
La naturaleza y la composición de los ritos funerarios –o de duelo– del entierro varían según la época, la cultura, la posición social del difunto y las creencias religiosas de la sociedad a las que pertenece el muerto.embalsamamiento y el velatorio, antes del traslado del cadáver hasta su sepultura o su centro de cremación.
Asociados al entierro como un conjunto total aparecen otros capítulos ceremoniales o luctuosos como elLos rituales de despedida del difunto han ido variando y diferenciándose en función de las creencias religiosas, el clima, la geografía y el rango social. El enterramiento, asociado siempre al culto de los antepasados y a las creencias en la otra vida, puede considerarse como uno de los principales elementos de estudio claves en la evolución cultural de la raza humana y una fuente importante de motivos iconográficos relacionados con la muerte.
Resulta esclarecedora la rica cultura que rodea a los enterramientos en estadios anteriores al Neolítico y por tanto anteriores a la práctica del cultivo. Un simbolismo casi universal –determinado por principios como la Tierra como madre fecunda y las nociones de renacimiento y ‘postvida’– favorece la idea de que todos aquellos cuyos restos sean entregados a la tierra podrán recibir de ella una nueva experiencia vital, como un elemento más del ciclo agrario.
El pre neandertal de Atapuerca podría ser el primer homínido en practicar, en el Paleolítico medio, ceremonias mortuorias. Las primeras sepulturas podrían ser las realizadas por el hombre de Neanderthal desde hace unos 100 000 años, por ejemplo: Shanidar de entre 60 000 y 80 000 años; La Chapelle-aux-Saints de unos 60 000 años; o Le Moustier de entre 56 y 40 000 años.
Dos pozos neolíticos llenos de cráneos (27 en el primero, 6 en el segundo, 9 mujeres, 20 niños y sólo 4 hombres) de las grutas de Ofnet, en Nördlingen (Baviera). Estos pozos están ricamente decorados y contienen ofrendas y herramientas. El hecho de que todos los cráneos estén orientados hacia el oeste elimina cualquier duda sobre el significado de este lugar. La baja proporción de cráneos masculinos ha permitido avanzar la hipótesis de una masacre por una tribu rival cuando los hombres estaban, probablemente, en una partida de caza.
La inhumación (del latín «inhumāre», procedente de «humus», tierra) es el término técnico que define la acción de enterrar un cadáver.cristianismo, el islam y el judaísmo.
De entre los numerosos y variados ritos o ceremonias que rodean este proceso en las diferentes culturas humanas, y en atención al peso cuantitativo de algunas religiones en la vida y las sociedades, cabría describir de forma somera algunos ritos de inhumación en el ámbito delExisten sustanciales diferencias rituales entre las iglesias cristianas, sean ortodoxas, católicas y otras confesiones afines. En el caso de la Iglesia católica se practica de forma tradicional en enterramiento (o inhumación), y desde 1963 se autoriza la incineración. El rito cristiano, tras el sacramento de la extremaunción y el velatorio después del deceso, se materializa en el cortejo fúnebre y entierro del difunto, y la posterior celebración de sus funerales. Si el cuerpo es incinerado, el rito católico, en general, recomienda que la urna con las cenizas del muerto, sea depositada en un lugar de acogida definitivo.
La religión islámica, no acepta la incineración del cadáver ni el uso de bóvedas, mezquitas-tumbas, o tumbas monumentales, como tampoco el empleo de ataúdes ni de ajuar funerario. El entierro se limita –salvo en casos comparables a los funerales de estado en otras culturas– al traslado del cadáver amortajado hasta la tumba, considerada como una morada que protege al cadáver agresiones externas.
Una descripción simplificada del ritual hebreo de la muerte explica que han de ser los familiares y amigos cercanos del difunto los encargados del cuerpo y su lavado («tahará»), así como de los preparativos para el entierro, la mortaja, el cajón y la documentación legal, el velatorio, el cortejo y la inhumación, proceso que ha de realizarse en el mismo día de la muerte pero que puede demorarse en función de la duración de los funerales para honrar al fallecido, o por esperar la llegada de parientes cercanos que vienen de lugares distantes. En enterramiento final también podrá aplazarse por causa del «shabat», de un «iom tov», o por el traslado del cadáver la ‘Tierra de Israel’. También interesa relatar quizá que, como en las tradiciones funerarias islámicas, la mortaja es un signo de igualdad entre todos los seres humanos, y así mismo la ley judía prohíbe tanto los entierros en mausoleos como las cremaciones. Tras el enterramiento (inhumación), se cierra la ceremonia colocando una pequeña piedra o un puñado de tierra sobre la sepultura, y como en el rito islámico general se despide al difunto con una breve oración.
Existen ritos funerarios sin creencias religiosas. En línea con la corriente ideológica del laicismo, las exequias laicas (o civiles) proliferan como alternativa al entierro religioso. Ayuntamientos como el de Vitoria ya lo ofrecen como uno más de sus servicios. Un modelo de entierro civil incluye unas palabras de bienvenida a los asistentes, una reflexión sobre la vida y la muerte, unas palabras sobre el difunto, la lectura de un poema y una despedida.
A pesar de que José Ortega y Gasset denunció públicamente el olvido oficial, institucional y político, de Benito Pérez Galdós, en una encendida necrológica publicada en el diario El Sol el 5 de enero de 1920, Por su parte, Unamuno en idéntica fecha escribía que, leyendo su obra, «nos daremos cuenta del bochorno que pesa sobre la España en que él ha muerto». lo cierto es que, según la prensa del momento, uno de los primeros en presentarse en la casa mortuoria fue, efectivamente, Natalio Rivas, ministro de Instrucción Pública, además de políticos como Alejandro Lerroux (siempre atento a la simbología de lo público) o la condesa y amiga íntima del finado Emilia Pardo Bazán. Poco después llegó el torero Machaquito y una interminable procesión de amigos, conocidos y personalidades varias. El desfile aumentaría en forma progresiva cuando desde las once de la noche del mismo día de su muerte quedó instalada la capilla ardiente en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid. Allí acudieron el jefe del Gobierno y cinco de sus miembros junto con «cientos de miles de ciudadanos». También ese mismo día 4, el ministro Rivas puso a la firma del rey un Decreto «estableciendo honores y distinciones», entre las que se incluían que el entierro fuese costeado por el Estado y la asistencia de las Reales Academias, Universidades, Ateneo y Centros de Enseñanza y Cultura, además de otros funcionarios ministeriales. El Senado, por su parte, celebró una sesión para acordar el pésame de la institución y su asistencia oficial al sepelio. Se publicó una esquela mortuoria dándoles el pésame a los familiares (la hija de Galdós y su marido, su hermana Manuela, ausente en Las Palmas de Gran Canaria, el albacea Alcaín...).
En señal de duelo, esa noche del 4 de enero se cerraron todos los teatros de Madrid con el cartel de No hay función.La Época publicaron números extraordinarios glosando la imagen del escritor canario fallecido.
En la prensa madrileña y nacional, algunos diarios como el conservadorEl lunes 5 de enero de 1920, rodeando el féretro la Guardia Municipal, de gala, y cubierto por coronas de flores, partió el entierro de Benito Pérez Galdós. Los periódicos hablaron luego de que 30 000 personas habían pasado por la capilla ardiente y de que unas 20 000 formaron cortejo extraoficial hasta el cementerio. Aunque en esa época no era costumbre que las mujeres acudieran a los entierros, en aquella ocasión participó la actriz Catalina Bárcena (creando así un cierto precedente), y en cuanto el duelo oficial se retiró, a la altura de la Puerta de Alcalá, progresivamente fueron acudiendo las otras mujeres de Madrid: las menestralas, las obreras, las madres de familia de las clases populares. El abuelo que contaba historias que ellas podían entender y sentir, el hermano escritor que las había inmortalizado con muy diversos nombres y sentimientos, emprendía aquella fría tarde su último viaje.
En 1907, Antonio Machado incluyó en su libro Soledades este poema titulado “En el entierro de un amigo”.
del mes de julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros...
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
—Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
De entre el conjunto de falsos entierros o simulacros de esta ceremonia,entierro de la Sardina, rito o festejo de aire profano celebrado el ‘miércoles de ceniza’, último día del Carnaval. Algunos estudios proponen su origen en el episodio ocurrido en el Madrid de Carlos III de España, cuando el rey ordenó enterrar todo un cargamento de sardinas llegadas a la Villa en tan mal estado que se hizo indispensable la medida sanitaria. Los estudiosos subrayan el carácter contradictorio de la fiesta popular que precisamente el día que acaba el ayuno, entierra una sardina; y proponen que se trata de un acto simbólico con el que «se entierra precisamente lo que se odia de la Cuaresma».
puede destacarse en el folclore español elEn la tradición española, el entierro propiamente dicho comienza con la ceremonia de sacar el ataúd de la casa del difunto, cuidando de que el difunto “salga con los pies por delante”, como recomiendan dichos, sentencias y refranes. La tradición dictaba que el féretro debía ser llevado exclusivamente por los hombres de la familia o muy allegados al difunto (llegando a ocurrir que si eran desconocidos quien lo hacían las mujeres y vecinas de la familia les sometían a todo tipo de insultos, desde la puerta o ventanas de la casa del muerto, pues hasta el siglo xx era preceptivo que, salvo las plañideras profesionales, el sexo femenino no acompañaran de facto al difunto hasta el lugar de su sepultura, aunque sí pudieran estar apostadas a lo largo de la carrera seguida por el féretro y su comitiva. Ese recorrido, como antes el velatorio, debía gozar de la presencia de las mencionadas lloronas (pues «las lágrimas aportan la sal necesaria en el tránsito a la otra vida»), quedando asociada la cantidad y el desgarro de su llanto a la categoría social y el rango del muerto. También debían acompañar al muerto en su último viaje las flores (los tradicionales ramos y coronas de difuntos), como símbolo del amor.
Entre las supersticiones de origen religioso está la de evitar celebrar el entierro los viernes. Otra superstición muy popular, aunque prácticamente desaparecida en el siglo xxi, era que cruzarse con un entierro era signo o señal de mal augurio, lo que obligaba a descubrirse la cabeza (quitarse el sombrero, gorra, etc.) para compensar el «fatum». Queda la anécdota de que el gran matador Rafael Gómez Ortega ‘el Gallo’ renunció a torear en varias ocasiones por haberse encontrado con un entierro cuando se desplazaba él hasta la plaza.
Recreación del entierro de Ramsés II, por William Blamire Young (hacia 1930)
Entierro de Emilio Castelar a su paso por la Puerta del Sol de Madrid.
Entierro civil de Caruso en Nápoles, el 2 de agosto de 1921
Entierro de Eva Perón en Buenos Aires en julio de 1952
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