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Trastorno afectivo



Los trastornos del estado de ánimo son un conjunto de trastornos definidos en el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV TR) cuya principal característica subyacente sería una alteración del estado de ánimo del individuo.[1]​ La CIE 10 clasifica estos trastornos bajo el apartado denominado «Trastornos del humor (afectivos)».

Suelen diferenciarse dos grupos de trastornos del estado de ánimo, en función de si incluyen o no la presencia de episodios de manía o hipomanía: los trastornos depresivos y los trastornos bipolares. De los trastornos depresivos, el más conocido es el trastorno depresivo mayor, habitualmente conocido como «depresión clínica» o «depresión mayor». Por su parte, los trastornos bipolares, anteriormente conocidos como «psicosis maníaco-depresiva», se caracterizan por la presencia intermitente de episodios de manía o hipomanía, entremezclados con episodios depresivos. No obstante, también existen formas menos graves de ambos grupos. La forma leve de los trastornos depresivos se denomina trastorno distímico, y la de los trastornos bipolares, trastorno ciclotímico.[2]

El psiquiatra inglés Henry Maudsley propuso una categoría general de «trastornos afectivos».[3]​ Posteriormente, el término fue reemplazado por el de «trastorno del estado de ánimo». Este último término hace referencia más bien al estado emocional subyacente o longitudinal,[4]​ en contraposición al anterior término, que se centraba en la conducta externa observada por los demás.[1]

La prevalencia de algunos trastornos del estado de ánimo, como la depresión mayor, se duplica en las mujeres. En el caso del trastorno bipolar II, las mujeres solo presentan unas tasas de prevalencia ligeramente superiores.[5]

En 2011, los trastornos del estado de ánimo fueron la causa más común de hospitalización en niños de entre 1 y 17 años en los Estados Unidos, con unos 112 000 ingresos aproximadamente.[6]

Denominado «depresión mayor», «depresión unipolar» o «depresión clínica». Se da en aquellos casos en los que el paciente ha sufrido uno o más episodios depresivos mayores. Cuando solamente se ha experimentado un episodio depresivo mayor, el diagnóstico es de «trastorno depresivo mayor, episodio único». Cuando el número de episodios depresivos mayores sufridos es superior a uno, el diagnóstico es de trastorno depresivo mayor recurrente. Los casos de depresión en los que no se presentan episodios de manía se denominan en ocasiones como «depresión unipolar», dado que el estado de ánimo se mantiene en un único "polo" o extremo emocional.

El trastorno depresivo se trata con frecuencia en el ámbito de la atención primaria y de la asistencia hospitalaria general, pero en muchos casos pasa desapercibido. El trastorno depresivo que no se diagnostica puede presentar una recuperación más lenta, así como un peor pronóstico, por lo que es importante que todos los profesionales médicos sean capaces de reconocer los síntomas, tratar los casos más leves, e identificar aquellos casos que requieran una atención especializada.[9]

Se puede hablar de un trastorno del estado de ánimo inducido por sustancias en aquellos casos en los que la sintomatología puede atribuirse a los efectos fisiológicos directos de una droga psicoactiva u otras sustancias químicas, o si el desarrollo del trastorno del estado de ánimo tiene lugar concurrentemente con una intoxicación por sustancias o con un síndrome de abstinencia. Además, puede darse el caso de que una persona presente simultáneamente un trastorno del estado de ánimo y un trastorno de abuso de sustancias. Los trastornos del estado de ánimo inducidos por sustancias pueden adoptar la forma de un episodio depresivo, maníaco, hipomaníaco o mixto. La mayor parte de las sustancias pueden provocar diversos trastornos del estado de ánimo. Por ejemplo, los estimulantes como la anfetamina, la metanfetamina y la cocaína pueden provocar episodios maníacos, hipomaníacos o depresivos.[29]

Se dan elevadas tasas de incidencia del trastorno depresivo mayor en alcohólicos y bebedores habituales. Ha existido una cierta controversia al respecto de si el consumo de alcohol en estas personas pudiera deberse a una forma de automedicación ante una depresión preexistente. No obstante, algunas investigaciones recientes han concluido que, aunque esto podría ser cierto en algunos casos, el abuso de alcohol es un factor causante del desarrollo de una depresión en un número significativo de grandes bebedores. En un estudio al respecto se evaluó a una serie de personas durante la presencia de sucesos estresantes de sus vidas, registrando sus puntuaciones obtenidas en respuesta a una escala de sentimientos negativos. Del mismo modo, se evaluó su relación con otros factores como el desempleo, actos criminales y relaciones con compañeros con comportamientos problemáticos (uso de sustancias, etc.).[30][31][32]​ También se hallaron altas tasas de suicidio entre aquellas personas con problemas relacionados con el consumo de alcohol.[33]​ Un estudio cuidadoso del historial del paciente suele permitir establecer un diagnóstico diferencial entre aqulleas depresiones relacionadas con el alcohol y aquellas que no lo están.[32][34][35]​ La depresión, así como otros problemas de salud relacionados con el abuso del alcohol, puede deberse a una alteración de la química cerebral, dado que parece que existe una tendencia a la remisión espontánea tras un periodo de abstinencia.[36]

El uso a largo plazo de benzodiacepinas como el Valium o el Librium pueden provocar efectos cerebrales similares a los del alcohol, y también se ha documentado su relación con la depresión.[37]​ El trastorno depresivo mayor puede desarrollarse a partir de un uso crónico de benzodiacepinas, o como parte de un síndrome de abstinencia prolongado. Las benzodiacepinas son un tipo de medicación de uso frecuente para el tratamiento del insomnio, la ansiedad y los espasmos musculares. Del mismo modo que ocurre en el caso del alcohol, se cree que la aparición de la sintomatología depresiva se debe a sus efectos sobre la neuroquímica cerebral, como la reducción en los niveles de serotonina y norepinefrina.[38][39][40][41]​ El trastorno depresivo mayor también puede presentarse formando parte de un síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas.[42][43][44]​ En un estudio en el que se realizó un seguimiento a largo plazo de una serie de pacientes con dependencia de las benzodiacepinas se halló que un 20 % de los sujetos habían sufrido una sobredosis durante su tratamiento con benzodiacepinas, aunque solo dos personas habían padecido algún episodio depresivo previo. Un año después de un programa de desintoxicación no se habían dado nuevos casos de sobredosis.[45]​ La depresión que aparece como consecuencia de un síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas suele mitigarse al cabo de unos cuantos meses, pero en algunos casos puede persistir hasta un año.[46][47]

El trastorno del estado de ánimo no especificado es un trastorno del estado de ánimo que no cumple los criterios diagnósticos de cualquier otro de los trastornos anteriormente especificados. En el DSM-IV se los describe como «cualquier trastorno del estado de ánimo que no cumple los criterios de un trastorno específico».[10]​ El trastorno del estado de ánimo no especificado no se utiliza como una descripción clínica, sino como un concepto estadístico a efectos de documentación de las tasas de prevalencia e incidencia de las distintas variedades de trastornos del estado de ánimo.[48]

La mayor parte de los caso de un trastorno del estado de ánimo no especificado son una mezcla de trastornos afectivos y de ansiedad, como el caso del trastorno mixto ansioso depresivo, o la depresión atípica.[48]​ Un ejemplo sería una depresión menor con episodios que tienen lugar a intervalos temporales diferentes, como una vez al mes o una vez cada tres días.[10]​ Existe el riesgo de que un trastorno del estado de ánimo no especificado pase desapercibido, y consecuentemente, no pueda ser tratado adecuadamente.[49]

Como tratamiento a estos trastornos en los niños, existe la psicoterapia infanto-parental (PIP) tiene el objetivo de abordar los problemas en la relación de los padres con sus hijos, tales como las dificultades en la creación de vínculos afectivos. Una revisión sistemática de 8 estudios, la mayoría realizados en Estados Unidos, y los otros en Canadá, Suiza y Suecia, concluyó que, en comparación con ningún tratamiento o con un tratamiento habitual, la PIP es eficaz en mejorar el estado de apego de los bebés de madres que atraviesan por adversidades, pero no hay evidencias que apoyen su uso para mejorar otros aspectos de la relación o el funcionamiento parental, o que apoyen su uso en vez de tratamientos alternativos. La calidad de la evidencia incluida, sin embargo, es débil, por lo que estos resultados deben interpretarse con cautela.[50]



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