La sublevación de la Guardia Real de 1822 fue un levantamiento protagonizado por los granaderos de la Guardia Real destinado a poner fin al gobierno constitucional en España y posibilitar la restauración absolutista.
El 1 de enero de 1820 el teniente coronel Rafael de Riego, que mandaba el batallón de Asturias, agregado al cuerpo de ejército que acampando en diversas localidades de Andalucía (con centro en Cádiz) aguardaba para ser enviado a luchar contra la sublevación americana, se subleva y proclama en Cabezas de San Juan (Sevilla) la Constitución de 1812, conocida popularmente como La Pepa.
Aunque inicialmente el movimiento no encontró respaldo, en marzo empezaron a surgir levantamientos similares en varios sitios de España, y el 7 de marzo el Palacio Real de Madrid fue rodeado por una multitud y ante la falta de garantías respecto de la lealtad de las tropas, el Rey Fernando VII aceptó la senda constitucional, con lo que comenzó el llamado Trienio Liberal.
Con las Cortes de 1820 se inicia el régimen monárquico parlamentario previsto en la Constitución. Se sucedieron los gabinetes moderados de Evaristo Pérez de Castro, Eusebio Bardají Azara, José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein, marqués de Santa Cruz, y de Francisco Martínez de la Rosa, que intentaron restablecer la legalidad constitucional, controlar a los sectores radicales de las Sociedades Patrióticas y del movimiento popular y a la vez a los movimientos y levantamientos realistas reaccionarios.
El 28 de febrero de 1822 se hizo cargo del gobierno Francisco Martínez de la Rosa. Catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Granada, había sido diputado en las Cortes de Cádiz que aprobaron la Constitución de 1812 y por ello encarcelado tras el regreso de Fernando VII y el restablecimiento del absolutismo.
Tras el levantamiento de 1820, Martínez de la Rosa recuperó la libertad y asumió el liderazgo de la rama más moderada de los liberales, los denominados doceañistas, frente a los llamados exaltados.
Su gabinete estuvo compuesto por José María Moscoso de Altamira (Gobierno), Diego Clemencin (Ultramar), Nicolás María Garelli (Justicia), Felipe de Sierra Pampley (Hacienda), Luis María Balanzat de Orvay y Briones (Guerra) y Jacinto de Romarate en el Ministerio de Marina.
El 30 de junio al regresar Fernando VII de la solemne sesión de clausura de las Cortes, se produjeron choques entre manifestantes liberales que daban vivas a la Constitución y los tambores de la Guardia Real que lanzaron gritos favorables a la monarquía absoluta, produciéndose algunos heridos. Una vez el rey llegó a palacio la guardia desalojó a un retén de la milicia nacional y a los paisanos que ocupaban la Plaza de Oriente y fue avanzando sus posiciones sin atender a las órdenes de sus superiores, animada desde los balcones de palacio. En tal situación, Mamerto Landaburu, teniente 1.º del Regimiento de Infantería de la Guardia Real, conocido por sus ideas liberales, trató de imponer el orden a sus subordinados, que le respondieron con insultos. El joven teniente respondió a la insubordinación hiriendo con su sable a uno de los guardias y, aunque otros compañeros de armas trataron de salvarle de la irritación de los compañeros del herido, introduciéndole en palacio, fue asesinado por tres granaderos que le dispararon por la espalda. Para evitar una escalada del conflicto el gobierno ordenó el acuartelamiento de la Guardia, favorable al Rey, y de la Milicia que le respondía, pero al difundirse que los batallones de la Guardia serían disueltos, en la noche del 1 de julio cuatro de ellos abandonaron la ciudad conducidos por unos pocos oficiales, mientras dos permanecían en Palacio y el resto de la oficialidad desaparecía.
La mañana del 2 de julio los cuatro batallones de la Guardia Real se reunieron en las afueras de Madrid en el campo llamado de los Guardias. El general Pablo Morillo intentó persuadirlos inútilmente, tras lo que marcharon sobre El Pardo.
La milicia fue movilizada mientras se ordenaba al General Espinosa que desde Castilla la Vieja marchase sobre Madrid con sus fuerzas, únicas de las que podía disponer, dado que enfrentaba simultáneamente levantamientos en Castilla la Nueva (clérigo Atanasio), en la provincia de Cuenca (Laso y Cuesta), en Sigüenza, en Aragón, de los Carabineros Reales en Castro del Río y del regimiento provincial de Córdoba.
El día 3 una diputación de los sublevados fue recibida por el Rey, quien viendo la posibilidad de aprovechar la situación para retornar al absolutismo o al menos forzar la reforma de la constitución, convocó una Junta compuesta del ministerio, del Consejo de Estado, del jefe político, del comandante general y de los jefes de los cuerpos del ejército. El gabinete de ministros, teniendo en cuenta la situación, las intenciones del monarca y que la Constitución no preveía lo ordenado, no le dio curso, sospechando que el rey aprovecharía para tomarlos prisioneros utilizando los dos batallones de la Guardia que permanecían en palacio.
El día 5 el rey desautorizó la movilización de las fuerzas de Espinosa a quien el ministerio había ordenado avanzar sobre los sublevados. El 6 confirmando los temores del gobierno, la Guardia cerró las puertas del palacio quedando prisioneros los ministros y el secretario del consejo, maniobra que seguía el plan urdido anteriormente por Matías Vinuesa. En la madrugada del 7 los batallones de El Pardo avanzaron hacia la Plaza Mayor, defendida por la Milicia Nacional de Voluntarios dirigida por Francisco Ballesteros, ganando esta última el enfrentamiento. La capitulación fue pactada en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor, donde los cuatro batallones de la Guardia Real entregaron las armas.
Vencedor el partido constitucional, el mismo día recibió una nota firmada por todos los representantes de las cortes europeas donde se hacía responsable al gobierno de la persona y posición del rey. A esa presión y a la enemistad del rey, se sumó la radicalización del sector constitucionalista más exaltado, por lo que el gabinete presionado por ambos lados presentó su renuncia. Fernando, tras rechazarla inicialmente, pidió al Consejo que propusiera un gabinete alternativo, a lo que este se negó afirmando que la salvación nacional dependía de que los mismos ministros continuasen en sus puestos.
No obstante, estos insistieron en su dimisión, la que se reconoció el 6 de agosto de 1822, siendo reemplazados por el gabinete de Evaristo Fernández de San Miguel, lo que implicó por un lado el triunfo del sector más radicalizado y por otro obligar a los absolutistas a recurrir a la invasión extranjera, que se haría efectiva con la intervención del ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del duque de Angulema y bajo los auspicios de la Santa Alianza, restableciendo la monarquía absoluta en España en octubre de 1823.
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