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Sepulcros de vaqueros



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Sepulcros de vaqueros es el noveno libro póstumo del escritor chileno Roberto Bolaño (1953 - 2003), publicado en septiembre de 2017 (en España) y en enero de 2018 (en México) por la editorial Alfaguara. El volumen incluye tres nouvelles inéditas: "Patria", "Sepulcros de vaqueros" y "Comedia del horror de Francia".

El libro se anunció oficialmente a finales de julio de 2017.[1]​ De acuerdo con la Editorial Alfaguara, este libro incluye tres nouvelles inéditas: "Patria", "Sepulcros de vaqueros" y "Comedia del horror de Francia". Además, incluye a algunos personajes que formaron parte de sus obras publicadas en vida, como Arturo Belano.[2]

Las obras proceden del Archivo Bolaño, que se custodia en el domicilio familiar del autor, actualmente resguardado por su viuda Carolina López. Dicho archivo está compuesto por “papeles sueltos, libretas manuscritas, recortes de periódico, revistas y, en el caso de los escritos de sus últimos años, también archivos informáticos”.[3]​ Los tres textos, sin embargo, no figuran en la “Cronología creativa” del libro Archivo Bolaño, aunque sí son mencionados, al menos, dos de ellos: “Sepulcros de vaqueros” y “Comedia de horror de Francia”. El texto dice: “Esta cronología no incluye los textos aún inéditos recuperados del ordenador de Roberto Bolaño, entre los que figuran, además de una serie de poemas, relatos como Sepulcros de Vaqueros, Comedia del horror de Francia, Dos señores de Chile, Corrida, Vuelve el man a Venezuela, Todo lo que la gente cuenta de Ulises Lima, Última entrevista en Boca-cero, Noticias de Chile, etc.”.[4]

El primer texto (“Patria”) procede de tres archivadores en donde se hallaron, junto con los manuscritos (notas de escritura y el borrador del relato), un recorte de prensa fechado en 1993. Hay, además, una versión posterior a las notas manuscritas, ésta ya mecanografiada en una máquina eléctrica, formada por sesenta y dos páginas. La máquina de escribir fue utilizada por Roberto Bolaño entre 1992 y 1995. Esto permite fechar la obra entre 1993 y 1995.[5]

El segundo texto ("Sepulcros de vaqueros") fue extraído del ordenador de Roberto Bolaño en un archivo con el nombre "VAKEROS.doc". Además de que existe material manuscrito de la misma, halladas dentro de una carpeta verde con el título Arturo, Sepulcros de vaqueros. Te daré diez besos y luego diez más. La notas manuscritas corresponden a seis folios doblados por la mitad en donde se hallan los capítulos numerados. Esta carpeta contiene, además, notas correspondientes a Los detectives salvajes, Llamadas telefónicas, La literatura nazi en América y Estrella distante. Este texto puede ser fechado en 1995, cuando Bolaño comenzó a usar la computadora, hasta 1998, fecha de las notas de Los detectives salvajes.[5]

El último texto (“Comedia del horror de Francia”) se localizó en un archivo de nombre “FRANCIA.doc” en el disco duro del ordenador de Bolaño. En cuanto a las notas manuscritas, solo se ha encontrado una nota que refiera a esta obra, escrita sobre el sobre de una carta recibida por él. La fecha de dicho sobre lleva la fecha de 11 de abril de 2002. La dedicatoria misma (a sus hijos Lautaro y Alexandra Bolaño) y los archivos informáticos ya mencionados, permiten datar el texto entre 2002 y 2003, año de la muerte del autor.[6]

Esta, la primera de las tres novelas cortas que integran el libro Sepulcros de vaqueros resulta ser la más reconocible, pues se intercalan episodios que, tiempo después, serían retomados y reescritos para obras como Estrella Distante, Nocturno de Chile y La literatura nazi en América.

La obra es narrada por Rigoberto Belano (después Arturo Belano), que cuenta que su padre fue un boxeador que se negó a ser parte de la policía porque “la ley le importaba un carajo”[7]​, que se casó, puso una fuente de sodas y después tuvo un hijo: Rigoberto Belano, “el poeta de la familia”. Posteriormente la obra nos lleva a una fiesta en donde los invitados reciben la noticia del golpe de estado a Salvador Allende. El joven poeta se escapa junto a Patricia Arancibia en el coche de ésta y a partir de ahí comienza una serie de relatos inconexos que resultan ser, en palabras de David Pérez Vega, un texto “curioso y embrionario”[8]​. Estructuralmente hablando este resulta ser el texto más disperso pero, a su vez, más interesante, puesto que resulta evidente el uso posterior de los textos para la creación de otras obras mucho más importantes dentro de la vasta narrativa de Bolaño.

Esta obra breve, compuesta por cuatro piezas narrativas, cuenta algunos episodios de la juventud del poeta Arturo Belano, alter ego del autor.

La primera parte, que lleva el título de “El aeropuerto”, narra un incidente acaecido en el aeropuerto (no se especifica cuál) cuando Belano, su madre y su hermana están a punto de viajar a México. Este pequeño incidente, provocado porque la madre tenía “una letra protestada”[9]​ sirve de pretexto para que el narrador, un joven Belano, hable sobre su madre, que era una mujer leída y muy buena para las matemáticas, que conoce a su padre durante un “curso de estadística acelerada (o avanzada o intensiva) que hizo en México durante seis meses”[10]​. Cuenta también la ocasión en que su madre fue a México durante dos meses para ver a su padre y los dejó encargados, a él y a su hermana, con Celestina Maluenda, su empleada doméstica de origen mapuche en una casa de Llanquihue. A través de una prosa fluida que resulta ser un extenso flujo de consciencia, Belano habla de su padre (un hombre mexicano que gusta de cabalgar y que le regala un caballo que Belano nombra Zafarrancho), que resulta ser un hombre de carácter fuerte aunque disperso y que a veces hace cosas sin saber el porqué, como jugar una carrera de caballos durante su estancia en Chile[11]​, que habla de vaqueros en México (“una vez yo fui vaquero, y tu abuelo también fue vaquero, e incluso tu abuela fue vaquera”[12]​) y que resulta ser un misterio para su propio hijo. Belano narra también la ocasión en que habló con Mónica Vargas sobre el poeta chileno Nicanor Parra y en donde, además, le confiesa su idea de convertirse en poeta y ésta le facilita el libro Cartas a un joven poeta, de Rilke. Este libro le parece malo, Belano sigue obstinado con la poesía de Parra y decide ir a visitarlo para despedirse de él antes de marcharse a México. Cuando llega a la dirección que es, supuestamente, del poeta, Belano se encuentra con un laudero que es, además, poeta, pero no es el hombre que él está buscando[13]​.

La segunda parte lleva por nombre “El gusano” y resulta ser, además, un cuento que Bolaño publicó posteriormente, con el mismo título, en el libro Llamadas telefónicas, en 1997.[14]​ Esta sección de la historia se centra, principalmente, en narrar la experiencia de Belano al encontrarse en un país nuevo en donde las películas de humor erótico le resultan abominables. Esta parte de la historia cuenta cómo es que Belano decide no ir a la escuela y, en cambio, decide vagar por el centro de la Ciudad de México en busca de libros baratos que compra o roba indiscriminadamente, en donde se encuentra diariamente, en la Alameda, con un personaje que parecía “un gusano blanco, con su sombrero de paja y un Bali colgándole de los labios”.[15]​ Belano entabla relación con este hombre después de que una lluvia los obliga a guarecerse en una cantina cercana. Platican todo el tiempo. Resulta ser que él, “el gusano” es del norte, de un pueblo llamado Villaviciosa (el abuelo de Belano era de Santa Teresa). El gusano, como él lo llama, es un hombre que habla todo el tiempo de Sonora, que no parece interesarle la literatura y que está armado todo el tiempo (lleva siempre una pistola). En una ocasión éste se enferma y Belano lo acompaña a la pensión en la que vive, le compra medicinas y refresco y éste, a cambio, le habla de Villaviciosa con lujo de detalles. Dice que es un pueblo pequeño cuyos habitantes “trabajan de asesinos y de vigilantes”[16]​. Al otro día, cuando Belano se dispone a visitarlo en su pensión, lo encuentra nuevamente en la banca de siempre, muy repuesto y éste, agradeciéndole por el buen trato que tuvo con él, le da un poco de dinero que Belano ocupó en comprar “veinte libros y dos discos”[17]​. La historia termina cuando “El gusano” le regala una navaja en cuya empuñadura se lee la palabra Caborca. Al otro día del obsequio, Belano va a visitarlo y no lo encuentra en la banca de siempre. Dos días después visita la pensión en donde éste vive y le comunican que “el gusano” se ha marchado a Sonora.  

La tercera parte, titulada “El viaje”, narra la travesía de Belano rumbo a Chile a bordo del Donizzetti, un barco que parte de Panamá, en donde conoce a Dora Montes, una vedette de espectáculos de cabaret. Esta mujer resulta ser un personaje muy interesante de la narración puesto que lleva a Belano a contar una serie de situaciones que describen el ambiente que se vivía en el barco (fiestas en donde tocaba un grupo de italianos simpatizantes del Comunismo, situaciones sexuales con su compañero de camarote). Durante ese viaje, Belano también conoce a varios personajes, entre ellos un jesuita español que le habla sobre Spinoza y Erasmo de Róterdam y su papel dentro de la lucha latinoamericana. Belano, a cambio, le lee un cuento inconcluso de ciencia ficción que trata sobre una invasión extraterrestre en donde los invasores son muy parecidos a las hormigas: “igual de pequeños, igual de fuertes, igual de organizados, pero con un grado de avance tecnológico superior al del hombre”[18]​. Cuando termina de leer lo que lleva del cuento, se le comunica a Belano que Dora Montes va a “hacer una locura”: un striptease comunal, y todo es, según la hermana de Dora, culpa suya. Para evitar esta escena, Belano se la lleva a su camarote hacen el amor y son descubiertos por el compañero de Belano. Cuando el barco llega a Arica, Belano, su compañero de camarote Johnny Paredes y Dora Montes hacen un trío. La historia culmina cuando el barco llega a Valparaíso, Belano cuenta una historia sobre un negro que le pedía que no volviera a Chile. Al final, todos los tripulantes, amigos de Belano, desembarcan y se separan. Belano se pone la mochila al hombro y camina hacia la estación de trenes[19]​.

La cuarta y última parte, titulada “El golpe”, narra la estancia de Belano en la casa del pintor y tallista Juan de la Cruz. Durante una noche, Juan despierta a Belano y le comunica asustado y jalándose los pelos que “los militares se han levantado”[20]​. Belano se toma todo muy a la ligera, se asea y sale a la calle con la navaja que le regaló “el gusano” metida en la mochila. El barrio en el que está es un barrio de clase trabajadora en donde, no obstante, habitan muchos artistas que, en palabras de Belano, son comunistas. Uno de estos vecinos le comunica a Belano que “en la célula comunista del barrio estaban repartiendo armas y coordinando la acción de todos los grupos de izquierda”[21]​. La casa que aloja a la célula comunista del barrio es propiedad de un tipo gordito que se azora al ver a tanta gente desconocida en su casa. Ahí toman té y charlan acerca de qué es lo que van a hacer. El gordito, dueño de la casa, dice que deben ponerse en contacto con la organización para “recibir órdenes concretas y órdenes fidedignas”[22]​. La tarea es encomendada a Belano y éste declina por ser un hombre poco experimentado en esa clase de situaciones. Al final, el dueño de la casa es el que decide ir a la organización en una bicicleta. El resto del grupo, unos quince, se quedan en la casa charlando de varias cosas hasta que llega Pancho, el verdadero líder de la célula comunista (el tipo gordo era, más bien, como un suplente), quien los hace formar una fila, les da órdenes acerca de las calles que debe vigilar cada uno y les pide un alias. Belano escoge el nombre de Enrique y se va a cubrir la calle que le corresponde. La historia termina cuando Pancho va a verlo y le pide la contraseña pactada por el grupo. Belano no la recuerda y sabe que el curso de su futuro es tan incierto como el de sus compañeros.  

La historia comienza con los amigos de Roger Bolamba reunidos en la fuente de sodas La Vecindad del Sol para ver el espectáculo del eclipse. Están esperando y mientras esperan hablan de política y poesía. La mesa es presidida por el propio Bolamba y, pese a que no han escogido una buena mesa, parece no importarles el hecho de que los meseros les sirvan al último o no les presten atención. Justo a un lado de su mesa está un hombre vestido “con una americana de algodón, de color blanco, una camisa negra y una corbata rojo sangre”[23]​, junto con dos mujeres. Este hombre, al momento de ocurrir el eclipse, se levanta en su mesa y se pone a bailar mirando al sol cara a cara. Luego una de las dos mujeres se une al baile mientras el sol se pone cada vez más negro. La situación resulta ser un mero acto de superstición que nadie, además del narrador, parece darle importancia. El eclipse termina y todos los de la mesa de Bolamba se disponen a partir. Pagan, como pueden, la cuenta, porque no son tipos con mucho dinero y “para los pobres todo lo que no sea gratis es caro”[24]​. Prosiguen su tertulia en el parque De Gaulle en donde se ponen a leer en voz alta las noticias del suplemento literario de El monitor de Puerto Esperanza. Posteriormente, después de hablar un poco de la cultura de la Guyana, de Bolamba y su horrible forma de escribir, van a la casa del mismo (de Bolamba), que está ubicada en el puerto, en una casita de pescadores, en donde los libros y las copas y las medallas que había ganado Bolamba “disputaban cada centímetro de espacio”[25]​. Ahí, después de beber una copa de ron, se despiden al grito de “¡A ganar!” y se retiran, dejando solo a su maestro. El narrador se separa, a su vez, de Alén y La Mouttete, y toma rumbo hacia Las Caletas en donde su madre vende pescado frito. El narrador toma el atajo de las colinas y de pronto se ve inmerso en medio de calles solitarias, y después se cree perdido. Después de sortear la soledad del llano, en donde hay tierras parceladas, se interna en un barrio acaudalado que está muy bien alumbrado en donde descubre una cabina de teléfono. El teléfono suena. Una, dos, siete veces, y el hombre se acerca a la cabina. Sigue sonando, ocho, nueve veces y el hombre, que resulta llamarse Diodoro Pilón, por fin, contesta al llamado. Al otro lado de la línea se escucha la voz de un hombre cuyo acento no resulta ser de la Guyana. Este hombre le revela que lo han estado llamando a muchos teléfonos públicos para que, en alguna de esas ocasiones, conteste. Este hombre, el que llama, pertenece al Grupo Surrealista Clandestino (GSC) que milita en las sombras y que está reclutando a gente que valga la pena para engrosar el movimiento a través de llamadas telefónicas. La voz le cuenta a Diodoro una historia sobre André Bretón y cinco jóvenes que aceptan la propuesta que les hace el primero sobre vivir diez años en las alcantarillas de París. Los jóvenes, por supuesto aceptan. No hay iniciación. Es mejor así. Estos jóvenes son, en esencia, el núcleo del Grupo Surrealista Clandestino. La voz habla de André Bretón, de Nora Mitrani, de Joyce Mansour, de Alain Jouffroy. La idea de vivir en el alcantarillado responde a la idea de vivir en “un París al revés”[26]​, solo que en esta París están las sombras de sus habitantes. Estos muchachos trabajan para el GSC, trabajan en una novela “que no empieza por el principio. […] es una novela que, como toda novela, por otra parte, no empieza en la novela, en el objeto libro que la contiene” sino que “sus primera páginas están en otro libro”[27]​. Poco a poco descubren que hay alguien que los está financiando, y no es André Bretón, puesto que él muere y el dinero sigue llegando. Los muchachos instalan cámaras de video y descubren que la persona que les deja el sobre con dinero, mes con mes, es una señora. Al poco tiempo descubren que no es solo una, sino varias mujeres y éstas cambian según la fecha. Son doce mujeres distintas, una por cada mes. Tanto es su desconcierto que deciden seguirlas y resultan ser, al menos tres de ellas, viudas de surrealistas. El resto son viudas de pintores o artistas cuya obra se cotiza en el mercado internacional. La voz termina de contar la historia y cita a Diodoro en la Rue de la Réunion, junto al cementerio de Père-Lachaise para el día 28 de julio en donde lo contactará un jorobadito. El problema es, naturalmente, el dinero o los pasajes para llegar a Paris. La voz le comenta a Diodoro que él deberá conseguir el dinero para pagar el vuelo o el barco y, ya en París, se arreglarán. Diodoro asiente y confirma su asistencia. La voz finaliza la llamada y Diodoro Pilón se va a dar un paseo antes de volver a casa. El texto finaliza cuando Diodoro se encuentra a un viejo vagabundo, de nombre Aquiles, conocido suyo, y se sienta a platicar con él. A lo lejos, mientras Diodoro platica con Aquiles, atisba la figura de tres personas que son el hombre y las dos mujeres que bailaron en La vecindad del Sol. Lucen descompuestos y poco elegantes. Una de las mujeres le pregunta a Aquiles si conocen una pensión que pueda darles asilo. Aquiles le pregunta a la mujer qué es lo que le pasa a sus acompañantes y ella le responde que se han quedado ciegos por mirar fijamente el eclipse ocurrido el día anterior[28]​.

En el capítulo titulado “El Messerschmitt” se habla de un “avión antiguo sobrevolando Concepción”. Esta escena resulta ser la idea central de la novela Estrella distante, en la que un poeta, a bordo de un avión de la Segunda Guerra Mundial, escribe poemas en el cielo.

El poeta Juan Cherniakovski, que aparece en el capítulo “Un trago en el camino” es un borrador de lo que posteriormente sería Ramírez Hoffman, en La literatura nazi en América[29]​ y Ruiz-Tagle en Estrella distante[30]. De igual manera aparecen, en este mismo capítulo, las hermanas Pons (“Y conocí a las hermanas Pons, te lo aseguro. Dos muchachas bonitas y buenas poetisas. Sobre todo la Edna Pons. La otra no me acuerdo cómo se llamaba. Lisa, eso es. Lisa y Edna Pons. Las joyas de Cherniakovski […]”)[31]​ que, para un lector familiarizado con la obra de Bolaño, le resulta ser un esbozo de las hermanas Garmendia en Estrella distante.

Esta parte de la obra resulta ser un amasijo verbal en la que podemos encontrar reminiscencias y guiños a lo que, posteriormente, serían obras “terminadas” del universo de Bolaño. Hay referencias a Alcira Soust Scaffo, que es Auxilio Lacouture en Amuleto y Los detectives salvajes (“Recuerdo que mi madre recitaba igual que una declamadora uruguaya a la que una vez escuchó por la radio. La declamadora se llamaba Alcira Soust Scaffo y al igual que yo imitaba a los mexicanos mi madre trataba de imitar la voz de la Soust Scaffo, capaz de pasar de los agudos de angustia a los bajos de terciopelo en menos de lo que canta un gallo”[32]​); se habla de Santa Teresa (2666, Los sinsabores del verdadero policía); del caballo que le regaló su padre, que aparece en “Últimos atardeceres en la tierra”, cuento que forma parte del libro Putas Asesinas (“Cuando tenía siete años su padre le compró un caballo. ¿De dónde era mi caballo?, dice B. Su padre, que no sabe de qué habla, se sobresalta. ¿Qué caballo?, dice. El que me compraste cuando yo era chico, dice B., en Chile. Ah, el Zafarrancho, dice su padre [...]”[33]​) y que, además tiene el mismo nombre: el Zafarrancho; y además aparece, siempre, como un elemento infaltable, esa obsesión narrativa de ficcionalizar pasajes de su vida personal y, además, hacer de la Literatura (“esa dama oscura que tiene ojos de insecto y un cocodrilo moribundo en la frente”[34]​) un personaje que sirve como eje conductual de todo su universo narrativo en donde desfilan personajes como Nicanor Parra, Pablo Neruda[35]​ o Rainer Maria Rilke.

“El gusano” es un texto que aparece, también, en el libro Llamadas telefónicas con muy pocos cambios. La navaja que le regala el personaje del “Gusano” a Arturo Belano, tiene la palabra Caborca grabada en el mango. Caborca es, también, la revista que hizo Cesárea Tinajero en Los detectives salvajes.[36]

En la tercera parte (“El viaje”), Belano está en una pensión de Guatemala, leyendo Afrodita, del autor francés Pierre Louÿs, mismo libro que lee el poeta García Madero en Los detectives Salvajes y que le provoca una erección que le impide caminar.[37]

Si bien no existe una relación como tal, la estructura resulta ser parte de un universo ya conocido de la obra bolañiana. El personaje, apenas mencionado, del jorobadito, resulta ser, también, un personaje de la novela Amberes y de algunos poemas de La universidad desconocida.

En el prólogo del libro Juan Antonio Masoliver Ródenas apunta que no se puede hablar de la obra de Bolaño como una obra fragmentada. Esta obra es, si acaso, una obra fragmentaria y esto aún resulta parcial: toda la obra de Bolaño está en constante construcción que es, al mismo tiempo, “la consolidación de un universo”[38]​. De esta manera, la obra de Roberto Bolaño resulta ser un puzle gigante y cada texto es una pieza que lo conforma. La obra de Bolaño es una obra sumamente intertextual, no solo porque en sus obras subyacen otro tipo de textos de otros autores, sino que su propia obra resulta reconocible de un libro a otro: como dice la voz del Grupo Surrealista Clandestino de la obra “Comedia de horror de Francia”, “sus primeras páginas están en otro libro”.[39]​ De esta manera no resulta gratuito hallar obras publicadas póstumamente que son, dentro del cúmulo de textos que publicó en vida, borradores o primeros ejercicios de obras que posteriormente verían la luz y consagrarían a su autor como uno de los más importantes autores del siglo XX. Para Bolaño escribir es como alimentar a los cerdos, pues no se desperdicia nada.

A propósito de esta obra póstuma de Roberto Bolaño, Josep Massot apunta que “el escritor chileno tenía en la cabeza un universo narrativo en que el que más que títulos individuales se puede hablar de una obra total”.[40]​ Bolaño fallece en el año 2003. Cinco años después comienzan a publicarse obras que resultan, a la postre, obras conductuales que muestran la manera de trabajar del autor que “acumulaba material narrativo, con tramas que se van metamorfoseando continuamente”.[41]

Es usual, para el lector asiduo de Bolaño, hallar guiños a su propia obra a lo largo de todos los textos que escribió. Y a propósito, escribe Patricio Pron (esto, quizá, está relacionado con el título “Movimiento perpetuo” de Masoliver Ródenas): “pocas literaturas son más reacias a adoptar una rigidez estuaria que la de su autor, Roberto Bolaño”.[42]​ Es decir, que toda la literatura de Bolaño rechaza constantemente el hecho de estarse quieto, todas las obras se dispersan en otras obras, se cambian y adquieren nuevos valores como fragmentos-borradores y otros más como obras finalizadas que convergen en otras y así sucesivamente.

Algunos críticos consideran esta obra como un mero borrador.[43]



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