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Califa



Califa o Jalifa (del árabe خليفة jalifa, «representante») es el sucesor y delegado del profeta Mahoma en la dirección de la comunidad musulmana, sin la condición de profeta de este.[1][2]​ Algunas veces es traducido como «sucesor». Su cometido era ejercer la autoridad en la comunidad de creyentes de acuerdo al modelo y los precedentes creados por Mahoma.[3]​ Tradicionalmente en Occidente se ha considerado que un califa tiene el mismo rango que un emperador,[4]​ aunque políticamente sus prerrogativas son muy diferentes.

El título conlleva una doble función de liderazgo político y espiritual, lo que lo asemeja a otras instituciones, como la del papa en la Iglesia católica o la de dalái lama en el budismo tibetano. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, hasta 1924 fueron considerados califas quienes lo sucedieron como cabeza de la Umma o comunidad de musulmanes. Sin embargo, no todos los que han ostentado este título fueron reconocidos al completo por la comunidad, pues a lo largo de la historia ha habido muchos disensos sobre la legitimidad de tal liderazgo, lo que ha propiciado la coexistencia de varios califas, cada uno reconocido por un sector distinto de musulmanes, así como la existencia de comunidades que no han reconocido como legítimo a ninguno de los califas.

A la muerte de Mahoma lo sucedió como califa y en consenso por parte de la comunidad musulmana Abū Bakr,[3][2]​ quien fuera reconocido por su calidad humana y su fe entre la comunidad islámica. Se dice que fue el mejor de los compañeros de Mahoma. Su título, jalīfa rasūl Allāh, indicaba que era el sucesor y delegado del «Enviado de Dios» (el profeta Mahoma).[3]​ El segundo califa cambió el título a Amīr al-Muslimīn («el que ejerce la autoridad entre los creyentes»), que aclaraba la única potestad realmente heredada del profeta por la persona que ostentaba el cargo.[3]​ El califa debía limitarse a dirigir la comunidad de creyentes de acuerdo a los precedentes aceptados por esta.[3]​ Sin embargo, con la expansión del islam y la integración de personas de diversas culturas, se fueron complicando los requisitos y obligaciones del califa, estudiados por los jurisconsultos (alfaquíes y ulemas).[3]

Los califas debían ser a la vez jefes políticos y religiosos. Como religiosos, no tenían poder para prescribir ningún dogma, pues se consideraba que la revelación divina había sido completada y puesta de manifiesto a través de Mahoma.[1]​ No había nada que añadir. Como líderes políticos, los califas de Bagdad, el califato más reconocido y duradero, perdieron pronto sus facultades en favor de los distintos sultanes, que fueron los gobernantes efectivos de los territorios situados bajo la égida del califa.[5]

El cargo fue debilitándose paulatinamente hasta que, durante el periodo abasí, el califa Al-Mustaqfi delegó de manera permanente sus poderes en Áhmad ibn Buya, fundador de la dinastía de los buyíes, con el título de «emir de emires».[6]​ Desde entonces, los jurisconsultos tuvieron que enfrentarse a la división entre la legitimidad religiosa —aún encarnada en el califa— y el ejercicio de los poderes del cargo —en manos de personas o dinastías sin legimitidad para ello— y desarrollar teorías que justificasen esta separación.[6]

Según el pensamiento de los suníes, los cuatro primeros califas del mundo islámico constituyeron una edad de oro y se los llamó los "bien guiados" o "cuatro califas justos". Además impusieron unas exigencias (resumidas, por ejemplo, por el jurista Al-Mawardi[7]​) para acceder al califato:

El propio Al-Mawardi[8]​ enumeró diez responsabilidades o deberes de los imanes, entre los que considera al califa como el representante supremo:

Según el pensamiento de los chiíes, el propio Mahoma había designado un sucesor antes de morir. Este sucesor era su yerno Alí ibn Abi Tálib, casado con su hija Fátima. Alí y sus sucesores serían, pues, para los chiitas los legítimos califas. Alí fue elegido califa en cuarto lugar, pero tras su elección se desató una fitna o guerra civil (Al-Fitna al-Kubra)[9]​ que dio lugar a la división de la umma en tres bloques: los partidarios de Alí, en adelante llamados chiíes; los partidarios de Muawiya, su oponente y primer califa omeya, que constituirían la mayoría y con el tiempo serían llamados suníes; un tercer grupo, los jariyíes, opuestos tanto a unos como a otros, y partidarios de la elección del califa entre todos los musulmanes.

Surgieron o se crearon los siguientes califatos, hasta su abolición en 1924.

Además, el Imperio almohade (1145-1269), con capital en Marrakech, aunque no fue oficialmente un califato ni su gobernante portó el título de califa, sí hizo uso de un tratamiento habitualmente asociado al califa: el de príncipe de los creyentes (luego heredado por el sultán de Marruecos, hasta la actualidad). En el Corán no existen disposiciones exactas sobre las tareas y funciones del califa. El título de califa fue utilizado por los otomanos desde Murad I en adelante, así como por otros gobernantes musulmanes no otomanos de su tiempo.

Por otro lado, Husayn ibn Ali, jerife de La Meca, tras la caída del Imperio otomano y en medio de los debates que recorrían el mundo islámico sobre la recuperación del recién abolido califato, utilizó durante unos años, hasta su muerte, el título de califa. El título de califa desapareció cuando la República de Turquía sustituyó al Imperio otomano en 1924.

En el siglo XXI, el líder del protoestado yihadista Estado Islámico de Irak y el Levante Abu Bakr al-Baghdadi[16]​ se autoproclamó califa de todo el mundo musulmán en la década del 2010.[17]



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