Sofía Dorotea de Wurtemberg cumple los años el 25 de octubre.
Sofía Dorotea de Wurtemberg nació el día 25 de octubre de 1759.
La edad actual es 265 años. Sofía Dorotea de Wurtemberg cumplió 265 años el 25 de octubre de este año.
Sofía Dorotea de Wurtemberg es del signo de Escorpio.
Sofía Dorotea de Wurtemberg nació en Stettin.
Sofía Dorotea de Wurtemberg o María Fiódorovna, según la Iglesia ortodoxa (Stettin, actual Szczecin, 25 de octubre de 1759 - San Petersburgo, 5 de noviembre de 1828), fue la segunda esposa del zar Pablo I y madre de Alejandro I y de Nicolás I.
Era hija del duque Federico II Eugenio de Wurtemberg y de su esposa, la princesa Federica de Brandeburgo-Schwedt. Era la mayor de ocho hijos, cinco varones y tres mujeres. La educación de Sofía fue muy esmerada, pues hablaba con fluidez alemán, francés, inglés, italiano y latín, mostrando además un gran interés por las artes. A ello se añadía su atractivo físico y su carácter agradable, además de sus maneras elegantes. Todo ello sumaba una gran cantidad de virtudes que deberían proporcionarle un buen matrimonio.
En 1773, Sofía Dorotea fue una de las princesas alemanas candidatas como posibles esposas del heredero al trono ruso, el zarevitch Pablo, hijo de Catalina II de Rusia. Pero entonces Sofía de Wurtemberg tenía tan solo catorce años, así que la elegida fue Guillermina de Hesse-Darmstadt (Natalia Alexeievna), con una edad más apropiada.
Sofía fue prometida al príncipe Luis de Hesse-Darmstadt, hermano de la primera esposa de Pablo, pero al enviudar este en 1776, Federico II de Prusia propuso a Sofía como la candidata ideal a ser la segunda esposa del zarévich. A cambio, el príncipe de Hesse-Darmstadt recibió una compensación monetaria cuando el compromiso fue roto.
Sofía fue llamada a Berlín por Federico II, donde se les reunió después Pablo. La primera vez que la pareja se vio fue en una cena de gala dada por el monarca prusiano para agasajar al heredero ruso. A pesar de la fealdad de Pablo, Sofía quedó bastante satisfecha con el destino que se le presentaba. Así que, tan pronto como llegó a San Petersburgo, se convirtió a la Iglesia ortodoxa, tomando el título de Gran Duquesa de Rusia y cambiando su nombre por el de María Fiódorovna.
María Fiódorovna nunca cambió sus buenos sentimientos hacia su marido, a pesar del difícil carácter de él, que lo hacía a veces tiránico y cruel con todos los que lo rodeaban. Catalina II también quedó encantada con su nuera, aunque la relación entre las dos mujeres pronto se enfrió, ya que María siempre se situó junto a su marido en las diferencias entre la emperatriz y su hijo.
En diciembre de 1777, María dio a luz a su primer hijo, el futuro zar Alejandro I. A los tres meses, Catalina se llevó al niño a sus dependencias palaciegas para criarlo fuera de las interferencias de sus padres. Lo mismo hizo cuando en abril de 1779 nació el segundo hijo de la pareja. Ello causó gran amargura y resentimiento en María, que solo podía ver a sus hijos en una periódica visita semanal, y se volcó en la decoración del palacio de Pavlosk, regalo de Catalina como celebración por el nacimiento de su hijo mayor.
Catalina permitió a la pareja emprender un viaje por la Europa occidental. Así, en 1781, bajo los pseudónimos de «conde y condesa Severny», viajaron durante cuatro meses por Polonia, Austria, Italia, Francia, Bélgica, Holanda y Alemania. En este tiempo sorprendieron a Europa al mostrar públicamente su amor. Cuando volvieron, María prestó toda su atención en Pávlovsk, donde nació su primera hija, Alejandra Pávlovna Románova. Para celebrar el acontecimiento, Catalina II les regaló el palacio de Gátchina, que ocuparía la atención de Pablo hasta su ascensión al trono. La emperatriz permitió a los padres educar a sus hijas, así como a los varones que nacieron posteriormente. Tuvieron un total de diez hijos.
Durante el largo reinado de Catalina, María y Pablo fueron aislados en Gátchina, algo que unió aún más a la pareja. María supo moderar el carácter de su marido, teniendo una gran influencia sobre él. Pero la excesiva confianza entre Pablo y Catherine Nelídova, dama de compañía de María Fiódorovna, fue causa de la primera ruptura matrimonial, aunque Pablo decía que simplemente era amistad.
Tras veinte años en la sombra, la muerte de Catalina II en 1796 eleva a María Fiódorovna al prominente rol de emperatriz consorte. Mientras vivió Catalina, María no había interferido en los asuntos de Estado, del mismo modo que Pablo era excluido; pero con la ascensión al trono de su marido, ella se acercó a la política, primero tímidamente, pero acrecentando su participación con el tiempo. Su influencia sobre su marido fue grande, y en general beneficiosa. Aunque es posible que ella abusara de su poder para proteger a sus amigos y perjudicar a sus enemigos.
Se consideró a María como una mujer de gran gusto, decorando con su propio estilo los palacios de Gátchina, de Tsárskoye Seló, el Palacio de Invierno en San Petersburgo y el Hermitage. Amaba las artes y las protegió generosamente. Fundó las escuelas para mujeres, así como numerosas organizaciones benéficas en el imperio que existieron hasta la Revolución rusa de 1917. Ayudó también económicamente a sus numerosos parientes necesitados de dinero.
La relación de la pareja se deterioró mucho en los últimos años de la vida de Pablo. Fue debido a que, poco después de que María diese a luz a su décimo y último hijo en 1798, Pablo estaba encaprichado de una joven de diecinueve años llamada Ana Lopujiná, aunque él alegó en todo momento que su conducta era intachable y la relación era de carácter paternal. Pablo fue emperador durante cuatro años, cuatro meses y cuatro días, muriendo el 12 de marzo de 1801.
En la noche del asesinato de su marido, María Fiódorovna quiso imitar a Catalina II e intentar proclamarse emperatriz alegando que había sido coronada conjuntamente con Pablo. Finalmente, su hijo mayor, Alejandro I, la convenció para abandonar sus imprudentes reclamaciones. Durante algún tiempo, cuando su hijo iba a visitarla, la emperatriz viuda lo recibía en un ataúd llevando el camisón manchado de sangre que había llevado Pablo el día de su muerte, como un silencioso reproche. La relación entre madre e hijo volvió pronto a la normalidad, y María Fódorovna, de solo cuarenta y dos años al convertirse en viuda, volvió a ocupar su posición en la corte.
María alcanzó un mayor rango que el de la propia emperatriz, pues mientras que ella acudía a las celebraciones públicas del brazo del emperador, la emperatriz Isabel iba sola. Además seguía controlando todas las instituciones caritativas, así como el banco de préstamos, que suponía grandes ingresos, lo que le permitía vivir con gran lujo. Perpetuando la tradición de Catalina II, atendía a desfiles con uniforme militar, llevando el cordón de una orden sobre su pecho. Su elegancia, sus grandes recepciones, donde aparecía suntuosamente vestida, rodeada de damas de compañía y de chambelanes, contrastaban con la simple vida cortesana del zar Alejandro I.
El futuro de sus hijas y la educación de sus tres hijos más jóvenes ocuparon la atención de María en sus primeros años de viudedad. Fue una buena y amorosa madre, y a pesar de que Catalina les arrebató a sus hijos mayores en sus primeros años, María Fiódorovna mantuvo con ellos una relación tan abierta como con sus otros hijos. Cuando se hicieron mayores, la zarina mantuvo una activa correspondencia con ellos, pero debido a la frialdad de su temperamento podía parecer gélida y distante.
La importancia del papel político de la emperatriz viuda hizo que su palacio de Pávlosk se convirtiera en lugar de visita de los más importantes personajes de San Petersburgo. Se opuso vehementemente al acercamiento entre su hijo con Napoleón Bonaparte, así que cuando este pidió en matrimonio a su hija más joven, Ana Pávlovna, María rehusó categóricamente. Su corte fue el centro de los sentimientos anti-napoleónicos durante las Guerras Napoleónicas, siendo una gran enemiga de Bonaparte.
Había cumplido cincuenta años cuando aún conservaba restos de su frescura juvenil. De una constitución robusta, sobrevivió a cinco de sus hijos, incluyendo al mayor de ellos y a su esposa Isabel Alekséyevna, viendo la ascensión al trono de su tercer hijo, Nicolás I, y fue una figura esencial en la educación de su nieto, el futuro Alejandro II.
Tras su muerte, la memoria de María fue reverenciada por sus descendientes. Las posteriores zarinas la cogieron como modelo a la hora de ejercer sus funciones. Su palacio de Pávlovsk, fue mantenido tal cual ella lo había dejado, casi como un museo familiar, y se lo dejó a su hijo más joven, Miguel, pasando después a la rama de los Constantínovich de la familia, a quienes se lo arrebató la Revolución de 1917.
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