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Shlomo Sand



Shlomo Sand, a veces transliterado como Shlomo Zand (en hebreo, שלמה זנד‎) (Linz, Austria, 10 de septiembre de 1946), es un historiador israelí y profesor en la Universidad de Tel Aviv, experto en nacionalismo, historia y cinematografía e historia intelectual francesa. Es el autor de un polémico libro, publicado en inglés con el título de The Invention of the Jewish People (La invención del pueblo judío) en 2009, y que fue durante varias semanas el libro más vendido en Israel.[1]

Hijo de supervivientes polacos del Holocausto, emigró a Jaffa en 1948. De familia izquierdista, fue expulsado del Instituto (escuela secundaria) a los dieciséis años, y combatió en la Guerra de los Seis Días. Tras escarceos con el partido comunista y movimientos antisionistas, en 1975 se graduó en la Universidad de Tel Aviv. Ha enseñado en Tel Aviv, Berkeley y París ciudad en la que hizo un doctorado sobre Jean Jaurès, además de obtener diversos títulos y honores universitarios.

El libro La invención del pueblo judío es según el propio autor una obra de historiografía que no hace, en su opinión, sino recoger información largo tiempo conocida. Es una revisión de los fundamentos históricos e ideológicos del sionismo, basándose en la idea de que si bien existió un pueblo judío histórico, los judíos de hoy en día, son los descendientes de aquellos sumados a los conversos. Se afirma así que lo que era una etnia única, es en realidad un conjunto heterogéneo de pueblos unidos por una religión (la judía), que incluiría desde bereberes, yemeníes y jázaros, hasta diversos pueblos como itureos, idumeos, eslavos, etcétera. Es decir, contra todo lo hasta ahora considerado, el judaísmo sí fue una religión proselitista, al menos en el entorno del comienzo de la era cristiana, y hasta la Edad Media. Por otro lado, Sand niega la veracidad del exilio forzado por los romanos en el siglo I (destrucción del segundo templo) y en el II d. C. (Rebelión de Bar Kojba), afirmando que «los romanos no exiliaron a ningún pueblo en el Mediterráneo oriental. Con excepción de los judíos hechos esclavos, los residentes de Judea siguieron viviendo en sus tierras».[2]

Pero, sin duda, la tesis más controvertida afirma que los actuales palestinos proceden de los judíos de la época neotestamentaria, que habrían sido cristianizados al principio e islamizados generalizadamente tras la expansión musulmana de los siglos VII y VIII. Esto lo afirma citando a Ben Gurion y a Ben Zvi en su obra reeditada en hebreo en 1980: Eretz Israel en el pasado y en el futuro.[3][4]​ El mito del exilio sería de origen cristiano, buscando reclutar nuevos adeptos entre los judíos para la fe. El sionismo sería en origen una adaptación de ideas procedentes de la Alemania decimonónica, nacionalista, con los intelectuales judíos centroeuropeos deseosos de encontrar en lontananza un pueblo con su carácter ya establecido de siglos ancestrales.

Otra tesis que se deriva del libro es si la Biblia puede ser considerada como un libro de historia. Los primeros historiadores judíos modernos, como Isaak Markus Jost o Leopold Zunz, en la primera mitad del siglo XIX, no la percibían así: con sus ojos, el Antiguo Testamento se presentaba como un libro de teología constitutivo de las comunidades religiosas judías después de la destrucción del primer templo. Hubo que esperar a la segunda mitad del mismo siglo para encontrar a historiadores, en primer lugar Heinrich Graetz, portadores de una visión «nacional» de la Biblia: transformaron la salida de Abraham hacia Canaán, la salida de Egipto, o incluso el reino unificado por David y Salomón, en relatos de un pasado auténticamente nacional.[5]​ Los historiadores sionistas no dejaron, después, de reiterar supuestas «verdades bíblicas», que alimentaron la educación pública. Pero ya en el curso de los años 1980 las cosa cambian, y se empieza a negar la veracidad de los mitos fundadores. La nueva historia israelí con los historiadores Simha Flapan, Benny Morris, Tom Segev, Ilan Pappé y Avi Shlaim[6]​ y los descubrimientos de la «nueva arqueología», Israel Finkelstein, Neil Asher Silberman, contradicen la posibilidad de un gran éxodo en el siglo XIII antes de nuestra era. Lo mismo, Moisés no pudo hacer salir a los hebreos de Egipto y conducirlos hacia la «tierra prometida» por la buena razón de que en esta época estaba en manos de los egipcios. No encontramos por otra parte ningún rastro de una rebelión de esclavos en el imperio de los faraones, ni de la conquista rápida de la Tierra de Canaán por un elemento extranjero.[7]

En Israel, el libro provocó diversas respuestas. Así el periódico Haaretz que lo calificó de «notable» lo vio de manera muy distinta a universitarios de la Universidad Hebrea de Jerusalén que lo definieron como un libro sin fundamento, carente de un tratamiento riguroso de las fuentes, sensacionalista e incoherente; por ejemplo, Israel Bartal, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Hebrea de Jerusalén.[8]​ Por lo demás, ha sido acusado de actuar por motivos no precisamente ingenuos, según afirma Jeffrey Goldberg, manteniendo una hipótesis que vendría a conceder argumentos a la teoría de conspiración.[cita requerida]

En junio de 2010, un artículo de la revista Newsweek titulado «The DNA of Abraham's Children» mostró los resultados de un estudio sobre el origen genético de los judíos. Según la publicación, el estudio refuta la afirmación de Sand de que los judíos europeos serían, parcialmente, descendientes de los jázaros, un grupo étnico de Asia central: «El ADN ha hablado y la respuesta es: No». Los análisis genéticos no solo implicarían que esa hipótesis es falsa, sino que el pueblo judío en sus distintas ramas se originó en el Oriente Medio.[9]​ Un artículo del New York Times sobre el mencionado estudio señala que el mismo refutaría lo sugerido por el historiador Shlomo Sand en su libro La invención del pueblo judío. No obstante, el genetista Noah Rosenberg, de la Universidad de Míchigan, Ann Arbor, señala en un artículo en la revista Science que aunque el estudio no parece apoyar la hipótesis jázara, no la elimina completamente.[10]​ Sin embargo estos datos contradecían la historia bien conocida del pueblo jazar que incluso llegó a acuñar moneda en hebreo y que los historiadores emparentaban con los asquenazíes.

Un estudio genético posterior llevado a cabo por Eran Elhaik, profesor de la Universidad Johns Hopkins, analizó las últimas secuenciaciones genéticas realizadas con los pueblos del Cáucaso, lo que le llevó a una revisión de las dos teorías predominantes sobre el origen del pueblo judío. Su estudio concluye que «nuestros descubrimientos apoyan la hipótesis jázara y describen el genoma judío europeo como un mosaico de antepasados europeos y semíticos, consolidando así anteriores informes contradictorios sobre la ascendencia judía».[11]

Tampoco debe olvidarse que en el año 2000 el profesor M. F. Hammer, de la Academia de Ciencias de EE.UU. había afirmado que todos los judíos tenían un origen común algo que fue imposible de confirmar por otros genetistas. Además, personas como André Langaney, profesor en la Universidad de Ginebra, declaró a propósito de los estudios que buscan afirmar la identidad nacional en la genética: «son una nueva charlatanería». Catherine Nash, profesora de la universidad de Londres, habla sobre: «las consecuencias sociales del lenguaje que asimila etnicidad, raza y genética».[12]



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